Polvo en las Rías Baixas: la historia inacabada del narco en Galicia
Entrevista a Nacho Carretero, autor de ‘Fariña’
Es común ver su nombre firmando reportajes sobre la valla de Melilla, el Estado Islámico o sobre alguna problemática actual de África. Nacho Carretero (Coruña, 1981) ha viajado por los lugares más peligrosos del planeta y ha vuelto a su tierra, Galicia, para mirarla con nuevos ojos y contar en un libro lo que hasta ahora estaba disperso en muchas fuentes: los entresijos del narcotráfico gallego.
Es común ver su nombre firmando reportajes sobre la valla de Melilla, el Estado Islámico o sobre alguna problemática actual de África. Nacho Carretero (Coruña, 1981) ha viajado por los lugares más peligrosos del planeta y ha vuelto a su tierra, Galicia, para mirarla con nuevos ojos y contar en un libro lo que hasta ahora estaba disperso en muchas fuentes: los entresijos del narcotráfico gallego.
Una realidad poco estudiada, a diferencia de lo que ocurre con la mafia o la camorra italianas, los cárteles mexicanos o la mafia rusa. Una realidad que pese a la creencia generalizada se resiste a ser parte del pasado, como demuestra la noticia que hace apenas mes y medio irrumpió en los telediarios sobre la intervención cerca de Vigo de tres mil kilos de cocaína, la mayor incautación desde 1999. Fariña, que así se titula el libro, ofrece un paisaje completo de, en palabras del autor, “la que hay montada en Galicia”: una historia de cocaína, política, corrupción, sufrimiento y dinero fácil que no acaba de ser historia. Sobre todo ello hablamos con Nacho Carretero en esta larga entrevista.
Acabas de volver de San Pedro Sula, Honduras, la ciudad con la tasa de homicidios más alta del mundo. ¿Qué andabas buscando y qué te encontraste?
Me encontré una ciudad en la que no hay Estado, no hay autoridad tal y como la entendemos en un Estado europeo. Se ha cedido, y un poder alternativo, organizado en pandillas, que aquí llaman “maras”, ha tomado el control. Estas maras son grupos de jóvenes al servicio de líderes, que entienden la violencia como un instrumento para manejar su comunidad. Esa pérdida absoluta de control por parte del Estado hace que ese sea un lugar completamente imprevisible y, que si no conoces, muy peligroso. Si te equivocas de colonia y entras en una zona que maneja la Mara 18 o la Mara Salvatrucha y no te conocen, puedes tener un problema muy serio. De dónde nace esta situación es un tema muy complejo. No soy especialista y tampoco puedo aventurarme, pero en lo referido a narcotráfico, a mí personalmente me invitó a la reflexión, y es que muchas veces el discurso siempre tiende a la responsabilidad individual como único factor que hay que tener en cuenta a la hora de consumir, y es verdad: es un factor importante, además de un factor adulto, decisión de cada cual. Pero conociendo lugares así invita a una reflexión, casi ética. Honduras, San Pedro Sula como máximo exponente pero también Guatemala, Salvador, México, se han convertido en estados donde los cárteles adquieren un poder tan brutal que destrozan la vida de la población, provocan miles de muertos, una guerra de facto.
¿Por qué te empezaste a interesar por el tema del narcotráfico?
El fenómeno criminal siempre me fascinó, ya desde chaval, como le fascina a mucha gente. Ese halo romántico que envuelve a la mafia es también el responsable de toda la literatura, de toda la narrativa que lo ha rodeado, incluido el cine. La mafia italiana, o los cárteles colombianos y mexicanos, siempre me han atraído como lector y como curioso. A partir de ahí, cuando ese fenómeno sucede en tu tierra, la fascinación se duplica. Eso me pasó con el tema del narcotráfico en Galicia. Siempre consideré que tenía unas posibilidades literarias y narrativas enormes.
Por qué Galicia sí, y no Asturias…
Hay un momento en el libro, cuando estás hablando de las relaciones entre los narcos gallegos y los colombianos, que dices, textualmente: “Galicia se convirtió, no es una frase hecha, en la puerta de entrada de cocaína en Europa”. ¿Por qué Galicia y por qué en ese momento?
