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"La mayoría de los cultivadores, antes de empezar a plantar marihuana, nunca habían cuidado de una planta"
La planta de cannabis es muy resistente y es capaz de vivir en condiciones diversas. Puede sobrevivir con pocos nutrientes, en suelos bastante salinos, con mucha lluvia o en zonas bastante áridas. Pero sobrevivir no es lo mismo que vivir en buenas condiciones, y el resultado del cultivo puede ser completamente diferente en un ambiente adecuado o adverso. Los cultivadores de marihuana dedicamos muchas horas y esfuerzos a las plantas, con el objetivo de cosechar una cantidad abundante de cogollos de primera calidad. No queremos simplemente mantener las plantas vivas, queremos que crezcan rápido, que broten muchos cogollos, que estos se hagan grandes y gruesos y que se recubran completamente de una capa de glándulas de resina bien cargadas de THC.
El cannabis necesita para vivir luz, agua, dióxido de carbono (CO2) y catorce minerales. Si falla alguno de estos elementos, la planta se resiente y no se desarrolla bien. En los cultivos de exterior al aire libre, el CO2 está asegurado, por lo que la mayoría de los problemas que afectan al desarrollo de las plantas están causados por la falta o el exceso del resto de los elementos.
Una peculiaridad que diferencia a la mayoría de los cultivadores de cannabis del resto de amantes de las plantas es que, por lo general, antes de empezar a plantar marihuana nunca habían cuidado de una planta. Por esta razón no suelen ser demasiado conscientes de las necesidades de las plantas, por lo menos al principio. Saben que hay que regarlas y abonarlas, pero no que también hay que dejar que se seque la tierra y que el exceso de fertilizante puede hacer aún más daño que su escasez. Durante los primeros cultivos, suelen cometer el error de regar y abonar demasiado con la esperanza de acelerar el crecimiento y aumentar la cosecha, pero sin tener en cuenta el estado de las plantas. El cannabis puede soportar bastante agua y nutrientes siempre que la planta esté fuerte y viva en buenas condiciones. En otras palabras, primero la planta debe desarrollar un buen sistema de raíces que colonice todo el sustrato de la maceta, y para ello no puede vivir en una tierra permanentemente empapada, hacen falta periodos secos que fuercen a las raíces a crecer en busca de agua. La cantidad de abono que pueden comer depende también del tamaño de la planta, de su estado de vigor y desarrollo y, muy importante, de la cantidad de sol que reciben y de la temperatura exterior. En condiciones frías y nubladas, el crecimiento es mucho más lento, por lo que el consumo de nutrientes también se reduce y, si el cultivador riega y abona sin tenerlo en cuenta, lo más probable es que las raíces sufran por exceso de humedad y la planta se bloquee por exceso de nutrientes.
"Las carencias más comunes son de nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio y hierro"
Los nutrientes o minerales que las plantas utilizan pueden dividirse en tres grupos según la cantidad en que son necesarios. Los macronutrientes se consumen en grandes cantidades, son nitrógeno, fósforo y potasio; los nutrientes secundarios, en cantidades medias: calcio, azufre y magnesio. La lista se completa con los ocho microelementos o micronutrientes (hierro, manganeso, zinc, boro, molibdeno, cobre, cloro y cobalto), de los que solo necesita cantidades mínimas. Cuando a una planta le falta alguno de los nutrientes muestra síntomas de carencias y crece con problemas. Según el nutriente que falte, los problemas serán más o menos graves y afectarán en uno u otro momento de la vida de la planta. Por ejemplo, la falta de nitrógeno afecta al crecimiento, mientras que la carencia de fósforo impide un normal desarrollo de la floración.
Las carencias más comunes son de nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio y hierro. El resto de los elementos falta muy rara vez. No siempre las carencias responden a una falta de nutrientes en la tierra, a menudo los nutrientes están pero las plantas no los pueden absorber por una o varias causas. El pH demasiado bajo o demasiado alto, el exceso de sales en la tierra, la falta de oxígeno en las raíces o el exceso de riego pueden interferir en la absorción de nutrientes y provocar que la planta muestre síntomas de carencias.
La falta de nitrógeno se muestra por un amarilleamiento de las hojas más grandes y bajas. Las hojas viejas se secan y caen. Las hojas jóvenes toman un color verde pálido. El crecimiento es débil y lento, las plantas se estiran pero los tallos son débiles. Es una de las carencias más comunes pero también es muy fácil de arreglar: deberemos aumentar la dosis de abono de crecimiento.
La falta de fósforo provoca tallos de color rojizo y, a veces, hojas de color verde muy oscuro. Las hojas no crecen mucho, el crecimiento se atrofia o detiene. Los tallos se ponen duros y quebradizos. Se arregla con abono de floración rico en fósforo. Una buena opción es usar guano, un fertilizante ecológico rico en este mineral.
El potasio, cuando falta, hace que las hojas viejas cojan un color amarillo intenso y se retuerzan hacia abajo. Las hojas jóvenes se ven arrugadas y retorcidas. Aparecen manchas marrones de tejido muerto en las hojas. Los tallos están blandos y se sostienen mal. La carencia de potasio no siempre se debe a su falta. Es muy habitual que esté producida por un exceso de sales en el sustrato que impide su absorción. Para corregir esta deficiencia, primero hay que lavar la tierra y luego abonar con un fertilizante rico en potasio.
El magnesio es un elemento secundario que se requiere en cantidades medias pero cuya deficiencia es bastante común, pues muchos fertilizantes no contienen suficiente. Los síntomas de una carencia de potasio incluyen el amarilleamiento de las hojas más viejas, pero las venas se mantienen verdes. Las puntas de las hojas se secan y se ponen marrones, a menudo retorcidas hacia arriba. Un buen corrector de las carencias de magnesio son las sales de Epsom (sulfato de magnesio hidratado). Se añaden al agua de riego a razón de una cucharadita de café por cinco litros de agua. Cuando aparece esta carencia, hay que seguir corrigiéndola hasta la cosecha para que no vuelva a aparecer.
La falta de hierro es, probablemente, la carencia más habitual en la agricultura. Casi siempre se debe al exceso de sales en la tierra, que provoca una elevación del pH, que impide su absorción. Las hojas amarillean entre las venas, aparece necrosis en los tejidos y se acaban cayendo. En los comercios especializados se puede comprar quelato de hierro, una forma de hierro que es mucho más resistente al pH alto y que las plantas pueden absorber aunque las condiciones no sean idóneas.