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Pues qué onda, carnalitos, aquí estamos una vez más, adentrándonos con ustedes en el insólito y asombroso mundo de la paradrogología

Pues qué onda, carnalitos, aquí estamos una vez más, adentrándonos con ustedes en el insólito y asombroso mundo de la paradrogología. Si un par de meses atrás habíamos hecho una incursión en el subgénero del narcoprimitivismo –deleitándonos con el más vil asesinato de un escorpión y con el posterior consumo ritual de su aguijón venenoso–, en esta ocasión viajaremos a las mismísimas antípodas del mencionado subgénero, con la intención de desvelar y revelar a nuestros fieles lectores los secretos de aquellas sustancias que nerdroguers y cypheryonis tienen a bien emplear para trascender la Matrix y, algún día, lograr así salvar al Universo sin siquiera haberse levantado del ordenador para pegarse la fiesta y pillarse el colocón

Es la evolución, amigos: “Hombre blanco haber inventado, trabajar estando sentado”, decía La Polla Records en la canción “Ciencia y progreso”. Corrían los años ochenta y mucho ha llovido desde entonces, y más que hemos progresado trabajando estando sentados. Hemos inventado el PC, internet, la telefonía móvil, las videoconsolas, las redes sociales… Y, qué duda cabe, con ellos hemos cambiado nosotros mismos y la forma en que nos relacionamos, nos divertimos y, también, claro, nos colocamos.

Si hace treinta y tantos años las vanguardias juveniles –punkis, heavies, yonquis, pastilleros…– andaban tripando en el monte, rindiendo culto en el parque al Poder de la Litrona o atracando bancos y viejas entre chute y cuchara impregnada de heroína, las vanguardias de hoy –youtubers, tuiteros, nerds…– hacen vida social sin salir de su habitación y sin apenas levantarse de la silla excepto para mear (y los hay que ni eso, tanto que vaticino que si alguna vez rebrota el mercado inmobiliario, las casas de nueva construcción incluirán bidé e inodoro en cada dormitorio, a la vez que desaparecerán las duchas y el salón. ¿Para qué los querría nadie?).

Y es que, ¿para qué salir a ningún sitio cuando se tiene todo a golpe de clic, sin esfuerzo alguno y sin apenas gasto? Colegas: ¡más y mejores que nunca, virtualmente (nunca mejor dicho) ilimitados –y si te cansas de ellos, los borras sin dar más explicaciones y a otra cosa, mariposa!–. Música: ¡toda y by the fucking face, lol! Películas y series: de riguroso estreno, de filmoteca, descargadas o en streaming pero siempre gratis xD (¡Hombre, no! ¡Voy a pagar por verlas en mi habita, si te parece!). Sexo: nadie, pero nadie, nadie había follado tanto en la puta vida, pelín más pixelados estos polvos que los de carne y hueso, eso sí, pero aun con todo sigue saliendo a cuenta por goleada (putos fuckers, all we are). Drogas: aquí queríamos llegar. De nuevo: las que quieras y sin ponerte de pie. Bitcoines por aquí, Tor por allá, y ya se encarga el servicio público de Correos de llevártelas a casa. Y si eres teen o estás en el paro o si a los cincuenta sigues a la sopa boba en casa de tus padres y no te llega para ir de compras por la Deep Web, pues tranquilo que tampoco hace falta que te levantes de la poltrona para pillarte un trozo del 70 ni que vayas a ser menos cool por tener que hacer uso de algo que no pertenezca al mundo de las nuevas tecnologías.

Por un precio que se ciñe a la perfección a los normativos del mundo de la paradrogología (de 3 a 15 euros, porque ya lo dijimos en otra ocasión: cuando se tiene más que eso, 25 por ejemplo, lo más razonable es pillar medio de farla o uno de pitxu y olvidarse de los objetos psicoactivos del “más allá que pá’cá”). Por 5 pavetes, repito, puedes encargar en línea o pedirle a tu madre que te traiga un bote de aire comprimido para limpiar tu PC, tu consola, tu teclado o lo que quieras que se crea que quieres limpiar. Y cuando te lo traiga, pues ya sabes, le haces la trece/catorce y en vez de limpiar vas y te drogas.

