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Ignacia Jasso, apodada “la Nacha”, dominó el narcotráfico de Ciudad Juárez entre 1920 y 1970.

Ignacia Jasso, apodada “la Nacha”, dominó el narcotráfico de Ciudad Juárez entre 1920 y 1970.

Ignacia Jasso “la Nacha” era una mujer muy bajita, con fama de piadosa y muy católica que controló el narcotráfico en México durante más de cuarenta años. 

Mucho antes que Griselda Blanco y la Reina del Sur, hubo una mujer mexicana que controló el narcotráfico en México durante más de cuarenta años. Entre 1920 y 1970, Ignacia Jasso, apodada “la Nacha”, dirigió desde Ciudad Juárez un cártel que controlaba prácticamente toda la heroína, marihuana y opio que se distribuía por la ciudad. ¡Y era muchísima la droga que se movía! Estados Unidos puso en marcha la prohibición de vender alcohol en 1919, y Ciudad Juárez, fronteriza con El Paso, se convirtió en un lugar para salir a emborracharse. Y también para quienes buscaban sustancias más fuertes, como muchos de los veteranos de la primera guerra mundial. En esa década se abrieron en Juárez decenas de restaurantes, bares, cantinas y burdeles para satisfacer la creciente demanda. Cada año, esta ciudad recibía a unos cuatrocientos mil visitantes. 

Ignacia Jasso nació en Mapimí (Durango), en 1901. Se conoce muy poco sobre sus primeros años, aunque hacia 1920 se casó con Pablo González, con quien tuvo cuatro hijos. Jasso era una mujer muy bajita, con fama de piadosa y muy católica. Su marido, apodado “el Pablote” y “el Rey de la Morfina”, era un hombre violento que intentaba dominar el mercado de la droga en Ciudad Juárez. La distribución de drogas en la ciudad estaba en manos de inmigrantes chinos que habían llegado a El Paso huyendo del terremoto que azotó San Francisco en 1906. Cuando llegó la prohibición, abrieron cafeterías y lavanderías en Juárez, que eran tapaderas para burdeles, casinos y fumaderos de opio. 

No está claro el papel que jugaba la Nacha en la organización. Algunas fuentes aseguran que no fue hasta después de que asesinaran a su marido que se hizo con las riendas de la organización. Otras fuentes, sin embargo, dicen que la pareja trabajaba en el mismo negocio desde 1920. En 1925 consolidaron su posición cuando asesinaron a once ciudadanos chinos, que eran quienes tenían el predominio en el mercado de las drogas, y arrojaron sus cuerpos al río Bravo y al desierto. La pareja se quedó sin competencia, y pudieron establecer picaderos y centros de distribución en el centro de la ciudad. Intentaban atraer autobuses repletos de soldados estadounidenses que venían a Juárez en busca de una dosis. 

El problema de la droga en Juárez era notorio. En 1926, la policía detiene a la Nacha y el Pablote, les sentencia a seis años por narcotráfico y les envía a una cárcel de máxima seguridad. La sentencia duró poco, dado que ambos tenían en su nómina a policías y jueces, y en 1928 los dos estaban libres. Al salir de la cárcel, el Pablote, quien ya era una especie de celebridad, aseguró a la prensa que se iba a reformar y “a alejarse del mal camino”. El matrimonio acordó que el marido se instalaría en El Paso, desde donde reclutaría gringos para cruzar a Juárez, en donde la Nacha estaba encargada de todo el suministro en el lado mexicano de la frontera.

¿Qué me ves? 

El Pablote no cumplió con su palabra de alejarse del mal camino, más bien se dedicó a vivir la vida loca. Solía frecuentar burdeles y cantinas en ambos lados de la frontera, donde se pillaba unas legendarias borracheras. Muchas noches terminaban en peleas y/o tiroteos. De hecho, su vida terminó el 11 de octubre de 1930 en un burdel de Juárez cuando, henchido de furor etílico, provocó a un policía, con quien terminó batiéndose a duelo. Murió de un disparo en la cara y otro en el pecho. Según los cronistas de Ciudad Juárez, el funeral fue muy lujoso pero secreto, dado que el gobierno de Estados Unidos quería detener a los responsables del tráfico de drogas y la Nacha, a diferencia de su exmarido, cultivaba un perfil bajo. 

Su leyenda asegura que era una mujer piadosa, que ayudaba a las familias pobres y que “becaba” a niños para que pudieran estudiar y subsistir. Presuntamente, sus vecinos le avisaban cuando había una operación policial en su contra para poder así escapar.

