Apenas sabemos nada sobre el mundo de los hongos. Cada pocos meses se suceden noticias de descubrimientos de nuevas especies, pero solo conocemos ciento veinticinco mil especies de hongos, que es apenas un diez por ciento del total. Hay un creciente interés desde la industria farmacéutica por los descubrimientos relativos a drogas psicotrópicas que puedan tener un uso antidepresivo o antipsicótico, y también, mucho más fervoroso, un interés popular proporcionado por experiencias que pueden ser introspectivas o muy divertidas.
El mundo cultural de la edición de libros se ha percatado de este interés: en los últimos años, entre otros, entrevisté a Anna Lowenhaupt Tsing –autora de La seta del fin del mundo–, que explicaba como el matsutake tiene potencial regenerador más allá de las ruinas del capitalismo, o a Simón López –autor chileno de El vasto territorio–, que de modo similar al Cordyceps de la serie The Last of Us, narraba la expansión de un hongo que coloniza humanos en un contexto de extractivismo forestal en el país. También están de moda las historias culturales, que son ejercicios comparativos entre distintas culturas a partir de un objeto o similar, por ejemplo, una historia de los perfumes o una historia de un género musical en distintos países, como hizo Greil Marcus con el punk.
Aunando ambas tendencias, El planeta de los hongos (Anagrama, 2024) es una historia cultural de los hongos psicodélicos y un ejercicio de comparación internacional a cargo del escritor, ensayista y periodista mexicano Naief Yehya, quien sin duda usa sus dotes como ingeniero para el objetivo que se propone: explicar en profundidad cuestiones como la relación humana con una especie mucho más anterior que la nuestra. Como puede apreciarse en libros anteriores como Guerra y propaganda y Sexo mediatizado y pánico moral, el enfoque técnico ha marcado la trayectoria escrita de Yehya. Así, el autor mexicano plantea una de las tesis principales del libro: que el universo digital que compartimos, escenario en el que pasamos buena parte de nuestro tiempo, es el resultado en gran medida de las exploraciones y viajes psicodélicos de modernos chamanes tecnológicos. Es ahí donde procede a explicar el boom de la ayahuasca y las microdosis en Silicon Valley. Estamos hablando de algo ya tan arraigado en la cultura popular que en el último beef entre Kendrick Lamar y Drake, el primero, el único rapero ganador del Pulitzer de música, le recomendaba al segundo tomar hongos “to strip your ego from the bottom”.
Naief Yehya empieza reconociendo en su ensayo que ya muchos como Aldous Huxley, William Burroughs y Allen Ginsberg han escrito sobre los efectos de las drogas psicodélicas, las que alteran la realidad, pero en su proyecto de historia cultural él se propone ir cultura a cultura (tribus antiguas y modernas, distintos países latinoamericanos antes de la colonización, Silicon Valley, etc.), repasando también las explicaciones que empleaban del fenómeno de los hongos. Además, comparte su experiencia como psiconauta tomando San Isidro, el hongo de psilocibina más popular, identificado en 1906 por el micólogo Franklin Sumner en Cuba.
Son necesarias las distintas tesis porque seguimos sin saber qué ganan los hongos generando estas sustancias que funcionan de un modo tan concreto en nuestro cerebro. Aparece en el libro la teoría del stoned ape, que mantiene que las drogas fueron necesarias para nuestra evolución, pero sin dudarlo Yehya blande también los argumentos científicos en contra, como el hecho de que estas sustancias existen desde milenios antes de que aparecieran los homínidos. Sí sabemos que de no existir los hongos la materia muerta se vendría apilando en la tierra desde hace más de mil millones de años, sin capacidad de descomponerse, desintegrarse y devolver sus nutrientes a la tierra.
Además de todo esto, el ensayo termina mostrando que los creadores de lo que conocemos como realidad aumentada se erigieron sobre una montaña de ácido lisérgico: “Tenías que ser capaz de visualizar una asombrosa complejidad en tres dimensiones y mantenerlo todo en tu cabeza; descubrieron entonces que el LSD podía ayudar. Puesto que los problemas que debían resolver siempre involucraban complejidades irreductibles, siempre tenías que balancear variables complejas, nunca podías llegar a la perfección, por lo que siempre estabas buscando encontrar patrones. El LSD te muestra patrones”.