Al poco tiempo me pitaban los oídos, la visión se volvía borrosa, la cabeza se me iba. Había dado tres caladas comedidas. Me tumbé un momento, me incorporé para darle una cuarta y no pude hacerlo porque me estaba pegando todo el cebollazo

Un segundo: a ver si me entienden. No les estoy diciendo a ustedes que hagan o que dejen de hacer nada, que ya son mayorcitos, únicamente les estoy contando lo que hace la chiquillería y la juventud (incluidos los jóvenes adultos de cincuenta) para drogarse sin abandonar las trincheras de su habitación, digo del ciberespacio.

En cuanto a los chavales, no se preocupen de que puedan leer esto y descubrir lo que no debieran. Uno: no leen artículos de mayor extensión que las entradas de un microblog. Dos: no leen en ningún soporte que no sea capacitivo. Tres: esto del aire ya lo saben. Y si no lo saben, da igual porque están absolutamente convencidos de que lo saben mejor que nadie, de modo que no se van a molestar en leer lo que cuente alguien que sabe menos que ellos. Cuatro: ningún adolescente se informa sobre drogas, menos aún sin haber tenido experiencia previa directa con ellas. De tal manera que, en el remotísimo y casi imposible caso de que alguno lo leyera, sería porque ya habría probado antes el aire comprimido y con la lectura del artículo tan solo pretendería reafirmar la postura del punto tres y alentarse a no volver a incumplir el punto uno.

Tampoco se preocupen por mí, que, a continuación, como cada mes, pasaré a probar en mi propio organismo los efectos de la sustancia objeto de investigación. Y les digo que no se preocupen porque aquí delante tengo el producto en sí y en él he podido leer: “Bote de aire comprimido para limpiar equipos electrónicos”, bla, bla, bla... Se dan cuenta, ¿no? “Aire”. No es más que eso: aire. Vale, “comprimido”, pero aire… Si colocase, si fuese peligroso, ¿quién coño estaría vivo? Si lo tomamos a diario cientos y miles de veces. Y no digo que no mate, pero lo hace tan pausada y relajadamente que a nada que uno se descuide la acaba palmando antes por méritos propios. ¿Tanto podría cambiar la cosa por comprimirlo y meterlo en un bote? ¿Y qué pasa entonces con las sardinas? Que no, que no, que no tiene lógica, hombre. Pero bueno, que sí, que ya que estamos, vamos a verlo:

Aire

¡La madre que parió a los niñatos estos! Ya lo dijo Gates en sus diez mandamientos: nunca infravalores a un nerd, porque, si se pone (nunca mejor dicho), te puede acabar dando sopa con ondas en tu propio campo.

¡Virgen Santa qué tostao! Veredicto inapelable: droga dura. No es coña.

Tras colocarme el pitorrito del bote en la boca y apretar el espray, inspiré el aire hasta llevarlo a los pulmones. No noté nada destacable más allá de un ligero saborcillo no especialmente rico pero tampoco excesivamente desagradable. Al poco tiempo me pitaban los oídos, la visión se volvía borrosa, la cabeza se me iba. Había cosas del despegue que me recordaban a la keta, otras al popper… Había dado tres caladas comedidas. Me tumbé un momento, me incorporé para darle una cuarta y no pude hacerlo porque me estaba pegando todo el cebollazo. Volví a tumbarme y así me quedé durante ocho minutos de agradable apalanque, desconecte y placentera ensoñación. Pasado ese tiempo volví a encontrarme otra vez operativo.

