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Nos drogamos, luego existimos

Nos drogamos, luego existimos
Medea y Jasón, óleo de John William Waterhouse que representa a la princesa de Cólquida, Medea, preparando una poción mágica.

¿Qué habría sido de la filosofía y la mitología grecolatinas sin las drogas? Es más, ¿qué habría sido del mundo clásico sin sustancias con las que agilizar pensamiento e imaginación?

¿Qué habría sido de la filosofía y la mitología grecolatinas sin las drogas? Es más, ¿qué habría sido del mundo clásico sin sustancias con las que agilizar pensamiento e imaginación? Según el doctor en filosofía por la Universidad de Wisconsin, David Hillman: “Los primeros filósofos griegos que inspiraron la revolución mental que influenciaría el nacimiento de la democracia en su mayoría eran los mayores lunáticos y politoxicómanos. En serio, eran mucho más apotecarios que filósofos. De modo que no solo la democracia floreció en una cultura de la droga, sino que sus raíces residen en un movimiento intelectual chamanístico consumidor de sustancias. Creo que no es nada desacertado afirmar que sin drogas no habría democracia”. Ojalá le escucharan los que actualmente ejercen la política y, supuestamente, gobiernan en democracia. “Los padres fundadores de la civilización occidental –proseguía Hillman– eran usuarios de drogas, así de claro; las cultivaban, las vendían y, lo más importante, ingerían esas sustancias. Las modernas campañas antidroga no son en absoluto un movimiento democrático; en el mundo antiguo no tenían a Nancy Reagan, ni guerras contra las drogas por valor de billones de dólares, ni se encarcelaba a la gente que consumía drogas, y no abrazaba la sobriedad como virtud. El mundo antiguo indulgenciaba... Y desde ese mundo en el que las drogas eran universalmente aceptadas como parte de la vida brotaron arte, literatura, ciencia y filosofía, entre otras cosas”.

Los especialistas tradicionales en culturas clásicas, sea por inclinación natural o por deformación académica, son tan conservadores que cuando encuentran una referencia a las drogas en textos clásicos suelen ignorarla por defecto. Es una de las tesis que esgrime Hillman en su obra The Chemical Muse: Drug Use and the Roots of Western Civilization: “La inclinación moral que caracteriza a los clasicistas contemporáneos les ha impelido a escribir los relatos que mejor promocionan las agendas culturales de nuestro tiempo, en lugar de sacar a flote los hechos auténticos del pasado... Las listas negras no son una crueldad del distante y desinformado pasado; es un fenómeno muy real que aflora en los actuales círculos académicos, sean de humanidades o ciencias”.

Que la historia o, mejor dicho, los historiadores nos engañan como a chinos no reviste noticia alguna. El libro de Miller partía de una tesis doctoral a cuyas referencias a las drogas objetaron las autoridades académicas: o las suprimía o ya podía despedirse de su doctorado. Un patético acto de castración cultural, que además contradice a la propia historia. El nombre de uno de los adminículos más corrientes en la autoadministración de drogas, la jeringa o hipodérmica, deriva de Siringa, náyade de Arcadia a la que el sátiro dios Pan intentó violar. Pedía ayuda ella a sus hermanas, que la convertían en cañaveral; con las cañas resultantes, Pan construía la siringa, o zampoña, un conjunto de flautas unidas, de la que se desprendía el término jeringa. En realidad, la propia mitología griega y su estudio justifican por sí solos el dicho de Herófilo (300 aC): “Las medicinas son las manos de los dioses”. Se cuenta que varios dioses paganos fueron los inventores de las drogas que le resultan útiles al hombre, hierbas medicinales y otros phármakon cuyos efectos no están del todo claros, aunque se encuentran referencias a ellos tanto en prácticas femeninas –quizá para calmar los dolores de la menstruación o del parto– como en tratados medicinales.

Una droga contra el llanto y la cólera

La primera planta empleada con fines recreacionales que se conoce es el cannabis, aproximadamente en el año 3000 aC, en China. Sin embargo, el loto azul de Egipto es mucho más antiguo y goza de la proyección que le dio Homero en su Odisea, dotándolo de efectos especiales mitológicos que “se adueñaban de la voluntad de las personas”. El árbol del loto es una planta ficticia de la que procede la flor del loto, adictivo narcótico que suprime la memoria de los afectados, como ya saben los que han leído la Odisea o han visto Percy Jackson y el ladrón del rayo. Pero no es la causante de la lotofagia, la única sustancia tóxica presente en la inmortal obra de Homero. La diosa Circe, una hechicera sin rival, emplea varita mágica y pociones varias, como la que transforma a los compañeros de Odiseo/Ulises en puercos.

