68 The Weeknd. “Can’t feel my face” (del álbum Beauty Behind the Madness, XO-Republic, 2015)
Se encontraba Tom Cruise promocionando Misión imposible: nación secreta, apareciendo en el programa televisivo The Tonight Song. Uno de los momentos estelares de ese espacio llegaba cuando el invitado debía simular que cantaba una canción en playback. La escogida por Cruise era “I can’t feel my face”, el “éxito del verano” según el actor, y la mejor del año en opinión de Rolling Stone. Paladín de la sobriedad y la corrección, pensaba Cruise que ese tema de R&B contemporáneo de The Weeknd, nombre artístico del canadiense Abel Tesfaye, se refería a una mujer. Lo mismo sucedía con legiones de usuarios de Twitter. Para sorpresa de todos ellos, y estupor de alguno, no eran los besos de su amante lo que insensibilizaba el rostro del protagonista de la canción: “Tengo claro que ella me resultará mortífera, al menos ambos acabaremos entumecidos / siempre sacará lo mejor de mí, lo peor está aún por llegar / pero al menos ambos seremos hermosos y permaneceremos jóvenes para siempre / me dijo que no me preocupara, pero los dos sabemos que nos necesitamos / no puedo sentirme la cara cuando estoy contigo / pero eso me encanta”. Número uno en listas estadounidenses durante tres semanas consecutivas, y superéxito global, solo en América tuvo cuatro millones de streamings, la popularidad de la canción no se resintió en absoluto cuando en la red el autor dejó claro que entrañaba una oda a la cocaína.
67 Harry “The Hipster” Gibson. “Who put the Benzedrine in Mrs. Murphy Ovaltine?” (del álbum Boogie Woogie in Blue, Musicraft, 1944)
Dueño de una encabritada técnica boogie-woogie que asfaltaría el camino a Little Richard y Jerry Lee Lewis, el excéntrico pianista y cantante Harry Gibson se prodigaba entre 1939 y 1945 en los clubs de jazz de Swing Street, esto es, la calle 52 de Manhattan, compartiendo veladas con pioneros del be bop como Charlie Parker y Art Tatum. Pronto destacó este blanco en esa marabunta negra, gracias a un humor líricamente empapado de expresiones del argot callejero afroamericano. Lo suyo no era usurpación cultural como la de los White negros, que decía Norman Mailer, pues había crecido prácticamente en Harlem. Además de esa seña de identidad, se caracterizaría por su apodo, The Hipster, término del que reclamaba la paternidad, y la temática de sus canciones, ricas en referencias a adulterio, alcohol, crímenes, chifladuras y sustancialmente drogas, fuente estas últimas de encontronazos varios con la censura. La gota que colmaría el vaso sería “Who put the Benzedrine...”, prohibida en las radios y causante de su ingreso en la lista negra de la industria musical. Droga común entre beats y hípsteres, la Benzedrina, una de las formas comerciales del sulfato de anfetamina, protagoniza junto al fenobarbitúrico Nembutal este cómico delirio en el que algún desalmado la disuelve en el desayuno de una desprevenida abuela, o sea, la preceptiva taza de Ovaltine, leche chocolateada en polvo muy popular en la época.
“La Sra. Murphy no podía dormir / sus nervios estaban ligeramente alborotados / hasta que resolvió el problema / con un bote de Ovaltine / cada noche se bebía un tazón / y, vaya, cómo soñaba / hasta que las cosas se torcieron / y los vecinos pusieron el grito en el cielo / ¿quién puso Benzedrina en el Ovaltine de la señora Murphy? / una vergüenza, cierto, no sabía a quién culpar / porque la anciana ni siquiera sabía su nombre / ¿donde consiguió ese material? / ahora nunca tiene bastante / pudo haber sido el hombre que no estaba allí / pero Jack es un carca / ella nunca quiere irse a dormir / dice que todo es la monda / ahora la señora Murphy no tiene ni idea de lo que pasa / porque puso a su hombre de patitas en la calle / ahora ella quiere bailar danzas escocesas / dice que la Benzedrina la revive / este es el segundo estribillo / y se llama “¿quién puso los Nembutales en su bata? / lo ignoro / compraba un bote de Ovaltine a la semana / y por si acaso siempre tenía otro de reserva / no fuera a quedarse sin / desde que dejó Irlanda, no había vuelto a ser tan feliz / hasta que alguien fisgoneó en su despensa, y manipuló su Ovaltine / una vergüenza, cierto, no sabía a quién culpar / porque la anciana ni siquiera sabía su nombre / permanece las noches despierta / haciendo todas las rondas / dicen que ha perdido muchos kilos / ahora la señora Murphy asegura que se está quedando flaca como un palillo / y todo lo que dice es: “choca esos cinco”.
Consumidor él mismo de sustancias, y encarcelado por dicha causa, el continuo veto a sus canciones y la aparición del R&R le dejaban profesionalmente fuera de juego, ganándose la vida como taxista. No obstante, reaparecía a finales de los sesenta reconvertido al rock pero sin perder ni su vitalidad ni su agudeza hípster, lo que le granjeaba las simpatías de la contracultura. Naturalmente, en ese periodo su recurrencia a glosar las drogas sería causa de celebración, prolongándose la presencia de estas –por ejemplo, la yerba hawaiana Maui Wowie– en sus discos hasta los que grababa en la década de los ochenta.