El nuevo libro parte de la historia de un estudio pionero y polémico realizado en 1962, en el que se dio psilocibina –el componente activo de los hongos psicodélicos– a estudiantes del primer curso de teología de la Universidad de Harvard. En el estudio, conocido como el Experimento de Viernes Santo, participaron veinte estudiantes, la mitad de los cuales recibió un placebo y la otra mitad una dosis de psilocibina. “La mayor parte de los alumnos tuvieron una experiencia mística de autotrascendencia, con la sensación de conectar directamente con Dios”, explica el autor. Pero el grueso del libro, su parte central, no está escrita por Usó.
A partir del Experimento del Viernes Santo, Juan Carlos Usó plantea cuatro preguntas a un abanico de personas de diversa procedencia y formación –con y sin experiencia en el uso de sustancias psicodélicas–, para que respondan libremente. Entre las personas escogidas hay practicantes de religiones y tradiciones espirituales, psiconautas, meditadores, biólogos, psicólogos, filósofos, farmacólogos, psiquiatras, antropólogos, poetas y escritores. Las preguntas tratan sobre las implicaciones ontológicas de las experiencias psicodélicas, de la posibilidad de que los psicodélicos sirvan como herramientas de exploración espiritual o que funcionen como mecanismos de conexión con la divinidad, y sobre dónde radica la conciencia. El autor cierra el libro con un repaso a las teorías contemporáneas sobre la última cuestión.
El resultado es un abanico de ideas e hipótesis sobre cuestiones de la experiencia humana que están sin resolver y puede que nunca lleguen a resolverse. Un texto coral enriquecedor por las distintas perspectivas, sistemas de conocimiento y usos del lenguaje que se aplican para intentar explicar algunos de los mayores misterios de la experiencia humana. Aprovechando una visita a Málaga para presentar el libro, hablé con Usó para conocer mejor las razones que lo llevaron a escribir un libro así.
El libro es bastante diferente de lo que habías hecho antes. Sobre todo porque en vez de acudir a las fuentes primarias –aunque las usas para la introducción y el cierre–, el centro del trabajo son las opiniones de terceras personas. ¿Por qué este cambio de metodología?
La idea, la inquietud de la cual parte el libro es una cosa que me rondaba por la cabeza desde hacía tiempo. Y el momento del confinamiento en la pandemia me brindó la posibilidad de hacerlo. Así que también vino un poco impuesto por las circunstancias. Sabía que todo el mundo iba a estar en casa y bastante ocioso y pensé que era el momento oportuno para lanzar esas preguntas a la gente. Y la verdad es que la respuesta fue bastante positiva. Aunque varias personas a las que sondeé me dieron calabazas, otras muchas me respondieron y consiguieron dar una visión poliédrica de todo el asunto de la espiritualidad vinculada a la experiencia psicodélica o enteogénica, que era de lo que se trataba. Esto era una cosa que me interesaba especialmente, quizá porque yo personalmente estoy alejado de estas cuestiones como historiador, pero a título personal es una faceta que siempre me ha interesado mucho.
¿Cómo hiciste para escoger a los participantes?
Al principio pensé en conseguir representantes de distintas sensibilidades religiosas. Intenté conseguir budistas, y lo conseguí en el caso de Dokushô Villalba. Luego conseguí un sacerdote protestante y, sin saberlo, una de las personas entrevistadas me dijo que profesaba la fe judía, aunque me dijo que guardara el secreto, y así lo hice. También llamé a la puerta del imán de una mezquita, hablé con un profesor de Cábala judío y con unas monjas, pero al final se descolgaron. Esto era para ver en qué sentido, partiendo de distintas religiones, se podía llegar a puntos de convergencia en lo tocante a lo estrictamente espiritual o místico relacionado con los psicodélicos. Y luego eché mano de gente conocida, pero también no conocida. Y bueno, me quedé corto en cuanto a mujeres. Me hubiera gustado que las mujeres estuvieran más representadas, al menos que hubiera habido una paridad entre hombres y mujeres. No lo conseguí, muy a mi pesar. Pero bueno, intenté que de alguna forma el abanico de personas entrevistadas fuera lo más variopinto dentro de las posibilidades también restringidas de aquel momento.
