En la ciencia contemporánea actualmente todavía seguimos hablando de los objetos según las categorías construidas por los sentidos, y los investigamos en términos de rasgos atribuidos a ellos por los órganos sensoriales. Incluso las entidades hipotéticas, como las partículas elementales y los campos de fuerza, se disfrazan de forma para que se parezcan a las cosas con las que estamos familiarizados.
Pero si exploramos a fondo la realidad comprobamos que sucede algo muy distinto. Este hecho es muy contraintuitivo, puesto que el sentido común nos dice que cada objeto existente en el mundo tiene una estructura única, que es inherente al objeto. Sin embargo, los objetos en un universo no-observado no tienen estructura, forma, color o apariencia individual, porque las apariencias están creadas por la mente. Según esta nueva forma de pensar sobre los fenómenos materiales, en lo que se equivoca la ciencia actual es en la creencia ingenua de que existe una verdadera realidad exterior que percibimos correctamente, tal cual es. Lo que percibimos es la realidad descrita según nuestro modelo humano del mundo.
Lo que captura nuestra mirada son fragmentos de luz, oscuridad y color que se mueven con rapidez. Estos datos alimentan el cerebro para que este los interprete. Finalmente, en el paso más difícil, el cerebro ofrece a la consciencia una imagen codificada. La capacidad de visión es tan importante que para muchos animales más de dos tercios del cerebro se dedican a la visión; lo que es muy cierto en el caso del hombre. La visión no evolucionó para que las criaturas tuvieran una visión pura, o sea para ver claramente la realidad. Lo que de hecho ven las criaturas, y en particular el modo en que ven, es una adaptación compleja causada por necesidades prácticas. Estamos obligados a creer que nuestros esquemas para dividir el mundo en objetos son reales, porque dicha creencia es necesaria para existir.
Todo lo que conocemos está un paso alejado de la realidad. En este sentido podemos decir que la visión es indirecta. Recordemos que existen lesiones tan específicas que el paciente solo se ve impedido en el reconocimiento de una categoría, por ejemplo, los frutos y vegetales.
Es tal la fuerza de la ilusión en que vivimos que aunque pudiéramos tener dudas sobre lo que podríamos llamar el realismo directo, nos vemos obligados en la vida cotidiana a creer en él, aunque esté totalmente demostrado que gran parte de lo que consideramos el mundo material está creado por la mente animal.
Más allá de nuestra experiencia sensorial, y produciéndola, existen fenómenos físicos del mundo real. Pero este mundo, tal cual, es inaccesible para nosotros y no puede ser conocido directamente. Nos vemos obligados por la naturaleza a creer que el modo en que se nos aparecen los objetos es tal y como parecen. Sin embargo, fuera de nosotros no se parecen a nada, puesto que la apariencia que tienen es una creación mental, no algo objetivo y físico.
Toda criatura viva tiene su propia partición y representación del mundo, su modo de recortar el mundo que percibe en cosas separadas y distintas que constituyen la realidad. El modo en que dividimos nuestro entorno en objetos y otras cosas determina nuestro modo de vivir y el modo en que vemos la realidad. Dicha segmentación se forma gradualmente en tiempo evolutivo y forma parte del genotipo de cada especie. Por otro lado, nuestro modelo básico del mundo tiene sus raíces en la noche de los tiempos, y lo compartimos con los primates. Lo hemos ampliado y en un futuro el hombre lo ampliará en mayor medida.
Abandonar el realismo directo es traumático; alguien lo ha llamado ansiedad cartesiana. Empezamos a vivir con la creencia de que habitamos un mundo real y que podemos conocerlo tal cual es. Pero luego comprobamos que solo conocemos realmente nuestras representaciones del mundo. Pero la mente es útil: podemos jugar con ideas en lugar de arriesgarnos con cosas “reales”.
No es irrazonable suponer que puedan existir otros seres, en este inmenso universo, para los cuales la realidad esté cortada de otro modo y cuyos conceptos no podemos entender. Hemos dejado de creer en que la ciencia pueda revelar la verdad definitiva del universo; ni siquiera podemos pensar que algo así exista.