Cuando empezó a volar en solitario, la cantante pensó que “para ser libre” le ayudaría ser identificada con una “nueva marca”. Escogió su propio nombre, “que antes fue el de mi abuela”, pero lo rubricó con una H, porque “faltaba algo para distinguirme de la Marina que va al súper”.
Sin embargo, tiene asumido que para la mayoría seguirá siendo “Marina, la de Ojos”. Durante más de una década fue letrista y vocalista de Ojos de Brujo (en adelante, ODB), la banda autogestionada y autoproducida que llegó a superventas, merced a un espectacular directo jaleado en todo el mundo y un sonido único que hibridaba himnos rumba dub style con denuncia rapera, energía flamenca y celebración afrolatina. Con Manu Chao o Dusminguet compartían la onda mestiza de la Barcelona postolímpica, cuando las concentraciones alterglobalizadoras expulsaban al mismísimo Banco Mundial. Mientras el ayuntamiento del tripartito, ideólogo de la turistificación condal, hacía de la ciudad un gran centro de ocio, con proyectos megalómanos como el impostado Fòrum de les Cultures, lo mestizo suponía una alternativa genuinamente multicultural, que tenía como patio de recreo el Ravalkistán, el centro heredero del canalleo, obra y gracia de una inmigración extraeuropea, ajena a los planes municipales. Pero la Ordenanza Cívica acabó arrebatando el espacio público a quien más vivía la calle. ODB tuvo su cuartel general junto a esas Ramblas que hoy evitan los oriundos. Representaron la reactivación de una cultura de base y un perezoso despertar anticapitalista. Una batalla que entonces perdimos. Ante la crisis económica, tras un lento goteo de miembros y el fichaje por una multinacional, la banda que tomaba sus decisiones en asamblea se acabó disolviendo entre acusaciones cruzadas. El alias de “la Canillas” quedó también por el camino: “Me lo decían de niña los amigos, por tener el tobillo muy finito, que es cosa de familia. Y, como al empezar con ODB todos teníamos un sobrenombre, yo decidí rescatar aquello en lugar de inventarme otro para hacerme la guay”.
Durante la sesión fotográfica, Marinah saluda a los vecinos de nuestro mutuo barrio de acogida, Poblenou, de pasado fabril y codiciado frente marítimo, punta de lanza de la resistencia ante la expansiva gentrificación de la ciudad. Charla con un señor mayor al que llama “papa” con afectuoso color caribeño. Luego dedicará el mismo apelativo al camarero pakistaní, y finalmente al propio entrevistador. Nacida en el Barrio del Carmen, milenario casco antiguo de Valencia surgido entre las murallas musulmana y cristiana, Marina Abad siempre ha galopado a caballo de diversas culturas. Apasionada y pasional, durante la charla aún escuecen heridas con su vieja banda. Lleva el corazón en la mano, aunque “soy poco rencorosa, no me guardo las cosas”. Su sinceridad sorprende incluso con intimidades inesperadas, como el relato de la adicción narcótica de su madre, o un repentino “ya que estamos con política, ¡voy a hablar bien de Venezuela!”. Por el camino queda el retrato de una resistente, que trata de reconciliar su compromiso político con su descreimiento del sistema.
“Heroína de la cotidianeidad” cantas en uno de tus más recientes versos.
Somos todas heroínas. Hay que reivindicar las pequeñas luchas cotidianas de los que estamos en el presente y marcamos el futuro. Yo siempre tiro pa’l pueblo, pa’ la gente de abajo. Y ahora más. Este disco es lo que yo necesito escuchar para seguir adelante. Soy una mujer de cuarenta y cinco años en el mundo de la música, donde después de joven, molestas. Al menos hasta que eres vieja y venerable. Sin embargo, yo siento que ahora estoy en mi mejor momento.
Me refería también a tu look, de superheroína del barrio. No pasas desapercibida.
Aunque no vaya maqueada, se me ve de lejos, ¡por lo grandota! [Risas.]
La imagen puede reflejar nuestra identidad, nuestra forma de pensar y de vivir. Pero también puede confundirnos acerca de cómo es realmente una persona.
