Afganistán, la reducción de daños en un país en guerra perpetua
Una conversación con Murtaza Majeed
Murtaza Majeed, farmacólogo de formación y activista de base, ha trabajado en servicios de atención y reducción de daños con Médicos del Mundo y con el Programa Nacional de Control del Sida de Afganistán. Hablamos con Murtaza pocas semanas después de que los talibanes tomaran el control de su ciudad natal.
Hablamos con Murtaza Majeed (Kabul, 1985) pocas semanas después de que los talibanes tomaran el control de su ciudad natal. Pertenece a una generación que nació y creció en un entorno de conflicto permanente, donde la educación era yihad y sus juguetes, tanques de guerra. Afganistán es internacionalmente reconocido por elaborar uno de los hachises más preciados y por ser el principal productor de opio que abastece más del noventa por ciento de la heroína consumida en el planeta. De hecho, dedica casi la mitad de su terreno agrícola al cultivo de la adormidera, abarcando más hectáreas que las utilizadas para el cultivo de coca en América Latina. En cualquier caso, se habla mucho de la producción, pero poco de la situación de consumo de drogas en el país. Se estima que un diez por ciento de la producción se queda dentro de sus fronteras, por lo que no es de extrañar que cuente con la tasa de consumo de opiáceos más alta del mundo.
Murtaza, farmacólogo de formación y activista de base, ha trabajado en servicios de atención y reducción de daños con Médicos del Mundo y con el Programa Nacional de Control del Sida de Afganistán. Coordinó la red Youth RISE, una organización internacional de jóvenes que abogan por la reforma de la política de drogas, y es miembro de la organización Anyone’s Child: Families for Safer Drug Control Es un férreo defensor de la reducción de daños de amplio espectro, y por ello apostó por abrir un centro de tratamiento con ibogaína, aunque, lamentablemente, la llegada de los talibanes ha truncado su sueño. Conozcamos la historia de este joven afgano y la situación de un país azotado por el conflicto cuyo futuro es aún más incierto en manos del régimen talibán.
Cuéntanos sobre tus raíces.
Nací en Afganistán en 1985. Tengo dos hermanos y una hermana. Soy el segundo de la familia. Pertenezco a una generación que ha vivido una infancia de guerra, desde la guerra civil de los muyahidines-talibanes, hasta la invasión estadounidense, aunque los tres últimos años del régimen talibán los viví en Pakistán. Y ahora, de nuevo, los talibanes. No hemos conocido otra forma de vivir. Nuestro día a día siempre ha sido con explosiones y muertes. Cuando éramos niños jugábamos con balas, con pistolas, con tanques vacíos o quemados. Hacíamos coches con las balas, sacando la cola de la bala podías hacer ruedas y parecían coches. Esos eran nuestros juguetes. En la escuela, nuestra educación estaba basada completamente en la yihad, la guerra santa impregnaba cualquier asignatura. Por ejemplo, en matemáticas de primer grado recuerdo que las operaciones eran “dos bombas más tres bombas es igual a cinco bombas”. Cuando aprendíamos a leer nuestra lengua materna, nos decían “b de baba”, “m de muyahid” o la “j de jihad”. Todos nuestros libros de texto de la escuela desde la clase uno hasta la doce trataban completamente sobre yihad, armas y lo importante que es luchar en la guerra santa. Este fue nuestro sistema educativo escolar hasta el segundo grado de la universidad. Los dos primeros años de universidad también estás obligado a estudiar la cultura islámica. A partir del tercer año ya te puedes dedicar a estudiar sin más asignaturas islámicas.
Supongo que, respecto a drogas, el mensaje principal era haram (‘prohibido’).
