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Bitcoines, DMT y extraterrestres

Elucubraciones en torno al hiperespacio

Mi primer contacto con la misteriosa sustancia N,N-dimetiltriptamina (DMT) no duró más de diez minutos pero cambió mi vida para siempre. ¿Dónde había estado y por qué resultaba tan real y fundamentalmente trascendente?

Caliento el clavo de titanio con un mechero hasta que se pone al rojo vivo. Expulso todo el aire de los pulmones mientras una mano amiga vierte cincuenta miligramos de DMT sobre el clavo. En contacto con la superficie candente, el polvo amarillento se vuelve vapor y empiezo a aspirar. Un humo blanco y espeso describe cada curva de la pipa hasta llegar a mi boca. Sabe a tierra. Inhalo con fuerza todo lo que puedo y aguanto. Empiezo a contar… 1, 2, 3, 4…. Boom!

Mi cuerpo vibra intensamente. Veo miles de colores pasar ante mis ojos. Hay un sonido ensordecedor y todo me da vueltas…; de pronto, ya no estoy aquí. Tardo unos segundos en poder enfocar. Es como mirar a través de las mil caras de un diamante pulido. Hay mucha luz. Escucho una voz que me habla: “No tengas miedo”… No voy ni a intentar describir el ser que veo ante mis ojos. Yazco en sus brazos y me habla en un tono maternal. Me siento totalmente indefenso, ínfimo. “No tengas miedo, todo va a estar bien”. Bajo la mirada hacia mi pecho y veo un chorro de energía en forma de luz verdusca que emana con fuerza. De mi garganta brota luz azul, igualmente extática pero sutilmente diferente. Finalmente, otro chorro de energía se abre en mi coronilla: la luz más blanca e intensa que jamás haya visto lo envuelve todo. Esta Diosa –inmensa– alarga su mano huesuda y tétrica y con el índice me toca el interior de la boca. Un bloque perfectamente cúbico de sabor metálico y del tamaño de un azucarillo se forma sobre mi lengua. Pesa y está caliente. La miro alucinado, incapaz de descifrar su rostro. Me quedo así en sus brazos durante varios minutos, con el cubo en la boca y perforado por chorros de energía. Se despide. Desaparece dejándome exhausto, confundido y llorando lágrimas de felicidad. Muy poco a poco vuelvo a la normalidad.

Mi primer contacto con la misteriosa sustancia N,N-dimetiltriptamina (DMT) no duró más de diez minutos pero cambió mi vida para siempre. ¿Dónde había estado y por qué resultaba tan real y fundamentalmente trascendente? Varios viajes más tarde –incluyendo una abducción extraterrestre de libro– empecé a entender que se trataba de una ventana a un lugar único y cercano conocido como “hiperespacio”; una realidad paralela muy próxima, de altísima carga espiritual y simbólica, y poblada por todo tipo de seres inteligentes: dioses, duendes, ángeles, viajeros interdimensionales… Es importante aclarar que no solo a través de las drogas se puede llegar a este lugar. Experiencias cercanas a la muerte, visiones místicas, apariciones, posesiones y tal vez los fenómenos ovni son algunas situaciones en las que la realidad se fractura y el hiperespacio parece colarse –si bien fugazmente– a este lado del velo. El resultado de estas experiencias suele ser transformador, imborrable y muchas veces determinante en la actitud frente a la vida de quienes lo experimentan. Hay voces que sostienen que toda experiencia de índole mística o sobrenatural puede estar de una manera u otra relacionada con la molécula DMT, generada natural y constantemente por nuestro organismo. Podría ser. En cualquier caso, me resulta más interesante la siguiente pregunta: ¿por qué se producen este tipo de fenómenos? Y si son reales, ¿en qué sentido lo son?

Ovnis, esas ventanas al más allá

Jacques Vallé –astrofísico y experto en informática que sirvió de modelo para el personaje investigador francés, Lacombe, en la película de Spielberg Encuentros en la tercera fase– ha escrito varios libros muy interesantes acerca de los ovnis. Vallé cree que estos fenómenos son reales –quienes los protagonizan no tienen ninguna duda de que lo que han visto y vivido les ha ocurrido de verdad–, pero cree que la respuesta al misterio que presentan puede no ser tan simple como pretenden tanto fanáticos como escépticos de los platillos voladores. Los ovnis han existido a lo largo de toda nuestra historia y siempre han recibido una explicación consecuente con el paradigma del momento. En la antigüedad, los ocupantes fueron considerados dioses; en la edad media, magos; en el siglo xix, genios científicos, y en nuestro tiempo, viajeros interplanetarios. La clave para entender el fenómeno se encuentra en los efectos psíquicos que produce en individuos y grupos. En su esencia, el fenómeno debe incluir un toque de absurdo, de manera que se produce un rechazo en la mayoría de las personas, a la vez que una profunda interiorización a nivel subconsciente de los símbolos transferidos por el encuentro.