Establecer los porqués de un factor tan largo en el tiempo y con tantísimos matices es bastante complejo. Aunque podemos rescatar algunos puntos clave que expliquen por qué Galicia sí, y no Asturias, por ejemplo. Hay que tomar perspectiva y tener en cuenta el fenómeno del contrabando, que generó toda la base. No solo de infraestructuras sino toda la base social y, por ende, política, que permitió que ese embrión madurara. Pensemos en el contrabando que tiene lugar en una zona fronteriza con Portugal, y que a ambos lados tiene una desigualdad muy grande: Portugal, una economía avanzada, que bebe de sus colonias africanas, y Galicia, una región que, sin miedo, podríamos llamar subdesarrollada, porque la Galicia de postguerra sufría unas carencias que ahora mismo nos resultan inimaginables. Por ejemplo, no había luz eléctrica en las aldeas. Esa desigualdad entre ambos lados de la frontera, combinada con una ausencia del Estado, que no llega adecuadamente o que en ocasiones ni siquiera llega, hace que la gente se tenga que buscar la vida. Y lo hizo con el contrabando. El contrabando originario era de productos de necesidad básica: alimentos, medicinas, penicilina, café, jabón… Y quien hacía ese contrabando, ¿cómo iba a ser mal visto? Eran personas que hacían mucho bien a la comunidad, muy respetadas. De este modo empezó esta actividad embrionaria. Cuando ya Galicia no necesita productos tan básicos, se pasó a buscar la rentabilidad, en un principio con chatarra y gasolina, pero enseguida se enfoca hacia el tabaco. En ese momento los contrabandistas continúan siendo respetados y admirados, porque están introduciendo riqueza, están dando posibilidades a una zona con muchas carencias. Estas figuras se perfilan, se enquistan en el imaginario social, se aceptan culturalmente y cuando dan el salto al narcotráfico –que además es muy sencillo, porque tienen toda la infraestructura montada–, la sociedad prefiere no hacerse preguntas.
¿Por qué consiguen ellos, precisamente, dar el salto al narcotráfico?, ¿cómo es este salto?
Hay un montón de factores, pero sinteticemos. Los canales de lavado de dinero y las redes de contrabandistas son los mismos que los de otras organizaciones como los narcotraficantes marroquíes o los traficantes de armas. Así entran en contacto con otras organizaciones que les hacen asomarse a ese mundo de posibilidades. Por ejemplo, Panamá fue un paraíso fiscal donde gallegos como Sito Miñanco entran en contacto con los traficantes colombianos, que también están allí montando sus entramados de empresas tapadera. El contacto es relativamente sencillo, casi diría que es un salto lógico. Otras bandas vieron que los gallegos tenían una infraestructura bien articulada y altas capacidades, además de una impunidad social y política muy grande. Entonces se hicieron algunos envíos de prueba, para testar a los gallegos, dado que estaban teniendo problemas en otros puntos de Europa donde había más vigilancia. Ven que en Galicia es muy fácil, muy efectivo, y además es gente muy buena en lo suyo. Entonces eclosiona. Es una inercia que además se impulsa con una tolerancia social y con una impunidad política y de las autoridades absoluta.
Galicia no es Sicilia (pero casi)
La relación entre lo lícito y lo ilícito en Galicia parece más borrosa.
Hubo una época en Galicia que la diferencia entre el narcotráfico y la sociedad no estaba clara. Ahora esta raya está trazada: el que es narcotraficante es un criminal, y eso la sociedad gallega lo tiene interiorizado. Pero eso no era así en los años ochenta, incluso a principios de los noventa. Y diría más: existen todavía aldeas en Galicia donde el narcotráfico es una salida digna. Sin ser admirado, se prefiere mirar hacia otro lado. Son sitios con carencias donde las familias poderosas se dedican a eso. Se considera un camino que no quedó más remedio que tomar.
En todos los contextos donde florece el narcotráfico a gran escala la ecuación parece repetirse: carencias, desigualdad, ausencia de Estado, impunidad.
Igual sucede en el sur de Italia. Son contrapoderes, y ocupan espacios vacíos. No puede surgir un contrapoder mafioso si ya hay un Estado con fuerte presencia que lo impida. El Estado italiano nunca ha llegado adecuadamente al sur de su territorio, por lo tanto, surgen alternativas. Pero estas alternativas miran por su propio interés: juegan al rol de protección, ayuda, de oficialidad alternativa, pero al final son unos tipos que están haciendo su negocio y quieren que sea rentable por encima de cualquier otra consideración.
