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Confesiones de un opiófilo

Fragmentos del diario póstumo de Antonio Escohotado

Dos años después de la muerte de Antonio Escohotado (Madrid, 5 de julio de 1941- Ibiza, 21 de noviembre de 2021) se publicó su obra más íntima, el dietario que escribió a saltos durante casi tres décadas, desde 1992 a 2020. El autor de Historia general de las drogas, habitual colaborador de Cáñamo –como bien recordarán los lectores de sus memorables memorias de Ibiza y de la cárcel, publicadas inicialmente en nuestras páginas–, reflexiona en su diario sobre los temas más variopintos, con especial predilección por el paso del tiempo, la vejez, la muerte, la alegría de vivir y el uso de sustancias. Publicamos a continuación el prólogo escrito por su amigo y discípulo Juan Carlos Usó, acompañado de una selección de nueve entradas del dietario.

Cuando la familia de Antonio Escohotado me pidió que escribiera unas líneas para presentar la obra póstuma de quien fuera mi maestro y amigo, experimenté una sensación bien parecida a la que pudo sentir el predicador Juan el Bautista en el momento en que se vio impelido a bautizar a Jesús de Nazaret. Superado ese trance inicial, me puse a ello con pies de plomo, no solo por el abismo intelectual que nos separaba, sino también por otros motivos. 

Nos encontramos ante el que quizá sea el libro de Antonio Escohotado más largamente esperado, tanto por sus más fieles incondicionales como por sus detractores más acérrimos. No en vano, durante años, el maestro del pensamiento –también perito en técnicas de marketing– estuvo promocionándolo como su dietario farmacológico secreto. Un libro misterioso, oculto, que solo vería la luz pública tras su muerte y en torno al cual, precisamente por ese carácter arcano, se ha ido tejiendo toda una leyenda. «Ese va a ser mi gran best seller, con diferencia. ¡Que se preparen los mustios eunucos!», le oí decir en alguna ocasión. O también esta otra frase reproducida textualmente palabra por palabra: «Esto se publicará cuando me haya muerto porque, si no, estoy seguro de que una turba gris vendrá a quemar mi casa». 

Ahora, transcurridos dos años de su fallecimiento, ha llegado la hora de desvelar aquel misterio durante tan largo tiempo incubado. Pero ¿qué diablos contiene este libro para que Escohotado pensara que una turba gris podría ir a prender fuego a su casa? 

Fragmentos del diario póstumo de Antonio Escohotado

“Qué coñazo crearse necesidades, pero qué gustazo satisfacerlas”, apunta un 23 de junio de 2017 en su diario.

Sin duda, el motivo que alimentaba tal pensamiento no era otro que la descripción pormenorizada de su dieta farmacológica, y en particular de su larga relación con las drogas malditas por excelencia: la familia de los opiáceos. Y no solo por las sustancias en sí, sino porque a través de sus prolijas anotaciones deja constancia de cómo la ebriedad –con independencia de la vía que la posibilita– no es otra cosa que «el juego de la naturaleza con el hombre», como dijo Nietzsche. O porque a través de sus comentarios podemos comprobar que Filón de Alejandría tenía razón cuando definía al ebrio como quien que se entrega a «la liberación del alma». 

Siguiendo la recomendación de los antiguos paganos –que, tal y como resumiría mucho más tarde Montaigne, aconsejaban «la ebriedad para relajar el alma»–, se autoimpuso ese empleo como reto ético y estético personal, atendiendo a la aventura de libertad y saber allí subyacente, teniendo como pauta de conducta durante décadas la sobria ebriedad, es decir, aquella que faculta para gozar el entusiasmo sin incurrir en necedades.

Escohotado, siguiendo la recomendación de los antiguos paganos –que, tal y como resumiría mucho más tarde Montaigne, aconsejaban «la ebriedad para relajar el alma»–, se autoimpuso ese empleo como reto ético y estético personal, atendiendo a la aventura de libertad y saber allí subyacente, teniendo como pauta de conducta durante décadas la sobria ebriedad, es decir, aquella que faculta para gozar el entusiasmo sin incurrir en necedades. Y, desde luego, salir airoso de semejante prueba –en esa pugna por no abandonarse a la glotonería–, siempre en busca de la elegancia, de la excelencia, es algo que las turbas grises no suelen perdonar. 