“A quienes están involucrados en las drogas no les importa la sharia, el islam o los valores estadounidenses. Lo suyo es simplemente negocio y utilizan el extremismo islámico para hacer que su negocio crezca más”
Estudiamos la sharia (‘ley islámica’) y aprendemos que prácticamente todo es haram (‘prohibido’). Olvídate de la educación sobre las drogas; ni siquiera tenemos educación sexual en las escuelas. Es tabú hablar de sexo, es solo haram, haram, haram. Esto viene desde antes de que yo naciera, una consecuencia de la destrucción de las infraestructuras de Afganistán. Mis padres siempre cuentan que el sistema educativo escolar de Afganistán era uno de los mejores de la región. Pero en mi época el sistema estaba ya pensado para crear una generación de ciudadanos de la yihad y para eso es necesario infundir tanto conocimiento sobre el islam y la guerra como sea posible. Así que durante toda la escolarización casi no aprendemos nada más que haram (‘lo que no se debe hacer’) y halal (‘lo que debes hacer’), así como las proezas del profeta Mahoma: su guerra santa, lo fuerte que era, cómo luchó contra los infieles, cómo los infieles trataron de destruirlo... Este es el mundo que nos inocularon en el cerebro. Personalmente, provengo de una familia educada. Mi padre es politólogo y mi madre es una maestra en ingeniería civil de Rusia, de la época soviética. Tuvimos otras enseñanzas además de esta, y mis padres nunca nos permitieron hablar sobre extremismo. Pero, durante nuestra vida de estudiante, apenas tuvimos los mismos compañeros durante más de tres años porque unos morían, otros tenían que salir de la ciudad y otros se iban con los talibanes. Y es que nos programaron ya desde pequeños para hacer la guerra santa contra los infieles.
¿Escogiste estudiar farmacología porque te interesaban las drogas?
Para ser sincero, elegí la farmacología porque mi padre quería que todos fuéramos médicos. El tema de drogas me interesó cuando empecé a consumir a los dieciséis años cannabis y opio, solo como usuario de drogas. Cuando fui a Suecia a estudiar el máster en neurofarmacología, sí fue mi elección porque en aquel momento ya sabía que quería trabajar a nivel clínico con drogas y ayudar a las personas con adicciones.
¿Era la primera vez que salías de Afganistán?
No. Después de licenciarme en el 2008 me uní a Médecins du Monde (MDM), la primera ong en proporcionar jeringas y programas de sustitución con metadona en Afganistán. Cuando inicié el trabajo de campo con todo mi bagaje como usuario de drogas, me sentí muy interesado en trabajar con personas que las consumen. No porque yo las consumiera, sino porque me atraía mucho el tipo de “vida burbuja” en la que están inmersos. Vi cómo de dura puede ser una vida, pero también me inspiraba ver jóvenes de mi edad que a pesar de todo tenían motivación para despertar cada mañana y encontrar dinero para conseguir heroína. Así que en MDM aprendí lo que era la reducción de daños, me adapté rápido a la filosofía y sentí interés por aprender más. Disfruté mucho y parece que hice bien el trabajo, porque en el 2011 me ofrecieron asistir a una conferencia de reducción de daños en Bangkok. Esa fue mi primera experiencia de libertad y no pude evitar llorar el segundo día. Estaba en una playa sentado, veía a las chicas en la playa en biquini, que para nosotros es como si estuvieran desnudas, la gente paseaba tranquilamente y sentía paz y libertad. Entonces estallé. No puedo explicar por qué, quizá en parte fue el shock cultural. Aunque el gran choque llegó al conocer Europa. El mismo año asistí a otra conferencia en Viena. En Afganistán no bebemos alcohol, es haram, así que ver toda aquella gente bebiendo con libertad, las chicas que lo servían en las barras... No pude evitar emborracharme hasta perder el norte. Fue allí donde decidí que quería vivir en Europa. No tuve conciencia de lo difícil que es vivir en Afganistán hasta que viví dos años en Suecia.
¿Qué hay de tu experiencia al regresar a Afganistán?
Durante aquel tiempo iba a Afganistán de visita y regresaba a Europa. Cuando estaba aquí hablaba con mis amigos sobre este desequilibrio cultural, por ejemplo, con respecto a las mujeres. Vivimos en un país completamente extremista y sin libertad, donde las mujeres están cubiertas con velos. Luego vas a Europa y puedes vivir la normalidad de chicas en biquini. Tuve dificultades para encontrar el equilibrio y ajustar quién quería ser. En ocasiones ocurría que cuando estaba en Afganistán hacía cosas de Europa que no son apropiadas aquí. Lo que entendí después de tanto tiempo de ir y venir es que la libertad es muy relativa. Es como la historia de un predicador que fue a hablar con los nativos americanos sobre el cristianismo y la Biblia y uno de los ancianos preguntó: “¿Y si no supiera todas estas cosas, seguiría yendo al infierno?”. El predicador respondió que no y el anciano le dijo: “Entonces, ¿por qué me las enseñas?”.
