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Ketamina

Variedades de la terapia psiquedélica IV

Ketamina   Variedades de la terapia psiquedélica IV
Ilustración: Martin Elfman

La ketamina está de moda. Lo mismo podría decirse de todos los psiquedélicos y cualquier cosa relacionada con ellos, pero en el caso de la ketamina es especialmente verdad. En un pasado no tan remoto, la ketamina era una droga oscura consumida por raveros, punkies y demás personajes que habitan en las zonas liminales de nuestra sociedad. Sin embargo, hoy en día en muchos países proliferan clínicas que ofrecen tratamientos con esta sustancia, y que lo anuncian en cuentas de Instagram con miles de followers. A los raveros, punkies y demás psiconautas, que ya podríamos llamar tradicionales, les sigue gustando la ketamina. Pero la movida está en otro lugar, las clínicas de ketamina han venido para quedarse. O quizás no.

Un anestésico disociativo

Si bien llamamos “psiquedélicos” a casi todas las sustancias que modifican la consciencia en una dirección determinada, en particular si la experiencia que suscitan puede tener aplicaciones terapéuticas o desprender un halo de espiritualidad, lo cierto es que la ketamina no es un psiquedélico clásico, como sí lo son la psilocibina, la mescalina, la DMT y la LSD, entre otras. A los farmacólogos les gusta decir que los psiquedélicos son unas sustancias que tienen una serie de características, las más notorias de las cuales son que se acoplan a los receptores 5HT-2A y que no generan adicción. Pues bien, la ketamina no cumple ni la una ni la otra.

Estrictamente hablando, a la ketamina se la considera un anestésico disociativo que tiene su acción farmacológica sobre los receptores NMDA (no confundir con MDMA, nada que ver), en vez de sobre los receptores 5HT-2A. Además, existe evidencia de que la ketamina provoca una fuerte tolerancia (es decir, cada vez hace falta tomar más cantidad para sentir los efectos) y además causa dependencia. En ocasiones se la ha llamado la “heroína psiquedélica” y en festivales de psytrance no es infrecuente ver a personas que consumen grandes cantidades de ketamina de forma constante, hasta agotar existencias.

Los primeros usos, y aún los más habituales, de la ketamina fueron como sustancia anestésica. Su peculiaridad como anestésico está en el hecho de que, por un lado, provoca analgesia (es decir, elimina el dolor) y no causa ni depresión respiratoria ni cardíaca, es más, la ketamina produce una ligera broncodilatación. Esto es interesante en comparación con otros anestésicos/analgésicos, como los opiáceos, que si bien tienen un gran efecto sobre el dolor y provocan una profunda sedación, también producen una intensa depresión cardiorespiratoria (cuando la gente muere por una sobredosis de opiáceos, lo que ocurre es que la droga deprime el sistema respiratorio hasta el punto de dejar de respirar).

Esto es muy útil en una sustancia anestésica, puesto que incrementa su margen de seguridad. Así, en situaciones en las que hay que provocar una anestesia de forma rápida y puede no haber tiempo de calcular la dosis adecuada, la ketamina es una sustancia muy segura. Por ello que haya sido utilizada y siga utilizándose como anestésico en contextos bélicos y hospitales de campaña, así como en las unidades de cuidados intensivos de pediatría.

Y ¿por qué en pediatría? Pues porque uno de los “efectos secundarios” de la ketamina en dosis anestésicas y también subanestésicas es lo que en terminología médica se denomina el “síndrome de emergencia”. Básicamente, esto quiere decir que cuando las personas regresan (emergen) del estado anestésico sufren una serie de efectos imprevistos e indeseados. Alteración de la percepción, sensaciones extrañas, fenómenos psicológicos raros, movimientos musculares involuntarios…; un viaje en toda regla, vaya. De aquí que se diga que la ketamina es un anestésico disociativo.

Se utiliza tradicionalmente en pediatría, pues, entre otras cosas, los niños pequeños no suelen poder quejarse de estos efectos ni explicar lo que les ha pasado. Los adulto sí se quejan. Por ello, para la anestesia en adultos no suele utilizarse la ketamina, y en pediatría suele utilizarse más en lactantes y primera infancia, y menos en adolescentes.

