Mancebo de botica
Ramón José Sender, hijo de una familia acomodada, nació en Chalamera, provincia de Huesca, en 1901. El futuro escritor nunca mantuvo buenas relaciones con su padre, con quien discutió mientras estudiaba bachiller. Aquel conflicto le llevó a trabajar, como mancebo de botica, en Alcañiz, tal y como explica Marcelino C. Peñuelas en Conversaciones con R.J. Sender.
Juan Carlos Usó, en su imprescindible Drogas y cultura de masas, ya apuntó que aquella experiencia la trasladó el escritor a las páginas de “Crónica del Alba”. En ella se refieren “algunos episodios interesantes relacionados con cocaína y morfina, aunque más llamativa sea la narración que realiza sobre sus propias experiencias con éter”. En el cuaderno titulado “Los niveles del existir”, Sender narra cómo expendía cocaína y morfina al mundo del hampa. Algunos pasajes de la novela recrean el ambiente de prostitutas y espías que retrata Usó en Drogas, neutralidad y presión mediática.
También describe Sender su iniciación sexual: “Una vez hicimos el amor Isabelita y yo borrachos de licor que yo mismo fabricaba, y en él había puesto, como siempre, unas gotas de éter. […] Yo interrumpí eso del éter, porque ella se iba aficionando y a veces me lo pedía”.
Una vez acabado el bachillerato, Sender marcha a Madrid (lo cuenta en la entrevista “A fondo”, que le hizo Soler Serrano mientras apuraba un vaso largo) para buscarse la vida como escritor. Lo hace sin ningún recurso, quizá para huir de la excesiva dureza de su padre, que le pegaba con frecuencia. Aquella bohemia le hizo dormir en los bancos del Retiro durante tres meses. Peñuelas apunta: “Se lavaba en una fuente del parque y en las duchas del Ateneo, a donde iba diariamente a leer y a escribir”. De esta manera, y antes de cumplir la mayoría de edad, Sender comienza a publicar sus primeros artículos en El Imparcial, La Tribuna y Nueva España. El joven escritor, ya de tendencias anarquistas, participa en algaradas políticas que terminan en comisaría.
Con veintiún años tuvo que ingresar en el ejército y es destinado a un Marruecos en guerra. Aquella experiencia cuajará en su primera novela, Imán, publicada en 1930. En “Los términos del presagio” (cuaderno de Crónica del alba), el autor cuenta a través del personaje de Madrigal que en Cabrerizas había “un capellán que colgó los hábitos y vendía cocaína en los prostíbulos del Polígono”.
Regresó al periodismo con el reportaje “Viaje a la aldea del crimen”, crónicas para el periódico La Libertad, donde narraba la represión republicana de Casas Viejas de 1933, y que publicará en forma de libro en 1934. En 1935 recibió el Premio Nacional de Literatura.
Muerte en Zamora
"A las drogas con que trata su asma crónica, y los whiskies con que “controla” su tensión, Sender añade el Dexamyl. Bajo el hábito de las anfetaminas acabó una obra faraónica como Crónica del alba en la primavera de 1966"
El estallido de la guerra civil sorprende a Sender en San Rafael (Segovia), donde pasaba la temporada de verano. Decide cruzar la sierra para integrarse a las milicias republicanas que defienden Madrid, y envía a su mujer e hijos a Zamora. Su mujer será fusilada y sus hijos rescatados por la Cruz Roja Internacional y llevados con su padre a Bayona en 1937. Un periplo que su hijo, el músico Ramón Sender Barayón, rememora en el libro Muerte en Zamora.
Este hecho va a marcar la trayectoria vital del escritor. Una vez en Estados Unidos dejará a sus hijos en adopción a una familia americana, algo que cuenta a su amigo Joaquín Maurín por correspondencia: “La familia que tiene a mis niños es la de John W. Davis. Su única hija, Julia, no puede tener hijos y tiene a los míos como si fueran suyos”. En el epistolario Sender-Maurín –compilado por Francisco Caudet–, el escritor aragonés se siente perseguido por células comunistas, por lo que busca un destino seguro para los suyos. Piensa que desde Moscú “se propusieron acabar con algunas personas, entre ellas yo. A las otras las mataron, después de la guerra. Conmigo no se atrevieron pero podía ser que intentaran algo –me amenazaron dos veces, concretamente–. En caso de que ocurriera ‘algo’ no quería que mis chicos sufrieran un nuevo shock después de haber conocido tantos en la guerra civil. […] No perdonaré nunca a los comunistas que me hayan privado de una de las satisfacciones más legítimas de la vida: vivir con mis hijos”.
