Urracas
Viajar está muy bien, mola y se ven y se aprenden muchas cosas nuevas. No obstante, sin salir de casa también se pueden ver cosas sorprendentes.
Viajar está muy bien, mola y se ven y se aprenden muchas cosas nuevas. No obstante, sin salir de casa también se pueden ver cosas sorprendentes. Asomado a la ventana de mi habitación yo he llegado a contemplar preciosos ríos de aguas azul turquesa cubiertos de hermosas y coloridas flores tropicales; he visto llover centenares de miles de diminutas ranas azules, amarillas, rosas y rojas fosforito. Y hasta he tenido la ocasión de presenciar colisiones interplanetarias. Pero tampoco hace falta estar drogado para que la vida se nos muestre en todo su esplendor al pie de la ventana. Tan solo es necesario pasar el tiempo suficiente y, tarde o temprano, algo digno de ser mencionado y recordado pasará.
Acosadoras
Durante mi adolescencia, enfrente de mi casa se extendían unos cuantos descampados (no vean lo cucos y coloridos que quedaban bajo la lluvia de ranas fosforescentes). El más cercano empezaba a apenas diez metros bajo mi ventana, y en él muchas veces tenía la oportunidad de observar escenas de caza entre felinos, pájaros y roedores que nada tenían que envidiar a las tomas de National Geographic. De todas ellas, la que más me asombró fue una en la que una pareja de urracas se dedicó machaconamente a vacilar y a putear a un gato adulto y fornido al que en otras ocasiones había visto cazar de forma implacable a otros bicharracos. Las urracas le tentaban, le esquivaban, le insultaban con la misma prepotencia y chulería de una pandilla de adolescentes haciendo bullying en el patio del colegio. Y al gato, como a la prototípica víctima de este tipo de acosos, se le veía consternado, impotente y resignado: él mismo sabía que no era rival para ellas y que lo único que podía hacer era aguantar con estoicismo hasta que se fueran a dar la paliza a otra parte.
Inteligentes
Lo que no sabía yo por aquel entonces era que las urracas son unos pájaros increíblemente peculiares. Las urracas figuran entre los más inteligentes de todos los animales. Tienen una gran capacidad de comunicación con sus congéneres. Son capaces tanto de avisarse de peligros como de engañarse para ocultar alimentos. Pueden tirarse horas hablando en pareja (es una de esas especies que practica la monogamia para toda la vida). Imitan los sonidos de otras aves y, si son enseñadas, aprenden a decir palabras y frases cortas como los loros. Reconocen a las personas de forma individual y, si se relacionan de forma habitual con ellas, las designan con un sonido específico y exclusivo para ellas en concreto (es decir, les ponen un nombre). Al igual que los primates y que los delfines, se reconocen en un espejo. Todo parece indicar que practican un tipo de rito funerario cuando se topan con un congénere muerto: cantan durante largo rato y depositan hierbas o pajas a su lado.
Drogadictas
Evidentemente, las urracas se drogan. A fin de cuentas, a día de hoy –habiendo sido documentadas más de 380 especies que se drogan– se está aceptando que todos los animales lo hacen. Sin embargo, al abastecerse de sustancias psicoactivas mediante la ingesta de frutos, bayas, hojas y hongos, la gran mayoría únicamente pueden pillarse la trompa, la mona, la merluza, el cebollazo o lo que buenamente proceda en los puntuales y periódicos momentos en que el reino vegetal se digna a florecer y a fructificar.
Quienes consiguen escapar a esta regla son pocos: los humanos, que han conseguido dominar los secretos y las técnicas del cultivo, de la maceración, de la destilación, de la química y de la farmacología; la Formica sanguinea, una hormiga que rapta las larvas de unos pequeños escarabajos para que, una vez hayan crecido, convertirlos en sus esclavos y colocarse perpetuamente con el elixir psicoactivo que guardan en sus abdómenes; los delfines, que se drogan con la tetrodotoxina del pez globo (y otros animales que se droguen consumiendo drogas animales) y pocos más, además de, sí, las urracas.
Estas aves están perfectamente adaptadas al hábitat humano, son omnívoras, no le hacen ascos a nada y le echan un descaro y un morro al asunto que, si de ponerse se trata, les permite hacerlo cuando les plazca y siempre a costa del contribuyente, puesto que, cual yonquis con alas, ellas conocen bien mil maneras de buscarse la vida.
Sociables, extrovertidas y con mucha jeta
Al efecto y a modo de ejemplo ilustrativo, vean, si no, el testimonio que amablemente nos han remitido David Pitu, Florian Novak y Ángel Ramiro. Habla Pitu:
“Estábamos currando y coincidí con dos compañeros con los que normalmente no suelo coincidir. Y bueno, pues después del trabajo quedamos para tomar unas cervezas en el parque de al lado del curro. Total, que estamos tomando unas cervezas y se planta una urraca a menos de un metro nuestro y allí se queda esperando. Al rato se va y vuelve con un turulo en la boca. Nos hizo gracia y le echamos un poquito de cerveza a ver si se la bebía… Y se la bebió. No contentos con eso, como estaba allí haciéndonos compañía y ya llevaba más de una hora con nosotros, pues también le dimos un cigarro a ver si lo quería… Y también lo cogió. Se lo llevó, lo masticó y volvió a venir. Le dimos otro y se subió al árbol con el cigarro (a las fotos me remito). Después, volvió a bajar, le dimos patatas y allí se quedó con nosotros más de dos horas y media, la urraca yonqui. Lo que no sabía es que hablaban. Nos fumamos un par de macas (de eso no le dimos, claro, que sale caro), y si llega a hablar hubiésemos flipado pepinillos y pensado que menuda mierda más buena habíamos pillado. Ja, ja, ja”.
Queridos lectores, apreciadas lectoras, si han tenido ustedes un encuentro en la tercera fase y quieren compartirlo con nosotros como lo han hecho Pitu, Novak y Ángel, pueden hacerlo escribiendo a: eduardohidalgo@gmail.com