Nuestra sociedad sufre de la parcialidad de nuestros sesgos y opiniones personales: evaluamos la evidencia, generamos evidencia y comprobamos las hipótesis de una forma totalmente parcial, que casa con nuestras creencias, opiniones y actitudes. No es que vivamos en una sociedad de la posverdad, sino en la sociedad del yo, mí, mío.
La parcialidad de nuestras creencias es algo distinto al sesgo del yo, mi, mío. Este último se produce cuando interpretamos las evidencias de forma que tienden a favorecer las hipótesis que queremos que sean ciertas. Esta actitud centrada en nosotros infecta varias clases de juicios políticos y decisiones en importantes negociaciones, así como en el mundo laboral. Se ha llegado a la conclusión de que estamos programados para tratar de convencer a los demás con argumentos, no para utilizarlos en pos de la verdad. De hecho, nuestra racionalidad nació no para resolver problemas del mundo natural, sino para persuadir a los demás en el mundo social. Esta parcialidad se demuestra cuando los sujetos dan más crédito a aquellas informaciones que casan con sus ideas que a aquellas que las ponen en entredicho.
Para que nuestras creencias sean racionales, deben corresponder con el modo en que es el mundo, deben ser verdaderas. Pero es algo que soslayamos sino está de acorde con nuestras ideas más profundas, la mayoría totalmente inconscientes y forjadas en nuestras familias y culturas.
Por regla general, nuestras metas se verían mejor satisfechas teniendo una red de creencias que contuvieran un alto grado de verdad y pocas falsedades. Pero no siempre es el caso. La mayoría de nuestras comunicaciones no buscan información sobre la verdad. Suelen ser señales que nos unen a grupos que piensan como nosotros y con los que nos sentimos cómodos y acompañados.
Es un hecho que las personas retienen los hechos que son favorables a sus puntos de vista y descartan la información que los pone en entredicho. Cuando todo el mundo es parcial en sus puntos de vista, algo consustancial con las personas, el resultado es una sociedad que no converge en la verdad y en la que nadie se pone de acuerdo.
De hecho, no nos sirve ser más inteligentes. Los sujetos que consideran mejores los argumentos que casan con sus ideas son de todo tipo de inteligencias. Por esto en la misma ciencia muchos científicos solo buscan que sus hipótesis sean confirmadas; una mala praxis. En realidad, hasta los científicos más destacados pecan de estas parcialidades, pues aparentemente utilizan su dominio de las matemáticas y otras disciplinas no para razonar de forma imparcial, sino para buscar confirmación de sus ideas más queridas. Está comprobado que las personas más educadas y con consciencia política no solo no atenúan sus parcialidades, sino que las incrementan. En realidad, la sofisticación cognitiva hace que la gente sea más hábil a la hora de defender sus ideas, mejorando su capacidad de convencer a los demás –y a sí mismos– de que sus creencias son correctas. Otro tipo de sesgos humanos pueden ser atenuados con la inteligencia, pero no el yo, mí, mío, que está por encima de la consciencia reflexiva. El único modo de alejarnos de algunas de nuestras opiniones consiste en considerarlas como memes que tienen sus propios intereses, como sucede con los genes. La mayor parte de las creencias e ideas que nos llevan a una vida de éxito suelen ser inconscientes. Es algo totalmente contraintuitivo, pues consideramos que nuestras ideas más profundas son fruto de la reflexión, cuando en realidad no es así. Como cualquier persona ha podido comprobar, es imposible corregir la desinformación, por ejemplo, política, proporcionando información correcta.
Debemos ser más escépticos sobre los memes adquiridos a edades tempranas, los inculcados por los padres, familiares y compañeros. La longevidad de dichos memes sea posiblemente el resultado de que se adquieren en un tiempo en que carecemos de la facultad de reflexionar.
Creemos que percibimos el mundo de una forma objetiva, y cuando los juicios de otras personas difieren de los nuestros, consideramos que se debe a parcialidades y sesgos del otro, y no a una interpretación alternativa a la nuestra de la realidad.
Nuestras creencias pueden reflejar experiencias vitales, que tienen para nosotros un gran significado. Pero hay que entender que nada de esto muestra un pensamiento reflexivo. Aunque estas experiencias formen parte de nuestras vidas, no debemos valorarlas creyendo que son cosas que hemos escogido de una forma consciente.