Era un fin de semana de octubre del 2018 y viajaba en tren de vuelta de un congreso de música con el que colaboro regularmente desde hace años. Me había hecho en la estación con un ejemplar de El País Semanal y comprobado, con excitación, que dedicaba su portada al último libro del periodista y activista medioambiental, gurú norteamericano en lo tocante a los cambios de paradigma sobre la alimentación y nutrición de su país, Michael Pollan. El detective en el supermercado, Saber comer o La botánica del deseo son títulos de referencia para mí. Pero el título de la portada de la revista semanal me llevó a otra dimensión: “Hablemos del LSD”. Su libro se llamaba Cómo cambiar tu mente, y estaba dedicado al reciente interés por parte tanto de la neurociencia como de la medicina por la utilidad de los psicodélicos. Mi corazón dio un vuelco. Tras la entrevista a Pollan aparecía un reportaje de Iker Seisdedos sobre el mundo de la ayahuasca donde, a pesar de algunos lugares comunes y errores habituales provocados por la falta de conocimiento directo, se abordaba por vez primera con generosidad y sin sesgo amarillista un interés por el creciente consumo mundial del brebaje visionario amazónico en el mundo occidental en el periódico de referencia nacional. Algo estaba cambiando. Pollan, escribiendo de hongos y ayahuasca, y El País, llevándolo a portada. Probablemente ya no estaba tan lejano el día en el que pudiéramos hablar, debatir y escribir con libertad sobre el uso de drogas y sustancias psicodélicas sin que nuestra familia nos aconsejara que volviésemos a escribir de música, cine o literatura: “Con lo bien que lo haces”. Vamos a poder salir del armario sin temor a ser vistos como drogadictos o colgados.
Llegué a mi hogar, en Málaga. Encargué el libro de Pollan en mi librería. Lo devoré. Lo recomendé. Lo compartí en mis redes. El libro de Pollan, donde él mismo contaba haber tomado psilocibina, LSD y el 5-MeO-DMT, la sustancia altamente psicoactiva que se encuentra en el veneno seco del sapo alvarius en algunos experimentos personales y relataba asombrado su experiencia, parecía, de un plumazo, restituir y poner en primera línea la importancia de los trabajos de los investigadores psicodélicos de los años sesenta y primeros setenta que habían sido condenados al silencio, al ostracismo académico o a la sospecha social tras la prohibición taxativa que el gobierno Nixon impuso a la investigación del uso de psicodélicos en psicoterapia. Aunque los libros de Huxley, Gordon Wasson, Stan Grof, Hoffmann, Alpert, Watts, Ott, MckKenna y tantos otros seguían estando ahí, la percepción social de los psicodélicos como drogas peligrosas y adictivas seguía siendo un lugar común en la sociedad. Los científicos, salvo honrosísimas excepciones en los cuartos de atrás de la academia, no se atrevían, porque legalmente no se les permitía, a dedicar recursos a algo que había demostrado largamente tener un altísimo potencial. Otra epifanía dylaniana: los tiempos estaban cambiando definitivamente. No era un espejismo.
Avancemos ahora tres años. En el pasado día de la Hispanidad, la mañana alardea de sol en mi tierra. El amigo Iñaki me manda un wasap diciéndome que Don Lattin –el periodista norteamericano que más y mejor ha escrito sobre el fenómeno psicodélico, el auge de las nuevas religiones y las adicciones en su país– va a estar en mi ciudad con su mujer acompañado de otro amigo, el también periodista David Cánovas. ¿Que si quiero conocerlo...? Acaba de presentar en Barcelona su libro La nueva medicina psicodélica. Terapia, ciencia y espiritualidad. En su portada hace un guiño al fresco de La creación de Adán, de la Capilla Sixtina, pintado por Miguel Ángel. Tiene que ver con el primer nombre que se le dio al éxtasis, al MDMA: ADAM. Confieso no haber leído nada de Lattin antes. Es la primera traducción al español de uno de sus trabajos. Of course. Cambio mi agenda, me someto a los horarios de alimentación sajones y me planto en un chiringuito del barrio marinero de El Palo/Pedregalejo, donde David, Don y Laura dan cuenta de platos de pescaíto frito frente al mar cuando yo aún tengo el desayuno en el esófago. Transitando entre las callejuelas de las viejas casas de pescadores rehabilitadas, paso por delante de la que se conoce como la Casita de Curro. El delirio psicodélico de su fachada, llena de macetas y cachivaches y figuras pintadas de colores chillones, me rememora la visión de un huichol escuchando reguetón. Decido que frente a esa fachada me haré una foto con Don para celebrar el encuentro. Llamo a Fidel Moreno, director de Cáñamo, y le digo que voy a echar el día con Don. No duda: “Hazle la entrevista”.
