El narco que quería pagar la deuda de México
Unos ciento cincuenta hombres armados atracaron la casa de Consuelo Loera, la madre del Chapo Guzmán, en junio pasado. El comando cortó las líneas telefónicas, robó dos coches y tres motocicletas y asesinó a entre tres y ocho personas (las cifras varían según el medio consultado).
Unos ciento cincuenta hombres armados atracaron la casa de Consuelo Loera, la madre del Chapo Guzmán, en junio pasado. El comando cortó las líneas telefónicas, robó dos coches y tres motocicletas y asesinó a entre tres y ocho personas (las cifras varían según el medio consultado). Doña Consuelo salió ilesa y escapó en avioneta. No ha regresado al pueblo, al igual que muchos pobladores, que temen otra incursión similar o que el Chapo, aún tras las rejas, tome represalias. Hay muchas incógnitas sobre la autoría del ataque, aunque una de las versiones más insistentes es que la ordenó Rafael Caro Quintero.
Rafael Caro Quintero es, con permiso del Chapo, el narcotraficante más famoso de México. Cuenta su leyenda que le ofreció a un presidente pagar la deuda externa del país (unos 80.000 millones de dólares) si le dejaban trabajar tranquilo. En la década de los setenta, junto a Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca, pusieron en marcha el cártel de Guadalajara, que fue el más poderoso de México y el embrión del que nacieron, en los años noventa, los cárteles de Sinaloa, Tijuana, Ciudad Juárez y el Golfo.
Fue detenido en 1985 y pasó preso veintiocho años hasta que, en el 2013, fue liberado sorpresivamente por un fallo procesal cuando todavía le quedaban doce años de condena. El Gobierno mexicano giró una nueva orden de captura, que de momento no se ha materializado, y se asume que vive en el Triángulo Dorado (el vértice que forman los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua), una escarpada zona donde se cultiva hierba y opio y en donde el narco campa a sus anchas. Según la revista Proceso, tras salir de prisión, Quintero se asoció con los enemigos del Chapo (los Zetas, los Beltrán Leyva y el cártel Jalisco Nueva Generación), e inició una guerra contra su antiguo amigo.
Caro Quintero nació en 1952 en el rancho de La Noria, muy cerca de donde también creció el Chapo. Quedó huérfano de padre a los trece años y se hizo cargo de sus doce hermanos. A los dieciocho empezó a trabajar como conductor de camiones en Culiacán, la capital de Sinaloa, en donde conoció a Ernesto Fonseca Carrillo, con quien empezó a cultivar y transportar maría. En esos años los narcos podían operar con total impunidad y Caro Quintero tenía fama de bocazas. Solía convocar a periodistas para dar entrevistas y le encantaba pagar para que le compusieran narcocorridos; hay unos doscientos según sus propios cálculos. Uno de los más famosos, el que le hicieron Los Invasores de Nuevo León, le describe así: “La fiera ya está enjaulada, pero se oyen los rugidos, allá por la madrugada, sus deseos serán cumplidos. Échense a huir la manada si se quieren quedar vivos”.
La primera caída de Caro Quintero se empezó a fraguar en 1984, cuando el Ejército mexicano entró en el rancho El Búfalo, una propiedad de mil hectáreas en Chihuahua, donde cuatro mil campesinos cultivaban marihuana bajo sus órdenes. Ese día los soldados decomisaron ocho mil toneladas de hierba valoradas en dos mil quinientos millones de dólares de la época. El Capo estaba furioso y perplejo. ¿Cómo se habían enterado de la existencia del rancho? Pronto averiguó que la DEA tenía agentes infiltrados en su cártel y su venganza no se hizo esperar.
Al mediodía del 7 de febrero de 1985, Enrique Camarena, el agente de la DEA que dio el chivatazo, salía del consulado estadounidense en Guadalajara cuando fue secuestrado por policías a sueldo de Caro Quintero. Lo llevaron al rancho El Búfalo, en donde lo torturaron durante treinta horas. “Le quemaron el pecho con colillas de cigarro. También le ponían pólvora sobre el pecho y le prendían fuego”, narró el agente de la DEA Héctor Berrellez, quien investigó el asesinato de su compañero y que escuchó las grabaciones que los verdugos hicieron del interrogatorio. El cuerpo mutilado y castrado de Camarena apareció un mes después, y los forenses descubrieron que le habían inyectado anfetaminas y otras drogas para mantenerlo despierto durante su calvario.
