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“La gente que usa drogas es buena”

Entrevista a Julián Quintero

“Un hedonista sin vergüenza, un consumidor experto, una especie de profeta del uso recreativo de sustancias”, así describe Daniel Pacheco en el prólogo al autor del ensayo recién publicado en Colombia Échele cabeza, una mirada al consumo de sustancias y a cómo se drogan los colombianos. Julián Quintero (Pensilvania, Caldas, Colombia), colaborador habitual de la edición colombiana de Cáñamo, hace años que salió del armario psicoactivo, porque para hablar de algo hay que conocerlo, aunque en el ámbito de drogas abunden, desde hace más de un siglo, los que prohíben sin conocimiento. Contra ellos, contra la sinrazón y el delirio de los que desde la ignorancia impiden a los demás disfrutar de las drogas, lleva años luchando Quintero, a veces desde trincheras institucionales pero sobre todo con iniciativas no gubernamentales, pasando por despachos o congresos internacionales, sin olvidar la calle.

La lectura del ensayo de Julián Quintero despeja todas las dudas: el problema de Colombia no son las drogas, sino las políticas de drogas. Por eso es necesario un viraje político que acabe con el sinsentido de la guerra contra las drogas, un fracaso que ha costado y sigue cobrándose ingentes cantidades de recursos e innumerables víctimas. Las voces contra la injusticia de esta guerra perdida empiezan a ser escuchadas en buena parte del mundo, concretándose en algunos países con opciones sensatas como la regulación de los mercados de drogas. Y Colombia, que carga con el estigma de ser uno de los principales países productores, no puede quedar al margen de esta lucha por la paz, una lucha en la que Quintero participa con argumentos y evidencias.

Julián escribe desde la experiencia que da conocer las sustancias y también los trastornos derivados de su prohibición. Un conocimiento de primera mano que ha ido atesorando como director de la Corporación Acción Técnica y Social, en iniciativas como “Échale cabeza cuando se dé en la cabeza”, el primer y único servicio en Colombia de testeo de sustancias en espacios de fiesta y fuera de ellas, o el Proyecto CAMBIE, un programas de intercambio de agujas y espacios seguros para consumidores de heroína en varias ciudades colombianas, acciones todas ellas que abordan el tema del consumo de drogas desde la reducción de riesgos. “Un mundo libre de drogas no es posible”, concluye Quintero, que deja claro que el objetivo de su lucha no es otro que conseguir “un mundo que conviva en paz con las drogas”.

Julián Quintero y Vannesa Morris
En Bogotá, a las puertas de Échele cabeza, el primer punto de atención especializado en análisis de sustancias y reducción de riesgos en América Latina, con Vannesa Morris, pareja de Julián Quintero y coordinadora del proyecto.

‘Nice people take drugs’

¿Es posible un mundo libre de drogas? ¿Y una Colombia libre de drogas?

No, no es posible, porque nunca ha habido un mundo libre de drogas. Antes de terminar con las drogas se mueren los prohibicionistas. Las drogas son un dinamizador del desarrollo social tanto desde los usos más loables –la expansión de la conciencia, la medicina o la terapia–, como desde los más perversos –las guerras y los experimentos más deplorables–. Las drogas han estado y estarán al lado de los seres humanos mientras existamos, y es nuestra tarea gestionarlas con el menor riesgo y daño posible para los humanos y la sociedad. Una Colombia libre de drogas no existe, y ahora que empieza la transición hacia la regulación de los mercados espero que menos, pues sería muy injusto que, cuando el mercado de la marihuana legal se consolida y se acerca la regulación del mercado de la cocaína, Colombia solo se quede con los muertos y el trauma y no pueda tener los beneficios sociales y económicos que traerán el cambio de estatus legal de estas sustancias.

Lleva tatuado en el antebrazo el lema de una campaña internacional para acabar con la estigmatización del consumo de drogas: “Nice people take drugs”. Cuando la gente le pregunta por su tatuaje, ¿qué les cuenta?

