En febrero de 2012, cuatro meses antes de que el Gobierno de Uruguay anunciara su intención de impulsar la primera legalización del cannabis de uso lúdico a nivel internacional, la alcaldía de Rasquera, un pequeño pueblo catalán de 900 habitantes, aprobó un plan para permitir cultivos de marihuana con los que abastecer a clubs sociales de cannabis. El alcalde de este municipio de las Tierras del Ebro, en la provincia de Tarragona, lideró esta iniciativa insólita y pionera que despertó a todas las instancias del aparato prohibicionista del Estado español y atrajo la atención mediática de los diarios y televisiones de todo el mundo. Durante varias semanas de la primavera de aquel año, Rasquera dejó de ser un pueblo desconocido para muchos, y tomó forma en las cabezas de fiscales, jueces y altos funcionarios, y en la de periodistas de medios internacionales como la BBC, Clarín, Le Monde, Washington Post y Al Jazeera. Recuperamos aquella historia con las palabras de quien puso cara y cuerpo a aquella lucha digna de David contra Goliat, el alcalde de Rasquera, Bernat Pellisa.
¿Cómo empezó todo?, ¿de dónde surgió la idea de hacer el proyecto del cultivo de cannabis?
En aquel momento desde el Ayuntamiento estábamos haciendo unas políticas sociales muy potentes, con mucha inversión. Pero, a pesar de los proyectos, las administraciones superiores no creían mucho en nosotros, y teníamos una falta de financiación. Y debido a esta falta de financiación, teníamos una deuda. Un día vino un chaval a preguntar si se podía poner un club social de cannabis en Rasquera. Y bueno, me vino la idea de que podíamos hacer algo relacionado. Entonces conocí al abogado Martí Cànaves, y a partir de ahí empezamos a tejer el proyecto.
¿Cuál era la situación del Ayuntamiento en aquel momento?
Había una deuda de 1.300.000 euros y necesitábamos un proyecto para reactivar la economía local. El proyecto del cannabis surgió como una oportunidad. Pienso que fue un proyecto muy innovador, que se mediatizó mucho porque realmente fue el primer gran proyecto así que salía a la luz. Era difícil, todo el mundo se echó en contra, todo el establishment jurídico, político… Nadie daba respuesta al problema del cannabis, y en aquel momento nosotros, muy humildemente, planteamos una respuesta desde Rasquera. Y, de hecho, si lo miras con perspectiva, desde que pasó todo esto en 2012, en Cataluña el tema del cultivo de la marihuana se ha ido de las manos. Incluso están hablando ya de indicios de narcosociedad.
Una empresa pública de cannabis
¿Cuál era el planteamiento del proyecto?
La idea era que el Ayuntamiento creara un banco de tierras que no estaban en producción y las pusiera a disposición para realizar cultivos de cannabis para clubs y otros proyectos relacionados con el cannabis. Aparte de firmar convenios con clubs de autocultivo, también se había proyectado crear una agencia de investigación del cannabis, que tuviera datos del consumo que había, que pudiera hablar de prevención, de desarrollo económico, y de cómo se tenía que tratar todo eso. Al final, la idea era que el Ayuntamiento hiciera de intermediario y de regulador, a través de su participación en la agencia de investigación del cannabis, para regular todo el que se pudiera hacer en Rasquera.
O sea, crear una empresa pública desde el Ayuntamiento.
Sí, en un principio era un proyecto muy comunista. La idea era llevarlo todo desde la administración pública. Y esto, a las empresas privadas también las pone en alerta. Al final se trata de una cuestión política, de ejercer la política en lo que haces en un pueblo. El proyecto de Rasquera no fue solo el cannabis, sino que antes del cannabis ya había un gran proyecto. Ya habíamos empezado cinco años antes con unas políticas muy fuertes de reciclaje de residuos, y siempre con la mirada puesta en un cambio climático del que ya se empezaba a hablar, y con el que ahora ya estamos metidos de lleno. Y el cannabis fue la oportunidad para poder desarrollar este gran proyecto como pueblo, que también hablaba de la preservación de una raza autóctona de cabra, la Cabra Blanca de Rasquera, y de preservar el territorio.
