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Cultura / Música

Kiko Veneno: “Mi droga preferida es la música”

Kiko Veneno Entrevista Héctor Márquez
Foto: Alicia Albiñana Domingo (Kaothic Alice)

A sus setenta años, Kiko Veneno es un bourbon de Kentucky, un Vega Sicilia del 52. Eterno y moderno al alimón. No contento con girarse España entera con Ariel Rot para escucharla, asombrarnos y celebrar los 30 años de su Cantecito, se sentó en su sofá, se encendió un peta y nos dedicó un rato largo para contarnos su particular biografía drogófila. Como todos los grandes viajeros visitó lejanos parajes, subió y bajó a lo más hondo, para acabar dándose cuenta de que la fuente que más le inspiraba, la llevaba dentro.

Cantaba Kiko en una de sus canciones más legendarias cómo, estando una noche mirando al viento azotar las ramas de su jardín, descubrió su fórmula secreta. Aquella epifanía sucedió mientras apoyaba los pies en una maceta. No sabemos si la maceta guardaba una bella planta de marihuana. Probablemente no, porque para poder hacer aquella obra maestra que fue Échate un cantecito dejó de fumar porros para encontrarse consigo mismo y descubrir cuál era su verdadera droga y su única religión: la música. Pero José María López Sanfeliu (Figueres, 1952), Kiko Veneno para toda la humanidad, tuvo, como la mayoría de los grandes artistas y gente inquieta de su generación, un viaje iniciático por otras drogas. Las ha usado, ha acabado respetando muchas, ha rechazado abiertamente otras y ha aprendido que la mayoría pueden tanto abrir ventanas como cavar fosas. Hijo de la psicodelia, testigo cercano de cómo los potros de rabia y miel les quitaron el alma a algunos de los talentos mayores de su tiempo, Kiko nos cuenta en esta charla cómo fueron sus viajes iniciáticos, sus viajes más allá del cosmos, sus agujeros negros, sus anclajes en la tierra. Acaba de cumplir setenta años y es uno de los músicos españoles más influyentes del último medio siglo. Ejemplo de independencia, buscador incansable de la libertad, los puentes que él empezó a tender en los años setenta entre el rock psicodélico, la copla andaluza y el flamenco son hoy una ruta de la seda por la que deben transitar todos los que quieran hacer algo relevante en el pop hispano. Nuestro hombre está en esa edad en la que quienes han mantenido criterio, cabeza y corazón alcanzan cierta sabiduría. Un par de semanas después de encontrarnos sobre un escenario y charlar frente a un público entregado sobre su trayectoria y gustos musicales, nos emplazamos a una charla telefónica. Vamos a hablar de drogas. Y él quiere empezar por el principio.

La película comienza con un Kiko viajero. Estamos en Estocolmo y va a asomarse por vez primera a las puertas de la percepción un universitario de diecinueve añitos. Suena “Foxy Lady”, de Jimi Hendrix. Y él, con un señor tripi entre su pecho y espalda, descubre, dando saltos de rodillas sobre la cama, lo que no se puede describir con palabras.

Como él suele decir: “Aquello fue una cosa extraordinaria”. Pero dejemos hablar al maestro. El tipo delgado del mechón blanco es hoy Cabeza Plateada. Al otro lado de la línea, el Gran Jefe me avisa de que va a hacerse un porrito para entrar mejor en el ambiente.

En un cuartito los dos…

Actuando en Rockola, el templo de la movida, en 1984.
Actuando en Rockola, el templo de la movida, en 1984.

¿Entonces tú no empezaste con los porros como la gente de tu generación?

No, espérate, que te lo cuente cronológicamente. Empecé a viajar por Europa cuando tenía dieciocho o diecinueve años. Ya había entrado en la universidad. Estaba en Suecia. Y allí me encontré a un amiguete del que guardo muy grato recuerdo. Era un chaval catalán e hicimos amistad. Y con él tuve mi primera experiencia con las drogas, concretamente, con el LSD. Este sí era un jipi y andaba todo el día con porros y ácidos. Me dijo: “He comprado unos tripis”. Yo había leído un poquito y sabía que se usaban en los años de la psicodelia y que las drogas eran parte del legado cultural de la época, que abrían la mente y que la juventud participaba de ello; que eran una parte fundamental de la cultura de los años sesenta y primeros setenta. También que explicaban bastante ese abanico de sonido que se estaba creando. Hablamos de una época donde la liberación de la juventud en el plano personal, el derecho de los jóvenes a abrir su mente como ellos quisieran, coincidía con la voluntad y el derecho de otros jóvenes de hacer una música que no estaba prescrita. Con esos precedentes, estando en Estocolmo, con este chaval, sin haberme fumao un porro en mi vida, lo primero que pruebo, con diecinueve años, es el LSD. Agárrate ahí.

¿Y cómo fue aquello?

¡Bestial!: una de las noches iniciáticas de mi vida. Me acuerdo de que estaba con este chaval en un piso escuchando a Jimi Hendrix. Tengo un recuerdo garbado de estar de rodillas en la cama dando botes al compás de “Foxy Lady”.

