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22 membretes

Oliverio Girondo

En los fragmentos de este bonaerense educado en colegios franceses e ingleses parece cumplirse con particular evidencia aquella “condición del aforismo de ser el refrán de los cultos” que Salinas señalaba en 1934 a propósito de Bergamín. Así lo confirma la “trabajosa espontaneidad” que el propio Oliverio Girondo (1891-1967) menciona entre sus secretos del oficio. Gómez de la Serna, quien ya en Automoribundia (1948) reconoció el auxilio que Girondo le brindó durante su exilio americano, le dedica en 1960 una edición de las Greguerías: “Al escritor más original y fantasmagórico de la literatura argentina”. Notable poeta en verso (Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, 1922) y en prosa (Espantapájaros, 1932), comenzó a publicar desde 1921 series dispersas de membretes, subgénero que definió como “condensaciones críticas de arte y literatura”. Martín Greco los ha denominado “ensayos en miniatura”. Su extrema parquedad subraya el carácter de restos de naufragio, entre los cuales no falta, por fortuna, el sentido del humor, aunque siempre sombrío. “La nacionalidad es algo tan fatal como la conformación de nuestro esqueleto”, anota en 1926.

Los únicos brazos entre los cuales nos resignaríamos a pasar la vida son los de las Venus que los han perdido.

¡Quién creería que las Venus griegas fuesen capaces de perder la cabeza!

Las Venus griegas tienen cuarenta y siete pulsaciones. Las Vírgenes españolas, ciento tres.

Los bustos romanos serían incapaces de pensar si el tiempo no les hubiera destrozado la nariz.

La Gioconda es la única mujer viviente que sonríe como algunas mujeres después de muertas.

¿Las Vírgenes de Murillo? Como vírgenes, demasiado mujeres. Como mujeres, demasiado vírgenes.

Todas las razones que tendríamos para querer a Velázquez, si la única razón del amor no consistiera en no tener ninguna.

Hasta la aparición de Rembrandt nadie sospechó que la luz alcanzaría la inagotable variedad de conflictos de las tragedias shakesperianas.

La Maja vestida está mas desnuda que la Maja desnuda.

Goya grababa como si entrara a matar.

Los pintores chinos no pintan la naturaleza, la sueñan.

En arte, en poesía, nada más importante que el recuerdo, ni más indispensable que saber olvidar.

Segura de saber dónde se hospeda la poesía, una multitud impaciente y apresurada corre en su busca, pero al llegar adonde han dicho que se aloja y preguntar por ella, invariablemente recibe la respuesta: Se ha mudado.

La variedad de cicuta con que Sócrates se envenenó se llamaba “Conócete a ti mismo”.

Nadie recita a Verlaine como las hojas secas del Jardín de Luxemburgo.

Ernest Renan es un hombre tan educado que hasta cuando cree tener razón, pretende demostrarnos que no la tiene.

Azorín ve la vida en diminutivo, y la expresa repitiendo lo diminutivo, hasta darnos la sensación de la eternidad.

Solo después de arrojarlo todo por la borda somos capaces de ascender hacia nuestra propia nada.

Una biblioteca es un teclado.

Elegir nuestras palabras con el mismo cuidado que nuestras amistades, conocerlas íntimamente y confiarnos en ellas, sin cometer la ingenuidad de considerar imposible que puedan traicionarnos.

La experiencia es la enfermedad que ofrece el menor peligro de contagio.

Delatemos un onanismo más: el de izar la bandera cada cinco minutos.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #300

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