Tienes un primo que murió de sobredosis. ¿Fue ese el momento en que empezaste a pensar en otras soluciones?
No. Su muerte siempre me acompañó, pero nunca reflexioné más allá de que era un drogadicto y merecía morir. El momento crucial fue al entrar en Médicos del Mundo y tratar con muchas personas como él. Ahí es donde tuve que enfrentarme conmigo mismo, juzgarme por haber actuado de aquella manera. Por entonces no sabía apenas nada de drogas ni de adicción, yo era un adolescente musulmán estricto y solo pensaba que mi primo debía dejar de consumir. Conocer la reducción de daños cambió mi manera de pensar, y el recuerdo de su pérdida fue una buena motivación para trabajar por otras personas en su misma situación.
Hablemos de Afganistán, conocido por hacer uno de los hachises más preciados del planeta. Cuéntanos cómo funciona el cultivo allí.
El cannabis, como todo, también está prohibido. La mayoría no conocen la diferencia entre el cannabis y el opio y creen que ambos son lo mismo e igual de adictivos. No existe una cultura de plantar en casa como tal, a excepción de unos pocos fumetas. Pero no está bien visto ni tolerado. La cultura del cannabis se debe principalmente al negocio de las drogas, no hay una cultura de consumo personal como con el opio, que ha sido tradicionalmente utilizado para tratar algunas enfermedades. La gente tiene pequeños trozos de opio en sus casas por si un niño está tosiendo o alguien tiene un flemón. Principalmente, lo mezclan con un té y lo beben. Respecto al cannabis, más que cultivado en casa, lo encontramos en las mismas zonas inseguras donde se cultiva opio, y está bajo el control talibán.
Se dice que, desde el 2002 hasta el 2017, Estados Unidos ha gastado más de ochenta mil millones de dólares para privar a los talibanes de las ganancias del opio, principalmente centrados en la erradicación de la amapola. A pesar de estos esfuerzos y de la ingente inversión, la producción de opio afgana aumenta año tras año y, actualmente, suministra más del noventa por ciento del mercado ilícito de heroína en el mundo. ¿La guerra en Afganistán es una guerra por el control de las drogas?
Por el control de las drogas, de los minerales y de su posición geoestratégica. Si Estados Unidos ha gastado más de ochenta mil millones es porque se ha llevado mucho más. Se deberían tener en cuenta los noventa y cinco mil millones de dólares de dinero que sale del opio afgano, según el informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD). Cuatrocientos millones van a los talibanes para financiar la guerra; cuatrocientos, a los agricultores, y el resto sale de Afganistán. Estamos en medio de un conflicto en el que nos utilizan para usar nuestros campos para el cultivo de amapola gracias a la inestabilidad del gobierno. Mientras tanto, la mayoría de la gente no sabe qué es la amapola y ni siquiera es consciente de que estamos en una guerra contra las drogas. No hay discusión, nada en absoluto. Todo lo que escuchamos del gobierno es que estamos erradicando la amapola, pero los cultivos crecen. En el año 2000, el nivel de opio se redujo casi a cero en Afganistán durante el régimen talibán, principalmente lograron erradicar la amapola y la CIA mencionaba a los talibanes como sus aliados en la guerra contra las drogas. Pero justo después, en el 2001, sucedió el 11 de Septiembre y la invasión americana. A partir de ahí, ¡boom!, la producción se volvió a disparar. La invasión estadounidense tiene vínculos directos con el cultivo. Un comandante exmuyahidín, Dad Mohammad Khan, apodado “comandante Dado”, tenía cultivos de opio en Lashkar y recibió el apoyo de los estadounidenses. Son cosas que se saben, pero que también vivimos en primera persona. Cuando fui a Lashkar, pude ver los campos de amapolas custodiados por el Ejército de Estados Unidos. La versión internacional es que están luchando contra las drogas, pero la realidad es que los custodian y protegen. Y, en cualquier caso, aunque se eliminara todo el opio de Afganistán, el narcotráfico se instauraría en otro país con inestabilidad política para cultivarlo. No es la solución.