Es una autoridad paralela pero con una lógica de mercado, no de Estado.
No hay ninguna obligación, además del propio interés, de ayudar a tu comunidad. Y a largo plazo esa trampa se desvela. En Galicia lo que parecía la solución, la riqueza rápida, el dar empleo a los jóvenes –porque el Estado no lo hacía– se reveló con los años como una economía egoísta que arrasó con toda la competencia y que desmanteló un tejido industrial y económico lícito. Empresas tapaderas, por ejemplo las marisqueras de los Charlines, hundían el precio del marisco: regalaban el marisco y arruinaban a toda la competencia. Por utilizar una metáfora pesquera, el narco fue como pesca de arrastre: beneficios muy altos y muy rápidos, pero que a largo plazo esquilmaron la industria real, lícita.
Nunca me había planteado que ese vacío de Estado que hemos visto en otros lugares del mundo también pudiera darse en Galicia.
Hay una frase hecha que dice: “Galicia estuvo a punto de ser Sicilia”. Los narcotraficantes gallegos estuvieron muy cerca de controlar los poderes en Galicia de una manera muy seria. Pablo Vioque, uno de los más importantes narcos gallegos, fue presidente de la Cámara de Comercio de Vilagarcía de Arousa, miembro destacado de Alianza Popular, con contactos a todos los niveles. Vicente Otero, “Terito”, jefe de todos los contrabandistas de tabaco, era amigo íntimo de Manuel Fraga, e incluso le concedieron la insignia de oro y brillantes de Alianza Popular. Era gente con muchísima influencia política, y que además conseguía votos. Cuando en el año 1990 el juez Garzón y el entonces fiscal antidroga Javier Zaragoza emprenden la Operación Nécora, el diagnóstico que hacen es el de un territorio en el que el Estado no estaba llegando adecuadamente. Existía un contrapoder emergiendo y absorbiendo a parte de la sociedad gallega y del tejido empresarial e industrial. Esto ocurría en Galicia y, sin estar ocurriendo hoy, hay toda una herencia de esa narcocultura, que casi llegó a controlar Galicia y que sigue dando coletazos hoy en día.
Narcocultura y narcopolítica: el poder de la fariña
Esa herencia es un hecho, ¿tú crees que gracias al narcotráfico se generaron otras oportunidades?
El dinero que directa o indirectamente proviene del narcotráfico ha permitido levantar cientos de negocios en las Rías Baixas: hoteles, cafeterías, empresas náuticas, gasolineras... Pero invertido de otra manera podría haber permitido el desarrollo de un tejido industrial y económico lícito –algo importante desde el punto de vista ético–, y quizá más competitivo. No lo sé. De cualquier modo, para mucha gente en las Rías Baixas los narcotraficantes son los causantes de mucho dolor y de mucho daño. El hecho de ver cómo sus hijos, sus parientes o ellos mismos tienen una vida cómoda, de triunfo, de lujos con casoplones y cochazos y ver que ellos han perdido un hijo supone un conflicto muy doloroso. Este conflicto social no lo hubiera generado un desarrollo económico, digamos, normal.
En los contextos donde hay narcos, los políticos suelen ser intermediarios imprescindibles. ¿Qué papel ha desempeñado la política en Galicia?
En cualquier contexto en el que opera el crimen organizado se necesita la connivencia del poder y de las autoridades. Sin esa connivencia no hay éxito. Y Galicia no fue una excepción. Se ha demostrado que muchísimos políticos eran cercanos al contrabando y al narco, e incluso muchos estaban dentro. En la época del contrabando de tabaco era difícil saber hasta dónde llegaba el contrabando y hasta dónde llegaba la política. Existen varios casos de alcaldes que también eran contrabandistas. Vicente Otero era el jefe de todos los contrabandistas y comía todas las semanas con Fraga. Esa connivencia generó la base, y cuando se dio el salto del contrabando de tabaco al narcotráfico, la política siguió demasiado cerca. ¿Hasta qué punto era la política gallega o eran los políticos a nivel local los que estaban cerca del narcotráfico? Eso es un debate que sigue abierto en Galicia y que en el libro se plasma con la visita que hace Carmen Avendaño [presidenta de la Fundación Érguete, conocida por aglutinar a las conocidas como “madres contra la droga” de Galicia] a Fraga, donde le explica en trece puntos qué es lo que está ocurriendo. Cuenta ella que Fraga le escucha con una mano en la frente y que cuando termina levanta la cabeza y, llorando, le dice: “¿De verdad está pasando todo eso?”. Hay gente que cree a Fraga y hay gente que no. ¿De verdad Fraga no lo sabía? Es una posibilidad; puede que los altos cargos de verdad no estuviesen al tanto de cuál era la realidad sobre el terreno y en cambio los políticos locales se estuvieran beneficiando. Otra posibilidad es que sí lo supieran –pues hay unos intereses y un dinero gigantescos– y miraran hacia otra parte. En cualquier caso, ese silencio, intencionado o no, existió y permitió que durante mucho tiempo en Galicia existiese el fantasma de la narcopolítica. Un fantasma que, por cierto, resucitó con las fotos de Feijóo en el yate de Marcial Dorado.
