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Una guerra imaginaria para una droga imaginaria

Hace unos años hubo una controversia relacionada con las denominadas “ciberdrogas”, unas composiciones sonoras que en teoría provocan efectos psicoactivos en el que las escuche. En teoría funcionan a través del batimiento acústico, un fenómeno auditivo basado en la discordia entre dos sonidos. ¿Realmente te puedes colocar escuchando una pieza de audio?

Hace unos años hubo una controversia relacionada con las denominadas “ciberdrogas”, unas composiciones sonoras que en teoría provocan efectos psicoactivos en el que las escuche. En teoría funcionan a través del batimiento acústico, un fenómeno auditivo basado en la discordia entre dos sonidos. ¿Realmente te puedes colocar escuchando una pieza de audio?

El batimiento acústico ocurre cuando dos ondas sinusoidales con frecuencias ligeramente diferentes suenan a la vez y se genera una interferencia con un sonido muy peculiar. Si tocas un instrumento, has oído el fenómeno cuando haces sonar dos notas ligeramente asonantes.

Una serie de compañías producen piezas de audio basadas en el batimiento, añadiendo sonidos varios como instrumentos, sonidos de naturaleza, ruido blanco, etc., y aseguran que al escucharlas se producen efectos psicoactivos. Para respaldar esta afirmación se basan en una serie de estudios que demuestran que escuchar batimiento acústico provoca cambios en la actividad del cerebro que se pueden medir con un electroencefalograma. Dejando de lado lo esotérico, el batimiento es una ilusión auditiva muy interesante. Cuando el cerebro escucha dos tonos, uno en cada oreja, con una diferencia de cuarenta hercios como máximo, se crea la ilusión de un tercer tono en el interior del cráneo, más o menos en el espacio entre las dos orejas. El fenómeno se descubrió en 1839; la teoría es que te permite escuchar sonidos por debajo del rango auditivo del oído humano, y que al escuchar estos sonidos tu cerebro se “sincroniza” a la onda que se genera. Sin embargo, cabe remarcar que la mayoría de los estudios publicados al respecto no encuentran un efecto o cambio significativo sobre el cerebro.

Estas compañías venden “canciones” con nombres como Marijuana, Gates of Hell (‘Puertas del infierno’) o LSD Acid Trip Simulation (‘Simulación de un viaje de LSD’), y aseguran que cada una genera un efecto psicotrópico parecido a su título. Para entender un poco más el fenómeno, vale la pena dedicar un par de minutos a buscar en YouTube “iDoser marijuana”, ponerse unos auriculares y ver qué pasa. Que no te sorprenda si eres como la mayoría de gente y no sientes nada remotamente parecido a lo que es consumir marihuana. Según dicen, los vídeos gratis solo tienen un res por ciento de la potencia de los pagados, afirmación que no respaldan con ninguna prueba.

Aplicando un poco de sentido común y vista la poca eficacia de estas grabaciones, podríamos pensar que este fenómeno sería rápidamente olvidado. Sin embargo, sabemos que el sentido común no abunda. Y es que en Estados Unidos el fenómeno de las ciberdrogas se publicó extensamente en las noticias, se prohibió en varias escuelas e incluso hubo recomendaciones de agentes de la ley de vigilar este “peligroso fenómeno”. El argumento principal es que un adolescente vulnerable podría encontrar estas ciberdrogas y, al quedarse corto de efectos, ser arrastrado a la droga de verdad. En algunas escuelas hasta se prohibió el uso de MP3 para evitar que los jóvenes fueran expuestos a este grave peligro.

Unos cascos y un móvil, ¿suficientes para colocarte?

Es posible que el batimiento acústico provoque algunos efectos en alguna gente, y hay quien asegura que escuchar estas grabaciones les provoca cambios de consciencia. Incluso hay foros dedicados a usar el batimiento como herramienta para la meditación, así que uno podría llegar a argumentar que las ciberdrogas no son una verdadera estafa. En cualquier caso, es difícil imaginar argumentos válidos para prohibir escuchar ciertos sonidos. El fenómeno de las ciberdrogas nos muestra que en algunos sitios se ha llegado a tal extremo de miedo que la mera mención de la palabra droga causa pánico entre las masas de padres preocupados, llevando a los poderes del estado a proponer legislación para protegernos de nosotros mismos. En cierta manera es triste vivir así, asustado porque en cada esquina acecha un peligro capaz de arrastrarnos a la mala vida, sin importar nuestra fuerza de voluntad. Esto no significa que haya que demonizar la regulación, ya que es necesaria para mantener una sociedad sana. Ningún menor de edad debería tener libre acceso a sustancias psicotrópicas, así como parece apropiado regular la publicidad del tabaco y el alcohol. Desde luego, ninguna compañía debería poder hacer campañas para fomentar el consumo de cualquier sustancia psicotrópica. Sin embargo, hay una gran diferencia entre prohibir la publicidad o restringir el acceso de menores a psicotrópicos, y prohibir rotundamente una sustancia o actividad que genere cambios anímicos.

Mi opinión personal es que las ciberdrogas no pueden hacerte sentir nada que no puedas sentir meditando o viendo una película particularmente emotiva; si es así, no veo mal regular su “consumo” como se hace con las recomendaciones de edad de las películas. Hasta me parecería razonable aplicar estas restricciones a actividades que actualmente están completamente prohibidas, ya que la prohibición absoluta no ha dado grandes resultados, y más que disuadir el consumo lo fomenta. No hay datos sobre el consumo de ciberdrogas, pero como ejemplo claro tenemos el consumo del cannabis, según porcentaje de población: es bajo en países con leyes permisivas (España, 9,2%; Holanda, 8%; Portugal, 2,7%) y alto en países con una política de drogas agresiva (Islandia, 18,3%; Estados Unidos, 16,2%; Canadá, 12,7%).

Al final, el impacto del fenómeno del batimiento acústico fue mínimo, con una moda corta hacia el 2010 en Estados Unidos y algún pico de popularidad años después en países como los Emiratos Árabes. Por lo tanto, no hace falta que nadie se preocupe de los posibles problemas que puedan ocasionar las ciberdrogas. No obstante, se nos presenta una buena oportunidad para reflexionar sobre la conveniencia y efectividad de la regulación del consumo o su prohibición, sea de ocio o de sustancias. Podríamos valorar, por ejemplo, prohibir la siguiente canción del verano en el caso que cause demasiado dolor de cabeza. Eso tampoco estaría mal.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #243

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