Respecto a la bajada del cultivo del opio en el año 2000 bajo el control talibán que mencionas, tengo entendido que se encontraron con la oposición popular.
La amapola está bien aclimatada al suelo de Afganistán y no necesita tanta agua como otros cultivos. Desde el 97 hasta el 2001, el país se enfrentó a una gran sequía en la que otros cultivos no sobrevivían, excepto el de amapola. Así que se trataba de una cuestión de supervivencia.
Existen datos de producción en Afganistán de metanfetamina en el 2013 a partir de fármacos que contienen efedrina, pero es un proceso de cierta complicación y peligroso. Luego descubrieron que podían producirla a partir de la efedra, una planta silvestre local y, según el European Monitoring Centre for Drugs and Drug Addiction (EMCDDA), la producción de metanfetamina se ha disparado en los últimos cuatro años. ¿Crees que Afganistán se puede convertir, como con la heroína, en el principal productor mundial?
Podría ser... En el 2015, si me hubieras preguntado si la metanfetamina llegaría a Afganistán, te hubiera respondido que para qué queremos metanfetamina teniendo la heroína más pura del mundo. Pero en el 2016 hubo un gran boom de la metanfetamina. Parece ser que la cultura de la meth vino de Irán y se volvió muy popular. De repente, había minilaboratorios por todos lados y era común escuchar que se quemó la casa de alguien porque explotó el laboratorio. Además, la recolección de la planta de efedra en las montañas se está volviendo una actividad importante.
Según el islam, el Corán, el profeta Mahoma y las leyes de la sharia, el uso, tráfico y cultivo de drogas está prohibido. En principio, los talibanes, debido a sus convicciones religiosas, tendrían que estar en contra de las drogas, y sin embargo, no solo no se oponen al comercio de heroína, sino que están involucrados en todas la cadena: desde la siembra de la amapola y la extracción del opio, hasta el tráfico o el cobro de tarifas a los contrabandistas que lo exportan. ¿Cómo se justifica esta contradicción?
“Se estima que un doce por ciento de la población consume opiáceos, lo que supone unos tres millones de personas. Y ahora se consume también metanfetamina. La metanfetamina durante el día para trabajar y la heroína en la noche para relajarse y dormir”
A quienes están involucrados en las drogas no les importa la sharia, el islam o los valores estadounidenses. Lo suyo es simplemente negocio y utilizan el extremismo islámico para hacer que su negocio crezca más. Cuando visité Lashkar, le pregunté a un hombre por qué cultivaba a pesar de estar prohibido y respondió que su gente no lo consume, que lo cambiaban por armas y que era la forma de hacer adictos a los infieles que les bombardeaban. Le pregunté qué pasaría si el gobierno destruía sus campos y respondió que cuanta más presión reciben, más aumenta el precio del opio. Así que con la guerra contra las drogas siempre salen ganando. Además, la mayoría de los fondos proceden de las drogas y vivimos en un narcoestado con mucha corrupción. Hace un tiempo detuvieron a uno de los capos de la droga, el Pablo Escobar afgano. Lo pillaron con cincuenta kilos de heroína, cuyo valor vendría a ser doscientos cincuenta millones de dólares. Pagó cincuenta millones y en tres meses estaba fuera. Tenemos una situación de corrupción, inseguridad e inestabilidad del gobierno, a lo que se suma el extremismo, para crear aún más confusión. Así es cómo se alimenta la guerra contra las drogas. Nadie se va a creer que el régimen talibán vaya a perseguir la producción de drogas por el islam. Es solo política.
¿Crees que habrá algún cambio bajo el régimen talibán?