Pero me da la impresión, corrígeme si me equivoco, de que nunca ha salido este tema en campaña, de que los partidos de la oposición no han llamado mucho la atención sobre este hecho.
Aquí en Galicia sí que hubo bastante revuelo, pero claro, revuelo y ya está. Feijóo sigue en el puesto. Y continúa siendo el político más votado aquí. Eso muestra una cierta tolerancia. Muchos gallegos se indignan cuando me escuchan decir esto, pero es que para mí no hay otra explicación. Que el presidente de la Xunta aparezca en unas fotos con un tipo que fue el mayor capo de contrabando de Europa y que ahora mismo está condenado oficialmente por narcotráfico, y no le afecte, ¿cómo se explica? Es verdad que existe un debate sobre si Marcial Dorado era narcotraficante o no, pero a ojos de la justicia lo es y está condenado por narcotráfico. Entonces que aparezca el presidente en un yate con este tipo y que haya revuelo, pero que luego siga en el cargo y continúe siendo muy valorado creo que habla de que la sociedad gallega tolera ciertos comportamientos. De hecho, una de las justificaciones que se dio es que, en aquella época, Dorado era solo contrabandista; fue como “ah, bueno, pues si era solo contrabandista, aquí no ha pasado nada”. Eso en otras partes de España hubiera sido completamente intolerable. No estoy diciendo que Feijóo tenga ninguna relación con el narcotráfico, pero…
Pero muestra que existe una relación normalizada entre personas con poder.
Sí. Aquí el narcotráfico no nos hace echarnos las manos a la cabeza. Todos los días en la prensa aparece que tal político hizo esto, que se ha encontrado un yate con dos mil kilos o que ha aparecido una planeadora en una playa, y te aseguro que aquí nadie se echa las manos a la cabeza. Y eso habla de una normalización después de décadas de fenómeno.
Estamos en el país en el que lo de Bárcenas tampoco parece tan grave…
Efectivamente, hay una tolerancia, pero es cada vez menor y se exige más transparencia y ejemplaridad. Está asociado a una mayor madurez democrática de la sociedad española, pero parece que en Galicia sigue sin rechazarse la relación de la política con el crimen organizado. Obviamente, no es lo que era hace veinte años pero sigue ahí. Si en Murcia, por ejemplo, apareciera una planeadora en una playa con doscientos kilos de cocaína, la gente fliparía. En cambio aquí no, a la gente básicamente le da igual. Quizá si hubiera trapicheo de hachís como en el Estrecho la gente se sorprendería, pero en el caso de la cocaína está normalizado.
Los riesgos de hablar de un pasado que sigue presente
¿Qué es lo que más te sorprendió cuando empezaste tu investigación?
Lo que más me llamó la atención al trabajar sobre el terreno fue descubrir que en la actualidad el narcotráfico en Galicia está mucho más presente de lo que yo creía. Y lo que yo creía es la media de lo que piensa el ciudadano gallego. En el imaginario social gallego, el narcotráfico es algo del pasado. Un capítulo de la historia contemporánea. Y sin embargo, sigue muy presente. De muchas maneras. Según la policía hay unos diez o doce clanes activos en Galicia, con menos poder y más discreción que las organizaciones históricas de Laureano Oubiña o Sito Miñanco. Hay un montón de tiendas, de restaurantes… que pertenecen directa o indirectamente a los clanes del narcotráfico, y la gente simplemente hace uso de ellos sin entrar a juzgar si eso es bueno o malo; no se paran a pensarlo. Te dicen que si todo es de ellos cómo no van a entrar. Por ejemplo, si en Vilanova de Arousa solo hay una tienda de móviles y es de ellos, entonces, ¿cómo hacen para arreglar su móvil? Me encontré una madre que se llama Milagros, cuyo hijo, que había tenido problemas con la heroína, se suicidó hace unos años. Milagros por principios no entra en este tipo de comercios y negocios relacionados con el narco, y se indigna mucho con que la gente sí lo haga. Me dijo una frase que para mí sintetiza este problema: “¿Recuerdas eso de que antes la gente miraba para otro lado con lo de las drogas? Pues ahora mira para otro lado con el dinero de las drogas”. Resume bien la situación de Galicia: es más relevante la onda expansiva del narcotráfico, que la mercancía en sí.