“Todo el mundo se echó en contra, todo el establishment jurídico, político… Nadie daba respuesta al problema del cannabis, y en aquel momento nosotros, muy humildemente, planteamos una respuesta desde Rasquera. Y, de hecho, si lo miras con perspectiva, desde que pasó todo esto en 2012, en Cataluña el tema del cultivo de la marihuana se ha ido de las manos”
Aparte de los acuerdos con clubs sociales de cannabis, ¿contabais con apoyo de otras instituciones o administraciones públicas?
Era un proyecto que no estaba trabajado al extremo porque las posibilidades de un pueblo de 900 habitantes dependían mucho del talento de toda la gente que nos pusimos a ello, pero no había recursos económicos, y esto también lo hizo muy difícil. Si hubiera habido apoyo de las administraciones superiores, en cuanto a informes técnicos y a otros recursos, seguramente habría sido más fácil. Habíamos hablado con el doctor Joan Carles March, que fue director de la Escuela de Salud Pública de Andalucía, para que fuera el director científico de la agencia de investigación, la empresa pública que queríamos crear. Incluso se había hablado con los Mossos d'Esquadra explicándoles de qué manera íbamos avanzando. Sí que hubo interés, pero enseguida hubo mucha presión por parte de los estamentos jurídicos y políticos de aquel momento. Y como administración local nos sentimos muy solos.
Y dentro del Ayuntamiento, ¿teníais el respaldo de los otros grupos políticos?
No. En aquel momento en el equipo de gobierno de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) teníamos cuatro regidores, y Convergencia y Unió (CIU) tenían tres. Antes de hacer público el proyecto se les llamó para explicárselo. Ellos se posicionaron en contra. No porque el proyecto fuese más positivo o más negativo, sino por una cuestión de que ya hacía diez años que yo era alcalde, y toda esta gente no tenían una situación cómoda cuando nosotros estábamos en el Ayuntamiento. En aquel momento desde Cataluña se podría haber hecho un proyecto que hubiera salido adelante, como han salido adelante en otros lugares del mundo. Y después vino todo lo que vino.
El bum mediático
¿Qué pasó? ¿Teníais intención de que el proyecto se mediatizara?
No, no, ¡qué va!, en absoluto. Cuando se empezó a mediatizar ya llevábamos unos meses trabajando desde el Ayuntamiento para ver cómo se podía hacer. Cuando más o menos lo teníamos todo claro y sabíamos la hoja de ruta, fuimos a hablar con el Delegado del Gobierno de las Tierras del Ebro, para explicarle nuestro proyecto. Y fue él quien, cuando salimos del despacho, llamó a un diario y lo soltó. Y a partir de aquí, la locura. Pero en un principio no se quería filtrar. Este fue uno de los problemas que tuvimos, la presión mediática que se ejerció sobre el pueblo durante muchas semanas.
O sea, mientras seguíais trabajando el proyecto, estalló a nivel mediático. ¿Cómo fue eso?
