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Beleño, estramonio, floripondio, mandrágora: vegetales milenarios asociados a brujería y hechizos por su capacidad para generar delirios y alucinaciones. Sin embargo, sabias y sabios de épocas antiguas supieron domar los temibles efectos de esta flora y así paliar todo tipo de enfermedades. Con la irrupción de la química en los siglos xviii y xix, fue posible destilar la esencia de estas plantas en sustancias cristalinas puras, como la escopolamina o la atropina, y se introdujeron en la medicina y se les pudo dar un uso legítimo. Aún así, el ser humano siempre es capaz de llevar a cabo tanto proezas como crueldades, y en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado se crearon derivados de estas moléculas con la intención de convertirlas en armas incapacitantes. Hoy en día, la atropina y la escopolamina se emplean, ocasionalmente, para cometer delitos varios. Pero la mayoría de las veces se usan para ayudar a personas enfermas. Dos caras de una misma moneda.

Plantas mágicas 

Cuando escuchamos o leemos la palabra mandrágora, por poner un ejemplo, es muy probable que en nuestras mentes aparezcan imágenes de ritos oscuros y escenas de películas de fantasía. Y esto no es ninguna casualidad. Desde tiempos inmemoriales, diversas civilizaciones han empleado esta planta, así como otras con propiedades similares, para abordar achaques varios.. 

La mandrágora, oriunda del Mediterráneo, engendra unas vistosas flores de color lavanda, y bajo tierra esconde unas gruesas raíces antropomórficas. Dioscórides, el cirujano, médico, farmacólogo y botánico griego, nombra esta planta en su obra maestra De materia medica como un narcótico, analgésico y abortivo. Incluso en el Antiguo Testamento, en el libro del Génesis, esta planta se nombra como un afrodisíaco. Por otro lado, el beleño negro, también propio de Europa, así como de Siberia, muchas veces se ha asociado con brujería. Mas esto no ha negado su uso medicinal, similar al de la mandrágora.

Pero no todo se confina a Europa. Arbustos del género Brugmansia, como el floripondio, han sido empleados por culturas indígenas de Sudamérica para tratar casos de dermatitis, infecciones y otras patologías, casi siempre aplicando un ungüento o tintura a la zona afectada. Asimismo, debido a las propiedades alucinógenas y delirógenas de los alcaloides presentes, también se han usado partes de estos árboles para ritos de iniciación, adivinación, e incluso en brebajes como la ayahuasca, con fines enteógenos. Finalmente, se sabe que en ocasiones se ha utilizado para amonestar a hijas e hijos desobedientes; menudo castigo para las pobres criaturas...

 La escopolamina, la atropina y la hiosciamina.

Algo que no deja de asombrarme, y esto es plenamente subjetivo y personal, es la terrorífica belleza de estas plantas. Hace unos años, por capricho de la vida, apareció en la acera delante de la casa del vecino un ejemplar de estramonio (Datura stramonium). La criatura estaba desarrollándose entre dos baldosas rotas de la calle, pero esto no le impidió generar unas exquisitas flores blancas, en forma de campana. Estas, decoradas por puntiagudas hojas, eran el heraldo de un fruto peculiar a la par que sobrecogedor. Esencialmente, una cápsula perfectamente protegida por púas, que con el paso del tiempo se abriría para liberar unas semillas negras. Los vecinos arrancaron la planta antes de que pudieran madurar sus frutos. 

En más de un viaje por España me he topado también con ejemplares de floripondios (Brugmansia arborea). Unas veces estos arbustos están escondidos en sitios recónditos, como casas abandonadas o acantilados inaccesibles. Otras muchas, se encuentran expuestos en parques, siendo su ponzoñosa naturaleza ajena a muchas personas que observan, ensimismadas, sus cautivadoras flores. Estas caen como péndulos, y pueden alcanzar casi un palmo de largo. Curiosamente, todas las especies del género Brugmansia se consideran extintas en estado silvestre, por lo que solo encontraremos ejemplares en jardines, parques o en zonas próximas, habiendo escapado de su cautividad.

Todas las plantas y arbustos nombrados hasta el momento pertenecen a la familia de las solanáceas, término que será familiar para más de una persona. Y es que hortalizas tan comunes como el tomate o la berenjena también pertenecen a esta amplia familia. 