Don es un hombre grandote, amable, amante de la precisión y con sentido del humor. Combina la cercanía yanqui y la curiosidad del periodista de raza. Más bien pasado de kilos, me enseña una fotografía adolescente en blanco y negro de sus años estudiantiles donde ya experimentaba con drogas. Greñudo y con barbas, semeja a un Julio Cortázar agigantado. Él bromea diciendo que la guarda para recordar que estuvo delgado. Aunque entiendo bien el inglés, no me siento muy seguro en una conversación donde van a abundar nombres y matices. Pero David me echa una mano en mis inseguridades. Al poco de presentarnos y contarle cosas sobre la ciudad, acabo hablando de Pollan, sobre las coincidencias entre ambos libros. Se ríe, levanta las cejas y suspira. “Michael es mi némesis. Mi Doppelgänger”, dice con humor y resignación.
Pollan como ‘Doppelgänger’ de Lattin
“La mala fama de la que gozan los opioides es merecida. Ha muerto más gente por heroína en San Francisco que por COVID”
“Fue una coincidencia. Ambos damos clase en Berkeley. Somos colegas. Él con mayor rango académico que yo. Pero él escribe en el New Yorker y yo en el San Francisco Chronicle. A él le edita Penguin Random House y a mí, Synergetic Press: un gigante mundial editorial frente a una editorial independiente. Él es una celebridad. Una superestrella. Le conoce todo el país. Juega en las Grandes Ligas. Yo soy respetado en el ámbito del periodismo de investigación psicodélico y de los movimientos religiosos y espirituales de la Costa Oeste. Y aunque algunos de mis libros han obtenido reconocimientos, el gran público no me conoce. Yo fantaseaba con que este libro iba a darme más notoriedad por fin. Cuando me enteré de que iba a sacar su libro y que prácticamente tenían la misma estructura, no te negaré que pensé: ‘Pero, Michael, ¿por qué no te habrás quedado con tus cosas de alimentación?’. Así que decidí con mi editor que lo único que podíamos hacer era sacarlo primero. Mi libro salió un año antes. Lo hemos hablado, nos hemos reunido, hemos almorzado y nos hemos reído. Ambos apreciamos el libro del otro. Mi terapeuta de hongos mágicos piensa que Pollan es una especie de gemelo psíquico que puede tener una lección que enseñarme. Y con eso estoy, lidiando entre el fastidio, la envidia del colega exitoso y el orgullo de haber dado en el clavo. Al fin y al cabo, las enseñanzas de los psicodélicos tienen mucho que ver con la relación tóxica que mantenemos con el propio ego”, dice con ironía. Y yo añado que los dos tienen quinientas páginas y, en el índice bibliográfico de sus libros, ambos se citan. Y que la portada de la edición española del libro de Pollan se parece mucho, pero mucho, a la edición inglesa del libro de Don. Eso sí, se nota que cuando Pollan decidió iniciar su experimentación psicodélica, Lattin ya atesoraba décadas de iluminaciones, éxtasis y malos viajes. Cuando Pollan despertó, Lattin aún seguía ahí.