El tatuaje me lo hice un 24 de diciembre como mi regalo de Navidad. Estaba solo en mi casa, pensando en todo lo que había hecho en los últimos años y en cuál iba a ser mi proyecto de vida, y me lo tatué para que no se me olvidara. Cuando me preguntan, intento traducirles al español que la gente que usa drogas es buena y que no merece estar en la cárcel o morir en un pabellón de fusilamiento, como sucede en los países que aún tienen penas de muerte para el tema de drogas. Les digo que la campaña nació para reducir el estigma y para denunciar estos castigos atroces que sufren las personas que usan drogas.

En la introducción de su libro hace un recorrido autobiográfico sobre las sustancias que ha probado, empezando por la marihuana. A día de hoy, ¿qué drogas frecuenta?

Depende mucho de la situación y el contexto. En los últimos meses de cuarentena no he podido frecuentar mucho el éxtasis porque siempre había sucedido en contextos de fiesta. En general, soy de la familia de los estimulantes, empezando por la cocaína, que, aunque vivo en Colombia, a veces es difícil conseguirla buena. También me ha llamado la atención la metanfetamina, pero solo un par de veces, pues no tiene mercado en mi país. Este año he prometido explorar un poco más el mundo de los psicodélicos, ajustarme unos cuantos LSD que tengo reservados, profundizar más en el DMT y viajar el fin de año a la selva a encontrarme de nuevo con el yagé. Sin duda la que más me ha llamado la atención es el 2CB, y se reserva para ocasiones muy especiales. El alcohol y la nicotina siempre son buena compañía con moderación.

Cuando se trata de paliar el dolor, el uso de drogas (normalmente, medicalizado) se acepta, en cambio, cuando se trata de experimentar placer se percibe como una conducta inapropiada, ¿por qué cuesta tanto aceptar el uso de drogas con fines recreativos?

Drogarse es automedicarse a satisfacción, y eso para el gremio medicalizante es toda una herejía y pérdida de negocio; lo mismo que sentir placer es pecado para la moral cristiana, que nos enseñó que solo los que sufren van al cielo; de ahí que para ellos sea mejor sufrir y ser curado que ser feliz y estar libre. Quien usa drogas por placer en la mayoría de los países infringe la ley, tomar drogas entonces es responder a lo establecido con un acto de rebeldía porque sus normas no son realistas. Quien se droga subvierte la ley, y eso al statu quo no le gusta.

Julián Quintero
“De tener hijos sembraría una planta de marihuana con ellos para que en el proceso de cuidarla podamos hablar de drogas, de la historia, los efectos, los placeres, los riesgos, los daños, la regulación, la política...”, dice Julián Quintero.

Colombia en el laberinto

Colombia es un caso sangrante del fracaso de la guerra contra las drogas, sin embargo, los políticos colombianos siguen insistiendo en la misma fórmula represiva. ¿Por qué?

Más que buscar nuevas y complejas respuestas, hay que volver sobre las más sencillas, que cada vez más demuestran su eficacia. La sociedad colombiana tiene un trauma de tantos años de guerra contra el narcotráfico y le da miedo buscar un cambio porque sería reconocer que perdió esta guerra. Hay un inmenso negocio político, económico y de corrupción en perseguir el narcotráfico desde la legalidad, un negocio que empieza en el gobierno norteamericano y los contratistas militares, y llega hasta los alcaldes locales y los policías corruptos. No hay todavía una masa crítica social y política empoderada y capaz de exigir la regulación de drogas en Colombia. Hay mucho miedo todavía.

Fue asesor en temas de drogas del programa presidencial Colombia Joven en la primera presidencia de Álvaro Uribe Vélez, ¿qué aprendió?, ¿se puede cambiar el sistema de las políticas de drogas desde dentro?