El atajo psicodélico y otras vías
Incluiste a personas que no estaban familiarizadas con el uso de este tipo de sustancias e incluso algunos que no estaban de acuerdo con su uso.
Sí, esto era una premisa también, porque no quería que el libro acabara siendo unívoco, sino que fuera un libro polifónico, donde se oyeran muchas voces, incluso las de gente que no están familiarizadas con el uso de psicodélicos. Lo que intentaba era también dar una visión lo más plural posible dentro de lo que venimos denominando como renacimiento psicodélico, que se ha centrado mucho en las cuestiones terapéuticas de las sustancias, y que creo que se ha desatendido mucho la parte estrictamente espiritual, por decirlo de alguna manera, aunque en el fondo estamos hablando de una fenomenología que responde todo a lo mismo.
¿No crees que es imprescindible haber tenido experiencias con estas sustancias para poder hablar, reflexionar y trazar teorías sobre ellas?
“El renacimiento psicodélico se ha centrado mucho en las cuestiones terapéuticas y ha desatendido la parte estrictamente espiritual”
No lo considero imprescindible. A mí una de las lecturas que me empujó y me hizo tomar interés por esto fue un artículo que leí acerca de los experimentos que estaba llevando a cabo un neuroteólogo estadounidense llamado Andrew Newberg. Estaba haciendo escáneres cerebrales en tres tipos de personas: personas que se dedicaban a la meditación de una forma intensa, personas dedicadas a la oración contemplativa y personas bajo efectos de psicodélicos. Para su sorpresa los tres tipos reflejaban los mismos perfiles en los escáneres cerebrales. Es por esto que la gente que puede trazar líneas maestras en estas cuestiones no tendría por qué ser gente estrictamente con experiencias psicodélicas a cuestas. De hecho, entre grandes meditadores que se dedican a la oración contemplativa con mucho ahínco hay un gran entendimiento al respecto de estas cuestiones. En cualquier caso, creo que hablamos de experiencias personales que se identifican con exponerse a un escrutinio o cuestionamiento radical de la propia identidad, es decir, de uno mismo y del mundo. La experiencia psicodélica puede ser un atajo, pero no tiene por qué ser la única vía.
De hecho, muchas de las preguntas que planteas a los participantes del libro sobre el funcionamiento, el origen o la realidad a la que conducen estas experiencias podrían haberse hecho a principios de la expansión psicodélica de los años 50 y 60, o antes, incluso hace siglos.
Creo que es inevitable que con el acercamiento a estas sustancias te asalten este tipo de preguntas en torno a la conciencia, a la existencia de Dios, a si la conciencia se produce en nuestro cerebro o si nuestro cerebro es algo que sirve para que se manifieste. Yo creo que son preguntas que planean, si no sobre todas las personas, sobre la mayoría de las que se han acercado de una manera responsable a la experiencia psicodélica. El origen del libro, al que está dedicada la parte introductoria, es el famoso experimento de Viernes Santo que se hizo en 1962, años antes de que estas sustancias fueran declaradas ilegales. Ese experimento se hizo en el entorno académico de la Universidad de Harvard, y quien lo planteó fue un doctorando en historia de las religiones, Walter Pahnke, que estaba asistido por uno de los grandes de la historia de las religiones, Huston Smith. Todas estas preguntas ya estaban planeando sobre esta gente. Pero también están en los Vedas y en los Upanishads, desde el año 1000 y pico antes de Jesucristo.
Sin embargo, las preguntas siguen tan vigentes como entonces.
Sí, y lo interesante es que la psicodelia, que durante mucho tiempo ha estado desterrada y ha sido asunto estrictamente policial, ahora se ha recuperado no solamente por la vía de investigación científica, sino que además le están prestando atención físicos cuánticos, filósofos… Y por eso es que en el colofón del libro intento dar esa bibliografía exhaustiva, que ya se ha quedado incompleta porque han aparecido nuevos libros capitales en este asunto. Es decir, se está recuperando uno de los grandes problemas de la ciencia hoy en día, que sigue sin resolverse: ¿qué es la conciencia y dónde está, dónde radica? Llevamos erguidos un montón de años pero todavía no hemos conseguido responder. Mucha gente que está investigando por ese camino se está valiendo de la experiencia psicodélica y la está teniendo en cuenta como una herramienta que puede conducirnos al esclarecimiento de esta cuestión tan peliaguda y tan ardua. Es algo muy novedoso que se está dando, y bendito momento en el que se está dando. Hace unos años todo esto era impensable.