Cuando maduras un poco, resulta obvio que no puedes juzgar a nadie por la pinta que tiene. Pero esta sociedad tiene tantas correas, que a la mínima que te sales, ya te están señalando. Y no te cuento si eres negro en España o gitana entre payos. Yo defiendo la libertad individual de hacer lo que quieras mientras no coartes la libertad de otro. De joven siempre se pasa por ese momento de tribu, de “nosotros somos los guays”. Tienes derecho a afincarte donde quieras. Recuerdo que en Valencia había mucho nazi y nosotros íbamos con nuestras crestas de colores. Te haces la valiente. Pero al crecer te planteas qué parte es la importante, si la estética o el ser auténtico. La autenticidad te da un desarrollo y crecimiento, es hacer las cosas como de verdad las sientes.
Familia, música y drama
¿De dónde te salió el arte?
¡Pues no lo sé! En casa no había mucha tradición musical. Mi abuelo sí me enseñaba poesías y, aunque no lo recuerdo, me cuentan que de pequeña ya cantaba en público. A los quince o dieciséis años empecé a tomármelo en serio. Recuerdo el Casal Popular, en Valencia, que decían: “¡Que cante la Marina!”. Y yo ya cantaba Ná en la nevera (acabó siendo uno de los primeros éxitos de ODB). Es el antihit, porque no tiene estribillo. Descubrí el flamenco por mi madre, aunque no teníamos sangre andaluza. Lole y Manuel, Pata Negra, Ketama... Y claro, Paco de Lucía, Camarón... Mis padres estaban separados desde que yo tenía dos años y, a través de él, me llegó la Fania o Pablo Milanés. Luego elegí seguir escuchando todo aquello, pero también la Velvet o Radio Futura... Hace pocos años coincidí con Santiago Auserón en La Mar de Músicas y me daba apuro cantar con él, porque me conozco sus letras mejor que el padrenuestro, ¡que ese no estoy segura de sabérmelo!”.
Conociendo tu música, también escucharías rumba...
¡Claro! Mi madre también ponía mucho a Peret, El Pescaílla, Los Chichos, Los Chunguitos. ¡Me las sé todas de memoria! Y te voy a contar una cosa: creo que toda la cultura flamenca le venía de la heroína.
¿Estaba enganchada?
Al principio era tan normal como puede ser la farlopa. El caballo te lo traían a casa. Había entrado primero en Euskadi y luego en todos los sectores más politizados. La gente que me rodeaba de pequeña eran de la resistencia antifranquista... Se pulieron a la gente más libre, los que querían que todo cambiara...
¿Crees que fue un plan de Estado? En su reciente libro sobre la materia, Juan Carlos Usó lo tacha de teoría conspirativa...
Lo que sé es que al poco tiempo muchos estaban enganchados y muy mal. Te hablo de gente como el tío Juanma, que era abogado laboralista. Y también creo que hubo policías metiendo partidas adulteradas. Yo me fui a Madrid muy joven, y en la casa donde vivía cayeron en el cuarto de baño hasta cuatro víctimas del caballo. Acabas asumiendo con normalidad cualquier cosa.
¿Cómo le fue a tu madre?
Mi madre sobrevivió aquello, pero lo tuvo muy duro. Estuvo en el Proyecto Hombre, y aquello era una mafia. Se pagaba un pastón, pero la comida la reciclaban del súper. Yo tenía catorce o quince años, y una vez salí de allí con intoxicación alimentaria. Aquello era una prisión. El mono físico se pasa en poco tiempo, pero en lugar de tenerles en un lugar alegre, les tenían encerrados. Y a los que se rehabilitaban les hacían “responsables”; más bien los convertían en chivatos y perros guardianes de los demás. Cuando a mi madre la pusieron a trabajar en la enfermería, aprovechó para fugarse. Luego estuvo con la metadona, que todavía era más chunga. Se murió al cabo de un par de años... Solo dos días antes, me decía que quería bajar a Marruecos. Era cuando las placas de hachís envueltas en papel Albal...
“Pico de todo y relaciono una cosa con la otra, pero la especialización no es lo mío. Lo que me gusta es crear belleza”
Cantaste al cannabis en más de un éxito de ODB. ¿Crees que aquí se acabará regulando?
Como en todo, a veces creo que vamos a peor. En España se mantiene una posición muy retrógrada, de “todas las drogas son lo mismo”. La verdad es que nunca fui especialmente fumeta, aunque el polen es lo que más me ha gustado. En la época de Valencia nos bajábamos a Marruecos unas tres veces al año. Pero la maría de ahora me da mucho respeto y parece que mi tolerancia va al revés, cada vez tengo menos. Me pasa con la cerveza. Con todo, menos con el café. Pero a lo único que me he enganchado es al tabaco. Llevo fumando desde los trece, dejándolo y volviendo, ¡y no te aporta nada!
