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El Gordo, un crimen perfecto

Puede que a Carmina, la protagonista de este año del anuncio del Gordo, le haya dado por delirar, pero los que apuestan cada 365 días contra la probabilidad más remota quizá no sean menos ilusos. Esa gran mayoría silenciosa y frustrada que, anualmente, tuerce el gesto al comprobar que su boleto no se encuentra entre los premiados. Los que asisten por televisión al descorche eufórico de botellas de cava en alguna administración de la Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado (SELAE) donde “el premio ha estado muy repartido”, mientras ellos tiran a la basura décimos en los que se han gastado un buen puñado de euros. Hasta dentro de doce meses, claro está.

Puede que a Carmina, la protagonista de este año del anuncio del Gordo, le haya dado por delirar, pero los que apuestan cada 365 días contra la probabilidad más remota quizá no sean menos ilusos. Esa gran mayoría silenciosa y frustrada que, anualmente, tuerce el gesto al comprobar que su boleto no se encuentra entre los premiados. Los que asisten por televisión al descorche eufórico de botellas de cava en alguna administración de la Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado (SELAE) donde “el premio ha estado muy repartido”, mientras ellos tiran a la basura décimos en los que se han gastado un buen puñado de euros. Hasta dentro de doce meses, claro está.

El azar es impredecible, pero no así la esperanza matemática de que a un individuo le toque el Gordo en territorio nacional, cifrada en una entre cien mil. Atendiendo a los premios secundarios, la probabilidad de obtener algo más que el reintegro del décimo se sitúa en torno a un pírrico 5%.

A pesar de la evidencia estadística, millones de personas continuarán soñando irracionalmente con que algún día les sonreirá el bombo sin querer reparar en la circunstancia de que quien se lucra –sin excepción– es siempre el vendedor de apuestas, en este caso el Estado haciendo las veces de casino público. Como ya advirtió Thomas Jefferson en su día, el desconocimiento de la matemática por parte de la población convierte a la lotería en un impuesto que recae “solo en aquellos que quieren pagarlos de buena gana”. Es decir, la lotería no es ni más ni menos que el impuesto de los pobres con anhelos de ser ricos de golpe y porrazo.

Este sorteo debería ser entendido por todos los españoles como una herramienta recaudatoria del Estado; nunca como juego con posibilidades de ser rentable. Así fue concebido desde sus orígenes, cuando en 1763 Carlos III, aconsejado por el Marqués de Esquilache, institucionalizó la lotería para obtener fondos y evitar así la creación de un nuevo impuesto a los contribuyentes. Ya entonces, el monarca se ocupó de dejarlo muy claro: “He tenido por oportuno y conveniente establecer en Madrid una Lotería para que se convierta en beneficio de hospitales, hospicios y otras Obras Pías y públicas, en que se consumen anualmente muchos caudales de mi Real Erario”.

Desde aquel primer sorteo en la villa tuvo que transcurrir casi medio siglo para la llegada de la Lotería Nacional en 1812, una fórmula de la Administración para obtener grandes sumas de dinero de manera sistemática y voluntaria mientras aparenta lo contrario y la ciudadanía lo celebra como una lluvia de millones. Luego dirán que no existe el crimen perfecto. Merced a dicho “impuesto social”, que con cierta lógica goza de mayor predicamento entre clases medias y bajas, el año pasado la SELAE obtuvo un beneficio de 1.788 millones después de impuestos.

Nuevo rico

La Mordida

Hoy día la cantidad efectiva que se reparte en premios y la que se destina a engrosar las arcas del Estado es de 66.6% y de 43,4%, respectivamente. O sea, que de los 2.582 millones recaudados el año pasado por la venta de boletos para el sorteo extraordinario de Navidad el Estado obtiene ipso facto algo más de 850. Hacienda ingresa directamente el 30% de las ventas, y desde 2013 también grava con un 20% cualquier premio superior a 2.500 euros.

Pero aquí no acaba el negocio porque, como si de una partida de blackjack se tratase, el croupier que reparte las cartas también juega sin necesidad de apostar, cobrándose la parte de ahorro resultante de los premios de décimos y series no vendidas. Como ocurrió por ejemplo en 2012, cuando 36 de las 180 series de el Gordo no se vendieron, convirtiendo al Estado en el participante más dichoso de todos al embolsarse 144 millones extra por esta parte. La jugada termina cuando el fisco se apropia también los premios no reclamados, pues no hay que olvidar que los cupones de la Lotería Nacional se consideran valores del Estado al portador que, de no ser cobrados, retornan a manos de su emisor.

Se ha calculado que la posibilidad de que a alguien le toque el Gordo en España equivale a la de una gota dentro de un bidón de cinco litros, un latido del corazón entre todos los de un día o la de ser un aficionado dentro de un Camp Nou lleno hasta los topes. Sin tomar en consideración estos desalentadores datos, cada español habrá gastado una media de 61,5 euros en comprar décimos para el sorteo extraordinario de Navidad, cantidad muy superior a la que dedica a otras actividades de ocio como pueden ser el cine o los videojuegos, por poner algunos ejemplos.