Una locura [ríe]. Salió por todo el mundo, literalmente. Piensa que el día del referéndum se presentó Al-Jazeera, que pocas veces ha venido aquí a Tierras del Ebro. Fue un show mediático. Y enseguida se implicaron políticos. La Delegada del Gobierno en Cataluña, María de los Llanos de Luna, que ahora es diputada del PP en Madrid, me llamó al Ayuntamiento en cuanto salió en la prensa. También Felip Puig, en aquel momento Consejero de Interior en la Generalitat de Cataluña, se ocupó de salir en la tele y tirar las amenazas pertinentes. Y el fiscal jefe que había en Tarragona llamó dos días después de que se hiciera público, metiendo presión. A nivel jurídico estuve citado por el fiscal delegado antidroga de Tarragona, que me tuvo cuatro horas cerrado interrogándome, y al cabo de un tiempo me citaron en la Audiencia de Tarragona. No solo a mí, a la primera teniente de alcalde, al regidor, a la secretaria… Se pidió copia del acta de cuando se me interrogó, y nunca nos lo han facilitado. Hasta el cura de Mora d’Ebre [un pueblo a 15 kilómetros] dijo un domingo en la homilía que lo que se preparaba en Rasquera era como importar Colombia hacia aquí. A partir de cuando se hizo público se creó un clima nada favorable. Casi que te diría que, visto en perspectiva, fue la estocada de muerte. Fue hacerlo casi inviable.
Leí que los dirigentes de Esquerra Republicana intentaron hacer bandera del proyecto y tú entonces decidiste retirarte del partido.
Sí, porque en aquel momento se empezaba a hablar mucho de independencia y no queríamos que el proyecto mezclase una cosa con la otra. Creo que se tendría que haber trabajado con mucha más discreción. Y entonces se hubiera podido construir un proyecto. El tema del cannabis es muy complicado. Hay mucho dinero de por medio, se tienen que explicar muchas cosas, se tienen que regular muchas cosas. Y se tienen que hacer las cosas muy bien hechas, no se puede ir a trompicones. Y en aquel momento creímos que esa política tenía que estar fuera del partido, es decir, se tenía que abanderar desde Rasquera.
Y tú, ¿cómo viviste todo ese proceso mediático y todas esas presiones?
Como una película. Se podría hacer una película de todo aquello. Quiero decir, me tocó gestionar entrevistas, entrevistas, entrevistas… para dar explicaciones, para dar tranquilidad, para dar la cara. Y claro, no éramos nada. Éramos yo, el abogado Martí Cánaves, y Kika Cánaves, que era una periodista que gestionaba todo el tema de comunicación. Y, realmente, fue muy difícil de gestionar. Es difícil de explicar, pero puedes hacerte cargo que fue muy difícil.
El referéndum
Y fue entonces cuando decidisteis llevar el proyecto a un referéndum para medir el apoyo del pueblo.
Sí, los regidores de CIU se posicionaron en contra e hicieron una política de acoso y derribo, cosa que también hizo muy difícil salir adelante porque se polarizó mucho el pueblo. Hasta el punto que decidimos que fuese el pueblo quien decidiera en un referéndum si el Ayuntamiento sacaba adelante el proyecto o no. Al final necesitábamos el apoyo del pueblo.
¿Cómo quedó la cosa?
Un 56 % votó a favor. Aritméticamente se ganó. Pero nosotros habíamos decidido que solo seguiríamos adelante si sacábamos un 75 % de apoyo entre la gente que fuera a votar. Y no llegamos. A partir de aquí el Ayuntamiento desistió de sacar adelante el proyecto. El respaldo fue muy bueno, pero no tanto como para llegar a una mayoría social lo suficiente amplia para sacar adelante un proyecto novedoso a nivel mundial.
¿Y por qué comprometiste tu continuidad como alcalde al respaldo del proyecto?
“La idea era que el Ayuntamiento creara un banco de tierras que no estaban en producción y las pusiera a disposición para realizar cultivos de cannabis para clubs y otros proyectos relacionados con el cannabis”
Después de diez años de mucha intensidad y después de poner este proyecto encima de la mesa pensé que mi etapa del Ayuntamiento había acabado. Yo había dado lo mejor de mí hasta aquel momento y a partir de ahí tenía claro que tenía que dar un paso atrás y salir un poco de la aureola pública. Porque yo también tenía una familia y, claro, eso también era un problema. Había un clima de crispación muy extraño. En aquel momento sí tenía gente a favor, al fin y al cabo, un 56 % refleja una mayoría, pero es cierto que también había una parte que realmente estaba haciendo mucha fuerza para que yo abandonara el Ayuntamiento. Hubiera podido continuar, y presentándome a las elecciones, pero tampoco creo que en aquel momento fuese bueno que el pueblo estuviera tan dividido, y pensé que tenía que salir. Abandoné en junio de 2013. Continué de regidor durante lo que quedaba de mandato, pero de una manera más simbólica que otra cosa.