Volviendo al experimento del Viernes Santo, ¿qué consecuencias tuvo el estudio en aquel momento?
“A mí no me extrañaría que el Vaticano tuviera una sección, no secreta, pero sí discreta, sobre psicodelia y experimentos con todo este tipo de sustancias”
Aunque el doctorando que incluyó el experimento dentro de su tesis doctoral, Walter Pahnke, pudo acabar su tesis con un cum laude y coronar con éxito el proceso, el estudio cayó en desuso. Ese experimento fue el que precipitó la salida de Harvard de Richard Alpert y de Timothy Leary. Estos profetas de la psilocibina, en aquel momento todavía no del ácido, pensaban en su ingenuidad que iba a ser algo absolutamente revolucionario. Y de hecho lo es para todos los buscadores espirituales, pero pensaron que iba a ser aplaudido y ponderado por todo tipo de sacerdotes y ministros de Dios con independencia de su religión, y sucedió todo lo contrario. Y no hace falta ser demasiado malpensado para darse cuenta de que los intermediarios entre los hombres y Dios de repente se vieran peligrar y se vieran todos en el paro, que dijeran, “¿Pero hombre, qué queréis, echarnos a la oficina del INEM, a todos en masa?”. 25 años después Rick Doblin, el fundador de MAPS, consiguió localizar a la mayoría de aquellos estudiantes de teología y los entrevistó para conocer la importancia que había tenido aquella experiencia en su vida. La inmensa mayoría estuvieron de acuerdo en decir que había sido una experiencia trascendente. Varios se habían ordenado ministros de Dios y de la iglesia, en distintas formas de sacerdocio, y seguían considerándolo como algo sustancial en su trayectoria vital.
¿Y no se ha vuelto a realizar ningún estudio de las mismas características?
Que yo sepa no, y eso que el experimento, por el hecho de hacerse en la capilla de Harvard, contaba con permiso del obispado, de la archidiócesis correspondiente. A mí no me extrañaría que el Vaticano tuviera una sección –no secreta, pero sí discreta– psicodélica, experimentando con todo este tipo de sustancias. Porque claro, es que estamos hablando realmente de atajos espirituales. O sea, por ejemplo, budistas que después de 40 años sentados meditando en la posición del loto y criando almorranas, de repente con una raya de ketamina pueden llegar al nirvana ipso facto, por decirlo de alguna forma. Son atajos químicos que curiosamente han recibido y reciben condena por parte de algunos, como si la iluminación tuviera que ser algo que se ganara a base de mucho esfuerzo, cuando realmente podría adquirirse por medios mucho más livianos. O como si ello fuera una especie de demérito. No tiene por qué.
La propia tradición católica tiene muchos santos que han sido iluminados de golpe, sin ningún trabajo previo.
“Yo pensaba que el culmen de la vida contemplativa era tener una experiencia mística, y que el modelo debía ser Santa Teresa, pero las monjas de clausura me sacaron de mi error”
Sí, aunque a este respecto tuve la rara ocasión de entrevistar hace años a tres monjas de lo que popularmente se conocía como monjas de clausura, que ahora se les llama monjas de vida contemplativa, y les planteé este asunto. En la entrevista, que apareció en el número 22 de la revista Ulises, hablé con las monjas del tema de la neuroteología, de los escáneres cerebrales que daban el mismo perfil entre personas que practican la meditación, la oración o usan psicodélicos, les hablé del experimento del Viernes Santo… Las monjas se escandalizaron, y me dijeron “Qué nos está contando usted, nosotros no tomamos drogas”. Pero lo que me llamó la atención es que yo pensaba que el culmen, el zénit, a lo más que se podía aspirar en la vida contemplativa, era a tener una experiencia mística, que el modelo debía ser Santa Teresa. Y las monjas me sacaron de mi error, me dijeron que para nada es así. Principalmente porque todos los testimonios de los que disponían reflejaban que los trances místicos no son agradables, físicamente ni a otros niveles. Es decir, pueden tener un punto de trascendencia, de iluminación, pero quien los padece no lo pasa bien. En mi ignorancia profana yo pensaba que ese era el colofón deseable en la vida contemplativa, pero me dijeron que no.