Finalmente, el autor se despide con una reflexión que mezcla el increíble poder de los hongos con su experiencia personal: “En un viaje de hongos en la selva de Palenque vi como las plantas y la naturaleza que me rodeaban eran los residuos vivientes de una civilización anterior a la humana, escombros de un universo desaparecido a partir del cual habíamos surgido nosotros y que permitía nuestra existencia. Al desaparecer la especie humana dejaremos algo equivalente: un mundo vivo de sustancias químicas y plásticos, una nueva naturaleza tóxica para nosotros pero ideal para nuestros sucesores. Es un lugar común pensar que después del apocalipsis nuclear y/o climático, cuando la humanidad sea borrada de la superficie del planeta, las cucarachas dominarán la tierra y las aguas malas serán los amos de los grises y pestilentes océanos. Hoy creo que en ese escenario los hongos seguirán existiendo, casi como si nada hubiera pasado, transformando sustancias, limpiando el mundo de toxinas, venenos y materiales radioactivos que irán aprendiendo a procesar y eliminar. La función de los hongos es reciclar los desechos tanto en la tierra como en las mentes. Se multiplicarán caprichosamente los imperturbables micelios y seguirán produciendo psilocibina y otras sustancias psicotrópicas para los seres que lleguen a ocupar nuestro lugar. Es difícil cuestionar la certeza de que este es el planeta de los hongos y nosotros tan solo somos visitantes”.
Hace muchos años, como cuentas en la presentación del libro, consideraste escribir sobre tus experiencias transformadoras con psicotrópicos. ¿Cómo fueron tus primeros viajes con hongos?
“Antes de que se pusieran de moda los hongos, cuando solo algunos iniciados tenían conocimientos, ya había una actitud de respeto o temor, como de búsqueda de la iluminación, que a mí me parecía que había que evitar”
Fueron la mayoría muy agradables, muy buenos. En México, en esa época, estoy hablando de los años ochenta y noventa, todo era ilegal, todo estaba condenadísimo y era peligrosísimo. Por lo tanto, había que conseguirlo jugándotela un poco, porque había que ir a esos lugares que estaban bastante vigilados; todo el mundo sabía que si veía un coche con placas de Ciudad de México entrando ahí solo podían ir a una cosa. Así que siempre había ese espectro de temor. Pero, en general, todos los viajes fueron muy buenos, hasta aquel viaje que describo en el libro en Palenque, donde tuve un mal viaje; después tuve otros buenos y, con el tiempo, otro malo. Pero en general eran buenos en el sentido de que eran variados e impredecibles, ya sabes, desde no tener más que sensaciones de hilaridad, un buen rato de estados alterados, hasta momentos de alucinaciones, en los que sientes que estás en otro universo.
¿Llegaste a escribir sobre estas experiencias antes de este ensayo que acaba de publicar Anagrama?, ¿Cómo ha influido el uso de psicodélicos en tu obra?
No recuerdo haber filtrado algo de esas experiencias, ya sea en la ficción o en la no ficción. Lo mantenía yo un poco aparte. Son experiencias que me han cambiado y durante un tiempo escribía sobre cosas más extrañas, como los ovnis; me divertía mucho escribir sobre esos temas, y había siempre un coqueteo con la cultura de la droga. Pero nunca me metía a narrar mis experiencias en primera persona, no sé por qué, creo que asumía que no era interesante. Lo digo en el libro: contar las alucinaciones es como contar los sueños; en un principio no me interesaba, luego me sacudí de este pudor y entonces pude escribir este libro.
¿Cómo te planteaste el reto de esquivar la pseudociencia en tu ensayo?
Eso era de las primeras cosas que me parecían fundamentales. Me parecía que la manera con la que se veía el uso o consumo de estas drogas cada vez más estaba lleno de supercherías. Antes de que se pusieran de moda los hongos, cuando solo algunos iniciados tenían conocimientos, ya había una actitud de respeto o temor, como de búsqueda de la iluminación, que a mí me parecía que había que evitar. Había que tener mucho cuidado de no caer en eso. A medida que se ha vuelto un fenómeno masivo, en México cada vez hay más eventos y centros holísticos, más explotación de esto y más llamarle a esto medicina, por un lado, acercándolo a la terapia y, por el otro, insistiendo en el ritual. El hecho de que se han apropiado de un chimichurri de creencias con las que creen encontrarle el sentido para poder aprender de las experiencias, yo creo que no solo es peligroso, es denigrante. Pero hay gente a la que le funciona y le interesa entrar por ahí, entonces, lo respeto.
¿Sigue vigente la recomendación de que lo mejor es una dosis heroica, lo más potente posible?