¿Y cuál fue el papel de las madres gallegas contra la droga en todo este contexto?
En Galicia, las madres fueron una pieza fundamental en cuanto a hacer reaccionar a las autoridades. Pero quizá se haya idealizado un poco esta lucha. Es cierto que se jugaron la vida frente a los narcotraficantes movidas por el dolor de la pérdida de sus hijos. Esto encierra parte de verdad y parte de romanticismo. Hubo una minoría de la sociedad gallega, un grupo heterogéneo, que alzó la voz en una época en la que eso suponía un riesgo. Los narcotraficantes muchas veces eran sus vecinos. Hicieron un papel que no les correspondía. Se critica a la sociedad gallega por su silencio y su permisividad, pero te podrían decir: “si la policía y los jueces no estaban haciendo su labor, ¿por qué la tendría que hacer yo?”. Hubo un segmento que alzó la voz y que hizo reaccionar al Estado, porque sacudió los medios de comunicación y obligó a hacer algo a un gobierno que en esos momentos estaba entre la pasividad y la connivencia. Lo que ahora se conoce como “escraches” ellas ya lo hacían en los años ochenta frente a las casas de los narcotraficantes, en los juicios y en las puertas de los pazos. Un análisis más correcto sería concluir que una parte de la sociedad gallega despertó.
Hablando de riesgo, ¿tú te has visto en algún aprieto por trabajar este tema? ¿Es algo que sea peligroso indagar? Seguro que alguna vez te han sacado a colación a Roberto Saviano...
No es comparable. Primero porque Saviano estudia un fenómeno que tiene mucha mayor fuerza y presencia. Y porque realmente se jugó la vida y se juega la vida. Yo no. O al menos no hasta ahora. Porque el narco en Galicia no tiene esa fuerza ni esa presencia y porque además nunca le interesó entrar en guerra. El narco en Galicia generó una violencia limitada. Hubo unas treinta o cuarenta muertes por ajustes de cuentas. Obviamente, son muertes reales, pero desde un punto de vista estadístico, para ser una actividad que trata con cárteles colombianos y se dedica a la cocaína, y que movía la cantidad que movía, la violencia fue escasa. Creo que la explicación es que había negocio para todos. Por otro lado, nunca se decidieron a ir contra periodistas o autoridades, preferían la discreción, tener el patio tranquilo. Hay periodistas gallegos que llevan trabajando el tema desde los años ochenta y que han estado amenazados, se han jugado la vida; qué menos que, por respeto a ellos, no erigirme como amenazado ni concederme el tener miedo. Yo escribí en otra época, cuando el poder y la violencia de los clanes ya es mucho menor. En Italia hay casi ochenta periodistas amenazados por la mafia; eso da mucho respeto. Cuando se publicó el libro hicimos muchas entrevistas y muchas veces el foco se ponía en esta cuestión. Yo trataba de evitarlo: quiero que se valore el trabajo que hago, no si me la juego o no. Saviano, involuntariamente, se ha convertido en un personaje, y eso parece más importante que su propio trabajo.
Y si las drogas fueran legales…
Cuando uno lee Fariña es difícil no preguntarse qué habría sido de todo esto si las drogas no fueran sustancias ilícitas. ¿Qué piensas tú sobre el asunto?
Es una pregunta que a veces me ha asaltado, pero con el tiempo lo he concebido más como una fantasía que como una hipótesis real a estudiar. Son tantos los factores que hay que tener en cuenta que no tengo respuesta, no sé lo que habría pasado. Es posible que se hubieran evitado muchas muertes, pero no debemos olvidar que existen mercados legales, como los diamantes o el coltán, que provocan explotación, mafias y muerte en diversos lugares. Si nos centramos en Galicia, y dejándome llevar por la imaginación, supongo que lo que tendríamos sería una suerte de contrabandistas de droga. Al igual que los hubo de sustancias legales como el tabaco, el café o la gasolina, habría contrabandistas de cocaína, hachís o heroína que dejarían la mercancía más barata. Pero insisto, me parece más un ejercicio de imaginación que de reflexión.