Lo cierto es que el libro de Lattin es un placer para el lector. Como en otros libros suyos, su título original en inglés invitaba al doble sentido: el de que los psicodélicos pueden cambiar la mente del individuo que los toma y el hecho de que se está produciendo un giro social con respecto a la percepción de estos fármacos (de change your mind: cambiar de opinión). Entre el ensayo y el reportaje, a lo largo de catorce capítulos mantiene ese aroma tan propio del New Periodism, donde el rigor del dato se mezcla con la experiencia personal. Eso sí, tampoco es periodismo gonzo a lo Hunter S. Thompson. Lattin aporta toda su experiencia de persona que ha tomado drogas y psicodélicos desde su juventud y se ha sometido a experiencias concretas de drogas y plantas que no había probado antes para contextualizar los estudios de doble ciego en pacientes que actualmente están siendo tratados experimentalmente con algunas de estas sustancias. “Creo que es imposible hablar de psicodélicos con rigor sin ser profundamente subjetivo –admite–. Además, eso del periodismo objetivo es una ilusión. Y en el caso del relato de las experiencias psicodélicas, aún más. Solo puedes aspirar a ser riguroso”, añade convencido.
Riguroso, sí, y ameno, también, este libro cierra una trilogía escrita durante la última década que comenzó con The Harvard Psychedelic Club, un repaso a la historia e influencias de los pioneros psicodélicos en los años sesenta (Leary, Herb Albert, Alan Watts y compañía) y siguió con Distilled Spirits, donde cuenta las historias de los pioneros de los años treinta, cuarenta y cincuenta, deteniéndose en las figuras del escritor británico Aldous Huxley, de su amigo místico anglo-irlandés Gerald Heard, que le introdujo en el mundo de la mezcalina, y del cofundador de Alcohólicos Anónimos, Bill Wilson. Trufa aquellas historias con su propio relato de adicciones a la cocaína y el alcohol y depresiones subsiguientes, hoy felizmente superadas gracias, en gran parte, al uso controlado de sustancias como la ketamina. Lo que está claro es que Lattin sabe de lo que habla, y a la luz de su último libro bien debería su editora española –un consorcio entre Ediciones La Llave y la Fundación Beckely Med, instalada, como ICEERS, en Barcelona, lo que refuerza la idea de que España es uno de los polos más importantes del mundo en la investigación sobre los usos terapéuticos de sustancias y plantas psicoactivas– plantearse seriamente la edición de estos títulos anteriores. La Llave, que ha editado, entre otros, libros del gran sabio y psiquiatra Claudio Naranjo, pionero en el uso de enteógenos en los años sesenta, se ha asociado con Beckley Med, coordinada por pioneros en las terapias psicodélicas como Amanda Fielding, Josep María Fábregas y Lina Williamson. La intención de Beckley Med es la de formar terapeutas expertos en el uso y la administración de psicodélicos y difundir toda la evidencia científica sobre el uso terapéutico de las sustancias psicodélicas.
¿Hay cambios en la edición española frente al libro original?
Es la primera traducción en cualquier lengua de mi libro Changing Our Minds. Psychedelic Sacraments and the New Psychotherapy (‘Cambiando nuestras mentes. Sacramentos psicodélicos y la nueva psicoterapia’), publicado en Estados Unidos por Synergetic Press en el 2017. Y me han dicho los que saben leer español que es una traducción excelente. Tiene una pequeña actualización sobre la política de Trump sobre los psicodélicos, que yo pensaba que iba a actuar como censor, pero, curiosamente, y seguro que por los enormes beneficios económicos que sus amigos de la Big Pharma ven detrás de tomar el control de su producción, no ha impedido nada. Así como añadidos acerca de los avances en investigación científica sobre psicodélicos en los tres últimos años. Pero, esencialmente, en un noventa y cinco por ciento, es el mismo libro.
Los psicodélicos siguen la estrategia de la maría
“Trato mi depresión con ketamina. Me ha ayudado a librarme de veinte años de adicción a los antidepresivos”
El interés de investigadores, científicos y terapeutas por las sustancias psicodélicas parece imparable. Y las evidencias científicas de su utilidad, incuestionables. ¿Qué cambios fundamentales han sucedido en estos cuatro años desde la publicación de su libro?
