“Soy alcohólico y drogadicto, pero lo quiero dejar, de verdad. Sé que ya me habéis oído decir esto antes, pero es que no quiero recaer. ¡Y no me ayudaréis si os tengo que ver colocados!”. Cito de memoria una escena del documental Robbie Williams: Nobody Someday (2002), donde la popstar británica se dirige al staff de una de sus giras mundiales con una honestidad que, a lo largo del filme, logra mostrar al ser humano más allá de los tópicos que pudiéramos asociar al ex Take That. Fue una de las películas presentadas en 2003 en In-Edit Festival, la muestra de documentales musicales de Barcelona, que en aquella primera edición reunió en 3 días a un millar de espectadores en la pequeña sala de proyección de un club social de barrio hoy desaparecido.
Desde entonces, esta original y arriesgada propuesta cultural, que aúna como ninguna amor por la música y cinefilia, ha seguido revelándonos la cara oculta de artistas y géneros musicales. También ha demostrado su viabilidad y su valía, creciendo hasta el punto de simultanear tres salas de cine en Barcelona, no vender menos de 30.000 entradas por edición en el pasado lustro –alcanzando las 35.000 en 2015 y 2016– y consolidando fans irredentos que se encierran en el cine como si acudieran a un concierto de masas. La celebración de este año se simultaneó además con la quinta edición madrileña, que sigue con tan buen pulso como las versiones internacionales del festival existentes en México, Colombia y Grecia, que a su vez aprenden de las longevas y consolidadas ediciones de Chile y Brasil.
No disparen al pianista, ¡háganle una peli!
Pero la idea nació en Barcelona, donde este 2017 cumplía quince años, “15 years shooting the pianist”, según la promoción que jugaba con el doble sentido de to shoot: disparar y filmar. En esta puesta de largo, el certamen perdía el patrocinio de la marca de ginebra que le había apoyado durante más de una década, hecho al que se enfrentó sin lamentos y a torso descubierto, sin recurrir a ganchos facilones para el público generalista, rehusando proyectar esta vez hagiografías de los más famosos superventas del pop-rock. Nada que objetar para el asiduo al festival, consciente de que las mayores recompensas suelen hallarse en filmes sobre figuras menos populares o que se mueven en terrenos ajenos a los intereses mayoritarios.
No obstante, en la cosecha de este año, no faltaron acercamientos a músicos tan aplaudidos como Faithfull, de nombre Marianne, la sensual cantante que fue musa de los Stones, entrevistada en la edad madura acerca de su azarosa juventud, su caída en desgracia y su renacimiento; Revolution of Sound. Tangerine Dream, viaje sideral por las mentes pioneras del krautrock; Finding Joseph I. The HR from Bad Brains, sobre como la esquizofrenia hizo estragos en el líder de la banda hardcoreta rastafari; American Valhalla, estilizado encuentro en la cima del rock entre Iggy Pop y los Queens Of The Stone Age; Eagles of Death Metal: Nos Amis, de nuevo con el enorme Josh Homme, apoyando aquí a su amigo Jesse Hughes en su regreso a París para acabar aquel concierto que unos extremistas islámicos convirtieron en carnicería en la sala Bataclan; Chasing Trane: The John Coltrane Documentary, excelente retrato de un genio inabarcable del jazz, en una proyección complementada por la performance en directo de J. L. Pantaleón, eminencia tras mil bandas locales (Gambardella, Cuzo, AtletA, 12twelve); o My Life Story, donde el enfant terrible Julien Temple, laureado documentalista de última generación y un habitual del festival, brinda su arte al monólogo cómico con que Suggs, cantante de los míticos Madness, repasa su vida. Lástima que el más que cincuentón vocalista coronara esta premiere mundial, con una tabernera ‘actuación’ en directo hasta arriba de cerveza y otras sustancias. Era el primer día de festival tras la noche inaugural y hacía apenas horas de la Declaración Unilateral de Independencia catalana. Mientras se celebraba este In-Edit, se sucederían también la aplicación del 155 y la destitución del Govern de la Generalitat por parte del PP, seguido del encarcelamiento provisional de buena parte de los cargos electos catalanes y el exilio belga de Puigdemont. Una agitadísima agenda sociopolítica que inevitablemente ha torpedeado el consumo cultural en la capital catalana.
Pese a todo, en una de sus ediciones más complicadas, el festival ha logrado sumar más de 23.000 espectadores, con sesiones agotadas en más de una proyección, manteniéndose como el festival de cine más popular de la ciudad de Barcelona. Aparte de al buen hacer de sus creadores y gestores, el mérito se debe una programación tan exquisita como de costumbre, que parte del nexo común de la música para contar profundas historias humanas, rendir tributos generacionales y dar lecciones de vida en la gran pantalla.