Es Joaquín Maurín, antiguo líder del POUM, quien tras ser excarcelado en 1947 decide fundar la American Literary Agency (ALA) y pedir colaboración a Sender, profesor de Literatura en la Universidad de Nuevo México.
“Bye, bye, father”
El hijo primogénito del escritor, Ramón Sender Barayón (véase Cáñamo, núm. 254), se convirtió con el paso de los años en gurú del movimiento hippie y destacado en la música electrónica (véase documental El viaje hacia la luz). Ideó, junto a Stewart Brand, el Festival de los Viajes (LSD), tal y como cuenta Tom Wolfe en Ponche de ácido lisérgico.
En el libro Puedo contar contigo, que abarca la correspondencia de Carmen Laforet con el escritor aragonés, muestra a un Sender interesado en conquistar a la autora de Nada por la vía de la piedad: “No respiro, si me dan drogas para respirar, no duerno. Tomo cuatro tranquilizantes cada día, una tableta de cortisona, dos más para ablandar los bronquios y otras tres de nombre endiablado (cada día), sin contar una cápsula pulverizadora de adrenalina que llevo en el bolsillo para una emergencia. Así puedes figurarte que hay días que no puedo ir a clase”. Sender remata la misiva diciendo que toma “algunos vasos de whisky” para hacerle subir la tensión.
En la misma carta, de diciembre de 1970, le cuenta a Laforet: “Mi hijo [está] en San Francisco (leader hippie que me ha enviado el mes pasado una foto de su ‘compañera’ dando a luz –saliendo el bebé de la vagina–) y me dice que lo llaman “Sun Ray” (‘Rayo de Sol’). Tiene otros hijos con dos esposas anteriores. Y aunque ha tenido ofrecimientos de algunas universidades (New York University, recientemente) de doce mil dólares de sueldo para enseñar música sinfónica moderna (con elementos electrónicos) –él tiene un doctorado en eso y ha tenido un par de premios nacionales–, él prefiere vivir como un Gandhi en una choza fabricada con sus manos y en una colonia de tipos como él”.
Ya en 1973, el escritor escribe a Laforet: “La verdad es que nosotros nos burlamos un poco de nuestros hijos, pero somos tan beatniks como ellos en el fondo” […] Si vieras el libro que han publicado no podrías creerlo. […] parejas desnudas adorando al sol con las diferencias sexuales bien definidas (no viciosamente sugestivas, claro) capaces de ruborizar a un guardia civil. […] Lo terrible en mi caso es que tengo una sensibilidad tan juvenil como a los dieciocho años, y que sé que estoy viviendo mis últimos años, y que dejo un mundo de maravilla. ¡Qué muchachas se ven, Dios mío! Y a veces vienen a casa casi desnudas […] me besan en cada mejilla y me dicen “Bye, bye, father” como si tal cosa. […] Y yo las veo salir sintiéndome celoso, incestuoso, enamorado y muriéndome de envidia, pero naturalmente contenido por miedo al ridículo”.
Donde crece la marihuana
Las obras de Sender comienzan a circular en España en plena dictadura de Franco, primero en clandestinidad, y más tarde a través de la editorial Destino. El propio escritor se muestra contrariado del éxito que le llega desde el otro lado del charco. En carta a Maurín de 1967 le escribe: “Sí, lo de España –por lo que se refiere a mí– va muy bien. En estos días salen dos últimos volúmenes de Crónica del alba. Y otras cosas. La Estafeta Literaria ha publicado en folletón una comedia mía (Donde crece la marihuana, y la van a representar)”.
No deja de sorprender que en pleno franquismo y recién aprobada la “ley Fraga” de prensa de 1966, la Editora Nacional trajera en portada de La Estafeta Literaria el título de la obra de Sender.
En 1965 se instaló como profesor en la Universidad de California. Quizá imbuido por el clima hippie de Los Ángeles escribiera Donde crece la marihuana, como forma de epatar con el público joven que comenzaba a descubrirle. El título de Sender evoca a María Sabina, de Camilo José Cela, cuyo origen explica Juan Carlos Usó en el artículo “Camilo José Cela y el chamanismo” (revista Ulises, núm. 21). Ambos textos se concibieron como obras de teatro, donde las drogas juegan un papel de atmósfera.
La marihuana es un elemento que Sender liga a la cultura indígena (que en la obra representa Shalako: quien trae la lluvia), que les inicia en la introspección y la búsqueda de la verdad. “Necesito saberlo sobre todo cuando fumo la hierbita”, dice Don Luis, uno de los protagonistas.