Ha habido muchos avances positivos: el gobierno de Estados Unidos ha decidido por fin apoyar investigaciones que originalmente se financiaban solo desde manos y fundaciones privadas. Y se han reconocido oficialmente muchos avances exitosos en el tratamiento de adicciones a la cocaína, el alcohol y el tabaco con psilocibina, así como en el tratamiento del trastorno por estrés postraumático (TEPT) en veteranos de guerra con MDMA y otras sustancias. Por supuesto, en el trato de depresiones de largo recorrido. Muy probablemente, después de treinta años de ensayos y pruebas clínicas, seguramente la psilocibina y el MDMA van a ser las primeras drogas reclasificadas.
¿Las van a legalizar por fin?
Bueno, a ver. Lo primero que hay que tener en cuenta es que es muchísimo más fácil prohibir una droga que reclasificarla. Ahora mismo, de cuatro fases, estamos en la fase tres de esos dos medicamentos. En realidad, va a suceder como con la marihuana, que se ha hecho muy inteligentemente y ha abierto el camino a estas sustancias. La reclasificación significa primero la posibilidad de usarlas de manera médica sin que ello suponga un perjuicio para los investigadores. Luego hay una cruzada política que marcha ciudad a ciudad, estado a estado, intentando descriminalizar su uso. Ahora mismo, el uso de la psilocibina está descriminalizado en Washington DC, Denver, Oakland, la bahía de San Francisco, Seattle y el estado de Oregón, donde se han descriminalizado por vez primera todas las drogas. La marihuana, por ejemplo, ya está descriminalizada prácticamente en la mitad de los estados y ciudades de Estados Unidos.
Sin embargo, aún hay contradicciones en ese sistema judicial.
Sí, porque las leyes federales no han cambiado. Y te encuentras con casos en que no puedes comprar marihuana en dispensarios autorizados con tu tarjeta de crédito porque el control bancario pertenece a la legislación federal. Así que tienes que usar efectivo. Y puedes tener líos en aeropuertos y demás. La legislación norteamericana es muy “divertida”.
Dice que este renacimiento psicodélico se asienta en tres patas. Ya ha hablado del interés médico y terapéutico de estas sustancias, del empuje de la comunidad científica. Y de la cruzada político legal. ¿Cuál es la tercera pata?
La tercera pata de este debate es la libertad religiosa. En Estados Unidos, la libertad y el derecho a tener tu propia creencia religiosa y espiritual están muy protegidos. Y las experiencias místicas, de conexión espiritual, que suelen suceder tras el consumo de estas sustancias son habituales y muy profundas. Por ejemplo, ya hay dos iglesias brasileñas ayahuasqueras, la UDV y el Santo Daime, que operan como franquicias en varios ranchos por todo Estados Unidos. La DEA les permite el consumo, frente a la policía federal, que sigue confiscando cargamentos de ayahuasca. Pero no se arresta ni se procesa a la gente. Y, por ejemplo, hay una iglesia en Oakland del Hongo Sagrado que tienen a Terence McKenna como una especie de profeta y usa sus escritos... Yo sospecho que para vender cantidades ingentes de hongos.
El profeta Terence y todo por la pasta
“Lo decía Joseph Campbell: ‘La gente ya no quiere saber el sentido de la vida, sino tener una experiencia vital que tenga sentido”
¿Qué opinión le merece Terence McKenna, el autor de libros tan célebres como Alucinaciones reales o El manjar de los dioses?
Lo entrevisté un par de veces. Era un personaje. Un granuja irlandés fascinante. Un gran contador de historias. Sus discursos improvisados [muchos se encuentran disponibles en Internet] creo que a veces tenían por sí solos más poder enteogénico que las propias drogas. Pero creo que sus tesis, como la del simio colocado, no son tomadas muy en serio por antropólogos e investigadores. El trabajo de su hermano Dennis me parece mucho más serio. Y para el libro me dejé guiar por su exesposa, Kathleen Harrison, para tener mi experiencia con la ayahuasca.