[Ooh Foxey Lady, yeah / Foxey, foxey / Now-a I see you come down on the scene / Oh foxey / You make me want to get up and a scream / Foxey, oh baby listen now / I’ve made up my mind…]

Qué valor…

Aquello fue una experiencia extraordinaria. Eterna. Y me marcó completamente porque, aunque se suele empezar con drogas más suaves, yo lo hice por la puerta grande. Se me abrieron las puertas de la percepción, literalmente. Pero mi experiencia fue muy buena, porque había desarrollado una amistad con este chaval y me daba mucha confianza.

Eso es importante…

Eso es fundamental. Drogas como el LSD creo que hay que tomarlas en grupo, en un ambiente de confianza, con alguien con la experiencia suficiente para que ejerza de guía. Es una experiencia colectiva. De amistad y de exploración de los límites. Pero, por lo que tiene de inesperado, de búsqueda y por lo que puedas sentir como algo extraño y peligroso, es muy interesante hacerlo en este ambiente de confianza y amistad.

¿Y cuánto duró aquello?

Pues toda la noche. Un bautismo iniciático, ya te digo. Viajé por el cosmos, por el cercano y por el lejanísimo. Me enseñó cosas de mí y mi percepción que yo no sabía que existían. Pero lo gracioso es que en realidad nosotros íbamos a fumar porros, que tampoco los había tomado nunca. Pero nos pusimos a buscar por Estocolmo y no encontramos. Y lo único que tenía el nota eran tripis. Así que empecé a lo grande por un fallo de programación…

O sea que te clasificaste directamente para la Champions sin pasar por segunda B.

Yo no conozco a casi nadie que haya empezado así tan a lo bruto. Fíjate que es algo que te puede salir mal. Pero, todo lo contrario.

¿Y seguiste tomando?

En aquellos años de formación los tripis eran básicos en mi concepción de la vida. Hasta que dejé de tomarlos fueron una parte fundamental de mi vida. Cada vez que tomábamos un tripi era un sacramento.

Canutos castrenses

Portada de "Seré mecánico por ti", de 1981. Foto de Alberto García Alix
José María López Sanfeliu en la mili y portada de "Seré mecánico por ti", 1981. Foto de Alberto García Alix.

Seguimos los acontecimientos, Kiko vuelve a España y se marcha a la mili. Allí toma contacto por primera vez con la planta que celebró, seis años después, en su primer disco.

El primer porro me lo fumé en la mili.

¿Dónde la hiciste?

En el campamento de Cerro Muriano, en Córdoba [aspira una calada]. Allí viví un caso similar de hacer amistad con un chaval que fue el que me invitó a los primeros porros… ¡Que a mí no me hacían na!

“En mis primeros años, tomábamos tripis como un sacramento”

Sería muy malo el chocolate…

No, no, es que creo que tengo un sentido del control racional muy grande. O como sea eso, es una manera de hablar. Lo que pasaba es que era muy consciente del lugar donde estábamos, los militares... Y eso me daba miedo. Entonces fumaba y como si nada. Mi amigo se dio cuenta de que yo estaba empujando para que aquello no subiera y me dijo: “Tómate una copita y te relajas”. Y así lo hice. Me tomé un coñac. Y, efectivamente, aquello empezó a subir y ya sentí esa sensación de que el tiempo se detiene y se estira, aumenta la percepción musical, los sonidos y los sentidos se agudizan y todo cobra un relieve y un sentido mucho más profundo y amplio que en la normalidad de la vigilia. Aquello fue la transgresión de los sentidos. Y esa fue mi primera experiencia.

¿Nunca te dio en aquel momento algo de miedo?

No, le veía la cara a mi amigo y lo que sentí fue una gran felicidad. Mucha risa, relajación. Fue una cosa muy bonita.

¿Y empezaste a fumar muy seguido desde entonces?

No. Lo que hacíamos un grupo de colegas, cuando ya había retomado mis estudios universitarios, era reunirnos en casa de un amigo, como algo muy ritual, a hacernos un porrito para escuchar a Pink Floyd. Concretamente, el disco de la vaquita…

El Atom Hearth Mother. Recuerdo que en tu primera sesión de La Música Contada señalaste aquel disco como uno de los importantes de tu vida.

Aquel disco me volvía loco. Me tumbaba en la cama y con el porrito se me abría la percepción musical y me iba a unos lugares increíbles. Sentía que mi interioridad se comunicaba con los que habían hecho esa música.

La conexión…

Sí, pero todo eso está muy mitificado en realidad, porque con el tiempo y la práctica te das cuenta de que la carga de prejuicios que tú pones en estas experiencias para que vayan a un lugar u otro y signifiquen ciertas cosas es muy importante.

¿Ya conocías a Raimundo?

No, eso fue después. Después de acabar la universidad [Kiko se licenció en Historia] estaba en Sevilla callejeando cuando lo conocí. Esa historia es muy conocida. Él me enseñó el secreto del flamenco gitano y yo le ponía discos de blues y rock progresivo. Y nos llevamos dos años tocando la guitarra en mi casa, dándole forma al proyecto Veneno.