En su monumental Historia general de las drogas, Escohotado nos descubrió que la costumbre musulmana tradicional era tomar poco o nada de opio como euforizante hasta acercarse a los cincuenta años, y comenzar entonces a administrarlo cotidianamente para conseguir las ventajas de una «familiaridad» como la mencionada por los médicos griegos y romanos. Nos desveló cómo nuestros antepasados la concebían como una droga de senectud que permite a los humanos ir envejeciendo sin amarguras y morir dulcemente; cómo el consumo de opio se consideraba no solo un modo de defender el equilibrio psíquico, sino un medio para preservar la salud física, debido a la modificación del metabolismo ligada al hábito. En este sentido, Escohotado se ufanaba de ser inmune a dolencias como el catarro y la gripe, singularmente debilitadoras para personas de edad avanzada, gracias a su familiaridad con la heroína. Y a lo largo de este dietario encontraremos la confirmación de todo lo dicho. 

De hecho, si el título elegido para estas confesiones alude a la filia y no a la manía es porque su autor siempre renegó de la condición de víctima involuntaria, considerándose en todo momento un usuario responsable y consciente. Y, ciertamente, como ya comenté en el homenaje que se organizó en su honor en la Institución Libre de Enseñanza (ILE) a finales de marzo de 2022, y que puede verse en su sobresaliente canal de YouTube, en su admirable coherencia farmacológica ha sabido demostrarnos que lo que muchos califican de dependencia en su caso no fue otra cosa distinta que un signo de independencia.

Fragmentos del diario póstumo de Antonio Escohotado

Sus paseos por el campo recogiendo leña ocupan algunas entradas del dietario. Fotos: Alberto Flores.

A nivel formal, el libro, que antes de Confesiones de un opiófilo se tituló provisionalmente Cuaderno Rebeca y más tarde Día a día, incluye un total de 238 entradas que abarcan un período de casi tres décadas, desde que su autor contaba con poco más de cincuenta años de edad, hasta unos meses antes de producirse su defunción, concretamente desde el 10 de septiembre de 1992 hasta el 28 de febrero de 2020. Sin embargo, no se trata de un diario sistemático ni cronológicamente compensado, pues si bien durante el quinquenio 2003-2007 apenas se registran dos anotaciones (el 0,84 % del total), en el quinquenio comprendido entre 2014-2018 se concentran casi el 40 % de las entradas. Es, por tanto, un diario centrado en la senectud, el declive físico y la muerte, presentida cada vez más próxima. 

Hay otra singularidad, a nivel formal, que merece ser puesta de relieve y que muchos de los lectores asiduos de la obra de Antonio Escohotado quizá percibirán sin necesidad de esta aclaración. Me explico. Escohotado, siempre tan puntilloso con su escritura, repasaba y corregía una y otra vez sus textos antes de quedarse satisfecho y darlos por definitivos. En cambio, se negó en redondo a revisar estas confidencias, a volver sobre lo ya escrito, lo cual puede que vaya en detrimento de su estilo tan esmerado y pulido, pero a mi juicio le otorga el valor añadido de la espontaneidad y la inmediatez. Y no es poco. 

Con todo, quien piense que estas Confesiones de un opiófilo –sin duda en la estela de las Confesiones de un inglés comedor de opio (1821), de Thomas de Quincey– son exclusivamente una descripción detallada de su régimen farmacológico anda muy equivocado. Por encima de todo son un ejercicio de introspección, de autoconocimiento. Además, Antonio Escohotado era una persona muy reservada y para nada le gustaba hablar de su vida privada. Sin embargo, en este texto póstumo plagado de agudas observaciones y profundas reflexiones sobre numerosos temas, relata muchas cosas de su vida íntima y del entorno natural –animales, árboles, plantas– que le rodeaba y con el que interactuaba. Podemos decir en este sentido que, si en sus años ibicencos se desnudó físicamente, siguiendo las exigencias del hippismo más entregado, en este diario Escohotado se desnuda intelectual y emocionalmente como quizá nunca antes había hecho. Por eso, nos atrevemos a afirmar sin ambages que no defraudará a nadie, ni a incondicionales ni a detractores. 