Era muy joven para esa época y aún no dimensionaba el terror que sería este señor para el país. El sistema sí se puede cambiar desde adentro, pero no desde la posición en la que yo estaba como asesor de bajo nivel de un programa presidencial insignificante. El sistema se puede cambiar si eres alcalde, gobernador, presidente, si estás en un alto rango. Con el gobierno solo cogí barriga, muchos viáticos y poco trabajo, extremada politiquería, corrupción y burocracia, por eso me fui y no he vuelto.

Algunas campañas gubernamentales todavía son recordadas por los colombianos que las sufrieron, como aquella del joven consumidor que se iba demacrando y que terminaba diciendo: “La droga destruye tu cerebro”. ¿Por qué el miedo no es una buena estrategia para evitar el consumo de drogas?

El miedo se supera con conocimiento e información. Y cuando las personas nos enteramos de que nos hablan apelando al terror y con prejuicios, sin ciencia ni evidencias ni argumentos, no solo se corre el velo del miedo, sino que se desmorona la autoridad de quien nos mintió y se pierde la confianza en esa autoridad.

Julián Quintero
“Quien usa drogas por placer en la mayoría de los países infringe la ley, tomar drogas entonces es responder a lo establecido con un acto de rebeldía y eso al statu quo no le gusta”, opina Quintero.

Además de a los políticos, responsabiliza a los medios de comunicación de ser culpables de la desinformación y los prejuicios que aún rodean a las drogas, así como por estigmatizar a los consumidores. ¿Cómo es posible que se admita que periodistas que no tienen ni idea estén informando en primera plana sobre drogas? Y ¿cómo es posible que los que saben estén en los márgenes del sistema mediático?

El fracaso de la guerra contra las drogas es ante todo y sobre todo también el fracaso de los medios de comunicación. En los últimos años, los medios dejaron de ser el cuarto poder crítico que se contraponía al poder político para convertirse en un órgano de propaganda de los poderosos, más interesados en seguir lucrándose del prohibicionismo que en respetar la verdad. Los periodistas de ahora saben de todo un poquito, pero nada en profundidad, solo quieren titulares escandalosos para asustar a las mamás; son la doble moral que en la mañana acusa a consumidores y en las noches usa cocaína. Eso sí, no todo está perdido, hay esperanza en una nueva generación que viene creciendo, pero aún los editores morrongos no los dejan contar las nuevas historias de las drogas. Los que sabemos del tema cada vez estamos más al margen porque nos negamos a hacerle el juego a sus titulares sensacionalistas y porque no nos da miedo criticar sus prácticas a costa de dejar de ser consultados.

Tu tesis de grado se tituló “Estructura del narcotraficante joven de Pereira”. ¿En qué consistió este estudio? ¿Cómo lo llevaste a cabo? ¿Cómo ha cambiado el perfil del joven narcotraficante en las últimas décadas?

Me regresé a vivir seis meses con mi familia en Pereira y una familia de narcos emergentes me permitió participar de sus reuniones sociales y familiares, hacer algunas entrevistas, observar mucho. Luego tomé esas notas y las revisé a partir de la teoría sociológica comparando dos generaciones de narcos jóvenes con una década de diferencia: la primera muy ostentosa, violenta y con poca educación, y la segunda más discreta, estudiantes de universidad y bajo perfil. Yo creo que ya no hay narco intermedio, hay narcos en la selva, armados, cuidando cultivos, procesando coca, mandando aviones y submarinos por un lado, y hay narcos en las ciudades mimetizados en las grandes élites políticas, militares y económicas. Ambos tienen negocios y se ayudan mutuamente.

Políticos, periodistas, pero también en el estado de la cuestión responsabiliza a los padres de familia, al sistema educativo, a los policías, a médicos, psicólogos y psiquiatras… ¿Qué les diría a cada uno de ellos para convencerlos de la necesidad de cambiar de enfoque?

