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Juntos

Miguel Hernández y César Vallejo

Fueron dos aves livianas, de vida breve y elevado vuelo: Miguel Hernández y César Vallejo.

En los pensamientos del primero, misteriosamente equidistantes del verso y de la prosa, se percibe la cordial influencia de Gómez de la Serna: quisieran enseñarnos a no saber nada, como las flores. Las anotaciones del segundo parecen cuentos crueles, en la medida en que revelan el fracaso de la cultura frente a la realidad de la injusticia. El primero llegó a Madrid en 1931; el segundo, a París en 1923, a Moscú en 1928, a Valencia en 1937, donde ambos coinciden, durante la primera quincena de julio, en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Fueron dos aves livianas, de vida breve y elevado vuelo: Miguel Hernández (1910-1942) y César Vallejo (1892-1938). Las escuetas prosas del primero fueron escritas entre 1932 y 1936. Las del segundo, van fechadas.

Si analizas tu alegría, te entristeces.

Y los enamorados diciéndose secretos que todo el mundo sabe.

Nieve, novia del yelo.

Luchando cuerpo a cuerpo con mi cuerpo.

El eco, espejo de la voz.

Las brisas multimillonarias de los álamos.

Silencio, voy a coger cigarras.

El monte se queda de piedra.

El puente, ceja del río.

El azulejo de tu risa.

Hoy hablan las aves de filosofía.

El más grave pensamiento es no pensar en nada.

Bella como un eclipse.

Iba yo a modelarte y resultaste tú escultor, yo barro.

Abeja, secretaria de la rosa.

La rosa, forma de su perfume.

No habrá muchos cabreros con alma de señor, ¡pero hay tantos señores con alma de cabrero!

Un cielo moscatel.

La proximidad de la lejanía.

Qué paz más encarnizada.

Guitarras portapenas.

Tumba, bodega de la vida.

En el campo analfabeto es donde más se aprende.

El limonero de mi huerto influye más en mi obra que todos los poetas juntos.

Un poema es una entidad vital mucho más orgánica que un ser orgánico en la naturaleza. A un animal se le amputa un miembro y sigue viviendo; a un vegetal se le corta una rama o una sección del tallo y sigue viviendo. Si a un poema se le amputa un verso, una palabra, una letra, un signo ortográfico, muere. (1926)

Un médico afirma que para fruncir el entrecejo se necesita poner en juego sesenta y cuatro músculos, mientras que para reír son suficientes trece. El dolor es, por consiguiente, más deportivo que la alegría. (1928)

El día tiene a la noche encerrada dentro. La noche tiene al día encerrado afuera. (1928)

Se puede hablar de freno solo cuando se trata de la actividad cerebral, que tiene el suyo en la razón. El sentimiento no se desboca nunca. Tiene su medida en sí mismo y la proporción en su propia naturaleza. El sentimiento está siempre de buen tamaño. Nunca es deficiente ni excesivo. No necesita de brida ni de espuelas. (1928)

El amor me libera en el sentido de que la persona a quien amo debe dejarme la libertad de poder aborrecerla en cualquier momento. (1929)

Yo amo a las plantas por la raíz y no por la flor. (1929)

El perro que por fidelidad no consintió que se acercase nadie a curar la herida de su amo. Este, naturalmente, murió. (1930)

La psicología burguesa de un comunista y la psicología comunista de un burgués. (1930)

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #295

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