Detrás de todo este puzle que rodea el mundo de la liberación y despenalización psicodélica se mezclan intereses y necesidades espirituales, legítimas y espurias, voluntad de conocimiento, compasión médica, derechos a la ebriedad, necesidad de control políticosocial… Pero el gran elefante de la habitación es el dinero. Y es de lo que menos se habla.
Efectivamente. Es así. Está surgiendo un poder que desembocará en la Big Psychodelic Pharma. Se va a convertir en un negocio inmenso. All is business.
Ahora mismo, el uso de psicodélicos o de ayahuasca se ha vuelto tan popular que abundan los documentales y las series que abordan estos temas, como, por ejemplo, Nine perfect strangers (producida y protagonizada por Nicole Kidman).
La primera historia que escribí sobre ayahuasca fue hace veinte años. Más allá de los diarios de Burroughs, nadie sabía nada. Ahora todo se está convirtiendo en mainstream.
¿Cree firmemente en el potencial terapéutico de los psicodélicos?
Soy periodista, no un investigador científico ni un pionero. Hablo de los logros, indiscutibles, en mi libro. De la labor fantástica de tantos y tantos pioneros –Grof, Alpert, Naranjo, Fadiman, Doblin…–, investigadores, activistas. Pero no excluyo la parte oscura. Porque existe: los abusos, los asesinatos, el espinoso tema económico, las malas praxis. Obviamente, simpatizo con su uso y he participado tanto en ensayos organizados como en ceremonias clandestinas todo lo que he podido, para documentarme, para entender su uso y el contexto de quienes toman psilocibina o MDMA de forma compasiva ante enfermedades terminales, para tratamientos del TEPT en veteranos, en depresiones agudas, como uso recreativo o espiritual. Pero tengo claro que ni son para todo el mundo ni se deberían tomar hasta que se tenga formada la personalidad. Es algo que me dijo en su día Ann Shulgin, la viuda de Sasha y reconocida terapeuta. Ojalá mi yo joven estuviese aquí para decírselo.
¿Tuvo malas experiencias?
Nací en 1953, y mis primeros viajes psicodélicos fueron en la escuela secundaria, cuando tenía diecisiete años. A los veintitantos tuve un viaje de LSD donde conecté con todo: el puro amor, la conciencia que une el universo y la novia que tenía era claramente el amor de mi vida. Todo tenía sentido. Tiempo después, repetimos la experiencia y fue justo lo contrario. Tardé meses en recuperarme y creí firmemente que iba a volverme psicótico. Tardé mucho en entender que fue precisamente ese mal viaje el principio de mi renacimiento. Porque se trata de morir en cierta medida. Ver morir el ego. Y para eso debes tener ya cierta estructura de personalidad para entenderlo y trabajar con ello. Porque es en la integración donde está la enseñanza de verdad.
También le dedica un capítulo a la ibogaína.
Sí, es una de las drogas que no existía en mi época. Lo experimenté en una clínica de México. Y otros dos a la ayahuasca. Y otro al Bufo alvarius.
Sesenta años después estamos reinventando la rueda
“El uso clínico de la psilocibina y el MDMA y otras sustancias permitirá desestigmatizar el uso recreativo como está pasando con la marihuana”
Lo que parece es que el LSD se ha quedado en el camino de la reclasificación.
En este momento, desde luego, no está contemplado. Es una pena, porque se avanzó muchísimo en los cincuenta y sesenta, pero entre los delirios de Timothy Leary y las mentiras que construyó la administración Nixon para prohibir las drogas, seguramente cueste más rescatarlo. Hay que entender que es el psicodélico más potente jamás creado y que es tremendamente psicoactivo a muy bajas dosis. La guerra contra las drogas ha sido la guerra más larga, inútil y que más víctimas ha causado en la época contemporánea.
Don, usted, que no nació ayer, cómo ve los avances reales con respecto a lo que se descubrió en su día antes de la prohibición.