El hachís como religión

Una tableta de costo como sacramento del pop gitano-payo

Veneno sí eran los porros.

Veneno estaba ligado indisolublemente a los porros y el chocolate. Porque esa era la droga del ambiente y la época en las calles de Sevilla. Al principio tocábamos sin saber para qué y ya después [Ricardo Pachón entró en escena e influyó lo suyo] empezamos a preparar un disco. La potenciación y la expansión increíble de nuestras creatividades fue a base de porros. Y eso hizo que yo creyera fervientemente en la religión de los porros. Porque creía en aquella época que era inseparable la música del chocolate, ¿sabes? Entonces hicimos el disco Veneno (1977). Luego se disolvió el grupo, como todo el mundo sabe, y comencé a hacer discos en solitario [Seré mecánico por ti (1982); Si tú, si yo (1984), EP donde se intentó resucitar fugazmente a Veneno, con la incorporación de una aún desconocida Martirio; Pequeño salvaje (1987)]. Pero durante todo ese tiempo seguía creyendo que los porros eran una energía absolutamente necesaria para hacer esa música vacilona que nos gustaba. Y eso fue durante unos pocos de años, que es la época oscura, como yo le llamo [desde el 1977, fecha de la edición de Veneno, hasta 1992, fecha en la que sale Échate un cantecito], donde yo sigo buscando la inspiración en los porros.

Llegaste incluso a abrir un chiringuito muy jipi en las playas de Conil en aquellos años.

Sí, el Adán. Duró poco tiempo.

Es el nombre de tu hijo mayor, ¿verdad?

Eso es.

Y cómo acaba esa época oscura.

Llegó un momento en que me di cuenta de que eso no funciona así. Para mí fue importantísimo el momento en el que por fin hago caso a algo que hacía mucho tiempo que mucha gente me decía…

Porque uno solo aprende en cabeza propia…

Efectivamente, aunque me costó bastante porque llevaba fumando porros muchos años seguidos. Así que dejé de fumar y compuse el Cantecito sin porros. De esa manera logré, sobre todo, saldar una cuenta con ese lugar común, ese prejuicio de mi época jipi según el cual los canutos eran los responsables de que yo hiciera música. Y no. Por fin me di cuenta de que la música era algo que tenía dentro de mí. Y que estaba en la sociedad, en la gente, en todos esos músicos que estaban lanzando nuevas historias y ritmos.

El ‘Cantecito’ y la medida del hombre sabio

Mirando al cielo en su casa de Valencina de la Concepción (Sevilla) a principios de los noventa y portada de Échate un cantecito (1992).
Mirando al cielo en su casa de Valencina de la Concepción (Sevilla) a principios de los noventa y portada de Échate un cantecito (1992).

O sea que pusiste las cosas en su lugar.

Mira, el encuentro con las drogas te puede ayudar, pero no sistemáticamente. Te puede ayudar a abrir una ventana, a tomar conciencia de que hay cosas y emociones y percepciones que existen. Pero eso no quiere decir que debas tener todo el día la ventana abierta, porque de pronto te puede entrar un temporal o quedarte atontao mirando sin hacer nada.

Buena lección.

Para mí fue un descubrimiento extraordinario en mi vida. Dos cosas hicieron posible el Cantecito. Fueron dos pruebas que superé simultáneamente. Una, la de entender que yo tenía mi propia música dentro más allá de Veneno y sin Raimundo y que debía dejar atrás aquella maravillosa historia y valerme por mí mismo si es que tenía algo que aportar a la música. Y la otra fue dejar los porros. Y esas dos decisiones me hicieron crear el cancionero propio más importante que he hecho en mi vida.

Pero tú has vuelto a fumar…

Sí, pero desde otro ángulo, con menos dedicación. Y solo después de haber entendido que sin ellos podía componer. Eso me dio lo fundamental: la confianza necesaria en mí mismo para poder expresar lo que llevaba dentro. Vamos, que ahora mismo me estoy fumando un porrito mientras hablo contigo porque quiero hacer las cosas…

Con un ambiente adecuado…

Eso.

“La música es una de las grandes maravillas de la cultura humana”

Oye, y ahora cuando fumas, ¿fumas hachís, maría…?

María, sobre todo, maría. Me gusta mucho la maría. Pero fumo poca cantidad y me puedo pasar muchas semanas sin fumar. Ahora mismo asocio la creatividad a no fumar. Y me reconforto con la idea de que la música es mi droga. La música es mi droga, mi religión. Y ya le perdí la fe a los porros como la vía que me conectaba con algo. Ahora los uso para relajarme, para descansar. Pero no como sistema de trabajo. Los porros y las drogas no son motores de nada. Te pueden ayudar, y a mí me ayudaron, a abrir puertas y ventanas. Pero con mucha moderación porque hay que saberlas cerrar a tiempo.

Así que encontraste la medida del hombre sabio. Es tan cierto que el cannabis puede ayudarte a abrir ventanas a la creatividad como puede apalancarte. Sin embargo, tu experiencia con Raimundo y Rafaelillo es la de estar todo el día fumado y componiendo.