En 1984, el ejército entró en el rancho El Búfalo, donde cuatro mil campesinos cultivaban marihuana bajo sus órdenes. Fueron requisadas ocho mil toneladas de hierba valoradas en dos mil quinientos millones de dólares de la época
“Una verga que camina”
“Caro Quintero es una verga que camina, corre, sueña, se alimenta, vive”. El particular diagnóstico lo hizo una psiquiatra, Julia Sabido, que entrevistó al Capo en prisión. Caro tuvo ocho hijos: cuatro con su esposa y otros cuatro fuera del matrimonio. Tras el asesinato de Enrique Camarena, la DEA, el ejército y la policía mexicana le buscaban con ahínco, así que huyó a Centroamérica. Antes tuvo tiempo de secuestrar a una bella joven de la alta sociedad de Guadalajara: Sara Cosío Vidaurri, hija del ministro de Educación del Estado y sobrina del exgobernador y presidente del poderoso PRI (que gobernó México durante setentaiún años). Lo detuvieron el 4 de abril de 1985 en Puntarenas, Costa Rica. Los policías lo encontraron en la cama con la señorita Cosío y, según la leyenda, la dama declaró: “Yo no estoy secuestrada… Yo estoy enamorada de Caro Quintero”.
En veintiocho años el Capo conoció todas las cárceles de alta seguridad de México, en donde sobrevivió gracias al ejercicio. “Estoy hasta la madre de correr”, le confesó a un periodista en el 2009. J. Jesús Lemus fue otro reportero que estuvo encarcelado en la celda contigua a la de Quintero entre el 2008 y el 2011, y al ser liberado publicó Los Malditos, un libro sobre sus conversaciones con los reos más famosos con los que convivió. “Leía mucho en aquel tiempo de la cárcel –escribe Lemus sobre Caro Quintero–. Estaba estudiando la primaria. Me confesó que llevaba catorce años en segundo año de primaria. Pero me consta que la pudo terminar”. Un día le preguntó que por qué no jugaba al voleibol (un deporte que practicó durante sus primeras décadas de encierro y en el que, según los presos, era bastante bueno). El Capo le respondió: “No me gusta perder, por eso prefiero no jugar”.
Desde su liberación, en agosto del 2013, vive escondido y, según la prensa, ha intentado reconstruir su imperio. Quintero solía controlar la zona en la que ahora manda el Chapo, y pretendía transportar su mercancía sin pagar el derecho de piso. Por eso empezaron las fricciones. Tras el ataque a la casa de Consuelo Loera, Quintero salió de su escondite para darle una entrevista a Proceso, en la que rechazó las acusaciones y reconoció que se había visto con el Chapo y con el Mayo Zambada. “No sé nada de la madre del Chapo. No tengo problema con ningún cártel”. Asegura que solo quiere vivir en paz, algo difícil, dado que la DEA ofrece cinco millones de dólares por su cabeza. “Dejé de ser narcotraficante. No quiero saber nada de cuestiones ilícitas. ¿Usted cree que tengo ganas de regresar a la cárcel después de estar veintiocho años preso?”. La entrevista concluyó con una petición para que lo dejen tranquilo: “Ya no soy un peligro para la sociedad. Le pido perdón a la DEA, al Gobierno de Estados Unidos; no fue mi intención hacerles daño. Si algo hice mal, ya lo pagué, pero todos merecemos una segunda oportunidad”.
–¿Se tiene autoridad frente a los hijos estando aquí?
–Pienso que sí. Tuve suerte con ellos y quiero que se fijen en mí para que no se me descarrilen.
El diálogo sobre los retos de los narcos para criar a sus retoños lo sostuvo Caro Quintero con el periodista Julio Scherer en el 2009. Le contó que de los cuatro hijos que tiene con su esposa (tiene otros cuatro fuera del matrimonio) tres estaban terminando carreras universitarias, pero el más pequeño le daba problemas por gordo. “No hace un carajo de ejercicio. Pesa ciento y tantos kilos y traemos pleito porque no hace la dieta. Ayer le dije a mi esposa que le quitara el carro”.
El periodista insiste: “¿De veras tiene autoridad sobre sus hijos?”. Y el narco le cuenta que hace un par de años sus hijos pequeños le pidieron permiso para ir al rancho que tiene en Sinaloa. El Capo accedió, siempre y cuando hubieran aprobado todos sus exámenes. Cuando llegaron al rancho Quintero averiguó que habían suspendido cinco asignaturas, así que les ordenó visitarlo en prisión, donde les leyó la cartilla: “Como ustedes me echan mentiras yo también voy a ser cabrón. Me están engañando, los voy a chingar”. El castigo: enviarlos un año a un colegio militar “durísimo” en San Luis, Missouri.