Si soy sincero, más allá de estudios sobre la neuroplasticidad potencial de muchas de estas sustancias, estamos reinventando algo que ya sucedía en los años cincuenta cuando el LSD y la psilocibina eran legales. Los psicodélicos se empiezan a usar para tratar adicciones en los años cincuenta. Y en Canadá se hicieron muchos progresos. En Estados Unidos se hicieron muchas barbaridades y la CIA metió sus narices y se creó un aparato de propaganda bestial. Mira, uno de los doce pasos de la técnica inventada por Bill Wilson, uno de los fundadores de Alcohólicos Anónimos, para dejar de beber consistía en tener un despertar espiritual. Y ellos comprobaron que el LSD producía esa conexión en muchas personas que lo tomaban. Hubo experimentos exitosos. Pero la mentira generada de que se trataban de sustancias altamente adictivas, cuando los psiquedélicos no son adictivos, y que eran drogas hacía difícil aceptar para una sociedad tan conservadora como la estadounidense que para desengancharse de una droga tuvieras que usar otra más peligrosa. Y el LSD estaba demasiado asociado a la cultura hippie, la lucha contra el sistema, la guerra de Vietnam. Y Wilson, en el fondo, era un hombre conservador.
Usted ha sufrido de alcoholismo, sabe lo que dice.
Y he abusado de la cocaína, también. Llevo dieciséis años sin probar una copa. Eso sí, no dejé de beber con LSD ni hongos. En mi caso, tuvo más que ver la meditación. Lo que sí es verdad es que mi experiencia con la ayahuasca me llevó a ver y entender qué parte de mí me hacía ser adicto. Tiene que ver con el egocentrismo. Eso me ayudó mucho. A ver mi cerebro, a entenderlo.
Veteranos de guerra y aprendizaje de la muerte
“La guerra contra las drogas ha sido la más larga y la que más muertos ha creado en la historia contemporánea”
Hay también un debate sobre si toda esta medicalización de las sustancias no acabará restringiendo su utilización e impidiendo el uso recreativo. Hablo de nuestro derecho a las drogas.
Esto es un proceso, una estrategia a largo plazo que está dando frutos. La medicalización es necesaria. La de la marihuana trajo mucho debate. Luego se vio que no se acababa el mundo. El uso clínico de la psilocibina y el MDMA y otras sustancias permite desestigmatizar el uso recreativo. No puedo saber a dónde nos llevará eso, pero la tendencia clara es que la actitud de la gente está cambiando frente a los psicodélicos, y eso traerá aparejado que se relajen las restricciones. Lo importante será saber cómo y estar atento a cuándo.
El tema del TEPT en veteranos de guerra ha sido fundamental.
En Estados Unidos mueren más soldados por suicidios que en la guerra misma. Hablamos de cientos de miles de personas de un cuerpo que es visto con orgullo en mi país. Suponen un problema social, médico, económico y ético importante. Los defensores de esa vía médica compasiva han sido muy inteligentes. ¿Quién no va a querer ayudar a un tipo que arriesgó su vida por tu país y que es incapaz de superar el trauma que le supuso la guerra? Y en ese sentido, cuando han descubierto la utilidad de estas herramientas, no van a oponerse a ello. El periodista militar Sebastian Junger recuerda: “El TEPT es una crisis de conexión y ruptura, no una enfermedad que hay dentro de ti”; y para eso estas sustancias son únicas, para reconectarte o incluso para conectarte por primera vez. Y el tratamiento compasivo para el cáncer terminal es también muy inteligente. Además, se ha demostrado que son una magnífica manera de enfrentarse a la muerte antes de la muerte.
Un tema capital: el uso de psicodélicos como ritual de paso, como forma de entender qué eres y entender qué es la muerte.
Con dosis heroicas de LSD, ketamina u hongos y con otras plantas se puede hacer un ensayo general para la muerte. Aunque es muy dura la experiencia, sirve para enfrentarte a esa negación. El movimiento por una muerte digna va en esa línea. Esto también es nuevo con respecto a los años cincuenta. La disolución del ego puede servirte para afrontar la muerte. Siempre acompañado de alguien que sepa manejar la situación, por supuesto.
