Nadie ignora que hay personas que, arriesgando su libertad y patrimonio, eso sí, a cambio de sustanciosos beneficios, proveen a sus semejantes de las drogas tan prohibidas como deseadas. Suelen ser personas muy denostadas, en especial por los medios de comunicación, pero es difícil negar que cumplen su función social.
Un poco de historia
En realidad, la profesión de camello nació como parte del cambio que supuso la adopción de una política de control y restricción, pues antes la compra-venta de drogas era libre. Un médico las prescribía y un farmacéutico las suministraba. Así de simple.
La imagen estereotipada que se difundió del camello desde el principio fue la del corruptor de almas, en especial de almas jóvenes… y de ambos sexos. Para poder presentarlo en público como la versión contemporánea del hombre del saco, los medios de comunicación no tardaron en reproducir su semblante. El cantonés Brilliant Chang, que se había establecido en Londres, donde administraba un restaurante en el 107 de Regent Street, fue uno de los primeros en ver estampado su rostro en los tabloides, al ser acusado en 1922 de haber facilitado la droga que había acabado con la vida de una joven de 21 años llamada Freda Eileen Kempton.
En la misma época, al otro lado del Atlántico, la revista bonaerense Caras y Caretas estrenaba una sección gráfica dedicada a la crónica policial, en la que solían aparecer fotografiadas personas acusadas de traficar con drogas. Tanto en Inglaterra como en Argentina, o en cualquier otro país con un fuerte flujo migratorio procedente del Celeste Imperio (EEUU, Perú, México, Cuba, etcétera), la población de origen chino era el colectivo más sensible a ser exhibido en público en relación con las drogas, en especial con el pérfido opio.
Por esos mismo años el dibujante catalán Ricard Opisso publicaba en el semanario satírico L’Esquella de la Torratxa la llamada “auca de la mort” en la que representaba al camello mediante la figura de un siniestro esqueleto ofreciendo una cajita repleta de polvos a tres muchachas devotas de la cocaína.
Durante la II República entró en funcionamiento en España la primera brigada especial encargada de la represión del tráfico de drogas, integrada por los agentes Carlos Fernández-Franquero y Gonzalo de la Guardia.
Con el incremento de la represión, las autoridades competentes constataron la falta de colaboración de los usuarios y de las usuarias en la detención de quienes supuestamente les envenenaban. Algo incomprensible e inadmisible para el represor, ya que atentaba contra la idea que se tenía de los consumidores como víctimas involuntarias. Así se explica que Jacinto Fernández, jefe de la Policía de Buenos Aires denunciara la complicidad de los usuarios y usuarias de drogas con los traficantes que los abastecían y que el doctor Romualdo Rodríguez Vera, vocal del Consejo Técnico Nacional para la Restricción de Estupefacientes, se extrañara ante la prensa de cómo los encubrían. Y es que los camellos siempre actúan en connivencia con sus clientes.
Habida cuenta de dicha connivencia, y al tratarse de un régimen republicano, la detención de dos aristócratas traficantes, o sea, dos camellos de sangre, azul causó un verdadero revuelo mediático en la España de 1933.
Esos taimados envenenadores de la juventud
Durante los años 20 y 30 los medios de comunicación de masas ya no se conformaban con identificar a los traficantes, sino que a menudo también se esforzaban en mostrar el material incautado, dando así relevancia al mal potencial retirado por los esforzados agentes de del orden.
Las autoridades constataron la falta de colaboración de los usuarios en la detención de quienes supuestamente les envenenaban, algo que atentaba contra la idea de los consumidores como víctimas involuntarias
Pero además de denostarlos, los medios de comunicación de masas siempre han demostrado una verdadera fascinación por las argucias desarrolladas por los traficantes para ocultar su ilícita mercancía, por los escondites empleados: dentro de un collar de perlas falsas, en el interior de relojes sin maquinaria, en la oquedad creada por una joroba postiza, dentro de una pierna ortopédica de madera, en el interior de instrumentos musicales, en los puños huecos de bastones y paraguas, dentro de figuras de yeso, de plátanos vaciados de su pulpa, de libros preparados ex profeso, etcétera. Así, por ejemplo, la noticia de la detención en julio de 1938 por la policía de París de Isaac Leifer, Gran Rabino de Brooklyn, y un cómplice suyo llamado Herman Gottdiener, cuando se disponían a enviar una colección de “textos sagrados” judíos donde se camuflaban hasta 40 libras de heroína cosidas en sobres en la encuadernación, dio la vuelta al mundo. Mucho más en una época en que el antisemitismo estaba viviendo uno de sus momentos más álgidos.
También camellas
¡Que nadie piense que estamos hablando de una actividad masculina en exclusiva! Dentro de esa extraña cofradía de corruptores de la juventud, también ha habido célebres mujeres. Ignacia Jasso, conocida como “La Nacha” está considerada como la primera lideresa criminal de Ciudad Juárez. Entre ella y su marido, Pablo González, alias “El Pablote”, consiguieron controlar el tráfico de marihuana y morfina en la línea fronteriza de El Paso, Texas y Ciudad Juárez, durante la década de los 20, llegando su poder hasta la ciudad de Chihuahua. Uno de los rasgos característicos de su organización fue la violencia. “El Pablote” murió en 1930 en una contienda de cantina, pero “La Nacha” continuó con el negocio del tráfico de drogas gracias a la protección que recibió de algunas autoridades.
