Desde que arrancaron sus emisiones en 1972, HBO no ha dejado de tratar de redefinir la televisión tal y como la conocemos. Su eslogan siempre ha dejado claras esas intenciones: “No es televisión, es HBO”, presumían en los años de la llamada tercera edad de oro de la televisión, cuando los canales de pago comenzaron a expandirse hasta ser hoy una realidad incontestable.
Ese portentoso eslogan puede atribuírsele también a las ficciones de David Simon. Se suele decir que The Wire no es tan solo una serie policíaca, sino un serial de Simon, quizá uno de los mejores de la historia del medio televisivo. Pero ¿qué hace que reconozcamos en The Wire o Generation Kill, firmadas y desarrolladas por Simon, su sello característico? Cualquiera que haya visto alguna de las producciones podría responder en un santiamén: su mezcla de reporterismo e integridad profesional, además de su compromiso con la verdad, es inconfundible. Así, el que fuera reportero de tribunales para el Baltimore Sun durante doce años –de 1983 a 1995– es mucho más que un showrunner y una marca televisiva: es un valor cultural en sí mismo. Es bastante probable que su infame “que le jodan al espectador medio”, soltado en una entrevista de 2007 en The Believer, tenga mucho que ver con su actual aura de tipo insobornable.
Aunque a lo largo de estos años jamás ha desaparecido de la palestra mediática –solo hace falta darse una vuelta por su cuenta de Twitter para confirmar su pulso con el día a día–, Simon vuelve a la primera línea catódica a cuenta de La ciudad es nuestra, una nueva miniserie de trama policial con la que también regresa a Baltimore, escenario de la archicelebrada The Wire, acompañado otra vez de Georges Pelecanos.
La dupla tiene en su haber una trayectoria en la televisión envidiable que ya forma parte de los anales del medio. Para empezar, The Wire (2002-2008) y sus sesenta episodios desplegados en cinco temporadas, cada una de estas dedicada a un gremio profesional, que diseccionan el día a día en Baltimore y la corrupción inherente en las sociedades occidentales contemporáneas. Seguimos con la miniserie de siete episodios Generation Kill (2008), sobre la contienda de Estados Unidos en el Irak de 2003 y basada en el aclamado libro homónimo de Evan Wright. No hay que olvidar Treme (2010-2013), ambientada en el Nueva Orleans post- Katrina; como tampoco la más reciente Show Me a Hero (2015), adaptación del libro de Lisa Belkin en la que Simon y Pelecanos trazan el auge y caída de Nicholas Wasicsko, joven político neoyorquino de finales de los 80 inmerso en una polémica judicial y racial tras una demanda judicial a cuenta de un conflicto inmobiliario. Su penúltimo trabajo, The Deuce: Las crónicas de Times Square (2017-2019), narra la industria del porno en Times Square durante los años 70 hasta mediados de los 80.
Un abanico de ficciones, como vemos, que ha consolidado al tándem creativo. Tal es su influencia como creadores que, en el verano de 2017, a las puertas del estreno de The Deuce, HBO incluyó en su sitio web de Estados Unidos una página titulada “Lo que David Simon y George Pelecanos quieren que sepas sobre sus series”, donde la pareja profesional esbozaba las razones y otras curiosidades tras los shows que habían desarrollado, desde cuál era la idea original que les condujo a trasladar esa historia a la televisión a la obsesión por indagar en las realidades urbanas estadounidenses o sus reflexiones sobre el actual paradigma capitalista.
La guerra contra las drogas
“The Wire pretendía ser una crítica a la guerra contra las drogas, que es, en lo que a mí respecta, una guerra contra los pobres”, contaba Simon en esa serie de entrevistas promocionales de HBO. El serial, sabemos, acabó convertido en una ficción que narraba mucho más –una exploración de las dinámicas de poder entre las diversas instituciones que gestionan el gobierno de una ciudad–, eclipsando, de algún modo, esa intención original con que vio la luz.
Para suerte de todos, Simon ha retomado esa premisa en La ciudad es nuestra, disponible en HBO Max desde el 26 de abril. Se trata de una miniserie de seis capítulos basada en el libro del periodista del Baltimore Sun, Justin Fenton, que cuenta el auge y la caída de la Fuerza Especial de Rastreo de Armas del Departamento de Policía de Baltimore, puesta en funcionamiento en 2015 en la llamada guerra contra las drogas. Los hechos reales que relata el libro y también la serie fueron el enésimo escándalo de un cuerpo policial muy criticado, y sacudieron los cimientos de todas las instituciones implicadas.
La ciudad es nuestra, dirigida en su totalidad por Reinaldo Marcus Green, tiene como punto de partida abril de 2015 y la muerte de Freddie Gray, un hombre afroamericano de apenas 25 años fallecido en circunstancias extrañas mientras estaba bajo custodia policial. Baltimore se encontraba en una crisis de violencia que solo iba in crescendo: la ciudad alcanzó entonces su mayor número de asesinatos en más de dos décadas, 342 homicidios en un solo año, en un área urbana de apenas 600.000 habitantes. Ante la situación, los mandos de la policía de Baltimore encargaron a un policía carismático de las bases, el sargento Wayne Jenkins, y a su unidad de élite, el Grupo Especial de Rastreo de Armas, que retiraran las armas y las drogas de las calles. No obstante, detrás de esas intenciones, en el mismo corazón del departamento de policía se escondía una conspiración criminal de escala sin precedentes. Jenkins, encargado de solucionar la crisis de las drogas y las armas en Baltimore, optó por aprovecharse de la crisis y sacar rédito. En una entrevista de 2021 para la BBC, Jenkins confesó que llegó a traficar con droga mientras aún era policía. Uno de los testigos clave para la detención del grupo de Jenkins aseguró que llegaron a vender el equivalente a un millón de dólares en droga.
Con un material de partida de ese calibre, no cuesta pensar que La ciudad es nuestra abre otra línea narrativa de la historia matriz que se contaba en The Wire, justo cuando se cumplen 20 años de su nacimiento de aquella serie. Como entonces, Simon y Pelecanos vuelven a explorar el abuso de poder de la policía, desde la base hasta los mandos de poder, para reflexionar sobre cómo la corrupción afecta a las minorías raciales y económicas.
“Me equivoqué cuando utilicé la expresión guerra contra las drogas. Junto con la guerra llega la militarización de la policía”, dice el personaje de un alto cargo político en La ciudad es nuestra. Hace apenas un mes, en la presentación de la ficción en el festival francés Seriesmania, Jamie Hector, uno de los actores protagonistas, comentaba cómo afectó esa operación de limpieza de las calles a la comunidades de minorías étnicas: “Destrozaron muchas vidas en ese período de 10 años en que el gobernador de Maryland dijo que había que sacar a la gente de las calles, que había que despejar las esquinas y que la policía dispondría de todos los recursos posibles para llevar esa operación a cabo, sin importar si alguien era culpable o inocente”.
Como recordaba en ese certamen el periodista Justin Fenton, La ciudad es nuestra “no es una historia de hace 30 años”. Abusos policiales y racismo siguen conformando una ecuación explosiva en las calles de las áreas urbanas estadounidenses: “Aún sigue ocurriendo. Baltimore sigue lidiando con lo que queremos que sea la policía, con el papel que queremos que desempeñe y con el grado de actividad que debe tener para intentar detener la delincuencia. Y todas estas cuestiones aún están por determinar”.