Lázaro
Míralas bien las cosas: reverberan
tocadas por el polen de la aurora:
la filigrana lenta de la savia,
el trémulo rocío, cada gota
en que se copia entera la mañana,
la lumbre cristalina del racimo,
el zarcillo y su rúbrica menuda,
no menos soberana que el oleaje
del encinar; el iris de los ojos,
del mismo fino estambre que esa nube
que se desteje en hebras melodiosas;
el viento de oro en la vibrante rama,
la luz de la resina, el claro anillo
de esta mañana del milagro: toda
la noche cabe en una rosa blanca.
(De El dibujo de la savia, Ed. Lucina, 1998)
Beleño de sombra
A raíces sabía, ¿recuerdas?, aquel beso,
a pan ácimo y sangre, a lágrimas antiguas.
Un viento de ira hendía nuestra carne y dejaba
desnudo de su aroma un lirio duro: el hueso.
Habíamos bebido del purpúreo veneno
pero olvidando acaso hacer las abluciones.
Sólo sé que esa noche recorrimos desnudos,
con ebriedad de culpa, las bodegas del tiempo.
Tú mirabas la lava helada de mi boca,
mis cabellos en fuga, la escarcha de mi pómulo.
Yo tus ojos sesgados de alimaña acosada
que al punto se tornaban madrigueras de sombra.
No osábamos tocarnos. Y, sin embargo, amiga,
más pudo la honda pena de vernos destrenzados
cual nos verá la tierra ese día en que ardan
con nuestro turbio aceite sus lámparas votivas.
Y así fue que, enlazadas las dos manos marmóreas,
sorbimos nuestros labios como una pulpa impura,
atónitos del eco que en el tuétano hacía
la caracola amarga de aquel beso de sombra.
(De El dibujo de la savia, Ed. Lucina, 1998)
Mallorca revisited (1999)
Para Francisco Brines
A cuatro días de morir el viejo
me he ido, solo, a bailar
–a cuatro días, ni uno más ni menos–,
a una gruta de esas:
luces estroboscópicas y música de trance.
Pensando en el albur
de encontrarme de nuevo a las dos rusas
de la estancia pasada, Ira e Inna,
de una ternura audaz, y repetir
aquello tan conforme de los tres en la cama,
mirándolas beberse en los desmayos
de mi virilidad. Olvídate,
ya no las verás más a Ira e Inna;
recordarás, tan sólo, agradecido,
esa lujuria santa.
Mientras ya van tres cápsulas
de semilanceata,
esos hongos salvajes
que te aceitan las vértebras. Y bailas,
bailas como un poseso
a los treitaycinco años de tu edad,
con los ojos cerrados,
enhebrado en el ritmo,
multiplicado en brazos y figuras
como un derviche ido.
Contra la muerte bailas, contra la puta muerte,
por ese bulto rígido de tu viejo en el féretro,
por su rostro amarillo.
Si algo quieren, que vengan, las bacantes,
que se planten delante,
a ver si alguna hay que también baile
contra la muerte hoy,
multiplicándose en fatalidad,
desconyuntada en varias,
haciéndose una lámina vibrante
herida de destino,
puro mimbre… si no
para otra bailaré. Porque esta noche
contra la muerte bailas,
como un fragmento suyo desatado,
como su cola eléctrica, amputada,
de lagarto amarillo.
(De Vida desatada, Ed. Pre-textos, 2000)
La tregua
A Carlos Marzal
Esta noche
todos somos iguales en la plaza,
desparramados cuerpos a la espera
de ese negro rey mago
que escupirá sus bolas de heroína.
Toda la turba acude a la calleja sórdida
y el monarca administra taciturno
la medida ración de muerte en vida.
De nada sirve hoy el láudano del verso,
ni las habitaciones de la música:
te han mirado unos ojos sin amor.
Llegan figuras ávidas
de hombres destruidos y mujeres ajadas.
Te observan extrañados los parias de este mundo
porque en tu rostro aún faltan los estigmas
del alma condenada a su veneno.
Pero esta noche eres
igual a todos ellos, sólo un grano
de este seco racimo que se agolpa en la acera.
Bultos oscuros en los soportales,
con brillos de papel de plata fría
por donde corre trémula la gota
que unos labios persiguen anhelantes,
y al aspirar el humo
se anega el cuerpo en su placenta antigua.