Juan Carlos Usó Nules, 23-24 de septiembre de 2023

Fragmentos

9 de mayo de 1995

La alegría de vivir. Un nuevo día amanece. Trinos de pájaro, jirones de nube indecisa. No pido explicaciones al don. Perder el tiempo solo angustia cuando no mana de nosotros. Bendita sea la luz, bendita la noche que volverá. ¡Estoy vivo! ¿O muerto?

1 de enero de 1997

Pasó el tránsito fatídico en el cuarto de cultivo hidropónico, mirando desapasionada o distraídamente, para poder percibir lo menos obvio. Entre crecer troncos y ramas, y crecer las flores, la proporción se aproxima a ¼ - ¾. Lo primero –el crecimiento– es espectacular, y se hace deprisa, como el esqueleto y las vísceras de un animal. El florecimiento es menos espectacular por lento: parsimonioso, avaramente pausado. Vemos entonces que la substancia no es el eje ni las articulaciones, ni siquiera unos usados canales de savia, sino algo parecido al pelo, sudoroso de aceite, que brota y brota imperceptiblemente, extra-sensorio.

Luego, recogida y curada la planta, vemos que los pelos acaban superando en peso a fémures y columnas, a las generosas hojas. Las hembras quieren parir, sus flores crecen en la espera; y el jugo resinoso supera en densidad al conjunto. ¡Substancia!

Paraíso por paraíso, el que trato de darles a mis plantas y el que me dan son la misma cosa. Su morfología contiene de alguna manera la ebriedad resultante. 

20 de febrero de 2009

No he dejado de ser el niño fascinado por el proyecto de ser profundamente inteligente. Mi escopofilia es confianza en la capacidad del pensamiento para rasgar cualquier cortina y descubrir el otro lado. Ahora que empezó la noche de mi vida, y sé que no veré el nuevo día, la indefinida duración de esa tiniebla la atravieso como el búho, identificando lo despreciado por unos e invisible para otros, habitante de la noche luminosa otorgada a mi especie.

Quizá pueda ligarse a lo previo que haya padecido odio, no desprecio. Pero también es cierto que puedo engañarme al respecto, de tanto despreciar y tanto odiar solo brevemente como me ha ido imponiendo reservarle espacio en la memoria al nuevo dato.

Hace una década, poco más o menos, decidí cultivar crónicamente el caballo, un tónico de on and off desde los setenta. Me decidió quizá la tristeza de sentirme cobarde y mentiroso con Mónica, que tanto me quiso aunque fuese tan perversamente. Hoy uso 2 gramos mensuales de lo que hay, compartiendo un décimo o así con mis gorrones, que son unas ocho personas. Sé que mi experiencia podría serle útil a otros, aunque solo sea para sentar la regla del uso indefinido (y creciente) de un depresor orgánico general. No sé si podría recobrar mi vocación del ánimo ecuánime si no recibiera distancia estética y exigencia de ese estimulante al revés, que libera la energía integrada otherwiseal metabolismo. Quiero creer que la sed de saber y expresar sobreviviría a ese poderoso estímulo. Pero ¿y qué en caso contrario?

B 1.2.96 El prototipo de programa
Fragmentos del diario póstumo de Antonio Escohotado

Mientras no llegue un caballo peor, o se acabe, cordura y amor propio mandan comportarse con la máxima frugalidad compatible con seguir obteniendo el efecto pretendido. Si se prefiere, que la escalada pueda mantenerse en leves aumentos, quizá acompañados por transitorios retrocesos. La vida sexual, un poderoso estímulo para mantener dosis elegantes, no es ni el todo ni el mayor, porque mi ejemplo podría servir para desdemonizar un fármaco muy potente ―frío en tercer grado, según Galeno― que me recuerda la estrofa de Saint John Perse: «Que ese mal nos haga bien».

Buscarse nos saca del sermón edificante, proponiendo encuentros distintos de la medicina preventiva. Y a partir de cierta edad, la diacetilmorfina podría ser un poderoso elemento preventivo. En todo caso, veremos. Una vez contextualizada, la verdad es siempre resultado, a posteriori, y la investigación me ha llevado a encontrar este alivio/estímulo, usado en las dos últimas décadas como coartada para dejar de buscarse.