El cierre del libro es una exposición de las últimas teorías científicas sobre el origen de la conciencia. ¿Crees que ciencia y religión se podrán dar la mano en algún momento para dar una respuesta al asunto?
Tendemos a confundir religión y espiritualidad. Yo preferiría dejar la religión aparte y hablar de espiritualidad. La espiritualidad es algo mucho más antiguo que la religión. Todas las religiones están dentro de la espiritualidad, pero la espiritualidad es todas esas religiones y muchísimo más. Por ejemplo, los pueblos animistas no tienen una religión formal, ni mucho menos monoteísta, pero tienen una espiritualidad tan profunda o más que la de las monjas de clausura. Históricamente, la ciencia vino a sustituir a la religión a raíz de la Ilustración y el racionalismo. Por lo menos en Occidente la ciencia sustituyó a ese dogma absurdo y coactivo que llevó a la hoguera a tantas mujeres con conocimientos científicos y a gente que probablemente tenía unos niveles de conocimiento y de espiritualidad muy elevados bajo la excusa de que eran brujas y bajo la acusación de herejía. Ahora yo creo que se está alcanzando un punto en el cual ciencia y espiritualidad se están reconociendo, se están dando la mano y están caminando juntos en muchos aspectos de lo que estamos hablando. ¿Llegaremos algún día a identificar qué es la conciencia y donde radica? ¿Llegaremos a demostrar científicamente la existencia de Dios? Es difícil, pero el camino es bueno y en el camino, lleguemos o no a descubrir o avalar algo, seguro que vamos a encontrarnos con cosas tremendamente asombrosas. Particularmente, cuando hablo de la experiencia psicodélica y me preguntan qué sentido tiene, lo primero que digo es mantener viva nuestra capacidad de asombro. ¿Cómo explicas determinadas cosas? La explicación implicaría un esfuerzo científico pero también creo que solamente se pueden entender desde el punto de vista espiritual.
Drogas, ocio nocturno y Escohotado
Has hablado públicamente de tu uso de psicodélicos, ¿crees que ha tenido algún impacto esa capacidad de sorpresa de la que hablas en tu trabajo, a la hora de elaborar las investigaciones?
“¿Llegaremos a demostrar científicamente la existencia de Dios? Es difícil, pero el camino es bueno y en el camino seguro que vamos a encontrarnos con cosas asombrosas”
No, yo creo que no han influido mis experiencias con sustancias. Que a lo mejor estoy equivocado y resulta que sí, pero pienso que no han influido en mi trayectoria como investigador. Seguro que habrás oído alguna vez el célebre ejemplo del efecto mariposa para explicar las teorías del caos. Que si una mariposa agita las alas en Japón en Oklahoma se produce un tornado. Normalmente la gente fija su atención en las calamidades y los desastres que ha producido el tornado, porque es lo más espectacular. Pero a mí siempre me ha interesado más saber de qué especie era la mariposa, cómo fue el aleteo… Cómo un mero aleteo mariposil acaba en un fenómeno extremo de la naturaleza. Más que las consecuencias finales, siempre me ha interesado el cómo se llega ahí, el por qué se llega ahí. El cómo y el por qué de las cosas. Y eso es una cosa que es anterior a mi uso de cualquier sustancia. Desde pequeño siempre tuve esa curiosidad. Este averiguar el cómo y el por qué es una cosa que desde pequeño me ha tirado. Con independencia de mis aproximaciones químicas.
Pero gran parte de tus investigaciones como historiador se ha centrado en las drogas.
El caso de las investigaciones sobre las drogas, que ha sido mi motor durante muchos años, tuvo que ver con la obra de Antonio Escotado que todos conocemos, la Historia general de las drogas. Yo ahí vi algunas cosas que como historiador me chirriaban. Antonio no lo dice abiertamente, pero con la Historia general de las drogas te creas la imagen de que la prohibición de las drogas es una cosa de Estados Unidos, que luego consigue exportar a la comunidad internacional. Pero claro, esto en 1914 no puede ser. Por eso me dediqué a estudiar el caso español durante años hasta descubrir efectivamente cuáles habían sido las causas específicas del caso español, que no tienen nada que ver con la política prohibicionista estadounidense.