Algunos comentarios adicionales sobre el síndrome de emergencia y el uso de la ketamina en pediatría. No es que este síndrome solamente aparezca cuando los efectos de la ketamina van desvaneciéndose, también aparecen en las fases iniciales de sus efectos. Lo que ocurre es que, como los efectos están subiendo, en muchas ocasiones, la persona no tiene tiempo de darse cuenta de lo que ha ocurrido en las primeras fases de la sedación, y menos aún de recordarlo luego. Otra razón por la que los efectos son más notorios en la salida de la experiencia es porque, cada vez más, los médicos y enfermeras saben aplicar la ketamina de forma más humana y evitan que la persona experimente efectos psicológicos mediante la aplicación de otro sedante, normalmente el propofol, antes de la administración de la ketamina. Así, el infante está agradablemente sedado y dormido cuando se le aplica la ketamina, y evita pasar por un viaje psiquedélico no deseado.

Los médicos y enfermeros que han tenido experiencia de primera mano con la ketamina (pocos, por cierto) se vuelven más conscientes de su poder visionario, y proceden con mayor cautela y respeto a la hora de sedar a sus pacientes.

Sin embargo, lo que nos interesa a la mayoría de los aquí presentes son precisamente estos “efectos secundarios”. Vamos a por ellos.

La experiencia con la ketamina

Los efectos de la ketamina en usos recreativos y psiconáuticos, así como terapéuticos, varían mucho en función de la dosis. En usos hospitalarios como anestésico, las dosis suelen rondar entre 1 y 4 mg por kilogramo de peso, esto es, para un adulto de 70 kg harían falta entre 70 y 280 mg de ketamina por vía intravenosa. Por vía intramuscular, la dosis se incrementa a más de 6 mg/kg, es decir, unos 420 mg para nuestro adulto de peso ideal.

Las dosis recreativas, psiconáuticas y terapéuticas son subanestésicas, es decir, menores que la anestésica. En general, la ketamina se consume por vía esnifada o por inyección intramuscular, y las dosis rondan los 30-150 mg para usuarios sin tolerancia. Por ello, ya vemos que cualquier aplicación de este tipo será a priori farmacológicamente segura (y ahí está una de las claves de la gallina de los huevos de oro, ya veremos).

A dosis bajas, se produce una especie de “borrachera psiquedélica”, en la que uno puede sentir un cierto bienestar y euforia, junto con percepciones alteradas que pueden resultar extrañas y divertidas. Algunas personas dicen tener la impresión de estar subidos en una alfombra voladora.

A dosis más elevadas empiezan los efectos psiquedélicos de verdad. En ocasiones se distingue entre los efectos que uno siente con dosis moderadas-altas y aquellos que ocurren con dosis altas o muy altas. Se han dado distintos nombres para estas experiencias, en particular a aquella que se produce a dosis muy elevadas, que se conoce como “K-Hole” o “agujero k”.

A dosis medias, la ketamina produce un interesante viaje, lleno de percepciones raras, bienestar y euforia (la mayor parte de las veces) y viajes cósmicos. La intensidad puede ser bastante elevada, incluso para psiconautas avezados, aunque normalmente la experiencia no implica retos psicológicos como con otras sustancias. Hay una cierta frialdad emocional, como si tuviéramos menos implicación personal con lo que está ocurriendo. Podemos entrar en contacto con otras dimensiones, entidades, seres, planetas y planos de realidad.

El K-Hole es otro tipo de experiencia, que podríamos describir como el experimentar la consciencia sin sustrato material. La sensación de ego, la percepción del cuerpo, el recuerdo de quiénes o qué somos y dónde estamos, todo ello desaparece. Y se experimenta un estado de consciencia no localizada, un vacío cósmico, pero fértil a la vez, del que todo puede emerger. El yo no existe ni ha existido jamás, pero cuando uno regresa del K-Hole va creándose poco a poco, para sorpresa del viajero.