En mi investigación ahora, cuando volví a hablar con gente que conocía, había puntos de vista muy encontrados. Entre muchos de mi generación lo único que cuenta son las dosis heroicas, lo demás lo encuentran absurdo y una pérdida de tiempo. Pero también gente muy metida en la evolución de las drogas estaban más a favor de la dosificación, o la microdosificación, que era algo para mi ignorado y que descubrí ahora. Creo que la dosis heroica es realmente lo que puede destruir el ego: te permite un viaje sin control, sin la protección que te da ir poco a poco, pero también creo que es peligroso y que tiene consecuencias más impredecibles. Puede ser que las dosis más mesuradas funcionen mejor, puede ser, pero cada mente es distinta.
Sheldrake decía que el micelio es la costura viviente del mundo. ¿Qué es la Wood Wide Web?
Para mí esto es importante. No tengo formación de biólogo y, hasta ese momento, la naturaleza no me había interesado mucho. Cuando empecé a investigar el hongo, vi que estaba equivocado, pues pensaba que tenía raíces. No entendía su morfología y, de repente, empecé a comprender el micelio: esa estructura tan polifacética, llena de cosas que apenas estamos descifrando. Es esta madeja de hilos microscópicos que no solamente alimentan al hongo, también la red increíble de comunicación que transporta agua, nutrientes y señales, algo muy complejo que nos hace pensar ahora, cuando ya vivimos en la realidad del internet, que ese es el internet del bosque, es el sistema de comunicación que avisa de peligros en el bosque, informa de fuentes de energía, comparte información con otro tipo de plantas. Es algo que no entendemos muy bien, sin embargo, ahí ha estado siempre; somos nosotros los recién llegados al planeta.
Se comenta que el antibiótico es mucho más antiguo que Fleming. ¿Lo suyo era un redescubrimiento?
Recientemente vi más hipótesis de que sí. Ese tipo de hongos, como la penicilina, que viene de un hongo, ya se usaba desde que el humano siquiera era Homo sapiens. Está documentado con el hombre primitivo: encontraron que murió congelado y en una bolsita llevaba unas hierbas con el hongo que probablemente empleaba para mitigar una infección. Han estado con nosotros desde hace milenios. La teoría del stoned ape es una teoría, pero es probable: el hongo estaba antes del ser humano; los homínidos podían recorrer las planicies con ganado que comiera el hongo y es posible que de allí aprendieran sobre la expansión mental y la cultural. No solo las medicinas son una reinvención, también la cultura la hemos reciclado a partir de experiencias alucinógenas.
“El hongo parece que suprime nuestro ego, permite el acceso a una conciencia múltiple, más bien expandida, en que nos convertimos en uno con el entorno, en que nuestra mente ha dejado de habitar solo nuestra cabeza y está explorando el entorno”
¿Puede hablarse de una inteligencia de las plantas que pone en jaque la selección natural?
Eso es algo absolutamente inquietante. Alguna vez he escrito de fenómenos paranormales, pero siempre escribí desde un punto de vista muy cínico y cargado de dudas. Pero luego te encuentras con cosas de las que no hay dudas, como este infecto de hongo que puede poseer a las hormigas, apoderarse de sus cuerpos para expandir sus esporas. Cuando ves la perfecta coordinación y simetría... ¿Cómo puede ser que un organismo no centralizado, que no tiene ni cerebro ni ojos, ni ninguno de los recursos para expresar inteligencia, pueda hacer algo así?, ¿cómo puede un hongo entender que en ciertos lugares debe aplicar cierta fuerza para romper el piso? Podríamos pensar que es prueba y error, pero ¿cómo lo hace para llegar también del punto A al punto B de un laberinto si hay un nutriente? Todo esto es muy extraño y nos hace pensar en una inteligencia no extraterrestre, subterrestre, prehumana, que debería cuestionar nuestros valores. Siempre hablamos de la inteligencia en plantas y animales con cierta condescendencia, pero cuando vemos expresiones tan claras del organismo por su comunidad estamos ante otro tipo de fenómeno a considerar. Creo que vamos a aprender muchísimo más en los próximos años.
¿Y cómo ponen en jaque los hongos la noción de individuo?
