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El rancho del terror

El rancho del terror

Rancho Izaguirre, un campo de entrenamiento y exterminio, donde los Guerreros Buscadores encontraron tres crematorios humanos.

Un grupo de familiares de víctimas entraron al Rancho Izaguirre, en donde presumen que había un campo de entrenamiento del cártel Jalisco Nueva Generación. También era un campo de exterminio, a juzgar por los cientos de zapatos y prendas de ropa que allí encontraron, y porque descubrieron seis fosas comunes repletas de fragmentos de huesos que, previamente, habían sido calcinados. 

En México, la violencia se ha convertido en un asunto cotidiano desde hace veinte años, cuando se declaró oficialmente la guerra al narcotráfico. Desde entonces, treinta mil personas son asesinadas cada año y en torno a ciento veinticuatro mil han desaparecido desde el 2006. Las noticias de asesinatos han dejado de sorprender a una sociedad acostumbrada a lo peor. Sin embargo, en marzo pasado, el macabro descubrimiento de un rancho en Teuchitlán, Jalisco, sacudió a la sociedad. Un grupo de familiares de víctimas, llamados Guerreros Buscadores, entraron al Rancho Izaguirre, en donde presumen que había un campo de entrenamiento del cártel Jalisco Nueva Generación. También era un campo de exterminio, a juzgar por los cientos de zapatos y prendas de ropa que allí encontraron, y porque descubrieron seis fosas comunes repletas de fragmentos de huesos que, previamente, habían sido calcinados. Lo que colmó la paciencia de la sociedad mexicana fue que la Fiscalía de Jalisco había entrado al Rancho en septiembre pasado, donde arrestaron a diez personas y rescataron a dos secuestrados. Pero no descubrieron nada más. 

El rancho puede explicar el destino de algunos de los miles de desaparecidos que hay en México; solo en el estado de Jalisco hay quince mil. Indira Navarro, integrante de Guerreros Buscadores, ha relatado que un superviviente del Rancho Izaguirre se comunicó con ellos para informarles de lo que sucedía en el lugar. Las “madres buscadoras” contactaron con otros cinco supervivientes del rancho para intentar reconstruir lo que pasó. El reclutamiento forzoso por parte de los cárteles es algo que ha sido documentado en México. Muchos migrantes centroamericanos, a su paso por México, son obligados a unirse a los cárteles, y si se niegan los asesinan. También reclutan adolescentes en situación vulnerable: cada año entre treinta y treinta y cinco mil menores son reclutados forzosamente por los cárteles, según la ONG Tejiendo Redes Infancia.

Aunque algunos jóvenes acuden a estos sitios voluntariamente, muchos son atraídos con ofertas de trabajo falsas, a menudo publicadas en redes sociales como Facebook o TikTok y en las que se pagan buenos salarios. A los reclutas se les pide que acudan a la central de autobuses de Guadalajara, la segunda ciudad del país. Al llegar les quitaban los teléfonos, les vendaban los ojos y les llevaban al rancho (a una hora de la terminal de autobuses). Al llegar, los sicarios les asignaban un apodo y pasaban lista. Era una manera de deshumanizar a los futuros sicarios. Uno de los sobrevivientes que contactó con Navarro contó a unas doscientas personas al llegar. Entre los objetos encontrados por Guerreros Buscadores hay una libreta con apodos como Cachetón, Rambito o Pelón, ordenados en grupos de diez. Entre los apodos también figuran nombres de mujeres como Tiffany o Karol. 

Cada día los reclutas realizaban ejercicios militares, como estar pecho a tierra con alambres de púa y simulaciones de combate con rifles de paintball. Otro de los entrenamientos era recorrer un laberinto con los ojos abiertos, el cual tenían que memorizar para, posteriormente, cruzarlo con los ojos vendados. “Si alguien cometía un error lo mataban ahí mismo. Algunos no soportaban el entrenamiento, se caían, se quejaban y también los mataban”, relató Navarro en una entrevista radiofónica. Una de las zonas más temidas por los reclutas era la llamada “Carnicería”, donde se ejecutaba y desmembraba a los que no superaban las pruebas. Los reclutas tenían que construir hornos con piedras y ladrillos, donde vertían gasolina y quemaban los restos. Después de usarlo varias veces, le ponían hormigón encima.

La Escuelita 

"Según el exsicario, que abandonó el cártel cuando asesinaron a un amigo que él mismo había reclutado, les obligaban a convivir con cadáveres durante seis días y a beber sangre humana"

El Kinder era como los sicarios del cártel denominaban al entrenamiento básico. Quienes se “graduaban” eran enviados a una segunda fase de entrenamiento a Zacatecas o Michoacán, estados vecinos a Jalisco, donde los graduados eran puestos en primera línea de combate. Muchísimos morían y los pocos sobrevivientes eran enviados a otra fase, llamada la “escuelita del terror”. Este entrenamiento, según Navarro, era coordinado por exmilitares mexicanos y colombianos, que obligaban a los jóvenes a pelear entre ellos hasta la muerte. “Algunos instructores llegaban ebrios y se volvían salvajes”, según uno de los testimonios recabados por Guerreros Buscadores. Los que terminaban este brutal entrenamiento se consideraban preparados para unirse a las filas del cártel. Según Navarro, de cada doscientas personas que llegaban al campamento sobrevivían unas treinta. 

