Preliminares
Para esta entrega de La tercera fase tenía pensado hablarles de las propiedades de la oxitocina (la hormona del amor), pero las autoridades aduaneras requisaron la materia prima que necesitaba para el artículo y, en consecuencia, me vi obligado a posponer el asunto y tirar de un plan B.
Para esta entrega de La tercera fase tenía pensado hablarles de las propiedades de la oxitocina (la hormona del amor), pero las autoridades aduaneras requisaron la materia prima que necesitaba para el artículo y, en consecuencia, me vi obligado a posponer el asunto y tirar de un plan B.
Recordé, entonces, que a la hora de hablar de la oxi con los mandamases de esta revista me sugirieron que “estaría muy bien una tercera fase donde el autor apareciese acompañado de una psiconauta cariñosa…”, y automáticamente vi la luz, puesto que la transcripción de lo que me había pasado apenas unos días antes con mi chica valía perfectamente como relato de un encuentro en la tercera fase. De modo que, adelante.
¿Y cómo es ella?
Mi chica es… ¿Cómo definirla? A ver… Si Dios hubiese nacido en Bilbao sería como ella: uno, trino y dos veces trino. Eso es. Así es ella. Los no creyentes dirían que tiene varias personalidades: María del Monte Carmelo es aquella que exclama cosas como “¡Ave María, puritisísssima!” cuando oye palabras como trío, por poner un ejemplo; Carmensita es la que acude a exposiciones de El Bosco y lee libros como Tomates verdes fritos; La Menchu es la que se apunta a un bombardeo aclarándote primero que donde lamen chu, lamen three, lamen four…, y Carmen es la mediadora, educadora, psicóloga y trabajadora social que trata inútilmente de poner orden entre ellas cuando la cosa se sale de madre: “¡Así no, Menchu, así no!”; “María del Monte, ¡por favor!, espabila”; “Carmensita, tía, déjala que se divierta a su manera…”.
Con la que yo me encontré aquel día fue, adivinen…
–Con la mediadora.
–No, capullos, con la del bombardeo.
¿Y a qué dedica el tiempo libre?
Estaba ella en un bar vacilando al personal:
–A ver, Flaco… cincoporcuatroveinte, ¿más uno?
–21.
–No, tío, 22.
–¿Pero qué dices?
–Que sí, hombre, cincoporcuatroveinte más uno, 22; que no es lo mismo que cinco por cuatro, veinte, más uno, 21.
–¿Pero tú qué te crees, pendeja, que vas a ser más lista que yo?
–Que no, Flaco, no te ralles, tú piénsalo con calma y ya me contarás…
Y a por el siguiente que se va (nota: solución al vacile, al final de este texto).
–Tú, fugitivo, ¿cómo se corren los esquimales?
–Sin sacarla para que no se les congele.
–¡Error!
–Entonces, ¿cómo?
–Trae que te lo enseño.
Coge mi copa, le saca tres hielos, los agarra con una mano, la agita con gesto masturbatorio, aprieta el puño, los hielos salen despedidos por el aire y dice:
–A cubitos.
–Jajajaja.
–Ays, fugi, se me olvidó decirte que si te hacía gracia me invitases a un tiro.
–Jajajajaja, eso está hecho. Andando, que yo te sujeto mientras te lo metes, no te vayas a caer de bruces.
Tiro por aquí, cubitos y copas por allá, pastillacas… En fin, como dice la canción: “el rollo de siempre”… Hasta que acabamos en su casa con un cargamento de doce latas de cerveza, algo de farla y un par de pastis.
¿En qué lugar se enamoró de ti?
Nada más llegar, en lo que yo fui al baño a rizarme las pestañas, la Menchu preparó un chill-out con todas las de la ley. Yo me tumbé a un lado, pegadito a la pared, y ella, en lugar de tumbarse en el espacio de metro y medio que quedaba libre, se dejó caer como un peso muerto en los dos milímetros que nos separaban a la pared y a mí. Con un par de estiramientos y unos empujoncitos estratégicos se quedó con mi sitio y se puso plácidamente a escuchar cancioncitas en su móvil, a lo que yo, cariñosamente, la tapé.
–¡QUE NO ME TAPES! –gritó a la vez que se quitaba el edredón de un manotazo.
Entre palique y palique, caían las rayas y las birras iban quedando desechadas tras el primer trago por quedarse calentorras…
–¡¡¡QUE TE HE DICHO QUE NO ME TAPES, JODERRRRR!!!
–OK, pero péinate bien, mi amor. –Y tras pasarme los dedos por la lengua le restregaba la palma de la mano por el flequillo para alisárselo.
–¡TE MATO, TE JURO QUE TE MATO!
Y en estas que coge mi móvil y ve una imagen que me habían enviado en la que sale una mujer desnuda en escorzo desde las piernas y con la vagina cubierta de lacasitos. A lo que exclama.