Creo que nada va a cambiar. Quizá las rutas de tráfico que ahora son Pakistán-India-Europa podrían ser sustituidas por Irán-Europa y Rusia-Europa.
Se habla mucho de la producción, pero se habla poco de la situación del consumo dentro del país. Con esta imagen de Afganistán como productor de cannabis, opio y metanfetamina, ¿cuál es la imagen del consumo de drogas y los principales problemas?
Respecto al opio, alrededor de un diez por ciento de la producción se queda y se consume en Afganistán. A pesar de que las estadísticas aquí no son muy fiables, se estima que un doce por ciento de la población consume opiáceos, lo que supone unos tres millones de personas. Así que tenemos una amplia disponibilidad y a precios muy baratos, que nos sitúan en el país con la prevalencia más alta del mundo en el consumo de opiáceos. La producción de metanfetamina también está provocando cambios en los patrones de consumo. Antes solo había heroína, pero ahora suelen consumir ambas sustancias. La metanfetamina durante el día para trabajar y la heroína en la noche para relajarse y dormir. Además, parece que la heroína está perdiendo popularidad y los nuevos consumidores consumen solo metanfetamina.
¿Y qué trato les da el nuevo régimen a los consumidores?
El problema que más me preocupa ahora mismo es que el nuevo régimen está persiguiendo a las personas usuarias de drogas. La semana pasada estuve en Mazar-e Sarif y vi cómo los golpeaban en la calle. A uno de ellos lo golpearon tan fuerte que fue a casa de su hermana a cambiarse de ropa porque estaba llena de sangre. Llegó con un fuerte dolor bajo el vientre y murió allí mismo. Esta mañana vi un vídeo donde recogían a muchos usuarios de drogas y les echaban agua fría con una manguera. Sí, el islam prohíbe las drogas y muchas otras cosas que solo se aplican a la gente de la calle, no a los políticos ni a quienes se dedican al narcotráfico. Así que la escena que hasta agosto era habitual, de miles de usuarios que vivían y deambulaban por Kabul, durmiendo bajo los árboles o recogiendo basura, se ha desvanecido. Los míticos y concurridos puntos de encuentro, de compra y de consumo están completamente vacíos.
Pero hablamos de miles de personas que vivían en la calle. ¿Dónde están?
Ni idea. Escondidos en algún lugar dentro de la ciudad o tal vez la mayoría de ellos habrán abandonado la ciudad y se habrán ido a sus aldeas.
Hablemos de precios.
Es bastante barato comparado con cualquier lugar porque somos los productores. Un gramo de heroína de alta pureza cuesta unos quinientos afganos, unos cinco euros. Hace un par de años, la metanfetamina era algo más cara, pero no estoy actualizado sobre el precio hoy en día. Y un kilo de hachís se puede encontrar a quince mil afganos, unos ciento cincuenta euros.
¿Qué pasa con otras drogas como el éxtasis o la cocaína?
[Risas] ¡Son las drogas de los ricos! Aquí, el éxtasis no es algo popular excepto entre una élite con poder adquisitivo y que no se considera adicta porque solo consume de fiesta.
¿Existen diferencias entre zonas rurales o ciudades?
La principal diferencia es que en las ciudades no es fácil encontrar opio en las calles y la heroína es la sustancia principal. En las zonas rurales se consume tanto opio como heroína. Como allí el trabajo es tan duro, se utiliza el opio para aumentar la productividad. Las mujeres que cultivan el campo o hacen alfombras les dan opio a sus hijos para que duerman todo el día y puedan trabajar. Si vas a la provincia de Badajshán, una de las zonas más frías del norte, las madres dan opio a sus hijos solo para mantenerlos calientes.
¿En qué momento se dio la transición del uso del opio a la heroína?
Antes el opio se producía en Afganistán y se enviaba a Pakistán para fabricar heroína. Pero, tras la invasión americana, empezaron a importar los precursores para fabricar la heroína en Afganistán y era como si lloviera heroína por todas partes. La mayoría de las personas que, por ejemplo, venían de Irán y eran consumidores de opio, cuando llegaban a Kabul ya no lo encontraban, así que se pasaban a la heroína.