A ver, como grupo éramos un desastre porque estábamos todo el día volando. Hay un momento en que, si la usas mucho, cualquier medicina pierde su impacto. Lo interesante es entender que te muestran el camino, no son el camino. Y que si estás todo el día yendo a ellas pierden su efecto de iluminación y guía. Dejan de ser medicina, ya te digo. Pero una vez que están abiertas las puertas, ya puedes tú transitar tu camino sin la droga. Y eso es lo interesante.

Has hablado al principio de tus guías. De esos chavales en los que tenías confianza y te sirvieron para iniciarte en el LSD y los porros. Quiero que me hables de tu compañera Ana, que es tu pareja desde siempre. ¿Cómo ha sido Ana en tu vida?

Ana ha sido quien más me ayudó en todo ese proceso. Porque lo vivió a mano conmigo. La compañera, el sostén, la que me decía lo que debía hacer. Fue un proceso largo y trabajoso para ambos, pero juntos lo traspasamos.

Recuerdo la última vez que os vi juntos. Ibas a recoger un premio en el Ateneo de Málaga. Ambos con el pelo blanco. Delgados. Casi con gestos similares. Pensé en cómo es ese amor, esa confianza que se construye día a día enfrentando problemas y que acaba haciendo a las almas y las personas tan unísonas y complementarias que casi parecíais gemelos cósmicos.

Lo has explicado muy bien. Ana ha sido y es mi principal ayuda y consejera. Y la voz de la conciencia cuando yo perdía la confianza.

Vamos a hablar del espíritu

1984 con Raimundo, Martirio, Jesus Ortíz Foto de Pablo Juliá
Con Raimundo, Martirio y Jesus Ortíz a mitad de los ochenta. Foto de Pablo Juliá.

Volvamos al mundo lisérgico. Como toda la gente leída de tu generación supongo que tenías algunas lecturas e iconos de cabecera.

Había leído a Aldous Huxley y sus Puertas de la percepción y también el libro de Carlos Castaneda Las enseñanzas de Don Juan, que, aunque no hablaba del LSD, sí lo hacía sobre ese mundo inaudito. Y, por supuesto, La experiencia psicodélica, de Timothy Leary, que leí en inglés cuando estuve en Estados Unidos. Era salir de la experiencia humana. Salir de la galaxia y entrar en otra experiencia más allá de lo humano. Otro voltaje en la sangre. En la cultura de mi generación era lo más parecido a la religión que teníamos.

En muchas culturas, igual que el LSD supuso para tu generación, existen sustancias y plantas a las que se asocian con la trascendencia, con lo espiritual. Y hay muchos autores que asocian las primeras prácticas de ciertas religiones con el consumo de estas plantas. Tú, por ejemplo, que empezaste cantando en el coro de los curas de tu colegio, ¿llegaste alguna vez a tener una especie de epifanía espiritual dentro de la religión católica?

Para mí la religión católica nunca supuso un tipo de epifanía. En ningún momento me produjo un sentimiento de epifanía ni de trascendencia. Mi primera experiencia de trascendencia y espiritualidad fue con el tripi. Yo leí; estaba muy en sintonía con ese sentimiento de acercamiento a experiencias trascendentes a través de ciertas drogas, plantas y sustancias. El tripi, claro, el mezcalito, el peyote… Seguramente, el cristianismo en sus orígenes habría sido un camino también para la trascendencia. Pero hacía muchos siglos que ya no era una puerta para la trascendencia ni nada parecido.

Ahora todo esto ha cambiado y en los últimos años la percepción social sobre las drogas psicodélicas ha dado un giro radical con respecto a las épocas que tú viviste, cuando Nixon, desde Estados Unidos, prohíbe su uso. En la actualidad, la industria farmacéutica se ha sumado sin disimulo a la carrera de producción de medicamentos inspirados en estas sustancias psicodélicas por su evidente potencial terapéutico, intentando controlar la producción y el derecho de distribución y uso de estos fármacos.

Yo lo vería así: de igual manera que la religión pudo tener su momento de epifanía sobre lo que tiene que ver con la compasión humana y cosas por el estilo hace muchos siglos, cuando todo eso, que tiene que ver con la experiencia humana, personal y comunitaria, se va transformando en una institución que quiere abarcar y controlar todo el planeta, como le sucedió a la Iglesia católica, el espíritu pierde totalmente su valor y se transforma en otra cosa. Una cosa que tiene más que ver con el poder y el control que con la compasión y la trascendencia. Y eso mismo pasó con los tripis. En un principio, la experiencia con el LSD era completamente personal. No había un centro, una institución. No existía la religión de los tripis. El tripi te enseñaba cosas de ti mismo, no te introducía en un credo. Tú sabes perfectamente que había gente a quien le enseñaba cosas de sí mismos que no eran precisamente agradables y te metía en pesadillas y viajes de terror.

Un adicto potencial

“Si hubiera sido un tío grande y fuerte, creo que me hubiera hecho adicto a todas las drogas”

¿Cuál es tu posición sobre el tema legal en relación con las drogas? ¿Harías distinciones con respecto a ellas? En cuanto al cannabis, del que va a aprobarse por ley en España su uso exclusivamente médico, es decir, que las farmacéuticas extraigan componentes y sean ellas quienes los comercialicen para tratamiento compasivo del dolor, ¿debería despenalizarse su cultivo y comercialización completamente?