No es de extrañar que la presidenta de la SELAE, con un sueldo público superior a los 200.000 euros –según el portal de transparencia del Gobierno–, asegure en sus intervenciones públicas que recibe a menudo la "admiración de numerosos responsables de instituciones internacionales o de otros países por el ‘fenómeno social’ que supone la Lotería de Navidad en España, una tradición nuestra, que no se da en ninguna otra parte del mundo y en ninguna época del año".

Lotería

Marketing emocional

A pesar de la enorme diferencia entre lo recaudado y lo repartido, las ventas de décimos siguen creciendo por segundo año consecutivo después de que el fantasma de la crisis se vaya disipando. La publicidad se convierte en un factor estratégico y decisivo a la hora de promocionar la venta de cupones entre la población y poder ir arañando cuota de mercado al juego privado. De ello es consciente la SELAE, que invierte millones de euros en renovar cada año un mensaje que explota diversas características de la psicología humana con la finalidad de convencer a la masa para que vuelva a confiar en la justicia divina y el reparto de suerte. La gente cree que las decisiones que tomamos están apoyadas por un análisis previo y concienzudo de las alternativas que se nos ofrecen, pero lo cierto es que, en muchas ocasiones, nuestro yo emocional nos persuade hasta el punto de escoger por nosotros.

Dejando a un lado el cursilismo –aderezado con sentimientos de ilusión, solidaridad y compañerismo– que caracteriza el marketing emocional de sus campañas, no hay que olvidar que la Lotería de Navidad bebe en gran parte de una psicología de la imitación y de un sentimiento de miedo al ridículo presente en el hecho de que muchos participen solo porque en su entorno, laboral o familiar, se hace. Más que por ludopatía incontrolable los españoles juegan porque no quieren quedarse con cara de tonto si se da la dudosa casualidad de que toque el Gordo dentro de su círculo social. Una verdadera espiral de apuestas retroalimentadas.

Llegados a este punto cabe preguntarse por qué razón siempre que a nuestros mandatarios les toca rascarse el bolsillo y ajustar el presupuesto nacional lo primero que les viene a la cabeza es subir los impuestos del tabaco, alcohol y gasolina. Tal vez podría lograrlo de manera menos dolorosa y con un espíritu más festivo si aumentase el precio del décimo del Gordo –o se redujera el importe dedicado a premios– aprovechando que su demanda, como hemos visto, es rígida, inelástica y, sobre todo, refractaria a la improbabilidad más absoluta.

Por último, quizás merece la pena analizar brevemente la oscura moral de los últimos anuncios televisivos, especialmente el de 2014 y el de 2016. Dos formas de mostrar ilusión que justifican, en el primer caso la envidia, y en el segundo el engaño. Hay cierta sensación de que la felicidad de sus protagonistas depende de haber ganado o no el Gordo. Que nadie se preocupe, permanece el consuelo de que algo recibiremos por esa solidaridad inoculada con esmero desde los poderes públicos sin pudor alguno. Como ya escribió Borges en cierta ocasión, la lotería no se dirige a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza.

Anuncios que tientan la suerte

 

2013: Pon tus sueños a jugar

Interpretada por Marta Sánchez, David Bustamante, Montserrat Caballé, Niña Pastori y Raphael, cantando todos a la vez, fue el último anuncio que se recuerda en el que participaron rostros famosos. La soprano calificó el spot como “horroroso” y fue objeto de multitud de parodias en las redes sociales, muchas de ellas propias del cine gore. El “Nanana” final de Raphael mirando a la cámara quedará registrado como un momento mítico e inolvidable de la pequeña pantalla española.

 

 

2014: El mayor premio es compartirlo

Sin duda el anuncio más lacrimógeno que se recuerda, y que inaugura el mensaje de generosidad y bondad que la agencia Leo Burnett explotará desde entonces hasta hoy en todos sus anuncios. La historia de Antonio y Manuel conmocionó al país entero por el gesto magnánimo del dueño de un bar al compartir un boleto premiado sin que su cliente se lo espere. El anuncio gira en torno a dos ideas: todavía existen buenas personas que siempre piensan en los demás –aunque a estos les mueva la envidia al ver que a su vecino le ha tocado la lotería– y el mensaje de altruismo propio de las fechas navideñas.

 

 

2015: El Gordo se comparte

Este año la misma agencia sorprendió a la audiencia con un spot de animación y sin diálogo pero que, en el fondo, compartía el mismo mensaje que el año anterior. Tanto Manuel como Justino –nombre del vigilante de una siniestra fábrica de maniquíes– no compran su décimo de Navidad. Tiene también idéntico desenlace ya que sus compañeros no se olvidan de ellos y comparten el Gordo con los protagonistas. La música envolvente de Ludovico Einaudi aporta al anuncio una atmósfera diferente al resto que va in crescendo.

 

 

2016: De ilusión también se vive

En el anuncio más reciente que hemos visto se ve cómo todo un pueblo coincide en mantener viva la ilusión de Carmina, que debido a su avanzado estado de edad se confunde de día al escuchar el timbre característico de los niños de San Ildefonso, creyendo que le ha tocado el Gordo. La alegría de esta maestra jubilada es tal que ni su nieto, ni su hijo, ni nadie de se atreve a quitarle la ilusión, y por ello continúan la farsa. Finalmente comparte el boleto –del año pasado– con su hijo, demostrando una vez más que la felicidad plena reside en compartir el Gordo con nuestros allegados.

Ilustraciones: Cristian Robles

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #229

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