Recientemente, mi amigo y deadhead Óscar me hizo llegar las actuaciones del batería de los Grateful Dead, Bill Kreutzmann, celebrando su setenta y cinco aniversario en Mahalo, Hawái, acompañado de unos grandes músicos que se sumergieron en el canon de los Dead con entusiasmo, creando las condiciones mediante su música para transformar nuestras consciencias, que fue siempre la base del éxito de los Grateful Dead, hasta la muerte de Jerry Garcia en 1995.
Hace poco también recibí el último y excelente Dave’s Pick, serie que recoge actuaciones de varias épocas de los Dead. Una auténtica maravilla que me hizo reflexionar sobre las razones de que un grupo nacido hacia 1965 siga teniendo el cariño y el respeto de tantos seguidores.
En sus inicios, los Dead eran los músicos de los acid test de Ken Kesey, que de una forma algo salvaje y confusa eran dignos herederos, vía pillastre, de los misterios de Eleusis. Los Grateful Dead son algo más que un conjunto de música, como puedan ser los Rolling Stones; son una suerte de chamanes que mantuvieron desplegada la bandera psiquedélica hasta nuestros días. Crearon una especie de pasillo espiritual donde se refugiaron todos aquellos que creían en la colaboración sobre la competitividad y mantenían los ideales contraculturales.
Nunca hubo un grupo tan inspirado, con las excelentes letras de Robert Hunter y las increíbles exploraciones psiquedélicas de unos músicos insuperables que crearon un estilo y una forma de hacer, hoy recorrido por cientos de grupos con músicos de varias generaciones.
Los Grateful Dead grabaron todos sus conciertos, más de tres mil, por lo que no te los puedes acabar nunca. Los seguidores no se ponen de acuerdo sobre cuál fue la mejor época de los Dead. Recomiendo para iniciarse los setenta y dos cedés de la gira Europa del 72: una maravilla. Concuerdo en que la mejor época va de 1970 al 1977, sin desmerecer otras décadas. Tal vez se deba a que en la década de los setenta la gente seguía luchando por un cambio social y los Grateful Dead se convirtieron en la banda sonora de dicha lucha. Existen periodos menos intensos debido a la situación de salud de Jerry Garcia, pero todos los conciertos, de cualquier periodo, contienen joyas y momentos inspirados.
Los seguidores de los Grateful Dead, los deadheads, constituyen una familia peculiar que han sabido mantener el espíritu original del Summer of Love y todas sus premisas revolucionarias, algo hoy en día impensable en otros contextos en que la música es simplemente un negocio.
Los Grateful Dead nos recuerdan y pretenden, en cierta medida, conservar aquel universo en el que la música todavía no era una industria sino algo que unía a las personas en una meta común. Supieron eliminar la frontera entre músicos y supuesto público. Auténticos chamanes del sonido, como he dicho, crearon una suerte de misterios de Eleusis que prometían la libertad más absoluta, el anarquismo auténtico.
La historia de los Grateful Dead es algo singular. Su grandeza es que constituye un espacio que se formó espontáneamente sin líderes ni políticos payasos. Es algo que conectó con la gente de una forma directa sin pretender conquistar sus bolsillos. La mayoría de la música de los Dead está al alcance de todos de forma libre y gratuita.
El 19 de octubre de 1981, los Grateful Dead actuaron en el Palacio de los Deportes de Barcelona. Entre el grupo de personas que acudieron a la llamada estaban Moisés, Alejandro, Óscar y un servidor. Por aquel entonces no nos conocíamos, pero posteriormente trenzamos una amistad inquebrantable propiciada por nuestro amor a la música de los Grateful Dead y a unas ideas que no han caducado.
¡Larga vida a los muertos!