Después de varios libros dedicados a la historia de las drogas ¿has cerrado ya esa vía de investigación?
“Todas las religiones están dentro de la espiritualidad, pero la espiritualidad es todas esas religiones y muchísimo más”
Sí, yo el tema drogas lo he dado por finiquitado, aunque puede surgir en un momento dado algún interés concreto. La gran motivación que tenía cuando empecé esto, a finales de los 80, principios de los 90, ya la tengo más que satisfecha. Ahora estoy trabajando en algo que sólo tiene que ver con drogas muy indirectamente, pero no es el eje central de la investigación. Llevo unos meses investigando y redactando una historia del ocio nocturno en España. Me invitaron a dar una charla en Murcia sobre el tema y cuando la preparé me di cuenta de que era un tema prácticamente virgen. Hay libros que hablan de ello, pero de épocas y de sitios muy concretos, no hay una historia general. Y es muy divertida, porque me estoy encontrando con auténticas sorpresas y me estoy descubriendo a mí mismo cosas, y eso es lo que más me motiva, cuando tú mismo te descubres cosas a ti mismo. Pienso que del mismo modo se las puedo descubrir a otra gente, y de la misma manera que puede haber gente que se divierta en el momento de la lectura de esta obra, en la cual vuelvo a trabajar en fuentes primarias, básicamente prensa. Me llevará todavía tiempo acabar este asunto. Y será de difícil publicación, porque además mucho me temo que no va a caber todo en un volumen.
Para acabar, te quiero preguntar por Escohotado. Al final del libro incluyes una cita suya en la que dice “Todas las personas sensatas han imaginado que lo que hay de alma en ellas, lo que no se puede pesar, ni medir, de alguna manera volverá a donde estuvo. Y que el ser humano tuvo como préstamo esa llama, esa animación”. Me parece significativo que prácticamente cierres el libro con él y te quería preguntar cuál ha sido para ti la influencia de Escohotado.
Hombre, la influencia ha sido total y absoluta. Y yo creo que además la influencia, si se me permite el disparate, ha sido mutua. Claro, yo cuando leí la Historia general de las drogas que apareció en 1989 me quedé deslumbrado. Fue la primera vez que alguien me dio una visión sobre un tema tan controvertido absolutamente distinto al planteamiento oficial, y con el cual, además, yo comulgaba plenamente, aunque como historiador me chirriaba alguna cosilla. Digo que la influencia fue algo mutua porque cuando me presenté a Escohotado la primera vez, en el año 90, fui a verle con cuarenta o cincuenta folios de noticias sobre drogas de principios de siglo que había ido recopilando. Eran noticias sobre detenciones de camellos, de consumidores, de alijos… y cuando fui a verlo y se lo llevé le dije “Oiga, señor Escohotado, ¿usted cree que todas estas noticias tienen importancia?” Y entonces él me dijo algo así como “Oh, estás corroborando con fuentes primarias lo que estoy diciendo”. Luego él citaría mi primer trabajo al respecto en su versión corregida de la Historia general de las drogas. Y bueno, de ahí surgió nuestra relación nuestra amistad, que se ha prolongado por más de treinta años y que ha continuado incluso después de su muerte porque, para el famoso libro póstumo de Escohotado, titulado Confesiones de un opiófilo, me encargaron que presentara yo la obra, que hiciera una pequeña introducción. Hasta ese nivel ha llegado. Fue una relación que tenía muchas facetas, porque por un lado era maestro-discípulo, pero por otro lado éramos colegas que nos juntábamos y hacíamos nuestras gamberradas juntos y luego teníamos también la suficiente diferencia de edad como para que fuera una relación paterno-filial. Era un convoluto de todo. Escohotado comenzó prologándome a mí, en Drogas y cultura de masas (España 1855-1995), y al final he sido yo quien después de muerto lo voy a prologar en su obra póstuma. Lo cual me llena de satisfacción, y sabiendo la historia completa te puedes hacer una idea de hasta dónde ha llegado su influencia. Lógicamente yo no sería quien soy sin su concurso en mi vida, y la relación entre Antonio y yo va a trascender hasta más allá de su muerte, así de claro.