Iboga e ibogaína
La ibogaína es un alcaloide que pertenece al grupo químico de las triptaminas, así como la LSD, la psilocibina y la DMT. Está presente en algunas plantas endémicas de África (Congo, Camerún, Gabón) y Sudamérica (Perú, Brasil). En África, las plantas son Tabernanthe iboga (iboga) y Voacanga africana, mientras que en Sudamérica la planta es Tabernaemontana undulata (sananga, usada tradicionalmente por grupos indígenas de Perú y Brasil como colirio). La ibogaína fue aislada por primera vez en 1901 de la T. iboga, y en esta época fue usada como un estimulante llamado Lambarène en Francia. Hoy en día, la ibogaína sigue siendo extraída de la T. iboga, pero también se puede producir por síntesis a partir de la voacangina, un alcaloide presente en la Voacanga africana. Pero en este texto vamos a centrarnos en el uso de la iboga.
Desde el punto de vista del uso tradicional, la iboga fue y sigue siendo utilizada en ceremonias de iniciación y curación de la religión bwiti, especialmente en Gabón. Estos usos tradicionales están inmersos en cosmovisiones y, por lo tanto, de entendimiento del origen y tratamiento de enfermedades, que suelen ser diferentes de la cosmovisión de la medicina occidental. Por lo tanto, aunque algunos elementos del contexto tradicional sean similares a los usos más recientes de la ibogaína en el tratamiento de los TUD (por ejemplo, el respeto por la sustancia, el uso en un contexto seguro y/o ritual, la experiencia física y subjetiva, al menos en aspectos generales), hay también que reconocer que el modelo actual de este tipo de uso se caracteriza en muchos casos por contextos de hospitales o clínicas donde la ibogaína es usada como compuesto aislado en un tratamiento médico-psiquiátrico-psicológico. Además, sus usos en el tratamiento de los TUD son muy característicos de nuestra sociedad, donde se describió por primera vez en 1962 de una manera poco usual.
Howard Lotsof (1943-2010)
En 1962, Howard Lotsof era un joven de diecinueve años que vivía en Nueva York y sufría dependencia a la heroína. La historia cuenta que Lotsof descubrió las propiedades antiadictivas de la ibogaína por pura suerte, pues la probó y percibió que después no sentía los síntomas de abstinencia de la heroína. Desde entonces, y a lo largo de las décadas de 1970-1990, Lotsof se transformó en un activista del uso de la ibogaína para tratar los TUD. Trabajaba tanto con los usuarios en clínicas creadas por ellos mismos, como con los científicos y médicos en los diseños y planeamientos de estudios clínicos (sin ser él licenciado). Además, fue de los primeros en publicar artículos científicos que describían la reducción del uso de opioides y otras drogas como cocaína, anfetaminas y alcohol tras tratamientos con ibogaína. Entre 1985 y 1992 creó varias patentes del uso de la ibogaína para tratar los TUD. Siguió trabajando con activistas y científicos a lo largo de su vida, hasta su muerte en el 2010 de cáncer de hígado. Lotsof deseaba que se hicieran estudios clínicos con la ibogaína (ya hablaremos de ellos).
¿La ibogaína funciona y es segura para tratar los TUD?
Pues la respuesta más sincera y a la vez la más técnica que podemos dar es que no hay evidencia suficiente para contestar la pregunta (o también: no se sabe, pero parece que hay potencial).
Desde el punto de vista científico, sí tenemos lo que llamamos evidencia preclínica (básicamente, estamos hablando de estudios en roedores) de que la ibogaína, la noribogaína (el metabolito activo de la ibogaína, que se forma en nuestro organismo después de usar ibogaína) y compuestos sintéticos similares químicamente a la ibogaína reducen en animales el uso de drogas (opioides, estimulantes, alcohol). Varios estudios y revisiones confirman estos resultados. Esta es una información importante para intentar contestar a la pregunta inicial. Pero, aunque sean datos prometedores, las investigaciones en animales no son suficientes para decir si una sustancia es segura y eficaz en el tratamiento de algún trastorno. Hay que saber qué pasa en humanos.
En humanos, tenemos evidencias preliminares de que la ibogaína reduce o elimina el uso de opioides, estimulantes y alcohol (pero hay más evidencia respecto a los opioides). ¿Pero qué queremos decir con “evidencias preliminares”? Estas observaciones vienen básicamente de relatos de casos aislados o series de casos (algunos casos) y de estudios observacionales retrospectivos (por ejemplo, que investigan los efectos del tratamiento después de que ocurriera). Estos estudios suelen describir tratamientos hechos en clínicas y hospitales, pero también en contextos “no controlados”, como habitaciones de hoteles y otros contextos no médicos. Hay una variación importante en estos estudios tanto respecto a la dosis y frecuencia de dosis de ibogaína, como en lo que se refiere al control de seguridad y de calidad de las evaluaciones clínicas. Pero, de forma general, al menos en cuanto a la posible eficacia de la ibogaína, estos estudios suelen describir resultados positivos con el uso de una o pocas dosis altas de ibogaína. No suelen describir efectos adversos serios, pero estos efectos sí que son descritos en la literatura, incluyendo algunos casos de fatalidades. La falta de control sobre todas estas variables hace muy difícil establecer una relación de causalidad entre el tratamiento con ibogaína y resultados. Por lo tanto, aunque estos datos sean positivos y sí que describen un potencial terapéutico, hace falta complementarlos con datos provenientes de estudios clínicos, especialmente respecto a la seguridad de las personas.
