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Ramón es demasiado

Ramón Gómez de la Serna confiaba en el poder de la amenidad para derrotar al mal, y por eso su obra comparte un aire de familia con las de Chaplin y Magritte, estrictos contemporáneos suyos.

Gómez de la Serna murió en Buenos Aires el 12 de enero de 1963, pero al cabo de once días sus restos reposaban en Madrid, junto a los de Larra. Esta pirueta póstuma fue probablemente su mejor greguería, género cuyo acta de nacimiento registró él mismo: fue en 1910, en el número 11 de la madrileña calle de la Puebla, hito que merecería una placa del ayuntamiento de su sufrida ciudad. La greguería, nos avisa, es enemiga de la máxima (“dura como los antiguos rencores contra la vida”) y del “enfático” aforismo. Ramón confiaba en el poder de la amenidad para derrotar al mal, y por eso su obra comparte un aire de familia con las de Chaplin y Magritte, estrictos contemporáneos suyos. “Ramón es demasiado”, afirmaba en 1988, con motivo de su centenario, Rosa Chacel, quien describió sus greguerías “como cuentas de un collar roto”. Como “perlas sin hilo”, las veía en 1972 Camón Aznar –visitante no hace mucho de nuestro seminario–, a cuyo juicio “la greguería produce asombro; el aforismo, meditación”. Muchas de las que componen este florilegio fueron escritas a lo largo del destierro, y las once últimas proceden del Diario póstumo (1948-1956), cuyas páginas, inéditas hasta 1972, iluminan relámpagos de humor negro.

Las Venus antiguas nos sonríen desde el cuarto de baño de la inmortalidad.

El tiempo sabe a agua seca

Tres golondrinas posadas en el hilo del telégrafo forman el broche de la tarde.

Lo único mío, ya lo sé, es el miocardio.

Las lágrimas desinfectan el dolor.

Hay conferencias fúnebres en las que asistimos al entierro de una idea.

El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero.

En cuanto se abre, la rosa comienza a dictar testamento.

Catálogo: recuerdo de lo que se olvidará.

Esponja: calavera de las olas.

Lo más difícil que hace un jinete es sostenerse en la imagen de su caballo reflejada en el agua.

La vida obliga a la prisa de vivir, porque el pan enseguida se pone duro.

La muerte no necesita guadaña, le basta golpear con un crisantemo a quien elige.

Sinceridad: palabra sospechosa que comienza negando lo que es.

Nadie que no esté muriéndose alcanza la explicación del mundo.

Vivo y muero al mismo tiempo. Eso es el vivir.

“¡Qué hermosos ojos negros!” es el piropo que está reclamando la calavera.

Dentro de cada pupila hay un bosque de miradas.

La hormiga parece decir: ¡Mirad a lo que he quedado reducida!

Un zapato tirado en medio de la calle significa que corretea por la vida un destino cojo.

No dais importancia a los pasos de los seres, y tienen la importancia de lo que desaparece, de lo que, habiendo sido evidente, no dejará ninguna evidencia. Oíd con atención y respeto los pasos.

El puente es, además, un arco de triunfo en honor del agua. Por eso pasa tan orgullosa bajo él.

Todas las bailarinas quieren volar, y muchas vuelan.

Dejemos que los muertos sigan muriendo, sigan viviendo su muerte, porque también hay desarrollo entre el día que murieron y los días que pasan, una continuidad en la muerte. ¡Llegar a la vejez de la muerte!

El loro dice al morir: “Os dejo mi bello plumaje”.

Invento próximo: máquinas de lavar conciencias.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #292

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