He visto varios vídeos e imágenes de los puntos donde se concentran los usuarios de drogas en Kabul, pero ni rastro de las mujeres. ¿No consumen?
La mayoría de los consumidores de drogas que tienen familia o bien sus esposas consumen o bien los han echado de casa. Hay mujeres que consumen, pero es un gran tabú y no son visibles para la sociedad. Sin embargo, en los últimos tres años, parece que el número de mujeres consumidoras se ha disparado y es posible verlas en la calle comprando. Pero no se las ve consumiendo porque el gobierno tan pronto ve a una mujer consumiendo drogas, se la lleva por la fuerza a un centro de tratamiento. Por eso la mayoría de las mujeres están escondidas. Además, el único momento en que un hombre en Afganistán se siente bien en su condición de consumidor de drogas es cuando ve a una mujer que consume, porque a las consumidoras se las considera basura y la sociedad abusa de ellas. Toda mujer consumidora de drogas ha sido violada, como mínimo, cinco veces. Existe mucho odio y resistencia hacia las mujeres que consumen, y por eso se esconden.
¿Cuál es la reacción de la familia frente a un hijo o hija que consume drogas?
Es un gran tabú. La gran mayoría piensa que es mejor que muera y evita hablar de ello o esconde la situación diciendo que se fue a otro país. La familia no suele tener esperanza porque no puede acceder a un centro para tratar la adicción. También lo ocultan para evitar problemas, por ejemplo, con el vecindario. Si saben que tu hijo es consumidor, en el momento que hay un robo, aunque sea de un pollo, golpean a tu puerta acusándolo directamente.
Supongo que hay muchos factores que explican la tasa más alta de consumo de heroína en Afganistán más allá de ser un país productor. Antonio Escohotado, uno de los principales pensadores sobre drogas en España, se suele referir a los opiáceos como “drogas de paz”. Tal vez por ello son idóneos para apaciguar un entorno tan hostil.
¡Muy de acuerdo! En Afganistán arrastramos muchos traumas. Por ejemplo, violaron a un chico de catorce años y sentía tanta vergüenza que ni siquiera podía decir que estaba desgarrado. El chico acabó encontrando paz consumiendo heroína. ¿Por qué no dársela? O la mujer que vive en una cueva muy fría en Badajshán y le pone la pipa de opio a su hijo en la boca. Digamos que estoy de acuerdo en que consumir drogas es malo o en que dar drogas a un niño es una barbaridad. Pero ¿qué le das para sobrevivir al frío? No tienes mantas, no tienes cobijo, no tienes nada. Lo único que tiene para salvar a sus hijos es el opio. Hay muchas otras historias traumáticas porque una vez consumes drogas, te echan de la familia y cada día sufres vejaciones. La policía te golpea o la gente te escupe por la calle. Creo que la heroína es la mejor droga antitraumática del mundo. Se podría decir que después de consumir heroína tienes el mismo sentimiento que un niño pequeño cuando se pierde y recupera a su madre. Ese abrazo es el mismo abrazo que la heroína. La gente en las calles necesita ese abrazo, necesita sentir confianza. Creo que aquí deberíamos dispensarla a cualquiera que la necesite.
Si hablamos de reducción de daños, Afganistán está más avanzado que muchos otros países de Asia. Cuenta con tratamiento antirretroviral desde el 2009 y el primer programa piloto de metadona, en el que estuviste involucrado, desde el 2008. ¿Qué otros logros te gustaría destacar y qué queda por cubrir?