Ketamina para la depresión y las ideas de suicidio

Ketamina   Variedades de la terapia psiquedélica IV

La ketamina ha ido ganando terreno en el campo de la psiquiatría por sus efectos sobre la depresión y las ideas de suicidio. Algunas personas reportaron de forma anecdótica que tras el consumo de ketamina sentían que los síntomas depresivos y las ideas suicidas disminuían o incluso desaparecían. La investigación tomó estas incipientes observaciones y rápidamente han aparecido clínicas en las que se proporcionan distintos tipos de tratamiento con ketamina, y actualmente existe un aerosol nasal de esketamina (un isómero de la ketamina) disponible comercialmente cuyos resultados parecen prometedores.

Algunas de las ventajas de la administración de ketamina, y en particular en el formato de aerosol intranasal, para el tratamiento de la depresión y las ideas de suicidio son su rápida efectividad, puesto que la mejoría se siente habitualmente desde las primeras aplicaciones (algo que no ocurre con los antidepresivos clásicos, que uno tiene que tomar durante semanas), la seguridad de la aplicación y la facilidad de hacerlo en un contexto ambulatorio, además del coste, pues la ketamina es barata de fabricar (no tan barata para el usuario final, eso sí). El tratamiento es relativamente sencillo, puesto que se van administrando dosis relativamente bajas de ketamina repetidas en el tiempo mientras se evalúa cómo responde el paciente para decidir la duración del mismo. En este tipo de tratamiento se pretende evitar que el paciente experimente efectos psiquedélicos o que si aparecen sean muy leves. El foco está en la farmacología, no en la naturaleza ni el contenido psicológico de la experiencia, que se espera que sea mínimo, y no se trabaja con él.

Pero este es solamente uno de los tipos de tratamiento con ketamina. Existen otros abordajes, en los que se administra la ketamina de forma intravenosa o principalmente intramuscular, en dosis más elevadas, en las que sí se espera que se produzcan efectos psicológicos intensos y que las personas puedan tener experiencias transformadoras en el K-Hole. Estos tipos de clínicas y tratamientos también son de lo más variopintos, desde centros residenciales con un programa multidisciplinar de meses de duración que incluye cambios en la dieta, ejercicio, yoga, meditación y sesiones de ketamina con dosis altas, hasta clínicas ambulatorias que simplemente proporcionan experiencias puntuales con ketamina, también a dosis elevadas, y todas las opciones intermedias que a uno se le puedan ocurrir. Por ello, cuando hablamos de “terapia con ketamina” deberíamos decir “terapias con ketamina”, puesto que a diferencia de las terapias con MDMA y psilocibina, el formato de tratamiento cambia mucho entre una clínica ketamínica y otra.

Los aspectos positivos de la terapia con ketamina es que parece que proporciona un alivio rápido de los síntomas más incapacitantes de una forma rápida. El reto que nos encontramos es determinar si estos cambios se mantienen en el tiempo, y qué hay que hacer para que así sea.

En el caso de la terapia con ketamina, nos encontramos además paradigmas muy distintos. Los psiquiatras se acercan a la ketamina como un fármaco más, que actúa sobre los receptores del glutamato (algo novedoso para un antidepresivo), y tratan de buscar el régimen farmacológico que mejor funcione, como si de un nuevo Prozac se tratara. Los terapeutas psiquedélicos ven en la ketamina una sustancia muy peculiar, que nos proporciona esta experiencia de consciencia mínima y la capacidad de viajar a reinos y dimensiones extrañas y fascinantes, y creen que es precisamente este viaje lo que nos puede proporcionar la curación.

Así que la ketamina nos confronta con el actual dilema de farmacología versus psicología. En el presente estado de medicalización de los psiquedélicos, la ketamina es la sustancia más medicalizada y en la que vemos mayor disparidad de abordajes. Las clínicas proliferan a una gran velocidad y demuestran ser un muy buen negocio, puesto que prometen efectos rápidos y cuasi mágicos, pueden trabajar legalmente sin miedo a represalias, la sustancia puede obtenerse a un precio muy razonable y los tratamientos pueden cobrarse a precios muy elevados. Además, una sesión de ketamina es más corta que una sesión con psilocibina o MDMA, así que se pueden realizar más tratamientos, y resulta mucho más rentable. La ketamina es la sustancia ideal para nuestros tiempos de terapia psiquedélica capitalista y medicalizada: ¡un buen negocio!