A los periodistas, que intenten actuar con un poco de ética y revisen cómo quieren pasar a la historia: como la correa de transmisión del prohibicionismo y haciendo parte del fracaso de la guerra contra las drogas, o como parte de la solución contra el abuso del poder y ayudando a la gente. A los padres de familia les diría que no tengan miedo de hablar sobre drogas con sus hijos; es normal preguntar y hasta probar, padres e hijos deben pasar por esta experiencia de la vida juntos. La manera en cómo manejen la primera experiencia es determinante para el futuro del consumo de sus hijos. Los maestros deben saber que para hablar de las drogas hay que conocer la historia de las drogas, que empiecen por ahí. Hay que educar a las personas que tomen una decisión honesta e informada sobre las drogas y asuman sus consecuencias. A los policías les diría que no abusen de su poder, que muestren grandeza frente a leyes injustas que solo castigan a los más débiles, que son pueblo castigando pueblo. Los médicos tendrían que entender que, como el azúcar o las grasas, las drogas nos pueden hacer daño y lo sabemos, y que mi derecho como paciente es que ellos me ayuden a apalear el daño que ellas me generen. Yo no voy a su consultorio a que me dé terapia o me regañe, voy a que me ayude a estar lo más saludable posible con el estímulo de vida que escogí. Y a los psicólogos y psiquiatras les intentaría hacer ver que los consumidores de sustancias no somos enfermos mentales (muy pocos son los casos), que no es un trauma lo que nos impulsa a consumir, y que el objetivo de los tratamientos no puede basarse en la abstinencia del consumo o la sustitución por fármacos, sino en lograr la funcionalidad mental y social de la persona.

Del basuquero de calle llegas a decir que “es el verdadero anarquista, libre del sistema”. ¿No crees que el basuquero de calle más que un hombre libre es una persona que soporta la opresión del sistema?

Yo creo que quien soporta esa opresión del sistema es el que trabaja de ocho a cinco siendo esclavo del consumo y la apariencia, que solo vive para rentarle a un tercero y entregarle los frutos de su esfuerzo a los bancos, la vanidad y su máscara en las redes sociales. Cuando te libras de esa opresión, te importa un culo ejercer tu ciudadanía en las calles, sin tener que rendirle cuentas a nadie distinto de ti mismo. A la final, el rechazo, el estigma, la persecución y el castigo de los que viven dentro del sistema es por haberte salido del libreto, por sentirte libre, por envidia.

¿Qué has aprendido de las personas que viven en la calle y tienen problemas de abuso de sustancias?, ¿tienen solución sus problemas?

Para ser claros, el consumo en habitabilidad de calle no es mi fuerte, pero en los acercamientos que he tenido creo que el principal problema es que los servicios están diseñados para que salgan de allí, para que sean como los que no estamos allí, y muchos de ellos simplemente no quieren. Lo segundo es que hay problemas más allá del consumo: la pobreza, la discapacidad, la salud mental, las oportunidades…; temas que se deben tratar de manera integral. Lo tercero es que todos quieren hacer algo por ellos, pero no se les permite que hagan algo por ellos mismos. No conozco espacios de participación o donde se expresen libremente sobre sus necesidades, y cuando lo hacen no nos parece adecuando; como, por ejemplo, cuando piden un lugar para consumir de manera segura, eso no gusta, solo se les permite dejar de consumir.

Coca regulada, paz garantizada

Culpa al gobierno colombiano de estar perdiendo la ventaja que Colombia había tomado para posicionarse como líder del sector de la regulación de mercados de drogas, concretamente, dices: “Duque no solo llevará sobre sus hombros el lastre de los muertos y desastres de haber continuado con una guerra fracasada contra las drogas, sino que además será el presidente que nos hizo perder la oportunidad de ser pioneros y líderes en el mercado de la marihuana medicinal y recreativa en el mundo”. ¿Qué tendría que hacer el gobierno para no perder esa ventaja de progreso?

