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Susurros del más acá

La música del diablo

Ilustración - Susurros del más acá
Ilustración: Cristóbal Fortúnez

En la década de los años sesenta del siglo pasado muchas casas discográficas tenían una figura conocida como ojeador, que enviaban al sur de Estados Unidos en busca de antiguos bluesman que todavía estuvieran vivos; algo que refleja Robert Crumb en una divertida historieta. Era algo curioso porque, anteriormente a esta época, el blues era una música denostada, conocida como “música del diablo”, solo consumida por negros. De hecho, se hicieron campañas como la famosa “Don’t buy negro records” (‘No compréis discos de negratas’). Pocos tienen consciencia de que sin el blues no existiría el rock and roll. 

En una época anterior, John H. Hammond había descubierto al genial Robert Johnson, al que le grabaría en una habitación barata de un motel sus treinta y seis bluses, una insuperable obra maestra. John H. Hammond, un hombre de gusto, descubriría también posteriormente a Bob Dylan. 

El auge del blues de los años sesenta fue propiciado paradójicamente por músicos ingleses como los Rolling Stones, Cream o John Mayall, entre otros. Cuenta Eric Clapton que, en su juventud, un día puso un par de bocadillos en una mochila y se dirigió a Londres para ver actuar a los legendarios reyes del blues eléctrico Muddy Waters y Howlin’ Wolf. Durmió en un banco de la estación de tren Victoria, pues solo tenía dinero para la entrada. Cuando vio salir al escenario a sus héroes musicales, vestidos con trajes de seda, con una imagen entre el gánster y el chamán, arrancando con “Hoochie Coochie Man”, se le saltaron las lágrimas de emoción. Lo que casi me ocurrió a mí cuando era adolescente y leí en el Melody Maker una carta del mítico bluesman Skip James en que agradecía haber podido pagar las facturas del hospital gracias a los royalties de “I’m so glad”, versionada por los Cream. 

Los Rolling Stones, cuando giraron por primera vez en Estados Unidos, acudieron a la mítica casa Chess, dirigida por dos hermanos polacos, Leonard Chess y Phil Chess, que editó el mejor blues eléctrico de la época. Al llegar vieron a un hombre de color que estaba pintando la fachada y le preguntaron si había alguna posibilidad de conocer a Muddy Waters, uno de cuyos temas había dado nombre a la banda. Este les respondió que él era Muddy Waters y que complementaba su vida de músico con la de pintor de brocha gorda. Lo que me recuerda la ocasión en que Frank Zappa formaba parte del cartel de un festival de jazz en el que también actuaba el mítico Duke Ellington. Zappa acudió nervioso al camerino del genial jazzman. Cuando Duke le abrió la puerta, Frank Zappa lo abrumó con sus elogios. Duke Ellington le dijo: “Esto está muy bien, Zappa, pero ¿podrías prestarme cincuenta pavos?”. 

Posiblemente el músico que influyó más en los bluesman rostropálidos fue el gran Robert Johnson, muerto muy joven en extrañas circunstancias, del que también era devoto Bob Dylan (un disco de Robert Johnson aparece en la portada de Bringing It All Back Home, su primera incursión eléctrica). 

Eric Clapton acabaría grabando la obra completa de Robert Johnson, pero sus versiones palidecen ante el original. Otro fue el caso de Peter Green, un músico que formó parte de lo que se conocía como acid casualty, tocado por su uso exagerado de psiquedélicos, cuyas versiones de Robert Johnson son tan inquietantes como el original, y aún más cuando interviene al piano otro “loco” como el inconmensurable Dr. John. 
Uno de los bluesman rescatados en los años sesenta, como el gran Son House, fue el fino, sutil y sensible Mississippi John Hurt. Se cuenta que en una ocasión actuó en la Universidad de Chicago. Al acabar su actuación la persona que lo había llevado hasta allí le dio un talón bancario de la Universidad de Chicago. Mississippi John Hurt se quedó mirando a quien lo había apadrinado y le dijo si podía darle un talón suyo. El muchacho, perplejo, le dijo: “Este es de la Universidad de Chicago.” A lo que Mississippi John Hurt replicó: “Sí, pero a usted lo conozco”. 
Como dice el refrán: unos llevan la fama, y otros cardan la lana. 
 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #253

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