Está claro que se suministran mediante receta en farmacia drogas muy potentes y potencialmente peligrosas. También está claro que legalizar las drogas y dejar su control médico en manos de los estados, quitándoselo a las mafias, es una tarea muy difícil. El tráfico ilegal de drogas mueve tanto dinero que es capaz de corromper todas las prevenciones.

Antes hablabas de los malos viajes. ¿Alguna vez los has tenido?

No, yo no los he tenido nunca. Pero sí he conocido a gente que los ha tenido y ha dejado de tomar. Durante esos años previos a Veneno y luego de Veneno, unos diez años en total, me habré tomado entre sesenta y cien tripis. Pero hubo un momento en que dejé de tomar. Sentí que ya me habían enseñado todo lo que podían enseñarme. Y después de haber viajado por las galaxias, las más cercanas y las más lejanas, sentí que no podía ya ir más allá.

Estábamos con la transformación del espíritu original del mundo psicodélico…

Para mí es un ejemplo más de cómo todo lo humano se sustenta en una dicotomía: todo aquello que triunfa y tienen éxito, tarde o temprano se corrompe y se pervierte. Pero, insisto, creo que no tendrá éxito el uso del tripi a nivel de control global. Precisamente por eso, porque las experiencias que procura son absolutamente individuales. Los porros, en cambio, son una especie de medicina amortiguadora. Sí, te hacen reír. Creo que sería más sencillo hacer una iglesia de los porros. Pero de los tripis, creo que no.

Centrémonos…

Lo que quiero decirte es que la creación de los reductos de libertad, esas personas que queremos estar pendientes y atentos a no ser un borrego más, cada vez está más claro que todo eso debe venir de abajo arriba. A nivel individual o en pequeños grupos con afiliaciones comunes personales. Por eso está claro que la psilocibina que quieren fabricar y te quieren vender esos mismos grupos farmacéuticos hartos de vender sustancias, ansiolíticos y opiáceos que están matando a la gente en Estados Unidos, no procurarán esa experiencia iniciática de la que hablamos. Esa experiencia iniciática debe basarse en la confianza depositada en una persona o un amigo que sepa acompañarte, no en la confianza en una institución médica que tampoco es que nos dé mucha confianza.

Me contaba una vez un antropólogo muy versado en el uso de sustancias enteogénicas que, durante una estadía de investigación con los indios yanomamis, quiso ganarse su confianza para que le dejaran participar en sus rituales con yagé (ayahuasca), pero estos se mostraban reticentes. Así que un día le dio un tripi a un chamán y le dijo que esa era la planta de su tribu. Tras probarla el chamán, le dijo que ahora sí podían invitarle porque su sellito también tenía dentro al espíritu. ¿Cómo han sido tus experiencias místicas?

La trascendencia para mí es salir física y eléctricamente de tu campo de acción. ¿Por qué tienen el espíritu dentro tanto el tripi como la ayahuasca de los indios? Por eso mismo, porque no deja de ser una cosa individual, que procura una experiencia individual. No lo viven como una droga en el sentido de que te dé energía, relax o risa, aunque lo haga como efecto secundario. No, no. No te está dando nada. Te está abriendo puertas, cambiando el voltaje de tu propio cuerpo y ofreciéndote llegar a sitios que de otra manera no podrías llegar. Es decir, una experiencia de sobrepasar los límites. Pero no conecto yo con la idea de lo trascendente en el sentido místico del término.

En el encuentro que tuvimos dentro del ciclo La Música Contada te definías como seguidor de Spinoza.

Creo en la fe y en el espíritu. Pero no en los espíritus. Creo en el espíritu como una fuerza positiva que yo pongo en la mesa para darnos ánimo.

¿Y cómo es tu relación con la muerte?, ¿te ayudaron las drogas?

Siempre he tenido un sentimiento de la vida y de la muerte muy parecido. Y creo que eso no se lo debo a las drogas. Ese sentimiento lo coges tú de chico desde la infancia.

Honguitos, ayahuasca, iboga… ¿Has tomado alguna de estas?

Las dos últimas, no. Ni ganas. Sí, hay una gente del norte que de vez en cuando me pasa honguitos. Y me gustan. Tomo poquito. En mi experiencia, ahí no hay viaje. Es verdad que tomo muy poquito y que dicen que con grandes dosis es similar al tripi, pero yo no lo he hecho.

¿Eres entonces un consumidor contenido, frugal?

Es lo que el cuerpo aguante. En realidad, creo que tengo dentro el potencial de ser bastante adicto. Pero como soy y me veo bastante canijo y endeble, creo que por prudencia no me he hecho más drogadicto. Si hubiera sido un tío grande y fuerte, a veces lo pienso, me hubiese hecho adicto a todas las drogas [ríe].

Potro de rabia y miel

Imagen tomada en Tavira durante la grabación del videoclip “Dice la gente".
Imagen tomada en Tavira durante la grabación del videoclip “Dice la gente", 2010.