Pues Duque no va a hacer nada, y menos cuando están saliendo cada vez más pruebas de que a su campaña entraron dineros del narcotráfico, y cuando responde a las órdenes de Uribe Vélez y de su partido en el gobierno, que es de derecha tradicional y que ve en tipos como Trump al Mesías. Si Duque fuera un presidente autónomo y con pantalones debería avanzar en la regulación de la marihuana recreativa, dejar de fumigar y erradicar cultivos de manera forzosa, abrir el debate de la regulación del mercado de la cocaína, eliminar los decretos anticonstitucionales que persiguen a los consumidores, convocar un diálogo mundial para el cambio de estrategia en política de drogas.

Se habla mucho de la regulación del cannabis y poco de la regulación de la cocaína, ¿en qué consiste esa iniciativa que se resume en el lema “Coca regulada, paz garantizada”?

Pues con grata sorpresa, en la pasada campaña internacional “Apoye, no castigue”, el tema salió a flote por todos lados; creo que se le ha ido perdiendo el miedo a hablar de la cuestión y eso ya es importante. En Colombia llevamos unos cinco años sensibilizando al respecto, y la última semana del pasado mes de julio se ha presentado el primer proyecto de ley en Colombia que busca la regulación del mercado legal de la cocaína. Para Colombia y para el mundo, la marihuana no ha sido un problema grave. El verdadero problema es el mercado ilegal de la cocaína y todo el daño que genera, por eso mismo será más difícil su regulación; tienen tentáculos en todos lados. Pero algún día tenía que empezar este debate, y seguro que el 2020 se dará un paso más adelante. Como nunca, se están uniendo para impulsar esta iniciativa la academia, indígenas, ONG, consumidores, campesinos, cultivadores, políticos y médicos.

Dices que con la coca a los colombianos les pasa como con el café: Colombia exporta la mejor y se queda con la peor.

Sí, es muy divertido, en las calles de Colombia el promedio de la pureza de cocaína no supera el cincuenta por ciento, mientras que en las calles de Europa llegó casi al setenta por ciento el año pasado. Hay más cortes en la cocaína de la selva a Bogotá que de la selva a Ámsterdam.

En España, en los últimos años, los servicios de análisis detectan una mayor pureza en la cocaína que circula, ¿a qué se debe esta mayor calidad de la cocaína?

El número de hectáreas sembradas de hoja de coca y la productividad de las plantas sembradas crecen más rápido que el número de consumidores de cocaína en el mundo. Mientras los consumidores a nivel mundial se mantienen entre diecisiete y dieciocho millones de promedio durante los últimos cinco años, en Colombia pasamos de ciento sesenta mil hectáreas a doscientas diez mil en el mismo periodo de tiempo, con un aumento en la productividad de la planta cercana al veinte por ciento. Y como los consumidores no aumentan (el éxtasis y LSD le han quitado mucho mercado a la cocaína en los jóvenes) y el precio siempre es estable, no queda otra que aumentar la pureza de la cocaína, máxime cuando el peso colombiano cada vez más devaluado sigue permitiendo ganancias exorbitantes.

De tener hijos, en algún momento tendrá que responder a la pregunta “¿qué son las drogas?”. ¿Qué les diría a sus hijos si le preguntaran qué son las drogas y para qué sirven y por qué se persigue a sus usuarios?

Cuando los políticos se sienten acorralados en los debates siempre me sacan el argumento: “¿Usted tiene hijos?”. Y siempre les respondo que me invitaron a hablar como técnico, investigador o activista, no como padre de familia. Sin embargo, creo que en este tema tengo miles de hijos e hijas que escriben todos los días a los chats de nuestros diferentes proyectos preguntando sobre drogas. He pensado que de tener hijos sembraría una planta de marihuana con ellos para que en el proceso de cuidarla podamos hablar de drogas, de la historia, los efectos, los placeres, los riesgos, los daños, la regulación, la política, etcétera, y, al final, él mismo o ella misma se forme un criterio de para qué sirven y por qué son perseguidas las personas consumidoras.

Cubierta de Échele cabeza
Cubierta de Échele cabeza, una mirada al consumo de sustancias y a cómo se drogan los colombianos (Ariel, 2020) de Julián Quintero.

 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #273

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