Cada día soy más débil, pero ¿puedo atribuirlo precisamente a eso? Los que son cada día más débiles empequeñecen por otras causas, que quizá remitiesen abrazando un compromiso como el mío: autocontrolarse. El curioso caso, tras poner mi grano de arena al delirio, es que no puedo ya ser sincero o explícito con mis costumbres. Tomar caballo porque es un derecho civil, como quien se compra la obra recién censurada, no es lo mismo que medicarse con él. El desplante libertario tiene el público de la provocación. Mi vida privada será cualitativamente más escandalosa.

Fragmentos del diario póstumo de Antonio Escohotado

29 de marzo de 2009

Un epitafio bonito sería: «Quiso ser un guerrero de la libertad, y un orfebre del lenguaje». Naturalmente, estos raptos de autocomplacencia deben atribuirse a no sufrir tanta depresión. Marihuana y hashish excepcionales, aportados masivamente por los agrónomos de Pamplona y Málaga, ayudan no poco a mantener la guardia alta.

9 de febrero de 2011

Previsión es opulencia. Mesura es elegancia.

9 de agosto de 2011

Son las cuatro de la tarde del día más radiante de este año, el más luminoso que recuerdo.

El consumo de caballo, estabilizado en 3 gramos/mes, me permite poner en hora la vida como si fuese un reloj obediente. Hace una temporada mantiene la misma calidad, y eso equivale a permitir la mesura. Creo que llevo una década sin tener catarros, gripe o fiebre. No exento de dolor, desde luego, pero solo del que viene del espíritu, porque el cuerpo parece acompasarse admirablemente con la ralentización del metabolismo que induce el fármaco. ¿Tendré razón, y será él –no las libaciones a Baco recomendadas por Platón– el remedio «para las asperezas de la edad senil»? En todo caso, es asombroso que los tres paquetes diarios de tabaco no me hayan lisiado aún.

20 de diciembre de 2013

La clave, quizá, para mantener el pulso con el fenómeno de la tolerancia –que insensibiliza ante el efecto– es esperar hasta sentir algún tipo de desasosiego, en vez de ir dosificándose lo previsto de manera mecánica, como encendemos el cigarrillo o damos un trago a la copa. Solo así estar a gusto se convierte en positivamente a gusto, y además de preservar el metabolismo reducido notamos el plus de euforia. En definitiva, si vamos a tomar equis al día, más psicológicamente satisfactorio resulta hacerlo a tragos largos y espaciados que a la inversa.

Fragmentos del diario póstumo de Antonio Escohotado

8 de enero de 2018

Al acercarse el desabastecimiento, el experimento de colgarse con mesura se torna sórdido, como acercándose a lo pringoso, que no sé si viene del estigma convencional o es inherente. Bea, por ejemplo, cree que lo del experimento es un cuento chino para justificar el cuelgue, y tomo en cuenta que bien podría ser verosímil. Por otra parte, me sorprende que no haya ni pizca de matiz empírico en mi conducta, porque me conozco un poco, y al menos para mi consciente esa decisión se estructura como emprender tales y cuales investigaciones. Puesto que nunca puse en duda lo terapéutico de la euforia ¿por qué habría de mentirme?

La misma cosa, un phármakon, se toma en varios sentidos. Siente bien o mal, depender del abasto lo torna pringoso. Ando confuso, luchando contra una avidez que no solo avergüenza sino que hiere orgánicamente, al más mínimo acto de glotonería. Tampoco le veo alternativa a seguir reflexionando, y hacer una breve tabla gimnástica al día.

25 de abril de 2018

El uso de drogas me ha asegurado la euforia medio siglo, y en particular el empleo cotidiano de heroína el más sostenido placer desde 2000 en adelante. ¿Cómo es posible que esté tan solo en ese disfrute? ¿Qué les pasa a los demás?

Fragmentos del diario póstumo de Antonio Escohotado
Confesiones de un opiófilo Diario póstumo (1992-2020), Antonio Escohotado, 240 páginas, Editorial Espasa (2023), PVP: 20,90 €

Confesiones de un opiófilo. Diario póstumo (1992-2020), Antonio Escohotado, 240 páginas, Editorial Espasa (2023), PVP: 20,90 €

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #316

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