Te alejas afanoso,
tu porción de letargo en el bolsillo,
y sales a la arteria donde bulle,
en la noche del sábado, la multitud festiva.
Te miran unos ojos
al pasar, y no saben
que en tu puño apretado va una tegua
de sombra con la vida.
(De La miel salvaje, Ed. Visor, 2003)
Viático
Mi amor me ponía su misma razón en la mesa de noche
la droga piadosa que ayuda a la carne en su duelo
pero pulsa a la vez nuestro oscuro apetito de muerte.
Yo no supe negarme,
aun sabiendo de sobra
la forma en que, al poco de auparnos en su órbita cálida,
secuestra un discreto albedrío,
ya que nuestro espíritu
es fácil captura
si el dolor se ha hecho fuerte ya en su plaza.
Tuve siempre por bueno el consejo
del sabio Avicena:
resérvale a la magra estación de la vida,
procurando a su huraña pendiente
un manso declive,
los manjares magos de la adormidera.
No antes: quedaban aún
unas cuantas leyendas
que contar a los hombres,
las mismas con que presentarme a la muerte.
Y también unos cuantos colchones
que tundir en la muerte pequeña.
Mi amor me ponía en bandeja sus fuertes beleños.
Mi pulmón me cegaba
de tanto aspirar el bárbaro polen.
Nos veía caer hacia el fondo enredados
en los eslabones de una veloz ancla.
Mi amor me sumaba en su hambre de olvido
a sus crudos festines;
pero ¿quién no ha querido llevarse algún día consigo
el amor a su tumba?
(De La miel salvaje, Ed. Visor, 2003)
Erizo
A Juan Carlos Usó
Brilló como una joya
olvidada en la arena, era la cáscara
del fruto abandonado
por la ola, la intacta
pagoda pura de la simetría.
Fue tomarlo en los dedos y sentir
la redoma estrellada de la bóveda.
En tu ceñido molde repetías,
irritado azabache,
con agua sopesada y sal de bruces,
el acerico de las luminarias,
la moldura profunda de la noche.
Se adelgazó la mar
para mejor saber su ciencia íntima
en la hilatura de tus catacumbas,
y a fuerza de rodar ibas puliendo
dentro de la corteza
de hirsuto frío, tu sagrario de luces.
La usura de la onda
te deshojó de púas, y en tu cúpula
aprendo el corazón frágil del mundo,
la redonda unidad de mar y cielo.
(De La miel salvaje, Ed. Visor, 2003)
El espíritu del vino
A Albert Hofmann
Una gota del caldo
de la abundancia,
de la cuba del mundo, del espíritu
del vino del Grial precipitado
en una uva, no, en una pepita
de una pepita.
En una sola gota de apretado
rocío pero en ella
está el sol con su rosa de estallido,
el cedazo en turbión de la intemperie;
y en esa gota pura desembocan
los caudalosos ríos
de la tierra, las savias
de salvias y yuremas y beleños,
el recio jugo de la damajuana
del cactus cimarrón,
el aceite que enciende el candelabro
del estramonio, la saliva
abrasadora de la belladona
y el fermento del sueño, su hondo lúpulo.
Y allí puja el espíritu que amasa
la espora del portento.
El que fragua tronante en el caldero
su conjuro de miel y profecía.
El que en la selva oscura nos enseña
por boca de anaconda
desde la amarga liana de los muertos.
(De Fuego de rueda, Ed. Visor, 2006)
Secantes
Y perder los papeles
impregnados de gaya
gollería, los sellos
de la disolución, cada uno un flete
barato a la confianza.
Tus estampillas con las bodas líquidas
del infierno y del cielo.
Hoy, el camino
del exceso forzó un atajo oscuro,
una sierpe de mezclas
por las fosas del alma.
Y aquí que enfilas el desfiladero
donde nos guiña fina
la navaja de Ockham.
Corredor de abandono, tocas fondo.
Te volaron los viajes con las artes
más viejas, la calada
redecilla de lágrimas,
con el cebo del sexo.
A escuadra de diamante y platería.
Con la luna mordida, el ojo todo
una fresca palmera de puñales.
La araña de la noche
fibrilaba su lujo sobre el mundo.
(De Memoria del trasluz, Ed. Tres Fronteras, 2008)
Dama adormidera
Dolor de las criaturas,
magnitud extramuros.
Y es milagro
que la tierra provea,
que de la misma fécula
convulsa en que incuban
la tenaza y el cínife,
cuaje la autoridad
de una savia maestra
que restituye su entereza al roto,
su patria de palabra al asordado.