Lo mejor de 2017
El Premio al Mejor Documental Musical Nacional se lo llevó una de las máximas sensaciones de esta edición, la agridulce historia del alucinado DJ Nando Dixkontrol en Ciudadano Fernando Gallego: Baila o Muere, dirigida por Alex Salgado del Tarré y Jorge Rodríguez. Magnífica reivindicación del underground que cimentó nuestra escena electrónica, entre la ruta del bakalao valenciana y “una Barcelona donde aún no había raves porque sobraban afters abiertos”, al menos hasta que las instituciones los barrieron en pro de las Olimpiadas. La peli se presentó en una enorme sala repleta, incluyendo numerosos amigos, familiares y viejos habituales de las sesiones del protagonista, tan gozosamente participativos como los habituales de Rocky Horror Picture Show.
El premio en el apartado internacional fue para Where You’re Meant To Be, con la que Paul Fegan rueda la odisea por el folk escocés de Aidan Moffat, excantante de Arab Strap, en una conmovedora road movie campestre, untada con humor británico de acento indescifrable y ahogada en pintas de cerveza. El propio Moffat estuvo presente en la sala, recuperando en vivo el cancionero tradicional que suena en el documental. Además, el jurado internacional distinguió con Mención Honorífica al entretenido Cassette: a Documentary Mixtape, donde el realizador Zack Taylor entrevista al nada nostálgico creador del casete (y también del CD) y a una adorable serie de obcecados por el sonido analógico de baja calidad. Por desgracia, el filme no homenajea suficientemente la creatividad de tantas caratulas caseras, ni menciona la utilidad de los bolis como rebobinadores o el corta y pega que alumbró hitos del dance patrio como la saga ochentera Max Mix.
Personalmente, quedé maravillado ante la obra mayúscula de dos grandísimas mujeres, ensombrecida in a man’s man’s world. Por un lado, el académico pero sobresaliente reportaje Les mans d’Alicia, que recupera a la pianista clásica Alicia de Larrocha, niña superdotada que debutó con nuestra Guerra Civil y no dejaría de demostrar su humilde genialidad, reverenciada internacionalmente, hasta su muerte en 2009. Por otro lado, A Life in Waves, que sigue a Suzanne Ciani, pionera de la música electrónica y del denostado new age, autora de samples publicitarios tan reconocibles como el sonido de un refresco de cola cayendo en un vaso. Imposible no enamorarse de ella, de su inocencia y su amor por la vida, mientras regala sutiles pero demoledoras lecciones de actitud y feminismo. Por contra, rezumando masculinidad, me fascinó la carcajeante historia de los working class men británicos de mediana edad que en Bunch of Kunts: A Film about Sleaford Mods ascienden a la fama como grupo de hip hop que exorciza todo aquello que “los de abajo” rabian por gritar. Y compartiendo testosterona, la perturbadora –y algo reiterativa– Tokyo Idols, radiografía de un creciente mercado de alienados japoneses, también de mediana edad, que suplen sus carencias afectivas convirtiéndose en otakus fanáticos de bandas amateur de niñas y adolescentes que sueñan con ser popstars, dóciles fantasías en las que estos hombres gastan sus ahorros como único contacto con el sexo opuesto.
Por último, las dos películas a mi juicio más destacables por su habilidad tanto cinematográfica como sociológica: When God Sleeps, a la que se perdona cierto efectismo cuando muestra magistralmente los límites del compromiso político y cómo éste afecta a los que te rodean, mientras filma al refugiado iraní Shahin Najafi, un milenial encantador, valiente y ególatra, transmutado en rapero hipster alemán. Cuando ridiculiza a un imán en una canción, verá como su libertad de expresión choca con una fatwa que exige su muerte y paradójicamente le obsequia con una paranoica fama, que le convierte en símbolo de jóvenes musulmanes hambrientos de libertad. Pero por encima de todos los documentales de esta edición, brilló la desgarradora pero esperanzadora Quest, donde durante casi una década la cámara convive con naturalidad con una familia afroamericana que sobrevive en los suburbios de Philadelphia, con increíble dignidad y perseverancia. Un padre que mantiene con voluntarismo un estudio de grabación para jóvenes raperos del barrio, su esposa que atiende un refugio social y la hija de ambos, personajes bigger than life, que deslumbran con su arrojo y entereza. Si crees que tienes problemas, este intenso peliculón, te quita rápido la tontería.