Vamos a hablar de otras drogas. Los narcóticos y opiáceos. Y tenemos que tocar el tema de uno de tus ídolos, Camarón. Uno de los artistas con más aura que han existido.

A Camarón la heroína le minó la vida. Lo de Camarón lo veo como que le cogió la oleada de heroína en los arrabales, y en las casas de gitanos estaba el caballo en el noventa por ciento de ellas. Eso que has dicho del aura que tenía, el poder que tenía José, ese espíritu que te llevaba a sitios donde no te llevaba nadie, eso le convirtió también en mártir. Su figura inspiraba tal devoción que había gente que peregrinaba para que sanara a sus hijos. Y eso era un peso muy grande para un ser humano, por grandísimo artista que fuese, que lo era. Y creo que ahí también descansa esa necesidad que tuvo de escapar de esa presión. La heroína cerca y cierta necesidad de escapar de su propio peso dentro de su comunidad fue un cóctel terrible. Ser un dios entre los gitanos es algo muy difícil de sustentar. La vida es muy complicada con tantos vericuetos como tiene.

¿Y a ti no te hizo tilín ese caballo?

A la heroína siempre le he tenido mucho miedo. Lo mismo que te contaba que no me hacían efecto los primeros porros, yo tomé heroína una vez, la esnifé –ojo, que yo no me meto una aguja ni loco– e inmediatamente me mareé y me tiré al suelo y me concentré en que no me hiciera efecto. Me emperré en no dejarme llevar porque yo no quería, no quería sucumbir a aquello. Pasaron un par de horas y se me quitó un poco el muermo y me apreté yo conmigo mismo para que no me gustara.

¿Y la cocaína? Me contó una vez Escohotado que era la única droga que para su trabajo como escritor no le ofreció nunca nada. Decía que mientras escribía bajo los efectos de la coca se creía un genio y que al día siguiente leía lo escrito y que todo era vacío, lleno de lugares comunes.

Me parece que la cocaína es simplemente una fuente de energía. Para un camionero que lleva veinte horas trabajando y no tiene otra cosa, le puede ayudar a terminar su trabajo. Es el recurso energético extremo, que no debería usarse como tal, pero que puede servir para ciertos casos límite. Por lo demás, es una droga que para la música no vale. Te tensa, te saca el espíritu, como tú dices. Para la música es mucho mejor un yonqui que un cocainómano. A mí Escohotado siempre me pareció un tipo muy interesante, leí su libro de las drogas que fue un referente para muchos. Luego ya al final de su vida algunas de sus posiciones políticas tuvieron su guasa y polémica, pero sin duda alguna fue muy interesante.

¿Has probado la ayahuasca?

No, no la he tomado ni tengo mucho interés, la verdad.

Y qué has aprendido de las drogas, que fue uno de los libritos de Escota.

Lo principal: que te abren la percepción.

Canciones de amor y droga

En Tarifa, durante la grabación del disco Punta Paloma, 1997.
En Tarifa, durante la grabación del disco Punta Paloma, 1997. Foto de Tato Olivas.

Vamos a una de tus canciones himno, “Volando voy”, que compusiste para Camarón en La leyenda del tiempo. Es un maravilloso canto a la vida y a la libertad. Pero si la miramos de cerca en el contexto de esta conversación, puede ser el “Lucy in the Sky with Diamonds” de los Beatles pero con la marihuana. Eso que decías de estar todo el día emporrao: “Volando voy, volando vengo / Por el camino, yo me entretengo…”. Y eso de la flor de la noche pa quien la merece, aunque supongo que tiene un espíritu más sexual, puede ser también la flor del cannabis.

Bueno, sí. Ahora que lo dices, puede estar ahí [ríe]. Pero no dejan de ser expresiones de uso popular, aunque la letra sea mía. Y quizás inspiradas por el espíritu de la época, que nos hacía sentir que había que vivir la vida más rápida, a más velocidad, como el toque de Paco de Lucía. Pero también con esa idea de películas de la época como aquella sobre los quinquis de extrarradio que hizo Saura…

Deprisa, deprisa.

Sí, esa. Las canciones que funcionan lo hacen en muchos sentidos. Cualquiera puede pillarles un significado particular.

¿Por qué no me haces una playlist de canciones de droga que te gusten?

Mira, “Lucy in the Sky with Diamonds” y “Strawberry Fields Forever”, de los Beatles, para mi tienen conexión con el LSD. “Cocaine”, de J.J. Cale, obviamente, con la cocaína. “Wild Horses” (Rolling Stones) y “Me quedo contigo” (Los Chunguitos) son para mí buenas canciones de heroína. La marihuana ha dado muchas canciones. Voy a destacarte “Mr. Tambourine Man” (Bob Dylan), “Sugar Man” (Sixto Rodríguez), “Natty Dread”, de Bob Marley, y otras muchas suyas. Y “El último trago”, de Chavela Vargas, sobre el alcohol.

Buena lista.

Pero también me gustaría mencionar que hay muchas canciones que parecen de amor y en realidad son de droga.