Paradójicamente, poco confiaban los griegos –cuyo sector médico era patrimonio exclusivo de hombres– en deidades y mitologías a la hora de atender asuntos tan serios como la salud. Al contrario que los cristianos, ilusos, no rogaban a sus dioses para que les calmaran males y dolencias. Preferían la ciencia. Simples pociones extraídas de plantas servían a sus propósitos medicinales. A los pacientes se les administraba sulfuro, opio o aceite de azafrán como calmantes. También tenían conciencia los curanderos griegos de las dolencias psíquicas, como la depresión, que ya existía entonces, a la que se combatía con Nepenthe o nepente, droga similar a la marihuana. Derivada de ne, ‘no’, y penthe, ‘dolor o pesar’, ya aparece en la Odisea, donde Helena disuelve en el vino “una droga contra el llanto y la cólera, que hacía olvidar todos los males”.

Claro está, los griegos también tenían noticia de la Papaver somniferum, cuyas propiedades analgésicas no les pasaron desapercibidas, empleando dicha planta para combatir insomnio y dolor. Muchos dioses griegos nocturnos se veían simbólicamente asociados a la amapola de opio, procediendo esa palabra de ópion o zumo de amapola. Así, Hipnos, ‘dormir’ en griego, la personificación del sueño, a cuya oscura cueva en el submundo se penetraba por un sendero flanqueado de amapolas, y su poderosa madre, Nyx, diosa de la noche, eran representados sosteniendo o luciendo flores de amapola; hermano de Hipnos, Thánatos, dios de la muerte pacífica, ceñía en su cabeza una corona de amapolas, simbolizando el uso de opio como calmante de agonías difíciles.

Aunque Hipócrates –padre de la medicina moderna– fomentara el empleo de opio, no siempre los dioses se conducían hipocráticamente con las drogas, como ya hemos visto. Hipnos, el aludido señor del reino onírico, utilizaba el opio para adormecer a Zeus mientras su hermana y esposa Hera torturaba al pobre Hércules. Hipnos estaba a su vez “casado” con Pasítea, diosa de las alucinaciones y el bienestar, con la que tenía cuatro hijos, de los que su favorito era Morfeo, el alado dios de los sueños, cuyo nombre inspiraba el de la morfina.

Poderes botánicos

"Hipnos, señor del reino onírico, utilizaba el opio para adormecer a Zeus mientras su hermana y esposa Hera torturaba al pobre Hércules. Hipnos estaba a su vez “casado” con Pasítea, diosa de las alucinaciones y el bienestar, con la que tenía cuatro hijos, de los que su favorito era Morfeo, el alado dios de los sueños, cuyo nombre inspiraba el de la morfina"

En su Eneida, Virgilio narraba cómo Eneas lograba burlar al temible Cerbero, el monstruo que guardaba la entrada del Hades, el inframundo, gracias a “una tarta preparada con miel y semillas soporíferas”. Cerbero “la toma al vuelo, abriendo las tres gargantas, que el hambre exaspera, y, dejándose caer por el suelo, rebaja sus desmedidos miembros y se extiende monstruoso llenando toda su cueva”. En esa tradición virgílica, pues no por nada el poeta romano le guiaba en su descenso a los infiernos, Dante daba cuenta en la Divina Comedia del Leteo y el Euoné, ríos cuyas aguas borran la memoria de los pecados y avivan el recuerdo de las buenas obras, respectivamente: “Ninguna de las dos produce efecto si no se prueba a la vez el agua de ambas. Su sabor excede a cualquier otro”. ¿Qué contendrían esas pócimas fluviales?