¿Hay estudios clínicos con ibogaína?
Al principio de los años 2000, la Dra. Mash publicó resultados de estudios abiertos (sin placebo) que ha dirigido en su clínica en el Caribe sobre los efectos de dosis altas de ibogaína en pacientes con dependencia de opioides y cocaína. También ha publicado más recientemente una serie de casos de la misma clínica. Los resultados de estos estudios reportaron reducciones de los síntomas de abstinencia y depresión en estos pacientes, y no han ocurrido efectos adversos serios. Pero la ausencia de placebo y el hecho de que los estudios se lleven a cabo en la clínica privada de la autora sugieren que puede haber un sesgo hacia resultados positivos. Por lo tanto, otros grupos tienen que intentar replicar estos resultados, y los resultados también deben ser replicados en estudios controlados con placebo. De hecho, la Dra. Mash está conduciendo actualmente en el Reino Unido un estudio clínico controlado con placebo para evaluar la eficacia de la ibogaína en la dependencia de opioides.
Después de sus estudios iniciales en los años 2000, en el 2014, Pedro Luis Prior y Sergio Luiz Prior publicaron en Brasil el que parece ser el primer estudio clínico doble ciego y controlado con placebo usando ibogaína (Ibogaine Effect on Cocaine Craving and Use in Dependent Patients - A Double-Blind, Placebo-Controlled Pilot Study). Veinte pacientes dependientes de cocaína recibieron una dosis única alta de ibogaína (mitad de los pacientes) o placebo (la otra mitad) y fueron evaluados durante veinticuatro semanas. El grupo de la ibogaína presentó menos síntomas de abstinencia y menos muestras positivas de orina por cocaína al final del estudio, y no ha habido efectos adversos graves.
Después de este estudio, en el 2016 el grupo del Dr. Glue en Nueva Zelanda llevó a cabo un estudio controlado con placebo que investigaba los efectos de diferentes dosis de noribogaína en la desintoxicación de metadona. No encontraron resultados significativos, pero demostraron por primera vez que la administración de noribogaína es segura en contextos controlados. En el 2021, el grupo del Dr. Knuijver en Holanda condujo un estudio abierto para evaluar los efectos de una dosis alta de ibogaína en pacientes dependientes de opioides en fase de mantenimiento con morfina. Aunque la mayor parte de los voluntarios no volvió a usar morfina veinticuatro horas después de la ibogaína, estos investigadores relataron efectos cardiovasculares significativos, muy probablemente porque habían utilizado una dosis muy alta de ibogaína.
Y finalmente, hay dos estudios clínicos en marcha en colaboración entre el International Center for Ethnobotanical Education, Research and Service (ICEERS), localizado en Barcelona, y la Universidade de São Paulo, en Ribeirão Preto (Brasil). Estos estudios están evaluando por primera vez el uso de dosis menores y repetidas de ibogaína en el tratamiento de la desintoxicación de metadona (en Reus) y de la dependencia del alcohol (en Ribeirão Preto). Los dos estudios se están llevando a cabo en estos momentos, y no tenemos ninguna publicación todavía con resultados. Pero si encuentran resultados positivos con dosis menores y repetidas de ibogaína, pueden abrir nuevas (y quizá más seguras) posibilidades de tratamiento con esta sustancia.
Conclusiones
De momento, desde el punto de vista científico, no hay evidencia suficiente para utilizar la ibogaína en el tratamiento de los TUD. Esto no quiere decir que no funcione, sino que hay que realizar más estudios, especialmente para conocer mejor su toxicidad. Para aquellos interesados en probar la ibogaína, sea para el tratamiento de los TUD o para la espiritualidad (o con ambos objetivos a la vez), hay que tener mucho cuidado con las “ibogaínas” que se ofrecen en la web, pues ya hicimos estudios para analizar estas muestras y muchas no tienen los niveles de alcaloides que dicen tener. Y sí, la ibogaína tiene riesgos cardiovasculares, por lo que su administración necesariamente tiene que ocurrir en un ambiente controlado con evaluación y acompañamiento cardiovascular.
Los estudios que actualmente están en marcha traerán resultados interesantes en los próximos años tanto respecto a la posible eficacia como a la seguridad de esta sustancia.