Otra planta a la que podríamos dedicar páginas y que es parte de las solanáceas es el tabaco (Nicotiana tabacum). Este ser vivo, que normalmente se asocia con su cultivo para producir un producto altamente nocivo para la salud, es precioso. Lo engendran unas semillas diminutas, de color arcilloso. La planta se desarrolla rápido, en cuestión de meses, pudiendo alcanzar de uno a tres metros de altura. Sus hojas, más grandes que la palma de la mano, son ligeramente pegajosas y peludas. La maduración de la planta viene acompañada de la formación de racimos de flores, reminiscentes a las del estramonio, pero más pequeñas y estilizadas; su color, a caballo entre el blanco y el rosa. Si son fecundadas, las flores dan lugar a unos frutos marrones, en los que semillas de menos de un milímetro de diámetro esperan pacientemente a alcanzar la tierra y empezar otro ciclo.

No me demoraré más hablando de todos estos seres  vivos. Sin embargo, me gustaría detenerme un segundo para mencionar y dar espacio a muchas mal llamadas brujas. Como comentaba previamente, varias de estas plantas se han empleado tanto con usos medicinales como chamánicos. Muchas mujeres de siglos pasados fueron quemadas en la hoguera o sentenciadas a castigos aún más atroces por ser consideradas hechiceras. Pero nada más lejos de la realidad. Estas pobres e injustas víctimas no eran más que mujeres conocedoras de farmacia, botánica, alquimia y otras disciplinas que, por motivos misóginos, fueron castigadas cruelmente. Sabían emplear estas plantas, y ese conocimiento muchas veces asustaba a personas con mucho poder que temían la sapiencia, más aún si procedía de mujeres.

De plantas mágicas a antídotos 

Con el trascurso de los siglos, la alquimia dio lugar a la química. Se extrajeron los principios activos de estas plantas, más concretamente la escopolamina, la atropina y la hiosciamina, y se comenzaron a buscar sus aplicaciones terapéuticas. Uno de los primeros usos que se propuso para la escopolamina fue como anestésico, junto con la morfina, en obstetricia, pero a mediados del siglo pasado esta práctica cayó en desuso.

Sin embargo, no faltan aplicaciones para estos alcaloides. La hiosciamina se emplea mayoritariamente para espasmos provocados por diversas patologías gastrointestinales y de la vejiga, como el intestino irritable o cistitis intersticial.

La atropina, por otro lado, es utilizada para provocar midriasis, es decir, dilatar las pupilas, cuando es necesario explorar el fondo del ojo. También para tratar la bradicardia y la hiperhidrosis, así como para revertir los efectos tóxicos de algunos insecticidas o agentes nerviosos; sí, se emplea un potencial veneno para revertir los efectos de sustancias terroríficas como el sarín, el somán o el tabún. Estas armas de destrucción masiva inhiben irreversiblemente la acetilcolinesterasa, una enzima encargada de degradar el neurotransmisor acetilcolina. Esto provoca una acumulación del neurotransmisor, que impide el correcto funcionamiento de los músculos y provoca la muerte por asfixia al cabo de pocos minutos. Tropas que sospechan que puedan ser atacas con estos compuestos siempre llevan consigo soluciones inyectables de atropina y pralidoxima, los dos antídotos por excelencia. 

Finalmente, tenemos la escopolamina, que también presenta muchas aplicaciones, entre ellas para paliar la cinetosis o mareo del viajero. Dejaré aquí otra anécdota a modo de ejemplo. No hace muchos años, en uno de mis viajes por Japón, me encontré un poco mareado debido a mis múltiples trayectos con el Shinkansen, el tren bala japonés. No portaba conmigo dimenhidrinato (conocido comúnmente como Biodramina®), pues me suele dejar un poco embotado. Fui a una farmacia nipona y pregunté qué me podían ofrecer. ¿La solución? Una combinación de 50 mg de clorhidrato de meclizina y 0,.25 mg de bromhidrato trihidrato de escopolamina, en forma de comprimido bucodispersable. Funcionó de maravilla, y por algún motivo este fármaco no me dejó aturdido.

De antídotos a venenos 

Domando la locura

Aislar y caracterizar los alcaloides previamente nombrados ha significado un importante avance, tanto en el tratamiento de diversas enfermedades, como en el estudio de la farmacología asociada a estos compuestos. Pero no todo han sido bondades. Si una dosis de un cuarto de miligramo de escopolamina puede aplacar los mareos causados por la zozobra del tren bala japonés, dosis superiores provocan alucinaciones desagradables, delirios, arritmias y, en cantidades suficientemente grandes, la muerte. 

Entre los años cuarenta y setenta del siglo pasado, a raíz de la segunda guerra mundial, Estados Unidos quiso adentrarse en el esotérico campo de la guerra psicoquímica. Querían emplear diferentes sustancias que afectan a la consciencia para inhabilitar al oponente sin causarle la muerte. Los estudios se llevaron a cabo en Edgewood Arsenal con militares voluntarios. En estas instalaciones se llevaron a cabo diversas investigaciones con seres humanos clasificadas. Se les administró LSD, agentes nerviosos, fenciclidina, MDA y etonitaceno, entre otros compuestos. Entre las figuras a destacar en este programa encontramos a James S. Ketchum, un psiquiatra y coronel estadounidense que participó en él durante la década de los sesenta. 