Siguiendo con el ejercicio de reflexión: los lectores seguro que están deseando saber tu opinión sobre la legalización, un tema que ha ocupado muchas páginas de esta revista. Nos interesa saber la opinión de alguien que ha trabajado el tema desde el ángulo del narcotráfico. ¿Qué piensa un periodista que ha indagado en las profundidades del narco sobre la legalización de las drogas?
No tengo una opinión demasiado formada acerca de este asunto. Sí tengo algunas reflexiones, como la citada antes sobre lo que supone para muchas personas y países el tráfico de drogas. Nuestra demanda de sustancias ahora ilegales provoca miles de muertos, y esto es un ángulo que pocas veces sale a relucir en los debates. Del mismo modo, me parece también simplista hablar de “legalizar las drogas”. ¿Qué son las drogas? ¿Es lo mismo legalizar el cannabis que la cocaína o la heroína? Si se legalizan, ¿quién se encarga de la distribución y compraventa? ¿Quién supervisa las posibles adicciones? Insisto en que no tengo una opinión cerrada y sí la sensación de que el debate se suele simplificar. O, al menos, quedarse corto.
Perlas de 'Fariña'
“Menos mal que yo no creo en la violencia, porque si no os mataba a todos”
Sito Miñanco, a los jueces de la Operación Nécora.
“Mire, señoría, yo no soy traficante, pero aunque lo fuera, yo no voy casa por casa vendiendo droga”
Laureano Oubiña.
“¿Que si tengo fincas? Hombre, señoría, dese cuenta que, en Galicia, a veinte metros cuadrados le llamamos finca”,
Manuel Charlín Gama.
“No sé de qué color es la coca ni el chocolate, nunca los vi en mi vida. Ni quiero verlos”
Marcial Dorado.
“Los contrabandistas son la gente más honrada que existe”
Manuel Díaz, “Ligero”, alcalde de A Guarda en los años ochenta y contrabandista.
“En la Cámara de Comercio de Vilagarcía se planeaban reuniones, desembarcos, estrategias de defensa para los capos… Su objetivo era hacer un sindicato del narco y coordinar todo: los blanqueos, los sobornos, las descargas. Cada capo de cada organización era una especie de vocal. Aquello fue lo más cerca de la mafia que hemos estado en Galicia”,
Mando de la Policía Nacional.
“Yo he trabajado siguiendo a narcos andaluces, y no puedes comparar. Allí agarran el coche y les puedes seguir ochenta kilómetros que ni se enteran. Aquí, si estás más de diez minutos siguiendo a un capo gallego, se mosquea. Los narcos gallegos son los mejores con mucha diferencia, y por eso los colombianos los quieren”
un agente de la Guardia Civil.
“–¿Ya saben los marineros griegos lo que tienen que decirle al juez?
–Sí, no te preocupes. Y si alguno se pasa de listo tenemos ya untado al intérprete”.
“A Pablo Vioque le abrían los bancos del paseo de Gracia de Barcelona por la tarde. Llegaba allí y les faltaba poner la alfombra roja. Si los capos históricos llegan a tener cerebro y seguir sus consejos, esto se convierte en Sicilia”
Félix García, jefe de la UDYCO en Galicia.
“En junio de 1991 un guardia civil le pidió a un alcalde que le ayudase a meter dos mil kilos de cocaína en Galicia con la ayuda de dos narcos […]. Suena a realismo mágico, pero quítenle lo de mágico”.
“Oubiña fue detenido nuevamente en 1997, en la Operación Amanecer, aquella en la que le dijo a los agentes mientras lo esposaban: “Mi mujer me va a matar”.
Es posible que el sentido de esta frase no contenga el costumbrismo doméstico algo caduco que nos viene a la mente, sino que Oubiña lamentaba verdaderamente haber estropeado una operación dirigida por Esther Lago. Su mujer, según todos los investigadores, siempre fue el auténtico cerebro de la organización.
Fariña
Nacho Carretero. Libros del K.O. 367 pp. PVP: 18,90 €