Sonrisas experimentales
John Cage
A fin de progresar en el camino de la experimentación –que, como nos recuerda una y otra vez, no conduce a ningún lugar predecible, a ningún resultado susceptible de ser rentabilizado–, John Cage (1912-1992) supo rodearse de los mejores maestros vivos (Suzuki, Duchamp, Schönberg, Buckminster Fuller, McLuhan, Norman Brown...) y muertos (Eckhart, Thoreau, Satie...). La verdad no es un punto fijo, sino un proceso de naturaleza paradójica y, por tanto, “cada repetición debe permitir una experiencia nueva”. Considerado a menudo filósofo más que músico, interpola anécdotas, apotegmas y citas iluminadoras en sus libros y conferencias. Devoto del azar, hijo de inventor, simpatizante del anarquismo, afirma: “Las universidades están atrasadas. No han comprendido la exigencia de eludir la preocupación por la rentabilidad. Solo deberían existir universidades experimentales”.
Estaba discutiendo con mamá. Me dirigí a papá para que me apoyara. Respondió: “Hijo, tu madre siempre tiene razón, incluso cuando está equivocada”. (Del lunes en un año, 1969)
Después de llegar a Boston fui a la cámara anecoica de la Universidad de Harvard. En aquella habitación silenciosa escuché dos sonidos, uno agudo y otro grave. Le pregunté al responsable por qué, siendo la habitación tan silenciosa, había escuchado dos sonidos. Dijo: “Descríbalos”. Lo hice. Dijo: “El sonido agudo era su sistema nervioso. El sonido grave, la circulación de su sangre”. (Del lunes en un año)
Unas veces difuminamos la distinción entre arte y vida; otras, intentamos aclararla. No nos sostenemos sobre una pierna. Nos sostenemos sobre dos. (Diario, 1970-71)
Si tu cabeza está en las nubes, mantén tus pies en la tierra. Si tus pies están en la tierra, mantén tu cabeza en las nubes. (Diario, 1973-1982)
La responsabilidad del artista consiste en perfeccionar su trabajo de modo que resulte atractivamente poco interesante. (“Precursores de la música moderna”, 1949, Silencio)
Los artistas hablan mucho de libertad. Así que, recordando la expresión “libre como un pájaro”, Morton Feldman fue un día al parque y se dedicó a observar a nuestros alados amigos. Cuando volvió, dijo: “¿Sabes? No son libres: tienen que luchar por trocitos de comida”. (“Indeterminación”, 1958; Silencio)
Durante mi último año en la escuela secundaria, descubrí la existencia de la Iglesia Católica Liberal. Estaba en un sitio precioso en las colinas de Hollywood. La ceremonia mezclaba las partes más teatrales de los principales ritos de Oriente y Occidente. Quedé fascinado, y aunque había crecido en el seno de la Iglesia Metodista Episcopaliana y se me había pasado por la cabeza dedicarme al sacerdocio, decidí unirme a los Católicos Liberales. Mamá y papá protestaron enérgicamente. Al final, cuando les comuniqué mi intención de participar en la misa como acólito, dijeron: “Elige. Nosotros o la Iglesia”. Pensando algo así como “Dejad a vuestros padres y madres, y seguidme”, fui a ver al sacerdote, le conté lo sucedido y dije que me había decidido por los Católicos Liberales. Replicó: “No seas tonto. Vuelve a casa. Hay muchas religiones. Solamente tienes un padre y una madre”. (“Indeterminación”)
Schönberg se quejaba de que sus alumnos no trabajaban lo bastante. En la clase había una chica que, ciertamente, apenas se esforzaba. Un día le preguntó por qué no trabajaba más. Ella respondió: “Porque no tengo tiempo”. Él preguntó: “¿Cuántas horas tiene el día?” Ella respondió: “Veinticuatro”. Schönberg dijo: “Tonterías. Un día tiene tantas horas como nosotros le dediquemos”. (“Indeterminación”)
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