Este año se cumplen treinta de Échate un cantecito y te van a hacer un documental al respecto. Y hace cuarenta y cinco del disco de Veneno [del que también hizo en el 2007 un documental, Dame Veneno, Pedro Barbadillo]. Pocos músicos, al menos en nuestro país, tienen dos obras que aparecen siempre en el top ten de los discos más influyentes del pop español de la historia. Eso, ¿cómo lo percibes?, ¿orgullo?, ¿sensación del deber cumplido? o, como en el último disco, ¿te destapas diciendo que lo que tienes es hambre? ¿Hay algún momento donde el artista calma sus ansias?

Es que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Yo tengo ansias de hacer las cosas que ahora me rondan y que nunca han dejado todavía de rondarme. Lo que siento con estos discos es una satisfacción enorme de haberlo podido hacer, porque sigo cantando las canciones de esos discos.

La rama de Barcelona / està molt bona, està molt bona / La rama de Sabadell / que està molt bé, que està molt bé / Qué mareo / Que ya no sé ni lo que veo (…)”. Son versos de “La rama de Barcelona (Dice la gente, 2010), que ha sido tu principal canción dedicada a la marihuana.

Tiene que ver con el auge y el apoyo a la época del autocultivo y los clubes cannábicos. Cuando venían los legionarios con la marihuana le llamaban la rama. Y por eso el título.

¿Y tú has cultivado alguna vez?

Hombre, claro. Yo tengo mis plantitas.

¿Y tienes espíritu jardinero o eres más bien contemplador?

Me gusta mucho contemplar mi jardín. Y ver eso de las hojas y las ramas azotadas por el viento, me gustan mucho los árboles… Tengo unos árboles y unas plantas muy guapas. Y una huerta. Pero el jardín tiene mucha faena…

¿Qué tiene la música que hace que los corazones más rudos se ablanden y la gente más apalancada se lance a bailar y a cantar?

Pues que tiene una potencia de comunicación extraordinaria y crea una onda expansiva que llega a todos: una de las grandes maravillas de la cultura humana, de las aportaciones buenas de verdad, una de las más importantes que hemos hecho las personas a este mundo.

¿Te consideras afortunado por tener el don de poder usarla?

Claro que sí. Me considero afortunado y bendecido. Vivir buscando armonías en lo que haces y ritmos nuevos para poder vivir es una de las cosas guapas de verdad de la vida.

Coda final con misterio

Hambre (2021);

Háblame de “La leyenda del tiempo. Tú compusiste para Camarón ese tema basado en unos versos de la obra teatral de García Lorca Así que pasen cinco años. Eso de “el sueño va sobre el tiempo flotando como un velero / nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño…”. Es un texto muy triposo también.

Ese texto hay que entenderlo en el contexto de la obra original de Lorca. Yo no creo que hable del viaje místico. Habla más de los efectos del tiempo en las emociones de los seres humanos. De lo que pudo ser y lo que no pudo haber sido. Pero también es muy misterioso y muy mágico. Tiene una intensidad poética especial y crea un campo magnético asombroso. Es un texto misterioso en una obra aún más misteriosa.

Una frase de Federico en un dibujo decía: “Solo el misterio nos hace vivir, solo el misterio”… ¿Qué es para ti el misterio?

El misterio es no saber. Estamos viviendo en una sociedad de la información y del conocimiento. Y el misterio nos cambia la categoría. De pronto, lo importante es no saber. Y… Ehhh…

¿…?

Es que me está haciendo un poco de efecto el porro, Héctor… ¿Por dónde iba?

Estábamos hablando del misterio.

Eso. El misterio es no saber. Y eso es muy necesario. Y ese no saber te da siempre un punto de proyección hacia delante. Y esa cultura es también individual. El misterio no se puede enseñar desde un púlpito, hay que experimentarlo personalmente. Si queremos hacer algo las personas por nuestro entorno antes de que esto se extinga… ¿Se extingua?

¿Dime?

No, que creo que deberíamos ponerle una u al verbo y decir mejor “se extingua”…

[…]

Pues eso, que es la única revolución que podemos hacer los humanos. Una revolución personal, uno a uno. Ir hacia lo que no sabemos.

Estamos acabando. Imagino que las búsquedas de libertad individual y de autoconocimiento que tenía aquel muchacho de dieciocho años que flipó una noche en Estocolmo con su primer tripi eran tus búsquedas de entonces. Pero hablando hoy con el señor Kiko Veneno de setenta años, que ha sido en los últimos años casi un chamán, un guía para las generaciones más jóvenes, ¿cuáles serían las búsquedas que te quedan por hacer?

Es difícil decir. Lo más importante es darte cuenta de lo muchísimo que ha cambiado todo en esos años. Desde los anhelos del chaval en aquella época o del joven que vivió el fin de la dictadura y las necesidades sociales de libertad y de acceder a la democracia, hasta nuestros días ha cambiado tanto la vida en los aspectos tecnológicos, de compartimentación social, de distribución, de publicidad, propaganda, que han generado un sistema radicalmente diferente y que además cambia contantemente a una velocidad extraordinaria. Y ahí yo me conformo con ir viendo lo que está pasando. Pero me siento incapaz de hacer un vaticinio sobre a dónde nos llevará lo que está ocurriendo, de verdad. Más allá de seguir teniendo ganas de cantar y poder seguir haciendo canciones…, poco más. Es muy difícil saber dónde se encuentra la posibilidad de darle la vuelta ahora a esto de alguna manera.