–¿A sí? ¡¡¡Pues ahora mismo me pongo un kit-kat en todo el parrús!!!
–Pero péinate primero, cariño…. –Manotazo con babillas que es correspondido por su parte con un cigarrillo incandescente estrujado a mala hostia en mi antebrazo, por majo.
Mientras busca el kit-kat, yo cojo una birra, la abro, le pego un trago…
–Ahhhhh, qué fresquita.
Se da cuenta de que es la última lata fría y se abalanza sobre ella como una fiera. Resisto con todas mis fuerzas para que no me la quite. La tenemos agarrada entre los dos, cada cual con ambas manos. La lata no soporta tanta presión y empieza a abollarse por todas partes, hasta el punto de que comienzo a temer seriamente por su integridad y decido soltarla. Menchu aprovecha mi debilidad y de un salto se tira a la cama, quedándose tumbada bocabajo, con la cabeza por fuera del colchón y el cuerpo tendido en diagonal…
La veo beber ávidamente, con la camiseta subida a mitad de la espalda y las braguitas de –según sus palabras– “paleta y chonaaaaza” que unos días antes yo mismo le había regalado por su cumpleaños. Reacciono instintivamente: me tiro encima suyo, le bajo las bragas, se la meto y empiezo a dar embestidas con la fuerza precisa para que ni pueda beber ni se le caiga la lata.
–¡Qué hijo de puta! –dice mientras trata inútilmente de dar otro trago.
Se resiste, pero tengo la situación completamente controlada y con precisión quirúrgica consigo abortar todo intento suyo de volver a beber. Finalmente, se rinde y deposita la lata en el suelo.
¿Y cómo acabó la historia?
Con el dulce sabor de la victoria me recuesto plácidamente sobre mi espalda mientras ella se incorpora, se acerca a la mesita, me mete un trozo de pastilla en la boca y me acerca la lata.
–Pero, tía, ¿qué me has dado?
–Un poquito de pasti.
–Joder, Menchu, para lo mal que sabe dame una entera, no un cacho.
–Es que es la última.
–¿Y qué? Anda, pásamela…
–Toma.
–Qué dices de un trozo, ¡¡¡si a esto le falta la mitad!!!
–Que no, mírala a la luz…
–A la luz y a la sombra le sigue faltando la mitad.
–Que no, tonti, que le falta una esquinita, mírala bien… Que te lo digo yo, que soy delineante.
Entonces, dibuja unas líneas imaginarias por el aire, lanza unos silbiditos, “fiuuu, fiuuu, fiuuu”, se agacha, empieza a hacerme una mamada, para y me suelta:
–¿Cómo se corren los pastilleros?
–A pastillazos, jajajaj –digo mientras hago un gesto masturbatorio acompañado de otro “fiuuu, fiuuu, fiuuu” según eyaculo las pastillas imaginarias.
–Jajajajaja.
–A todo esto, ¿dónde está la pasti?
–En tu polla.
–Jajajaja.
–Jajajajaja.
–Venga, capulla, ¿dónde está la pasti?
Busco, inquieto, por la cama y entre mis calzoncillos.
–Ya te lo he dicho: en tu polla.
–Sí, claro…
Vuelvo a hacer el gesto de correrme mientras expulso pirulas, cuando percibo un inquietante brillo en sus ojos y… un escalofrío me recorre el cuerpo entero.
–¡NO!
–Que sí, tío, en tu polla.
–No será verdad… no serás capaz –empiezo a gritar al tiempo que voy explorándome, tanteando con los dedos en busca de un cuerpo extraño…
–¡¡¡DIOSSSSSSSSSSSSS!!!!! ¡DIOSSSSSS!!!! ¡¡¡DIOSSSSS!!!! ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!!! ¡¡¡DIOS MÍO!!! ¡¡¡HIJA DE PUTAAAAAA!!! ¡¡¡ME HAS METIDO UNA PASTILLA EN LA POLLA!!!! NO, NO, NOOOOOOOOOOOOO…
Efectivamente, la fugitiva loca de la Menchu me había metido un pedazo pastillaca de 220 mg de MDMA entre el prepucio y el glande… Y ahí estaba, descojonándose viva mientras yo trataba de sacármela al tiempo que imágenes de amputaciones, erupciones, explicaciones peregrinas en urgencias… pasaban a toda hostia por mi mente y me ponían los huevos de corbata.
Cuando por fin la saqué, con los bordes desechos, pringosa y chorreante de babas y de líquido preseminal, la Menchu la cogió, la partió en dos con los dientes, me metió una mitad en la boca, la otra mitad en la suya, me dio un buen morreo y sentenció:
–Me han gustado los preliminares… Ahora, al lío
Cinco por cuatro (5 x 4) es igual a veinte, más uno, 21.
Peeero, cincoporcuatroveinte (5 x 4,20) es igual a 21, más uno, 22.