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Los partidos políticos están prohibidos en Cherán, un pueblo de veinte mil habitantes en el mexicano Estado de Michoacán. Cuando algún candidato se acerca e intenta hacer campaña, los guardias comunitarios le invitan a abandonar el pueblo o, de lo contrario, serán encarcelados por el delito de “violentar la paz social”. En el 2011, un grupo de vecinos encabezado por mujeres se levantó en armas para combatir al crimen organizado que se había asentado en el pueblo. De paso, desterraron también a sus corruptos políticos y policías, que durante tres años permitieron a los sicarios campar a sus anchas.

Los partidos políticos están prohibidos en Cherán, un pueblo de veinte mil habitantes en el mexicano Estado de Michoacán. Cuando algún candidato se acerca e intenta hacer campaña, los guardias comunitarios le invitan a abandonar el pueblo o, de lo contrario, serán encarcelados por el delito de “violentar la paz social”. En el 2011, un grupo de vecinos encabezado por mujeres se levantó en armas para combatir al crimen organizado que se había asentado en el pueblo. De paso, desterraron también a sus corruptos políticos y policías, que durante tres años permitieron a los sicarios campar a sus anchas.

Desde entonces, este pueblo, donde viven sobre todo indígenas purépechas, se rige a través de asambleas y del autogobierno. Tiene su propia policía comunitaria y un sistema de justicia; aseguran que en los últimos seis años los delitos han bajado considerablemente. Que se acabaron los secuestros y las extorsiones y que apenas hay asesinatos. No siempre fue así.

Los Caballeros Templarios llegaron a Cherán en el 2008. Este cártel, que dice inspirarse en el código de conducta de los caballeros medievales, es uno de los más brutales que existen en México. Además de traficar suelen extorsionar a los empresarios locales, cometer secuestros y ejecuciones solo por diversión. En Cherán vieron un gran negocio en el bosque de diecisiete mil hectáreas que lo rodean –y que los purépechas consideran sagrado–. Los narcos empezaron a cortar árboles y a asesinar a campesinos que simplemente se encontraban por el bosque en el momento equivocado. Se calcula que en tres años acabaron con más de la mitad del bosque, unas diez mil hectáreas. Fueron las mujeres del pueblo las que organizaron a la población para levantarse en armas. El 15 de abril de 2011 detuvieron un camión con árboles recién cortados y estuvieron a punto de linchar a sus ocupantes. El alcalde y la policía intentaron liberar a sus compinches y por ello también fueron expulsados del pueblo.

En la carretera por la que se entra y sale de Cherán los vecinos han colocado retenes. Todo el que entra revisan que no tenga armas o propaganda política. Incluso una pegatina del PRI en el parachoques hace que se les impida el paso. Sus vecinos dicen que desde hace seis años se puede salir a caminar a la calle a cualquier hora. El pueblo lo gobierna un concejo elegido por representantes de los cinco distritos del pueblo. En 2015, cuando se celebraron las elecciones para el Congreso, el Instituto Electoral intentó poner urnas para las elecciones. Al final desistió porque el concejo había decidido que no querían más partidos. Nadie los molesta desde entonces.

El médico caudillo

El de Cherán es el caso más exitoso de autodefensa, aunque, tristemente, estos grupos paramilitares han tenido que proliferar en decenas de pueblos. En el 2013, dos pueblos michoacanos (La Ruana y Tepalcatepec) se levantaron en armas contra los Templarios. Hipólito Mora, un agricultor limonero de la Ruana, ha narrado que los sicarios se apropiaron de sus tierras y solo le dejaban recoger la cosecha determinados días de la semana. Así no podía vivir. No se puede decir que el 24 de febrero de 2013 tomó las armas, dado que desde joven llevaba pistola, pero ese día se puso un chaleco antibalas, una metralleta y salió con sus vecinos decididos a combatir contra los narcos.

Poco antes de su alzamiento habló con José Manuel Mireles, un médico de Tepalcatepec que había quedado horrorizado al ver a los narcos cortar las cabezas de sus vecinos, mismas de las que guarda fotos en el móvil, que enseña sin pudor a quien le pregunta por los motivos que le llevaron a empuñar las armas. El mismo día que La Ruana, el 24 de febrero, también se puso un chaleco antibalas y después de tres semanas de combate lograron echar a los narcos de Tepalcatepec. Mireles se convirtió en el portavoz del movimiento y en el comandante en jefe de un ejército de campesinos que llegó a tener veinticinco mil hombres. Entre 2013 y 2014 lograron arrebatar el control de treinta y seis pueblos de manos del crimen organizado. En enero del 2014, Mireles sufrió un accidente de avión del que sobrevivió, aunque él asegura que fue un atentado.