(Dicho esto, si hay algún lector en la sala que dirija una clínica de ketamina, estaré encantado de mandarle mi currículum.)

Los pioneros de la ketamina

En esta sucinta reflexión sobre la ketamina, no podemos obviar una mirada hacia el pasado. He comentado en otras ocasiones como el paradigma médico resulta reduccionista y como, en el pasado, los pioneros de la psiquedelia exploraron con mente abierta y con menos sesgos que nosotros las posibles aplicaciones y usos de estas sustancias.

En la historia de la ketamina hay, al menos en mi opinión, tres nombres que merecen especial atención: John Lilly, Marcia Moore y Salvador Roquet.

De Roquet hablamos en el primer artículo que iniciaba esta serie de “variedades de la experiencia psiquedélica”. Roquet fue quizás el primero en llevar la ketamina a los campos elíseos de la terapia psiquedélica y, entre otras cosas, fue quien administró ketamina por primera vez a Stanislav Grof, Richard Yensen y demás miembros del equipo de Spring Groove.

John Lilly es uno de los grandes personajes de la psiquedelia, aunque poco conocido actualmente. Médico, psicoanalista, científico controvertido de vastos intereses y carrera extravagante. Un genio de los de antes. Tuvo experiencias con LSD, investigó sobre comunicación con delfines, fue el inventor del tanque de aislamiento sensorial y estuvo entre los primeros científicos que trataban de comunicarse con potenciales civilizaciones alienígenas en el proyecto SETI. Colega de Ram Dass, estudió yoga y meditación e incluso estuvo en el Grupo de Arica, en Chile, bajo la tutela de Óscar Ichazo (formación en la que estuvo también Claudio Naranjo y que fue la semilla del futuro trabajo con el eneagrama y los cursos SAT).

Lilly conoció la ketamina para tratar de aliviar sus migrañas crónicas y, además de solucionar este problema, la ketamina le abrió mundos inesperados. Por lo visto, lo que a Lilly le gustó de la ketamina en comparación con la LSD (que había tomado en grandes cantidades) fue lo predecible de sus efectos: simplemente había que calcular bien la dosis para llegar a donde uno quería llegar.

A través de sus experiencias con sustancias psiquedélicas, y en particular la ketamina, Lilly formuló una serie de peregrinas hipótesis sobre la consciencia y la jerarquía de ciertas entidades cósmicas con las que se comunicaba. Pero parece que estuvo bajo los efectos de la ketamina durante mucho tiempo, incrementando las dosis y explorando más y más las profundidades de la psique, durante horas, sesión tras sesión, hasta que parece que fue tragado por el K-Hole. Dicen los rumores que en una ocasión estuvo tres semanas inyectándose ketamina cada hora… Y luego trató de convencer a algunos políticos de los peligros de las entidades extraterrestres que había encontrado. Sus colegas científicos empezaron a dudar de su cordura, y Lilly es recordado como un genio excéntrico que consumió demasiadas drogas.

Marcia Moore experimentó extensamente con la ketamina y publicó un libro fascinante que se titula Journeys into the bright world, en el que relata las aventuras ketamínicas que vivió junto con su esposo. La pareja llevó una vida apartada de experimentación intensa. Moore desapareció un día de invierno de 1979 y sus restos fueron encontrados en un bosque cercano a su casa dos años después. Algunas hipótesis dicen que se administró ketamina y murió de hipotermia al quedar inconsciente en el bosque. Sea lo que sea, probablemente el libro de Marcia Moore sea el mejor ejemplo de los mundos brillantes y también oscuros a los que nos puede llevar la ketamina.

La ketamina nos muestra de forma inmediata e implacable las luces y sombras de la psiquedelia. Como decía Kase.O: “Soy culpable de tus días grises, solo astros provocan eclipses”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #286

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