Terapeutas, chamanes, facilitadores. Hay otro debate sobre cómo se debería uno relacionar con estas sustancias. ¿No hay una quiebra civilizatoria en nuestra relación con lo sagrado?
En Estados Unidos, que es un país muy materialista, se nota que se está buscando algo más. Hay un vacío. Antiguamente, la mayoría de los chamanes no daban la droga al paciente, salvo casos excepcionales. La tomaban ellos para usar su fuerza para curarlos. Eso ha cambiado en nuestra sociedad. Queremos tomar el control completo de nuestras experiencias. Lo decía Joseph Campbell: “La gente ya no quiere saber el sentido de la vida, sino tener una experiencia vital que tenga sentido”.
Quién sabe lo que es la conciencia
“Es muy fácil tener experiencias místicas. Lo realmente difícil es cambiar tu vida”
¿Descubrir que hay más allá de la conciencia?
¿Y qué es la conciencia?, ¿dónde está?, ¿es una proyección? Podemos hacer fotografías del cerebro y ver qué se enciende aquí y allá. Pero nadie tiene ni idea realmente de lo que es. Y probablemente siga siendo un misterio. Y eso es lo verdaderamente importante: la experiencia del misterio.
¿Y cómo se aprende de estas experiencias?
Lo importante de verdad, lo fundamental, es la integración. Es muy fácil tener estas experiencias, pero es realmente difícil cambiar tus hábitos. Puedes tener una experiencia mística con hongos y seguir siendo un tirano con tus empleados. Entonces, ¿de qué te ha servido?
¿Recomendaría alguna sustancia?
En la relación de peligros, efectos y logros, recomendaría los hongos, la psilocibina. Absolutamente, son los más seguros de todos.
Y a usted, aparte de para aprender mientras las estudia y ser el Dopplegänger menos famoso de Pollan, ¿de qué le han servido estas sustancias?
Como digo, he vivido el tormento y el éxtasis. Y de ambos he aprendido. He tenido grandes experiencias de conexión profunda con todo, con la naturaleza, con amantes y con amigos. He entendido que me gusta mucho colocarme y que de ahí parte mi relación con ciertas adicciones, que ahora tengo controladas porque entiendo por qué se producen. Y me han ayudado a superar una depresión que me tuvo enganchado más de veinte años a los antidepresivos [primero al Prozac, luego al Zoloft, luego al Wellbutrin]. Tomo ketamina con receta y me ha servido para eliminarlos por completo. La tomo en pastillas, en dosis controladas y de manera regular.
Por último, hay quien piensa que toda esta buena prensa que están disfrutando otra vez los psicodélicos se contrarresta con un exceso de demonización de los opiáceos.
Me parece que la mala fama de la que gozan los opioides es merecida. Ya sabes, la crisis sanitaria que se creó en Estados Unidos, con el OxyContin y la farmacéutica de los Sackler, provocó una epidemia de adictos. Ha muerto en estos dos años más gente en San Francisco por heroína y opioides que por COVID. Tengo amigos que han muerto. Pero lo que sí está claro es que, más allá de lo peligrosa o adictiva que sea la heroína, la muerte sucede porque es ilegal. La legalización permitiría evitar esas muertes derivadas de desconocer calidades y dosis y formas de suministro. Llevar a las drogas a la clandestinidad está matando a gente por miles.
Acabamos la jornada en un paseo con el sol cayendo por la Alcazaba de Málaga antes de despedir a Don, Laura y David. En la dedicatoria de su libro, Don asegura que Málaga es la capital psicodélica de Andalucía. Veo a un grupo de chavales cetanganeros mirando desde las murallas nazaríes al mar de fondo. “Lo flipa, ¿eh?”. “Ya ve…”. No hablan mucho más. Están alobados. Conectados. Cualquiera sabe si se han tomado unos monguis para la visita. Tal vez los naranjas y violetas del cielo hayan sido suficiente.
Por cierto, me ha gustado más el libro de Lattin que el de Pollan.