Psiquis es un exsicario que sobrevivió a una de estas “escuelitas”. En mayo del 2022 concedió una entrevista de dos horas a un youtuber mexicano llamado GAFE423, a quien contó que ingresó en el cártel de forma voluntaria como halcón (los adolescentes que observan y avisan si hay alguna incursión policial o de algún grupo rival). Eventualmente, su jefe le preguntó si quería ir a un campamento en la montaña para prepararse formalmente como sicario, y el joven aceptó y se fue a un lugar en el que convivía con unas seiscientas personas. Los “profesores” eran exmilitares o policías que les sometían a un entrenamiento brutal. Les obligaban a torturar y asesinar personas (en ocasiones, ajenos al conflicto) para prepararlos. 

Según el exsicario, que abandonó el cártel cuando asesinaron a un amigo que él mismo había reclutado, les obligaban a convivir con cadáveres durante seis días y a beber sangre humana. “Nos dejaban ahí para que te acostumbraras al olor y a la presencia. Decían que era para que no tuvieras asco cuando enfrentaras situaciones reales”, relató en uno de los momentos más perturbadores de su entrevista, que tiene 4,9 millones de visualizaciones. El testimonio coincide con los testimonios recabados por Guerreros Buscadores, que aseguran que en el Rancho Izaguirre se cometían actos de canibalismo, abusos sexuales y que se obligaba a los reclutas a pelear hasta la muerte. 

En un giro kafkiano de la historia, unos días después del descubrimiento de Teuchitlán, presuntos integrantes del cártel Jalisco Nueva Generación subieron un vídeo a las redes en el que se ve a un comando de unas treinta y dos personas vestidas de negro en formación militar y con metralletas, mientras uno de ellos lee un comunicado de cuatro minutos. En este señaló que no había un campo de exterminio y que quienes formaban parte del cártel lo hacían voluntariamente. Acusó a las madres buscadoras de intentar desprestigiar al cártel y cerró con un sombrío: “Somos crimen organizado, pero ustedes buscan causar asombro y pánico de algo que sucede a diario”. 

El descubrimiento del Rancho Izaguirre provocó un cisma en México, y en los días siguientes al hallazgo se realizaron decenas de protestas en todo el país. La indignación se debe, posiblemente, a la brutalidad del relato: las fotos de decenas de zapatos y mochilas sin dueño son brutales. Los testimonios recabados aseguran que llevaba funcionando al menos desde el 2012, lo cual abre incógnitas, como cuánta gente murió allí y cuántos campos de entrenamiento y exterminio similares hay en todo el país. Otro elemento que se añade a la indignación es la ineptitud o corrupción de las autoridades (o una combinación de ambas, posiblemente). Durante los seis meses en los que el rancho estuvo bajo custodia de las autoridades no encontraron zapatos ni huesos. Tanto el gobernador de Jalisco, Pablo Lemus, como la presidenta, Claudia Sheinbaum, se han pasado la responsabilidad. Mientras tanto, la cifra de ciento veinticuatro mil desaparecidos sigue creciendo.

Madres buscadoras

Madres buscadoras.  Foto: Santiago Reyes

 Foto: Santiago Reyes

En los últimos años ha surgido una nueva figura en México: la de las madres que tienen algún hijo, marido o familiar desaparecido y que, ante la indiferencia del estado, los buscan incansablemente. Rastrean hospitales, cárceles y zonas de prostitución, dado que sus familiares pueden ser víctimas de la trata de personas. Y también se han especializado en detectar fosas comunes. En México hay unas seis mil quinientas fosas detectadas. En una de ellas, en Tamaulipas, encontraron media tonelada de huesos, mismos que siguen cribando intentando extraer ADN para conocer su identidad. 

En el caso del Rancho Izaguirre será difícil extraer ADN de los huesos, dado que fueron calcinados. Para facilitar la identificación, la Fiscalía ha habilitado una web en la que suben fotos de los objetos encontrados. De momento, hay 1.308 objetos identificados, entre los que hay 305 pantalones, 170 mochilas y 105 zapatos. Cada objeto, numerado, es subido a una web para que los familiares de víctimas puedan “encontrar” a sus familiares. Uno de los objetos encontrados es una carta de despedida que escribe un chico de veintiún años: “Mi amor, si algún día no regreso, solo espero que recuerdes lo mucho que te amo. Y digas: se me fue mi enojón, berrinchón y celoso”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #329

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