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Psiquedelia con “e”. En memoria de Mariano Antolín Rato

El pasado jueves nos dejó el escritor y traductor Mariano Antolín Rato, colaborador durante años de Cáñamo. Su amigo, el historiador Juan Carlos Usó, se despide de él.

A punto de concluir la década de los años 70 de la pasada centuria la psiquedelia no era un valor que cotizara al alza. La calidad del ácido en el mercado negro se había depreciado (degradado) bastante con respecto a los años precedentes y los medios de comunicación habían focalizado su atención en otra droga que nada tenía que ver: la heroína.

Fue entonces cuando cayó en mis manos un número de la revista El Viejo Topo con un extenso artículo titulado “Los psiquedélicos reconsiderados”, cuya autoría se debía a Mariano Antolín Rato. Aquella publicación significó para mí lo mismo que encontrar un oasis en pleno desierto. Un texto brillante y esclarecedor, plagado de preciosas referencias para cualquier lector con vocación de psiconauta.

No sabía yo entonces que el autor de aquel artículo y el Martín Lendínez que había traducido la novela Yonqui de William Burroughs para la editorial Júcar, y que yo había leído un par de años antes, eran la misma persona. Así fue como este asturiano de nacimiento y madrileño de adopción, entró en mi vida.

Seguí encontrándome con su nombre gracias a sus traducciones de F. Scott Fitzgerald, William Faulkner, Malcolm Lowry, Jack Kerouac, Raymond Carver, Bret Easton Ellis y otros, oficio en el que era un auténtico maestro y que le llevaría a ser distinguido con el Premio Nacional a la Obra de un Traductor en 2014.

En el número 2 de la revista Primera Línea, correspondiente a junio de 1985, me encontré con una inesperada y agradable sorpresa: Mariano Antolín Rato entrevistaba a Antonio Escohotado. ¡Mis dos grandes ídolos tête à tête!... ¡No podía pedir más! Entonces los admiraba a ambos como dos grandes referentes culturales, prácticamente inaccesibles, pero en cuanto conocí a Escohotado y me puse bajo su dirección para realizar mi tesis doctoral, de las primeras cosas que hice fue pedirle el número de teléfono de Mariano. Así fue como entré en su vida.

Después de numerosas y largas llamadas, nos conocimos personalmente en la FNAC de Madrid cuando fui a presentar mi libro Drogas y cultura de masas (España 1855-1995). Luego nos seguimos viendo a salto de mata: en Castellón, donde conseguí que viniera para pronunciar una conferencia en el Ateneo y donde lo entrevisté para el número dos de la revista Ulises; en Madrid, con motivo de la presentación de la biografía de Benito Fernández sobre Eduardo Haro Ibars; y también un par de veces en su casa de Motril, donde fijó su residencia, una de ellas acompañado de mi buen amigo Chechu, más conocido en las páginas de esta revista por el seudónimo de Martín Bellaco.

Mariano Antolín Rato con Juan Carlos Usó y con Martín Bellaco.

Mariano Antolín Rato con Juan Carlos Usó y con Martín Bellaco.

Pero mi relación con el autor de Botas de cuero español, entre otras novelas, se cimentó gracias al teléfono. En efecto, nos llamábamos cada pocos meses para saber el uno del otro y ponernos al corriente de nuestras vicisitudes. De hecho, me llamó hace un par de semanas para preguntarme qué sabía y qué podía contarle acerca de la experiencia de Groucho Marx con el ácido lisérgico.

Además, me cupo el honor de trabajar con él en la edición española del ensayo La cultura del cannabis. Viaje por un territorio disputado (2002), un libro poco conocido de Patrick Matthews. Y, desde hace años, de cada libro que publicábamos nos enviábamos un ejemplar dedicado siempre con afecto. Ahora, con tristeza he de asumir que no habrá más llamadas, ni más libros dedicados. Pero también estoy seguro que volveré una y otra vez sobre alguno de sus textos de obligada referencia, como “Madrid underground: 1963-1973”.

Su generosidad intelectual conmigo no conoció límites y de él conservaré viva la herencia de reivindicar el esnobismo de decir psiquedelia, en vez de psicodelia. Desde la semana pasada el paraíso de los ‘beat’ cuenta con un morador más. Me queda el alivio de saber que ha muerto de repente, sin sufrimiento. Descansa en paz, Mariano, seguirás presente en nuestro recuerdo.

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