¿Seréis conmigo, adormidera, abuela
del quebranto, en el trance, cuando nada
pueda ya la señora de mis días
proveer de consuelo;
cuando la amada apenas
alcance a sostenernos
el hilo del mirar y, vuelto el rostro,
maldiga la vida,
porque la vida huya,
madre desarbolada, porque el río
la pueda, y deje, huyendo, de su mano
el peso del nacido en aguas solas?
¿Seréis conmigo, dama,
cuando el dolor allane
la morada del cuerpo y éste sea
ya nada más que casa desolada?
(De Ánima de cañón, Ed. Renacimiento, 2010)
Papaver
Mariposa del duelo, fiel dosel
de los desesperados,
da cobijo al desierto
errante de la carne, ampáranos,
mariposa del alma, la que libas
en su raíz estricta,
en su azúcar de culpa.
Pulcra ninfa,
apenas un trasluz, y contrapesas
la estrella del dolor, la que se enciende
submarina en la noche
condenada del cuerpo;
apenas una brizna, y te nos abres,
parasol de indulgencia, en esa tinta
de los remordimientos.
Qué leve te deshaces
mariposa de polvo y agonía,
nuestra falena esfinge, mariposa
de la pregunta que responde el humo.
(De Ánima de cañón, Ed. Renacimiento, 2010)
Vida provocada (Lapis exilii)
Hoy le place a mi alma una puntada
que le acierte al camino de la sangre
para empujar el émbolo servido
con la oscura delicia.
Miro mi savia refluir sumisa
como un lirio de mar, sumar su púrpura
al poso refinado
de la cápsula amarga, y ya es un raudo
trepar el jugo heroico por la escala
de su fundido acorde, espina arriba
y resguardar el casco cada cálido
cotiledón de luz.
Qué enteramente estarse el ojo quieto
del remolino, así,
tan en su centro absorto, y devanando
al mismo tiempo crines,
mansas trenzas de agua, como el vaso
de la templanza exhala, mientras rueda,
su vellón de vapor,
su delicada lana
filosofal, la alquimia de la muerte.
Salve, raíz,
soy piedra en el rodar.
(De Ánima de cañón, Ed. Renacimiento, 2010)
Eleusis
A ti, naturaleza,
la augusta confianza y paz te pido…
-Antonio Machado
Con qué clara tersura hemos brillado
en esas noches altas,
bebiendo vino recio que caldea
el vivir y lo encumbra
hasta tocar los cielos nuestra mortal medida.
Cuántas veces,
sintiéndola ceñirse a nuestra carne
la ardiente investidura,
lo creímos verdad el viejo mundo,
sin culpa nuestra vida. Y dimos gracias
a quién sabe qué dioses
por las horas completas.
A menudo,
no sin antes probar el bronco poso
de la amarga bebida,
de quemarnos la entraña.
Y se nos fue algún tiempo en intentar
recomponer la hechura a nuestro pobre
Dionisio desmembrado.
Aunque siempre supimos
que lo haríamos de nuevo:
bracear otra vez toda una noche
en un río de furia,
hasta encontrar de amanecida
en la corriente remansada
un pétalo.
Porque en las horas brujas
olerás otro cuerpo como si fuera el tuyo,
y también llorarás lágrimas santas
acompasadas a las de un amigo.
Sabrás que fuiste niña, pez y árbol.
Veras crecer la espiga ante tus ojos;
mujeres de sonámbula hermosura
por entre los tentáculos del bosque;
la danza de primordios; ese frunce
de la materia, su armonioso encaje.
Lo verás devanarse
el íntimo tejido de la trama
y ser tú mismo su rendida hebra.
Y acaso te sea dado
de entre todos los dones el más puro:
la augusta confianza.
Verás también el ceño de la esfinge;
el ara ensangrentada de la luna;
la roja harina de los sacrificios;
la maldición de la repetición;
los fermentos del tiempo, y el ciempiés
de la locura.
Sufrirás el haberla presentido
el alma de las cosas, y que luego
te falten las palabras.
Olvidarás las formas de tu sueño; tan sólo
recordarás un friso de aquel vasto palacio,
un capitel difícil y una vaga cornisa,
un torso mutilado y esa ruina de oro.
(De La muerte una vez más, Ed. Tusquets, 2012)
Miguel Ángel Velasco, diez años después