Formé parte del equipo de defensa del programa de mantenimiento con metadona e incluso me echaron dos veces del Ministerio por ello. Pero lo cierto es que, una vez logramos tenerla, me di cuenta de que no era la única solución. Necesitamos un abordaje de reducción de daños de espectro completo. Esto quiere decir aceptar su consumo, acercarnos a los lugares donde están y brindarles un menú amplio de servicios. No solo desintoxicación o metadona. Deberíamos tener varias opciones para cubrir diferentes necesidades. Habrá quien demande un tratamiento de desintoxicación, quien prefiera el opio antes que la metadona como tratamiento sustitutivo de la heroína y habrá quien no se plantee abandonar el consumo, así que debemos aceptarlo y dispensarles la sustancia para evitar que acuda a los distribuidores. Y, por supuesto, hay muchas otras sustancias que pueden ayudar a las personas a lidiar con su adicción y el trauma como la MDMA o la ibogaína. Más allá, deberíamos lograr despenalizar y regular para evitar más daños. Una de las mayores deficiencias en Afganistán es que el principal foco de los servicios de reducción de daños está en prevenir el VIH u otras enfermedades. La reducción de daños empezó así, pero es mucho más amplia. Se trata de tener un enfoque pragmático y, más allá, de toda una filosofía. Por ejemplo, se aceptó facilitar agujas para prevenir el VIH, pero mucha gente solo fuma o se inyecta de forma ocasional. También deberíamos tener servicios para estos colectivos, pero, si no se inyectan, quedan excluidos. Toda la financiación que recibimos, ya sea del fondo global, la ayuda judía o las ong están dirigidas a prevenir el VIH o la hepatitis, pero la reducción de daños es mucho más amplia de lo que era cuarenta años atrás.
Por eso ya empezaste a ampliar el foco y proponer la ibogaína para el tratamiento de las adicciones en Nepal y Afganistán. ¿Qué ha pasado con este proyecto?
Conseguimos financiación, pero no la suficiente para ambos países, así que optamos por la clínica en Afganistán. Construimos la infraestructura, desarrollamos la metodología e incluso seleccionamos a los pacientes. Acordamos con el gobierno hacer un programa piloto con diez pacientes y estábamos a punto de solicitar la licencia de importación de ibogaína cuando llegaron los talibanes y todo se detuvo. Estamos esperando a que se active el Ministerio de Salud y estoy dispuesto a presentar la propuesta a los talibanes.
Hemos hablado de la posición de los talibanes sobre las drogas, pero ¿cuál es su posición ante los servicios de reducción de daños?, ¿cuál será ahora, bajo el control de los talibanes, la situación de estos servicios y de quienes trabajan en ellos?
No tengo ni idea. Pero por la forma en que los he visto golpear a los consumidores en la calle, no creo que estén dispuestos a facilitarles las agujas. Probablemente, los servicios dejen de existir.
¿Estás trabajando en algún servicio en estos momentos?
No, dejé de trabajar en reducción de daños en Afganistán porque hay mucha corrupción, se roba mucho dinero y se hace muy poco. Me agotó la situación.
Nos conocimos en la reunión anual de la Comisión de Estupefacientes (CND) del 2019 en Viena. ¿Qué hay de tu participación en eventos internacionales?
Tampoco continúo en eso. Estoy muy agradecido a Youth RISE por la oportunidad y el apoyo que me dieron, pero, a su vez, también me abrió los ojos y pude ver la realidad de la sociedad internacional encargada de formular políticas, ya sean los guerreros antidrogas o los antiprohibicionistas. Especialmente eventos como la CND me parecen absurdos y la cantidad de dinero y la forma en cómo lo gastan es criminal. Con el mismo dinero que están gastando para discutir bobadas, podríamos financiar muchos proyectos pequeños para consumidores de sustancias en cualquier ciudad. Prefiero no ser partícipe de ello.
Sin embargo, sigues siendo miembro de la organización Anyone’s Child.
Sí y siempre me encanta presentarla. Es la única organización con la que me encantaría trabajar porque es más auténtica, más real y está más allá de la infraestructura de cualquier ong política.
Recomiéndanos un libro.
Drug War Chronicles (‘Crónicas de la guerra contra las drogas’), de Mark A. Stoiko.
Comenzamos con tus raíces y terminamos con una mirada hacia el futuro.
Lo que me gustaría hacer por mi familia de personas consumidoras de drogas es traer la ibogaína a Afganistán. Dar ibogaína al menos a cinco personas en este país. Les daría ibogaína con amor y compasión sin esperar nada a cambio. Brindarles la oportunidad de sentir respeto y amor durante siete días. Aunque no tengo demasiadas esperanzas de que con los talibanes vaya a suceder.
Síguelo en @MurtazaMajeed23