En estos estudios no faltaron la escopolamina y la atropina, y uno de sus derivados más controvertidos, el bencilato de 3-quinuclidinilo, comúnmente conocido como BZ. Sus orígenes se remontan al año 1951, cuando la farmacéutica helvética Hoffmann-La Roche desarrolló esta molécula para tratar afecciones gastrointestinales. No se encontró ninguna utilidad terapéutica, pero sí que se estudió a fondo en Edgewood Arsenal, y Estados Unidos desarrolló y acumuló bombas de dispersión que incluían este compuesto. Sin embargo, este país nunca llegó a utilizar estas armas, y en 1989 acabó destruyendo todas sus existencias. Hoy en día, el BZ se encuentra en la Lista 2 de la Convención sobre las Armas Químicas de las Naciones Unidas. 

También se sintetizaron nuevos compuestos durante la investigación en Edgewood Arsenal. Entre ellos cabe destacar EA-3167, posiblemente una de las sustancias psicoactivas de más larga duración jamás descubiertas. La dosis inyectada en humanos es aproximadamente de 0.,2 mg, y su duración puede durar entre cinco y diez días. El pico, que suele ser de tres días, está caracterizado por confusión, amnesia y alucinaciones extremas. Nunca se llegó a convertir en un arma, pero se estudió su posible diseminación por medio de apretones de mano. 

Si bien estos estudios son cosa del pasado, el uso de escopolamina para fines criminales no lo es. En los últimos años se han dado casos del uso de esta sustancia, muchas veces llamada burundanga, para cometer robos, violaciones y secuestros. Ha habido casos en España, pero es en Colombia donde más crímenes se comenten utilizando esta sustancia, normalmente para robar a la víctima. 

Sin embargo, cabe destacar que a veces los peligros de la escopolamina se han visto exagerados, especialmente por los medios de comunicación y las series de ficción. Por ejemplo, más de una vez habremos visto que la droga se administra como un polvo que se sopla en la cara de la víctima, o con una tarjeta que contiene escopolamina en su superficie, y se absorbe por la piel. En la vida real, el agresor añade la escopolamina a la bebida de la víctima, pues la absorción cutánea o por vías respiratorias es muy lenta e ineficaz. 

Me gustaría aprovechar para recordar que, en la mayoría de los casos, la sustancia que se emplea para cometer robos y, sobre todo, violaciones, no es la escopolamina o el GHB, sino el alcohol: agresores oportunistas esperan a que las víctimas estén lo suficientemente embriagadas para poder aprovecharse de estas.

Ni venenos, ni la panacea 

Toda sustancia que ejerce un efecto fisiológico puede tener propiedades terapéuticas prometedoras, así como efectos adversos y usos inadecuados. Como hemos visto en este artículo, la escopolamina yo la atropina se llevan usando desde tiempos vetustos para paliar dolores, invocar dioses y castigar a pobres niños desobedientes. A dosis recomendables, los compuestos puros son eficaces para tratar el mareo del viajero o la intoxicación por armas químicas, mas a dosis elevadas generan efectos desagradables que han sido estudiados para incapacitar al adversario y, en ciertas ocasiones, robar, violar o secuestrar a víctimas.

Todo esto nos demuestra que las cosas, muchas veces, no son ni blancas ni negras. Las sustancias psicoactivas pueden ser empleadas con fines muy diversos, pero al final es la responsabilidad del ser humano hacer un uso sabio, conociendo los riesgos y sin dañar a nadie. En casos como este, no podemos olvidarnos de una de las máximas de Paracelso: “La dosis hace el veneno”.

Referencias 

  1. Lakstygal, A. M.; Kolesnikova, T. O.; Khatsko, S. L.; Zabegalov, K. N.; Volgin, A. D.; Demin, K. A.; Shevyrin, V. A.; Wappler-Guzzetta, E. A.; Kalueff, A. V. “DARK Classics in Chemical Neuroscience: Atropine, Scopolamine, and Other Anticholinergic Deliriant Hallucinogens”. En: ACS Chem. ical Neuroscienc.e , 2019, vol. 10, n.º (5), pp. 2144-2159. DOI: 10.1021/acschemneuro.8b00615
  2. Hanuš, L. O.; Řezanka, T.; Spížek, J.; Dembitsky, V. M. “Substances isolated from Mandragora species”. En:Phytochemistry. , 2005, vol.66, (n.º 20), pp. 2408-2417. DOI: 10.1016/j.phytochem.2005.07.016

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #327

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