Cabría especular sobre el consumo de marihuana del escritor. En carta a Maurín de 1955, durante su estadía en Alburquerque, escribe: “Esta tierra es realmente paradisíaca, pero debilita y reblandece la voluntad. Comprendo que cierta gente más o menos artística no haga más que tomar el sol […] y fumar marijuana o emborracharse con whisky”.
El epistolario con Maurín nos muestra a un Sender hedonista, al que le gustan las mujeres muy jóvenes, de “entre catorce y veinte”, los buenos cigarros y las bebidas alcohólicas. En carta de 1962 escribe: “A pesar de mi edad ‘provecta’ hago la vida de un chico de veinte años: fumo y bebo casi constantemente y salgo con amigas cada noche”. En 1967 remata: “Fumo cigarros puros (respirando el humo) y bebo whisky escocés cada tarde”. A sabiendas de que no es el mejor régimen para su asma bronquial y sus sesenta y seis años.
LSD ‘versus’ Dexamyl
Las precauciones que tenía Sender con la vida de su hijo y del movimiento hippie le llevaron a escribir el artículo “Nacimiento y riesgo del LSD” para la agencia literaria de Maurín, que vendía sus colaboraciones a gran parte de la prensa latinoamericana. Su visión del movimiento hippie lo desarrolla en “Los golfos de Buda y otros inocentes excesos”, recogido en el libro Ensayos del otro mundo, donde lo critica: “No navegan contra la corriente ni se dejan llevar por ella, sino que se apartan y se quedan al margen mirándose el ombligo. Con una botella de vino al lado y un poco de marihuana o de morfina o heroína si pueden conseguirlas”.
Conocido el pasado anarcosindicalista de nuestro autor, llama la atención que Olga Glondys, en La Guerra Fría cultural y el exilio republicano español, sugiera “una conexión” de la agencia literaria de Joaquín Maurín (para la que Sender escribió cientos de artículos) con una probable financiación de la CIA.
Sender mantiene un frenético ritmo de trabajo. En 1965, su régimen farmacológico aumenta. A las drogas con que trata su asma crónica, y los whiskies con que “controla” su tensión, añade el Dexamyl, por lo que no duda en recomendárselo a su amigo Maurín: “Si quieres un consejo de convaleciente, hay unas tabletitas vigorizadoras de color verde en forma triangular con una rayita en medio que se llaman Dexamyl, sin cortisona, y que sin side effects le hacen a uno sentirse tremendamente joven. […] Yo tomo una cada día, partida en dos. Media por la mañana y media por la tarde. Y me va muy bien. Se pueden tomar tres o más cada día”.
Unos días más tarde añade: “Aquella droga que yo te indicaba va bien para todas las cosas. […] Y puedo trabajar más y mejor que sin ella”. Sender llega incluso a reconocer que desde que descubrió el Dexamyl “soy casi un hombre nuevo”, recriminándole a Maurín que se arrepentirá de no probarlo porque “no sabrás lo que es bueno”. Bajo el hábito de las anfetaminas acabó una obra faraónica como Crónica del alba en la primavera de 1966.
Réquiem por un escritor
En aquel año, Sender le confiesa a Maurín: “Todavía puedo dar mis clases, escribir seis horas en casa y beber dos botellas de scotch cada semana (y fumar unos cinco cigarros puros diarios respirando el humo como Dios manda). […] Tengo hace tiempo una pequeña inflamación ganglionar –creo– en la garganta, al lado izquierdo, pero con gárgaras de Listerine voy marchando, y un poco –muy poco– del famoso Dexamyl”.
Es en 1967 cuando Maurín, que debía creerle habituado, le advirtió de los efectos adversos del fármaco, y Sender le escribe: “Me gustaría que me dijeras lo que te dijo a ti tu médico sobre el Dexamyl […] si es demasiado peligroso probaré a dejarlo […] si el médico te dijo “el Dexamyl es para los casos desesperados”, o cosa parecida, debes decírmelo, porque yo ajustaré mi conducta a lo que sea suprimiéndolo poco a poco”.
Sender ganará el premio Planeta en 1969, aunque no volverá a España hasta 1970. Alternó su domicilio de San Diego con largas estancias en su país natal hasta que le sorprendió la muerte en 1982. José Luis Garci se inspiró en el autor para construir el personaje de Antonio Ferrandis en Volver a empezar, largometraje que ganó el Óscar a la mejor película extranjera en 1983.