En los sesenta y setenta los músicos se implicaban en la paz. ¿Crees que los músicos de ahora se implican lo suficiente en la crisis medioambiental y climática de nuestro planeta?

Sí creo que se empieza a ver cada vez más presencia de la defensa de nuestro planeta en canciones actuales. Pero es verdad también que no de una manera muy rotunda. Lo que pasa es que el sistema de distribución de las obras está hecho de tal manera que no se logra que el mensaje llegue como tiene que llegar para que ayude a producirse ese cambio de mentalidad que necesita la humanidad para poderse salvar. Si reducimos el mensaje de hace dos mil años antes de Cristo a un titular sería alcanzar la concordia para respetarnos los unos a los otros. Pero, quillo, la verdad es que todavía no conseguimos dejar de matarnos.

 

Una tableta de costo como sacramento del pop gitano-payo

La primera vez que un disco hecho y producido en España llevaba a su portada una reivindicación del cannabis fue el 1977. Fue el primer disco que grabó José María López Sanfeliu, un “catalán fino” hijo de Guardia Civil que nació en Figueres pero poco tiempo después acabó en Sevilla. Ya le llamaban Kiko Veneno. Ese alias sirvió para darle nombre al grupo y al disco. Un catalán criado en Sevilla, jipi, de grandes melenas y bigote a lo Zappa, con veintipocos años, adorador de Bob Dylan, se había juntado con dos hermanos gitanos muy jóvenes del barrio de las 3000 Viviendas, Raimundo y Rafael Amador, y se habían enseñado mutuamente el flamenco y el blues eléctrico. Vendieron –eso dice la compañía– pocos discos, y eso que lo editaron en la CBS, la misma que sacaba discos de Dylan, Santana y Simon and Garfunkel, aunque lo que en ese disco se escuchaba no se había oído jamás en castellano. Blues progresivo aflamencado hecho entre payos y flamencos que reivindicaba el surrealismo en las letras de Kiko y que celebraba el hachís de una manera inequívoca. Aunque la primera portada del disco fue censurada y cambiada por un primer plano de lo que parecía ser una postura de polen con el nombre Veneno grabado, a los treinta años de aquello se reeditó la edición original, con su hojilla de prensa firmada por Diego Manrique. Hace unas semanas se vendía uno de los pocos originales que se distribuyó a la prensa en su día por trescientos cincuenta pavos en Todocoleccion. Aún puedes encontrar por seiscientos euros otro en la misma web de coleccionistas.

Ricardo Pachón, productor del disco, contaba: “Mandé fabricar un hierro con las letras de Veneno y las grabamos a fuego sobre una tableta de hachís. La portada era un papel de plata con la piedra, pero esa portada se tuvo que retirar”. Y en su blog El Mundano, Adrián Vogel, que entonces trabajaba en CBS, cuenta como Tomás Muñoz, presidente de la compañía, vio la portada y llamó a su despacho a Santi Monforte, director gráfico del sello, para preguntarle si creía posible llevar aquello a las tiendas. Monforte contestó: “No hay problema. Verá usted que pone Veneno. Lo que quieren decir es que el hachís es muy malo”. Su respuesta, obviamente, no convenció al boss. Pero como varias veces han confesado Raimundo y Kiko, no fue la censura la que impidió el vuelo de aquel disco, sino la vergüenza que le produjo a CBS aquel grupillo de jipis y gitanos. Rafael Amador llegó a pensar que lo mismo era verdad y aquel disco no valía un duro. “O es una mierda como una casa o una genialidad”, dijo un ejecutivo de CBS al escuchar por primera vez aquel sonido.

Aquella colección de siete canciones que este cronista púber de colegio de curas, cubierto de granos, escuchó por vez primera en un transistor desde la voz de Carlos Tena anunciando un san José de Arimatea que dejó la radio en el suelo y se puso a bailar, no se parecía a nada que se hubiese escuchado antes. Pachón cuenta que, tras un primer día de grabación improductivo en Madrid, mandó a la basca no esencial del estudio a su casa y preparó para los músicos un tecito con gotitas de LSD. “No he visto nunca mayor productividad que la del ácido lisérgico”, decía socarrón el productor. Esa noche, el disco estaba listo. Cuarenta y cinco años después aquella canción de costo y fuego protagonizada por ratitas divinas y otros animales, un abanico de cristal, un sombrero roto, una muchachita que notaba que la miraban unos muchachitos y no sabía si a ella o a su culito, unas mangueras de las que había que apartar el corazón y toda clase de delincuentes que a veces comían en frío y otras en caliente, es considerada una obra maestra, siempre ranqueada entre los tres mejores discos de la historia del pop español, cuando no el primero. No hizo falta que se viese el hachís de la portada. Como Kiko cantaría años después en su preciosa y mística canción a lo San Juan de la Cruz del disco Punta Paloma, “lo llevaban dentro”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #299

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