¿Qué acabó haciendo la joven Marina?
Fui a buscarme la vida en Formentera. Hacía de todo: montamos una cooperativa de serigrafía entre mujeres; empecé a dibujar en la piel con henna, y al verano siguiente ya había tres más haciéndolo; cantaba por los sitios acompañada de guitarristas...
Un espíritu libre.
Bueno, yo acabé COU, hice el selectivo y todo. Pero entonces le dije a mi padre que quería tomarme un año sabático. Y él me dijo que eso no existía, que si dejaba los estudios no volvería. Y tenía razón [risas]. Luego he estudiado música, pero en plan autodidacta: cajón, tumbadoras, cante flamenco... Me interesa dibujar, leer, escribir, la moda, el diseño gráfico, la radio... Pico de todo y relaciono una cosa con la otra, pero la especialización no es lo mío. Es mi carácter desde pequeña. Lo que me gusta es crear belleza.
En paz con el pasado
Hoy las redes sociales parecen fundamentales para erigir una carrera discográfica.
Se ha democratizado una parte que estaba muy controlada, y por tu cuenta puedes hacer un plan de promo. Pero hay quien dice que triunfa gracias a las redes y luego resulta que detrás tiene padrinos que se lo ponen fácil y le consiguen bolos que por sí mismo ni podría plantearse. Por otra parte, la industria es muy conservadora, ni arriesga ni investiga, y lo que edita una multinacional no tiene nada que ver con lo que interesa a los jóvenes. Es un mundo paralelo. Entras en YouTube y encuentras artistas con millones de visionados de los que no has oído hablar nunca. También hay gente que vive de tocar sin ser nadie en internet. Pero lo que genera caché sigue siendo lo que suena en el taxi y en la pescadería. Eso sí, cualquier cosa que te visibilice es abrir una puerta. Lo difícil es llegar más allá de tu entorno. Si la cultura se viera como un elemento necesario para el crecimiento personal, podría haber circuitos para la música en directo fuera de las mafias de siempre. Espacios vinculados con ayuntamientos, con asociaciones...
Al lanzar tu primer disco en solitario lo calificabas de world-pop, y en una entrevista te recordaron que en tus inicios con ODB decías que no soportabas el pop.
Al final, en la vida no se pueden hacer aseveraciones muy rotundas. Hoy te digo una cosa, pero quizá dentro de diez años no lo vea igual. Entonces yo venía del hardcore y creía que el pop no iba conmigo. Pero ya te he hablado de Radio Futura... A lo que me refería es a que no soporto la música superficial, la dictadura de lo plano, lo que ni molesta ni te excita ni te enfada. La época del mestizaje era todo lo contrario; era un soltarse, buscar los límites, todo más explosivo y más de acuerdo conmigo, que soy pasional, caliente.
Ese lado caliente, de sonido afrolatino, destaca más a partir de Aocaná, penúltimo disco de ODB antes del “grandes éxitos” final. ¿Influyó la presencia del preciado trompetista cubano Carlos Sarduy?
¡Ostia, no me vengas tú con eso! ¡Es que no es verdad, lo afrolatino estaba en ODB desde el principio! ¡Pero si Muñeco (el percusionista y vocalista) era cubano! Y de Colombia venía Beto, el percusionista que luego siguió con Macaco (proyecto iniciado por Dani Carbonell, cuando dejó ODB tras el primer disco). Apuesto a que si ahora recuperas Vengue, verías mucha influencia afrolatina en canciones como Pa’ la tierra, en los tumbaos... Pero si luego lo desarrollas, no puede ser porque yo tenga interés, no. Como soy mujer, ¡es porque me casé con el cubano! Tiene un componente racista: vino el negro y lo cambió todo. ¡La Marina se enamoró y rompió el grupo! Es muy maquiavélico...
Bueno, yo solo hablaba de música... Pero explorar los mundos que te abre tu pareja me parecería lo más natural...
¡Es que aquello me sentó fatal! Lo hicieron para tumbar a Carlitos, cuando él es un pedazo de artista. Yo siempre he sido fanática de Cuba, de la timba, del jazz. ¡Lo hacen todo bien en la música! Y mira, conservo el primer flyer que hicimos de ODB. Salía una estantería de pócimas y ungüentos con porcentajes: tanto de flamenco, tanto de hip-hop, treinta por ciento de latino... Lo afrolatino, como el flamenco, es una constante en mi vida. Puede estar en mayor o menor medida, depende de si se ve o no el hilo con el que has tejido. Pasa como con el reggae, son colores que fusionan muy bien conmigo. El Mediterráneo y el Caribe son dos mares que conviven muy bien.