Si repartieran DMT a la entrada, todas las iglesias estarían llenas. En este mundo todos podríamos hacer uso de un poco de magia para guiar nuestra consciencia

¿Son los ovnis –igual que la DMT– ventanas al más allá? No hay nada que apoye esta hipótesis y, sin embargo, en vista de la continuidad histórica del fenómeno, es una alternativa que debemos considerar. Vallé sostiene que este tipo de fenómenos suponen una evidencia de la existencia de otras dimensiones además de la del espacio-tiempo, y que estos objetos y seres pueden no proceder de este universo, sino del multiverso que nos rodea y que, a pesar de las muchas evidencias que señalan en ese sentido, nos negamos a considerar. Al igual que otros investigadores, cree que a nuestro alrededor existe un sistema que trasciende tanto el tiempo como el espacio. Algunos de quienes así piensan nos ven indefensos ante una inteligencia alienígena que es capaz de hacerse pasar por un invasor marciano, un dios primigenio o la mismísima Virgen María. Vallé es algo más optimista y cree que eventualmente el hombre será capaz de entender la realidad ulterior que representan este tipo de fenómenos. Opina que de manera similar a como funciona un termostato en nuestro hogar, existe un sistema espiritual de control para la consciencia humana y que fenómenos paranormales son una de sus manifestaciones. En cuanto a quién controla el mecanismo, no es capaz de decidirse. Podría tratarse de un fenómeno natural y espontáneo; ya sea genético, psicológico o simplemente un hecho ordinario; o, de ser artificial, podríamos estar en manos de un poder sobrehumano.

Seres reales o fantasmas de nuestros propios sueños

¿Ha sido el sujeto X deliberadamente expuesto a una falsa aparición de seres espaciales? ¿Cuál podría ser el objeto de una broma tan elaborada? ¿Quién podría permitirse una trama tan compleja para un resultado aparentemente tan ínfimo? ¿Es la mente humana capaz de engañarse a sí misma de esta manera, o deberíamos suponer que una raza avanzada en algún lugar del universo y desde algún momento del futuro nos ha estado representando óperas espaciales en 3D desde hace unos dos mil años en un intento por guiar nuestra civilización? ¿Podría la imaginación ser una fuerza a la altura de dogmas, estructuras políticas y ejércitos a la hora de forjar las acciones de la humanidad? En tal caso, ¿podría utilizarse esta fuerza?, ¿está siendo utilizada? ¿Hay una ciencia del engaño funcionando a gran escala o puede la mente humana generar sus propios fantasmas, en una creación mitológica y colectiva formidable?, ¿es necesaria esta mitología para abarcar el abismo inmenso que se abre más allá del presente sinsentido? He aquí dicha mitología, ¿pero quién nos la presenta?, ¿son seres reales o los fantasmas de nuestros propios sueños?

Nos hablan a nosotros, en nuestra lengua materna, no a científicos en un lenguaje sofisticado e incomprensible. No importa de dónde vengan, lo que importa es el mensaje que nos transmiten –el rastro que deja en el testigo humano, que es el único vehículo tangible de esta historia–. Este tipo de experiencias son agitadores sociales que nos provocan para que nos revelemos ante nosotros mismos y en contra del régimen estricto de nuestra existencia hipermaterialista. Creo que fue Terence McKenna quien dijo que si repartieran DMT a la entrada, todas las iglesias estarían llenas. En el mundo al que nos enfrentamos, con sus crisis políticas y sociales; crisis identitarias y humanitarias; calentamientos globales y mentales…, todos podríamos hacer uso de un poco de magia para guiar nuestra consciencia.

DMT
Ilustración: Ramón Sanmiguel

Los bitcoines que llegaron del hiperespacio…

Hay algo sobre lo que leí cuando investigaba el tema que nos ocupa que resuena en mi mente estos días en que el bitcóin ha roto la barrera de los dos mil dólares y cada vez parece afianzarse más como una alternativa real. Los individuos contactados por razas alienígenas suelen concurrir en ciertos temas evidenciados por sus galácticos interlocutores; pautas necesarias para sacar a la humanidad del siniestro final al que parecemos abocados. Entre estos temas, uno me llamó la atención por su inverosimilitud: la insistencia en que una economía mundial es necesaria y la creencia en que esta podría crearse –en la complejísima trama de intereses en la que vivimos– de la noche a la mañana. No puedo evitar acordarme de Satoshi Nakamoto, inventor de Bitcoin –una proeza matemática a la altura de muy pocos–, y que en realidad bien podría ser una visitación del hiperespacio. Satoshi nunca reveló información personal en sus mensajes y aún existen muchas dudas sobre su verdadera identidad. Como primer minero, obtuvo bitcoines desde su génesis y durante los diez días sucesivos exclusivamente. Nada se sabe de él desde el 2011. A día de hoy estaría sentado sobre una montaña de más de un billón y medio de dólares, pero nunca ha tocado ese dinero. Ha desaparecido habiendo puesto en marcha una rueda que en su esencia contiene la potencialidad de rodar por encima del sistema monetario mundial y tal vez hasta del orden establecido. Su propio nombre, Satoshi Nakamoto, es altamente sugerente, podría traducirse como ‘aquel que proviene de la fuente de la sabiduría’.

La última frontera

Es difícil imaginarse una respuesta a lo que somos sin considerar en la medida justa estas experiencias que, a fin de cuentas, nos hablan de nosotros mismos. Poco se ha hecho de momento por comprender de una manera sistemática –científica– lo que conocemos como hiperespacio. Es cierto que es una materia elusiva, que participa de proposiciones que se escapan a nuestro paradigma científico actual. Sin embargo, parece que todos los caminos nos llevan inevitablemente aquí. Esta es realmente la última frontera a conquistar. A falta de esfuerzos institucionales, de momento contamos con las experiencias de viajeros y exploradores que, de alguna manera u otra, han sido atraídos hacia estas extrañas orillas. Sus relatos apuntan a un orden detrás del aparente sinsentido, si bien cualquier tipo de respuesta es imposible de formular. Como en todo, lo mejor será que se hagan su propia idea. Planeen un viaje al hiperespacio y nada a su regreso volverá a ser igual. Garantizado.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #239

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