¿Crees que hubierais podido hacer el proyecto si hubierais obtenido los votos que pedíais?
No sé qué decirte. Yo creo que si hubiéramos obtenido un 75 % de apoyos hubiéramos planteado batalla. No sé al final qué hubiera pasado, si se hubiera podido hacer o no. Pero seguro que hubiéramos planteado batalla. Y quizás hubiéramos encontrado financiación por otra vía. Pero con el 56 % a favor y el 44 % en contra… Gobernar un pueblo, o gobernar cualquier cosa, es muy complicado. Y más si las posiciones de cada bloque divergen tanto.
¿A día de hoy consideras que fue una buena idea intentar sacar adelante este proyecto?
Sí, intentarlo, por supuesto. Claro que fue una buena idea. Cualquier idea que quiera desarrollar el territorio y que lo haga en consecuencia con la gente del territorio y con el territorio implicado, está bien. Porque en el mundo estamos para transformar. Si nos conformamos con lo que tenemos, pues las cosas están muy mal. Pienso que como mínimo nos tenemos que conformar con intentar transformar.
Es que en aquel momento ni siquiera Uruguay había presentado su proyecto de legalización de la marihuana. Y la legalización de Uruguay tiene muchas cosas en común con lo que se proyectó en Rasquera, como la creación de una agencia pública para gestionar todo el tema del cannabis o la integración de los clubes de cannabis.
Todo empezó en Rasquera. Fuimos los primeros que lo pusimos encima de la mesa, Uruguay fue después. Puede haber gente aquí en el pueblo a la que esto no le guste escucharlo. Pero la realidad es esta. Aquí hay gente que va con el Imserso, jubilados que viajan por el mundo, que cuando decían que eran de Rasquera nos conocían en todo el mundo. Siempre había alguien que había escuchado hablar de este proyecto.
Imputado por cultivo
Tres años después de dejar la alcaldía te imputaron por cultivar cannabis.
Sí, vinieron aquí los Mossos d'Esquadra e hicieron una intervención un poco promovida por los enemigos políticos que hice en su momento. Yo consumo cannabis desde que tenía 18 años. Y en aquel momento mi mujer tenía un cáncer, y hacía quimioterapia y radioterapia. Y yo había plantado siempre, pero aquel año, en lugar de poner ocho plantas, puse 13. Y bueno, los Mossos pusieron el helicóptero en funcionamiento dos o tres días por aquí, y todas las plantas que cogieron aquella semana, de cuatro o cinco personas más, todo lo metieron en el mismo saco. Fue otra movida mediática, porque enseguida alguien lo filtró a la prensa y salió en todas partes. Decían que yo era el cabecilla de la mafia, que yo era el jefe de todo eso. Pero yo no tenía nada que ver. Yo tenía 13 plantas, las pesaron, hicieron todo el proceso, la instrucción, presentaron todas las pruebas, y ya está. Y tras la instrucción, la vista, y la sentencia, al final me absolvieron. El caso es que en la intervención de los Mossos vino el intendente y me dijo, “ya sabe que esto no va con nosotros, que nos envían”, porque desde el primer momento vieron que estaban haciendo el ridículo. Una intervención de esta magnitud para encontrarme 13 plantas de hierba, que al final me parece que eran 4,5 kilos de marihuana. La actuación mediática, las presiones políticas que hubo, todo lo que se hizo… pues solo lo puedo calificar de ridículo.
¿A qué enemigos políticos te refieres?