Ahí dejé la cata, pero posteriormente pude leer y ver en internet testimonios y experiencias directas grabadas en vídeo en los que los efectos que produce el aire comprimido se mostraban mucho más intensos y variados. Podían verse pérdidas instantáneas de conocimiento, reacciones de euforia descontrolada, afectación del habla, relatos de experiencias con tintes psicodélicos y disociativos. Como es lógico, en gran medida las variaciones en los efectos vienen marcadas por la cantidad administrada y por la pauta de consumo (calada corta, media, larga / una calada, tres, cinco…).

Erowid desaconseja el consumo de aire comprimido por entender que los posibles problemas asociados exceden de manera desproporcionada a los posibles beneficios o placeres que pretenden obtenerse con el uso recreativo

Otro factor relevante es, lógicamente, la composición del producto en sí, porque aunque en el bote únicamente indiquen que contiene aire comprimido y omitan cualquier alusión a otros componentes, lo cierto es que sí los lleva. Se trata de gases de diverso tipo que son los que, aparte de reducir el oxígeno que llega a los pulmones, al corazón y al cerebro, por sí mismos provocan los efectos psicoactivos mencionados, que –vuelvo a decirlo– son asombrosamente intensos e inmediatos.

Los riesgos asociados al consumo parecen no ser pocos ni desdeñables, siendo marcadamente significativo que, al respecto, la web de Erowid se encargue de incluir una nota en la que desaconseja el consumo de aire comprimido por entender que los posibles problemas asociados exceden de manera desproporcionada a los posibles beneficios o placeres que pretenden obtenerse con el uso recreativo.

Por lo demás, y como es habitual cuando se trata de estos temas, pude comprobar que fuera y más allá del hermético y reducido círculo de iniciados y contactados que conocemos los secretos y el código fuente de la tercera fase, el mundo exterior sigue inmerso en su crónico mal viaje, atrapado en ese tormentoso bucle en el que las mismas delirantes ideas, medidas e iniciativas que se mostraron inoperantes en el pasado son presentadas una y otra vez para tratar de abordar con éxito las versiones actuales de aquellos viejos retos irresueltos. Así me pude encontrar buceando por la red:

Campañas preventivas con el lema: “No al aire comprimido”.

Información basada en la evidencia del estilo: “No hay una dosis que mata, no hay una sobredosis, no se acumula. Solo puede resultar ser fatal al azar. Es el juego de la ruleta rusa aplicado a las drogas”. “El aire comprimido no solo provoca la muerte. El individuo que lo consuma también puede llegar a matar”.

Detención de usuarios mayores de edad por el mero hecho de consumirlo.

Límite a la compra de más de un bote, presentación obligatoria de DNI y requisitos similares a ciudadanos adultos deseosos de limpiar su ordenador están siendo implantados y exigidos en los comercios y grandes almacenes de algunos estados norteamericanos (alguno de los cuales seguramente tenga regulaciones más laxas para la compra-venta de armas).

Afortunadamente, veo que aquí en España, de una parte la paranoia y el pánico no han llegado a tanto; y de otra, que las medidas adoptadas, a la vez que menos drásticas y absurdas, son bastante más efectivas. Al efecto, baste decir que yo me compré directamente dos botes (no hay límite a la cantidad que uno quiera comprar). Sin embargo, solo he podido usar uno, el otro viene equipado con un sistema de apertura antiniños tan, tan efectivo que no hay Dios que lo abra: ni niños, ni padres, ni perro que le ladre. Y por no volver a salir de casa tampoco me voy a molestar en devolverlo.

En términos de prevención del consumo, la medida antibabies ha tenido, pues, una eficacia del 50% en una población diana (yo) obcecadamente motivada al uso activo de la droga. Un resultado asombroso por el que mataría a su propia madre cualquier preventólogo que se precie. Lo mismo que haría cualquier chypherpunk por dar con un producto que limpiase los sistemas de ventilación del PC con una eficacia tan abrumadora como la que tiene el aire comprimido para PC para saltarte placentera y recreativamente la tapa de los sesos.

Fotos: Alberto Flores

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