Las mujeres se levantaron en armas para combatir al crimen organizado, desterraron a políticos y policías, y, desde entonces, este pueblo de indígenas purépechas se rige a través de asambleas

Su ausencia fue letal para las autodefensas, que quedaron al mando de un ser gris y mediocre apodado Papá Pitufo. El movimiento degeneró rápidamente. En Tierra de cárteles, un documental imprescindible para entender el fenómeno del narcotráfico en Michoacán, se ve a Papá Pitufo asegurando que no se meterán más a robar a las casas y en la siguiente escena el propio líder encabeza el hurto. El gobierno, alarmado por la situación, decidió enviar al Ejército para desarmarlos. En mayo de ese año les dieron un ultimátum para que se integraran al sistema: si querían seguir armados debían apuntarse a un cuerpo de Guardias Rurales, les darían mejores armas y podrían seguir protegiendo sus pueblos. Las autodefensas se dividieron: la gente de Papá Pitufo aceptó. Mireles defendía que el gobierno no era de fiar, entre muchas otras cosas porque no había puesto el mismo empeño en encarcelar a los principales líderes de los Caballeros Templarios que en acabar con su movimiento.

Del admirable espíritu que inspiró a las autodefensas solo quedó el recuerdo. Muchos Templarios se infiltraron en el movimiento (para unirse bastaba con levantar la mano en asambleas improvisadas y automáticamente te daban una camiseta que te acreditaba como parte del grupo). Lo más descorazonador de Tierra de cárteles es ver a los autodefensas interrogando y torturando a presuntos Templarios. Al final del documental es difícil distinguir a unos de otros. Cuando se celebraba el tercer aniversario del nacimiento de las autodefensas, un amargado Hipólito Mora confesó a los periodistas: “No tengo nada que festejar, porque lo que iniciamos de una forma sana y limpia muchos lo echaron a perder; es una cochinada”. De hecho, las autodefensas han sido el germen del que nacieron al menos dos nuevos cárteles en la zona. El más fuerte se autodenomina Los Viagras, y controlan buena parte de Michoacán.

Mireles no se registró en las Guardias Rurales y se fue a esconder a la sierra. El gobierno mexicano le detuvo a los pocos meses, en junio del 2014, y pasó tres años preso, hasta mayo pasado. Al salir de la cárcel se encontró que “México está diez veces peor”, según declaró a El País, donde también explicó que el motivo de su detención es que “pisé dos callos, el del crimen organizado y el del Gobierno federal, y en ambos casos está involucrada la misma persona”. Dice haber abandonado las armas y que ahora buscará defender México desde la razón y la justicia. Con declaraciones así no está claro que vaya a estar libre mucho tiempo. O vivo.

La experiencia de las autodefensas mexicanas emula a la de las colombianas. Un grupo de vecinos tiene motivos legítimos para levantarse en armas, y al verse poderosos olvidan lo que les llevó ahí y se terminan convirtiendo en algo similar a lo que les llevó a rebelarse. En México, de momento, queda el ejemplo de Cherán, que seis años después sigue funcionando como un municipio autónomo. Quizás la clave es que allí no hay un caudillo como Mireles que cohesiona el movimiento. No hay un portavoz, son los vecinos que forman el concejo, quienes han podido mantener a Cherán como un faro de esperanza para los pueblos oprimidos por el narco.

Los paras colombianos
Los paras colombianos

En cinco décadas de guerra civil, Colombia ha visto doscientas veinte mil muertes, veinticinco mil desaparecidos, treinta mil secuestros y que cinco coma siete millones de personas hayan sido desplazadas de sus casas. Desde la década de los ochenta surgieron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), fundadas por los hermanos Castaño Gil para combatir a la guerrilla. Desde sus inicios se financiaron con dinero del narcotráfico y a través del secuestro y la extorsión. En los noventa formaron un grupo, Los Pepes, cuya única función era acabar con Pablo Escobar.

Aunque las AUC fueron desmovilizadas entre el 2003 y el 2006 (unas treinta mil personas entregaron las armas), no todos siguieron ese camino. Entre quienes no quisieron entregarlas nacieron seis cárteles y grupos de sicarios. Los paramilitares también infiltraron partidos políticos –dando lugar a la llamada parapolítica–. Carlos Castaño, en su libro autobiográfico, explicó que había un grupo de seis notables que asesoraban a las AUC, entre los que estaban altos funcionarios gubernamentales y el obispo Duarte Cancino, asesinado en el 2002.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #236

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