Decías que se te culpó de la disolución del grupo.
Llevo ese sambenito y no sé cuánto me durará. Todos tenían sus movidas, sus parejas, hijos, pero el día en que yo me quedé embarazada, todo fueron problemas. Tengo una personalidad muy fuerte, pero nunca he sido una trepa. Con ODB, los fotógrafos siempre me ponían delante y yo siempre insistía en dar valor al colectivo, porque he creído en ello desde el principio. Mis decisiones las he tomado por razones de peso. Reflexiono cada paso que doy y lo hablo con mis amigas de toda la vida, con mi familia, con mi gente. ¡Mucho más que con mi marido! Perdona que antes haya saltado, pero es que acabé con abogados y querellas por temas como un artículo que publicó una agencia... Creo que estas cosas deberían estar reguladas. Las relaciones virtuales son como las reales. Es acoso y deberías poder defenderte. Pero en internet se dicen mentiras y nadie asume las consecuencias. Es como la corrupción: si a los políticos que roban no les obligan a devolver lo robado y con multa, ¿cómo van a dejar de hacerlo?
Para una banda que transmitía tanta alegría fue un final amargo.
Los últimos años fueron necesarios por una razón puramente contractual. Al quedarme embarazada, fui la primera en decir que quería irme, pero me decían que era la cantante, que no podía ser. No quería seguir como ODB, pero tampoco quería dejar sin resolver todas las deudas. Al final me tocó quedarme donde no quería, durante tres años y medio, hasta asegurarme de dejar la cuestión económica arreglada.
Mencionabas que tu embarazo supuso conflictos con el grupo. El colectivo lo formó siempre una aplastante mayoría de hombres...
Si eres mujer y estás en un grupo con ocho tíos, o eres la jefa y el resto te hacen caso, o te ves obligada a marcar territorio. De repente, te ves asumiendo posiciones más masculinas de lo que te resultan naturales, porque si no te comen. Nadie debería estar en un lugar donde no se siente cómoda. He tenido que crear corazas, y lo mío me han costado.
El feminismo gana terreno...
Yo estoy en contra de la discriminación, de la mujer y de cualquiera. Con el machista siempre uso la analogía del racista, son la misma cosa. Ahora está de moda decirse feminista, ¡pero mira las estadísticas de violencia de género! Para que las cosas cambien hay que movilizarse. Son los movimientos sociales los que consiguen cosas. Si de verdad eres feminista, enrólate con los que están trabajando para que las cosas cambien. El feminismo está en un momento muy interesante, presenta mayor variedad de opiniones. También me interesa mucho el fenómeno transgénero, porque cuestiona nuestros roles sociales. Ha puesto luz y va a transformar muchas cosas. Cada persona debe poder manifestar libremente su sexualidad y su forma de ser en el mundo. A nivel estético, es algo que veo mucho en los jóvenes. La tía que va con sus cuatro pelos de barba es como la cresta que llevábamos nosotros. Trae una evolución que es buena pa’ todo el mundo, porque rompe límites en favor de la libertad individual.
Hablando de identidad, ¿cómo llevas que sigamos preguntando por la banda que te hizo famosa?
Llegó a cansarme ser siempre asociada al grupo, pero por fin estoy en paz con ello. ¡Sí, soy Marinah, la de Ojos de Brujo! Aquellos son mis temas, mis dolores y mis alegrías. Hablar con los fans me ayudó a entender que son la banda sonora de muchas cosas importantes para la gente. Y aquellas creaciones son ahora suyas, no nuestras. Es muy trivial y egoísta ver las cosas solo desde tu punto de vista. Ahora recibo lo que he dado. También tengo seguidores muy jóvenes que no saben qué era ODB. Y todo convive. Además, tampoco hay que arrepentirse de nada. La vida es más compleja y nunca sabes adónde te llevan las cosas. Si mi madre no hubiera sido yonqui, quizá no habría tenido esta carrera, ni estaría ahora hablando contigo. A mí no me queda otra que pegarme leches y lidiar con las expectativas. Hubo cosas que casi me dan una úlcera, pero ahora veo que si no hubiera sido por ese empujón, no estaría donde estoy. Si no arriesgas, no creces. Hay que equivocarse para aprender.