En el mundo latino, como precisaba Hillman en una conferencia sobre “Farmacopea en la literatura romana”, el investigador concluía, tras analizar cientos de antiguos textos, que una gran parte de la sociedad consumía sustancias. Agricultores, mercaderes, senadores, emperadores hacían uso frecuente de una u otra droga. Se sabe, por ejemplo, que el emperador Marco Aurelio utilizaba regularmente el opio, al que se rumorea era adicto. En cuanto a la más popular de las ebriedades, la vitícola, da la sensación de que en las antiguas Grecia y Roma pocos de sus ciudadanos se libraban del alcoholismo. A Alcibíades, estadista y orador ateniense, Platón lo hace aparecer en El banquete disertando beodo perdido mientras musicalmente lo acompaña una doncella flautista; por lo visto, un espectáculo habitual en fiestas varias de la alta sociedad romana.

Le llama la atención a Miller que pese a la cogorza, las alocuciones de Alcibíades son lúcidas, por lo que se pregunta si habría algo más que vino de por medio. “Nuestra errónea interpretación del mundo antiguo parte del hecho de que los traductores no explican que aquella gente era poderosa, “mágica”, gracias en gran parte a que sabían cómo emplear las drogas. Griegos y romanos utilizaban opio, anticolinérgicos –originados en la belladona, la datura y otras plantas, los egipcios ya los administraban para mitigar el asma bronquial– y todo tipo de toxinas botánicas para inducir estados de euforia mental, crear alucinaciones y alterar la consciencia; este es un hecho indiscutible”.

Ilustraba Miller esto refiriendo lo documentado por el historiador griego Tucídides, testigo de cómo los esclavos cuidaban de los guerreros espartanos heridos proporcionándoles “opio mezclado con linaza machacada”, compuesto al que denomina “mekon”, que ha sido traducido en según qué fuentes como semilla de amapola. Pero, según Miller: “No les envías semillas a unos soldados heridos, les envías opio. ¿De qué iban a servirles las semillas? Camuflar las palabras es un acto cobarde y estúpido. A los atenienses no les importaba si su vecino se colocaba. Estaban concentrados en evitar que los aristócratas secuestraran la democracia que habían inventado. Los prohibicionistas vivían en Esparta, donde la tiranía era la ley”.

La vinoteca de Alejandría

No todos los estudiosos ven las cosas de la misma manera. Para Luigi Arata, de la Universidad de Génova, no está del todo claro que el Nepenthe existiera realmente. En su trabajo Nepenthes and Cannabis in the Ancient Greece, lo pone en duda, si bien reconoce el uso extendido del cannabis. De ambas drogas, dice, han quedado pocas evidencias, quizá porque se utilizaban en ritos mistéricos como los dedicados a Baco y Orfeo. “En la antigua Grecia –prosigue– no se consumían tantas drogas. Ni siquiera hay una palabra en griego para definir la adicción, tan solo el término phármakon, que refiere positivamente a las drogas y negativamente a los venenos. Phármakon es literalmente un producto de la medicina, pero dado que la medicina antigua se relacionaba con la magia, también podría ser obra de un hechicero. Phármakon puede ser el filtro de Medea que acabó con sus hijos y Jasón, la futura prometida de su amante; pero también el veneno que el rey Mitrídates ingería a diario para inmunizarse contra él. Phármakon es en esencia la mixtura botánica sanadora de Hipócrates, pero también las hierbas que la hechicera partera administraba a sus pacientes para acelerar el parto y aumentar los dolores, de modo que aquellas tuvieran que pagar más por su intervención”.

En sus escritos, Plutarco daba razón de una receta para recuperar la alegría y el buen humor, mezclando borraja con vino. No es de extrañar que el vino fuera el principal ingrediente base de un ampliado surtido de medicinas. Del mismo modo que no sabemos si en la antigua Grecia había adictos y adicciones, parece confirmado que los griegos sí tenían noción de un fenómeno parecido, el alcoholismo. Si el vino proporcionaba relajación y desinhibición, también podía conducir a la locura. En épocas posteriores al contexto histórico en el que nos estamos desplazando, la polémica que señalaba acusadora a los excesos báquicos iría ganando consistencia, hasta ponerse en manos de la maldita moral. Sectas cristianas ya abogaban por el desmantelamiento de viñedos, para consternación de aquellos que razonaban que el vino no era más culpable que la intemperancia que aquellos que caían en su abuso. No obstante, ninguna herboristería de las de entonces podía prescindir del vino para elaborar sus preparados. In vinos verita, que decían los antiguos.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #273

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