Jasso se quedó con el control del cártel, además de los picaderos (nombre que dan en México a los sitios para inyectarse), que tenía distribuidos por el centro de la ciudad y que conformaban una zona llamada por los adictos “la esquina alegre”, en donde solo la gente de la Nacha podía vender drogas. En los siguientes años consolidó su posición como la jefa del narco juarense. Su leyenda asegura que era una mujer piadosa, que ayudaba a las familias pobres del barrio de Bellavista, en el que vivía, y que “becaba” a niños para que pudieran estudiar y subsistir. Presuntamente, sus vecinos le avisaban cuando había una operación policial en su contra para poder así escapar. 

A pesar de su negocio y de su género, la Nacha tuvo pocos roces con la justicia, en parte porque tenía en su bolsillo a policías, jueces y políticos locales. Pasó unos meses en la cárcel por vender drogas desde su casa, pero salió libre a los pocos meses. En los años treinta, la policía detuvo a ocho de sus principales vendedores, que, en su primera declaración ante la Fiscalía, declararon que eran “vendedores de la Nacha”, y se giró una orden de detención en su contra. Sin embargo, cuando llegó el juicio, los vendedores se retractaron de su declaración inicial y el juez tuvo que retirar la orden de aprehensión que pesaba en su contra. 

En 1942, con el ingreso de Estados Unidos a la segunda guerra mundial, la presión sobre la Nacha se incrementó. Harry J. Anslinger –director de la Oficina de Control de Drogas estadounidense (la antecesora de la DEA)– exigió al gobierno mexicano que la detuvieran y extraditaran. De hecho, Jasso fue el primer narcotraficante de la historia por el que Estados Unidos pedía su extradición. Sin embargo, esto nunca llegó a suceder, en parte porque la Nacha se había dedicado a incrementar su nómina de políticos sobornados, que la protegieron. Su figura continuó teniendo un aura de leyenda en ambos lados de la frontera. Y, de hecho, a finales de la década de los cincuenta, el Congreso estadounidense creó dos comisiones especiales para intentar frenar el flujo de drogas que la Nacha introdujo a Estados Unidos. 

Jasso continuó con su emporio, aunque en los años sesenta empezó a pensar en retirarse y dejar el negocio en la familia. De los cuatro hijos que tuvo con el Pablote, la más pequeña, llamada Pabla, engendró a Héctor González, apodado “el Árabe”, que tomó las riendas del negocio de la yaya. No alcanzó la notoriedad de sus abuelos, aunque según se cuenta en un día de 1972 vendió cuarenta mil dólares de morfina (una cantidad gigantesca), y que se abastecía de esta y otras drogas gracias a un convenio con el Instituto Mexicano del Seguro Social. 

Sin embargo, no heredó el bajo perfil de la Nacha, sino el más pendenciero de su abuelo. También era amigo de las cantinas, burdeles y pleitos, y solía manejar como un psicópata. De hecho, en noviembre de 1973 murió en un accidente de coche cuando la camioneta en la que viajaba volcó. Su cuerpo, según las notas periodísticas, quedó irreconocible, y existen sospechas de que le asesinaron, dado que la policía no dejó que nadie viera el cuerpo. La Nacha todavía vivió una década más, sin que quede claro el papel que jugó en el cártel. Murió de muerte natural –algo raro en su negocio– con ochenta y un años.  

Narcocorrido 

Narcocorrido La Nacha

“Vuelven a echarse balazos [...] Agarrándose la cara, el Pablote cayó herido. La bala cuarenta y cinco el pecho le atravesó. Y casi instantáneamente muerto en el suelo cayó”. Así arranca el narcocorrido El Pablote, grabado en 1931 y que es considerado el primero de la historia. Compuesto por José Rosales y Norberto González, narra la historia de Pablo González, a quien describen como un hombre violento y valiente. Curiosamente, fue grabado en Estados Unidos, en los estudios Vocalion de El Paso. 

Desde la primera década del siglo xx, durante la Revolución mexicana, el corrido se convirtió en un género musical en el que se narraban las gestas de los héroes de la Revolución, como Pancho Villa y Emiliano Zapata. El género fue evolucionando para contar las historias de narcotraficantes. En ocasiones, como El Pablote, eran los propios compositores que decidían componer la canción. En décadas más recientes nacieron los narcocorridos por encargo, en los que los traficantes contactan directamente con los compositores para proporcionarles los datos biográficos que quieren ver plasmados en el corrido. Normalmente, el compositor y el cliente se reunían en alguna ocasión para afinar los detalles, aunque las nuevas tecnologías, como los pagos con PayPal y las redes sociales, han hecho que el verse en persona sea opcional.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #325

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