Otro elemento muy interesante. El hongo en sí es algo muy extraño: pensamos en el hongo y solo vemos la seta, pero nos perdemos la multiplicidad de esto. Al interaccionar con el hongo parece que suprime nuestro ego, permite el acceso a una conciencia múltiple, más bien expandida, en que nos convertimos en uno con el entorno, en que nuestra mente ha dejado de habitar solo nuestra cabeza y está explorando el entorno. La individualidad parece entonces fragmentada, o rota o suprimida, o por lo menos aminorada. Es la mejor manera de entenderte no como un ser único, sino como parte de algo, algo que ya decían Terence McKenna o Timothy Leary. Así que el individualismo está en ciertos aprietos cuando se enfrenta a una dosis heroica.
¿Cómo funciona la paradoja del aura mística para algo que ha sido probado ya científicamente?
“La función de los hongos es reciclar los desechos tanto en la tierra como en las mentes”
Hay una visión retrógrada de quererse apegar a la magia del hongo. Es cierto que la ciencia no tiene respuestas para todo, más o menos entiende de receptores. Tenemos un entendimiento esquemático de lo que sucede que ha ido evolucionando con la tecnología de tomografías o resonancias magnéticas o de otros mecanismos de visualización que nos pueden mostrar dónde hay mayor flujo sanguíneo o qué tipo de regiones del cerebro están más activas, tenemos algunas señales, podemos interpretarlas en función de la bioquímica del cuerpo, pero las respuestas son escuetas. Eso da un margen para que la gente siga creyendo en las posibilidades mágicas y místicas. Yo me aproximé a esto sin respeto, no porque quisiera faltar al respeto, sino porque no sentía que había cultos vivos que necesitaban de esto para sobrevivir. Al aproximarnos a eso ahora, viniendo de un mundo sin ortodoxia, podemos mantenernos como alguien que se acerca así a la búsqueda de estados alterados. El renacimiento new age me parece oportunista pero, otra vez, respeto a quienes creen que la mística es la mejor manera de vivir esas experiencias, pero es un respeto que no me queda claro si es un respeto al hongo o a una cultura.
¿Hay más estudiosos que revindican los conocimientos prehispánicos relacionados con las drogas?
Siento que sí ha habido un gran regreso a reconocer el trabajo de los pueblos prehispánicos al clasificar las plantas y el entorno. Buena parte de eso fue sepultado, pero mucho se ha recuperado en otras interesantes investigaciones desde los años treinta. Obviamente, ahora hay una explosión y este tema es más popular, lo cual me da mucho gusto. Por ejemplo, menciono en el libro que un académico de Harvard dijo que los aztecas no entendían lo que estaban comiendo, que estaban comiendo peyote y no hay hongos que produzcan esos efectos, cuando ya había en México en ese momento gente que sabía que se comían hongos, que los habían probado. Todo ese conocimiento era underground, hubo un enorme silencio durante cuatro siglos. Si hay un renacimiento que va a traer más cosas, me da orgullo haber sacado este libro en un momento en que van a pasar más cosas.
Demuestras que las microdosis funcionaron para Silicon Valley. ¿Sabes de otros ambientes?
Aquí en Nueva York sé de varias empresas de diseño que también están en esto, con menos ceremonia, menos pompa y escándalo. La psilocibina sigue estando prohibida, pero no la Amanita muscaria, es decir que se venden microdosis de amanita, en cambio se venden kits para sembrar tus propios hongos psilocibios. Eso es porque se da cierta apertura, pero tampoco tanta apertura como en Oregón, por ejemplo. Veo más creadores individualmente tomando hongos, cineastas, amigos míos que pueden jurar que el proceso creativo se vuelve más interesante y vital. A mí me da una cosa más introspectiva y no puedo escribir ni leer, entonces lo mantengo aparte.
En la mayor parte del mundo los hongos psicotrópicos están prohibidos. ¿Qué le diría a los gobernantes para que acabaran con su prohibición?
Lo más contundente que se debe señalar a las autoridades es que la evidencia científica pone en relieve que las sustancias psicodélicas pueden tener efectos muy positivos para combatir las adicciones y el alcoholismo, además de que sirven para tratar otros padecimientos, desde el trastorno por déficit de atención y los desórdenes compulsivos hasta la esquizofrenia y el autismo. Hay un cuerpo de datos e información derivado de experimentos que datan desde los años cincuenta del siglo pasado que demuestran que estas sustancias, usadas en ambientes controlados, son extremadamente útiles. Por otro lado, los presuntos efectos negativos que llevaron a clasificar a estas sustancias al lado de la heroína y otras drogas son inexistentes. No son drogas que puedan causar una sobredosis y está demostrado que no pueden matar a nadie. Además, ¿quién quiere condenar a un producto que estimula la imaginación y la creatividad?