Era Carnaval. Lorenzo, nuestro protagonista del mes, no pensó que podía meterse en un marrón si cogía el dinero de todos y se iba a pillar las pastillas de MDMA que quería consumir con sus amigos en una rave en una casa okupa. Ya unas semanas antes los colegas habían decidido montar una buena fiestecilla en la casa donde varios de ellos vivían y, como otras veces, quedaron en poner buena música y meterse algo de MDMA.
Entre varios de los que se citaron en la fiesta, quedaron en pillar conjuntamente MDMA y consumirlo juntos. El encargado de gestionarlo fue Lorenzo, como otras veces, porque conocía bien al dealer, tenía tiempo y una motillo que tiraba de lo más bien. Así que cogió el dinero de algunos, a otros se lo adelantó, y se fue a comprar unas cuantas pastillas, que resultaron, según el recuento policial, en veintiocho unidades con un peso total bruto de 8,14 g. Sí, recuento policial. Porque el pobre Lorenzo tuvo la mala pata de pasar por un control policial preventivo, de estos que paran a todo el mundo, pasamos el test de drogas y alcohol y, según cómo nos vean, nos registran las pertenencias y el vehículo.
A Lorenzo le pillaron las pastillas y veinte euros en metálico. Fue suficiente para detenerle, abrirle un procedimiento penal y llevarle a juicio por la presunta comisión de un delito contra la salud pública. Ya nos sabemos el procedimiento: de los calabazos al juzgado de guardia, donde se declara o no, y luego, a defenderse en juicio. Lorenzo desde el principio afirmó que era para una fiesta con varios amigos, y ya dijo a los agentes, y en su primera declaración judicial, que era para varios colegas, dando el nombre de algunos de ellos. En el juicio, y de acuerdo con su abogado, siguió con la misma estrategia, y citaron como testigo a cinco de los colegas de la fiesta. Todos declararon muy bien y en el mismo sentido: que había habido un concierto previo, que todos habían puesto dinero y que se iba a consumir la noche de Carnaval en una casa okupa.
La fiscal echaba humo, y sostuvo que eran testigos falsos, que estaba todo inventado. Además, también echaba humo porque en la causa no constaba ningún informe pericial que dijera la cantidad neta de MDMA en los 8,14 g de sustancia, por lo que, si bien sí constaba que en la sustancia intervenida había MDMA, no se sabía el peso neto, por lo que la defensa podía alegar que no quedaba probada la existencia de la cantidad mínima psicoactiva. La fiscal pedía cuatro años de prisión y multa, por lo que el juicio no estaba exento de una enorme presión.
Pero hubo final feliz. El Tribunal absolvió por un doble motivo: primero, porque, efectivamente, faltaba un análisis pericial forense que determinara que la sustancia intervenida superaba la mínima dosis psicoactiva, que en el MDMA está en 20 mg; segundo, se consideró que la sustancia, en todo caso, era para el consumo colectivo de varias personas, por lo que no estaba destinada en ningún caso al tráfico. Así que Lorenzo, dentro de la mala suerte de ser pillado en un control rutinario, tuvo la suerte de poderse zafar con una sentencia absolutoria. A veces estas historias acaban bien.