Básicamente a enemigos territoriales, porque antes del proyecto del cannabis yo había sido presidente del Consejo Comarcal de la Ribera de Ebro, y me posicioné en contra del almacén nuclear que se quería construir en Ascó. Y me había posicionado a favor de hacer una reconstrucción económica de la Ribera de Ebro que no estuviera tan sujeta a la nuclear. Y en el territorio supongo que a mucha gente le ha aportado mucho dinero lo nuclear, pero el beneficio que ha tenido en el territorio es dudoso. Entonces claro, posicionarme en cuestiones de energía y en cuestiones medioambientales, pues la derecha catalana se puso buena [ríe].
Muchos intereses económicos, me imagino.
Claro que sí, y tanto. En aquel momento me sentía fuerte y era capaz de hacer frente a todo esto. Pero en el momento que ellos tuvieron la oportunidad, pensaron que me iban a arruinar la vida y me enviaron a los Mossos, es así de triste y así de claro.
Entiendo que el proyecto del cannabis era una alternativa a otros proyectos que podían ser más dañinos para el territorio.
Sí, y un instrumento para desarrollar nuestro municipio. Al fin y al cabo, el objetivo era ese, encontrar un instrumento para desarrollarnos como pueblo. Para que la escuela pudiese continuar estando viva, para que la gente pueda continuar viviendo del campo, que ahora es casi imposible, para garantizar la continuidad de un pueblo. Resulta que estamos perdiendo muchos habitantes, es una población muy envejecida. Es una alternativa que continúa vigente. Ahora en Rasquera hay menos habitantes, y hay proyectos de energías renovables sobre la mesa, pero yo personalmente pienso que son proyectos que no solucionan el problema. Pueden solucionar un poquito el problema económico, pero problemas sociales no creo, porque tampoco requieren tanta mano de obra. Y a ver qué pasa con este territorio, porque continúa estando desfinanciado como no te puedes llegar a imaginar. Con unas hectáreas de propiedad pública que están en una zona protegida, en las Sierras de Cardó-el Boj, que el Ayuntamiento es responsable de gestionarlo, pero no hay financiación para hacerlo. En Rasquera ahora hay una atmósfera política y social que se acerca más al periodo de antes del 2003, antes de que estuviéramos en el Ayuntamiento. La transparencia brilla por su ausencia y se dan relaciones caciquiles y acciones que no se entienden en un pueblo de 900 habitantes. Y lo veo con mucha tristeza. Todo lo que conseguimos esos años, que nos criticaron tanto porque nos endeudamos, de alguna manera pudimos disfrutar.
Olivas y cerezas
¿Y a qué te dedicas hoy?
Trabajo de campesino, aunque soy un poco insumiso del campesinado porque estoy muy cabreado con todo el tema de la agricultura tal y como lo gestiona la Administración. Es una vergüenza, a los campesinos nos están matando, las políticas todas van a las grandes industrias agroalimentarias que tienen estructuras administrativas brutales… y estoy aquí sobreviviendo.
¿Cultivas tu propia tierra?
Sí, hago olivas y cerezas. Para mí es un modus vivendi. Soy campesino, autónomo y no cobro subvenciones porque no creo en todo el tema de la Unión Europea. Se habla mucho de cambio climático, de gestión forestal y todo esto, y realmente se hace mucho menos de lo que haría falta. Y con esto estoy, dando ejemplo. De alguna manera las políticas que había intentado hacer desde la administración pública, ahora las desarrollo en mi actividad cotidiana de cada día. Tengo dos hijas, responsabilidad para darles educación y para darles lo mejor que podamos. Porque al fin y al cabo el dinero en esta vida no lo es todo. Y la convivencia es muy difícil en esta sociedad, están diluyendo cualquier comunidad humana. Abres las noticias, las redes sociales, y todo es un poco un desastre, pérdida de valores, negatividad, consumismo, un disparate detrás de otro. Pero es lo que hay. Por aquí decimos, mientras haya burros, habrá gente que irá a caballo.