Otra renombraba traficante, también mejicana, fue María Dolores Estévez Zulueta, más conocida como Lola “La Chata”. Su pericia en el comercio de drogas la convirtió en una auténtica leyenda y en fuente de inspiración para el escritor William S. Burroughs, quien la tomó como modelo para varios de sus personajes, incorporándola de este modo a la cultura popular estadounidense.
Burroughs visitó México en 1940 huyendo de cargos por consumo y posesión en Nueva Orleans. En Ciudad de México el escritor encontró drogas baratas y dentro de ésta cultura de facilidad comenzó a formarse una idea de los significados culturales que la misma implicaba. “La Chata” aparece en sus escritos como Lupe, Lupita o Lola. En su libro Ciudades de la noche roja, Burroughs describe un encuentro entre su protagonista y “La Chata”, que es su proveedora de heroína. Con motivo de su detención en 1957, y de su fallecimiento dos años más tarde, su imagen —acompañada de grandes titulares— copó los principales medios de comunicación mejicanos.
Más cercana a nuestros días, la colombiana Griselda Blanco, conocida como “La viuda negra” y “La madrina de la cocaína”, fue quien inspiró en sus negocios a Pablo Escobar, de modo que no se puede afirmar que la mujer en este aspecto haya jugado un papel secundario ni subalterno.
Personajes de cómic
En un artículo sobre “Tintín y los estados alterados de consciencia” publicado en esta revista (ver CÁÑAMO nº 114, junio de 2007), nuestro buen amigo Alejo Alberdi nos explicaba cómo en Los Cigarros del Faraón (1932), el héroe del tupé y los bombachos es acusado de tráfico de cocaína y heroína —acusación que se repetiría en la primera versión de Tintín en el País del Oro Negro (1940)— por unos improbables agentes antinarcóticos llamados Hernández y Fernández. A partir de ahí, toda la aventura está centrada en el desmantelamiento de la siniestra organización Kih Oskh que, comandada por el Moriarty particular de Tintín —el “genio del mal” Rastapopoulos—, camufla el opio dentro de cigarros puros. Cabe destacar que esta sociedad secreta de traficantes está formada por respetabilísimos ciudadanos (el banquero Mr. Snowball y señora, el reverendo Peacock, un coronel británico, etcétera), dato que no tiene nada de fantasioso en un mundo —el nuestro— donde bancos, políticos y ciudadanos por encima de toda sospecha son los principales beneficiarios del narcotráfico. En esta misma historia, Tintín —paradigma de la sobriedad— cae involuntariamente bajo los efectos de una droga, probablemente opio, que le sume en un ensueño.
También escribía nuestro amigo que si bien El Loto Azul (1934) tiene como argumento principal la búsqueda de un antídoto para el radjaïdjah —sustancia enloquecedora que hace su primera aparición en la anterior aventura—, el tráfico de opio sigue desempeñando un papel importante. Esta vez es Mitsuhirato, un agente japonés que redondea su sueldo trabajando para Rastapopoulos, quien inunda el mundo, y especialmente China, con esta “droga mortal”.
Lo que no nos contaba Alejo Alberdi en ese documentado artículo es que para desarrollar el personaje del pérfido Rastapopoulos, el conocido historietista belga se inspiró en Elie Eliopoulos, un traficante internacional de altos vuelos, que trajo en jaque durante más de una década a la policía de medio mundo, incluido el comisionado Harry J. Anslinger, quien le dedicó un capítulo entero de su libro The Murderers: The Shocking Story of the Narcotic Gangs (1961), traducido y editado por Bruguera al año siguiente.
No hay más que echar un vistazo a las fotos de las fichas policiales de los hermanos Elie y George Eliopoulos —por no insistir en la similitud de los apellidos— para llegar a la conclusión de que Hergé tomó como modelos a estos traficantes parisinos de origen griego para desarrollar el personaje del malvado Rastapopoulos.
ETA liquidó a casi treinta personas acusadas por la banda armada de haber estado intoxicando y, por tanto, desmovilizando a la juventud vasca
Los camellos no sólo han sido personajes de cómic, sino que además han sido motivo de no pocos chistes gráficos. Como ejemplo, podemos citar una viñeta dibujada por José Luis Martín Mena en 1973 en la que se ve a una señora mayor, con la cabeza cubierta por un pañuelo, toda vestida de luto (¿una viuda?), apostada en una acera, sosteniendo una caja de cerillera y haciendo un curioso ofrecimiento a una pareja de viandantes: “¡Marihuana! ¡Hay marihuana en polvo y en rama!”. Una escena bastante desmitificadora, pero que venía a ser un pálido reflejo de la realidad de las mujeres que se dedicaban a la venta ambulante de tabaco y también al menudeo de grifa en lugares como la salida del Metro de Lavapiés.
Andrés Rábago García, más conocido como “El Roto”, es otro historietista y dibujante satírico que suele dejarnos sin aliento. A su crítica política, socioeconómica, de la religión, de las llamadas nuevas tecnologías, anti-taurina, anti-nacionalista, etcétera, hay que sumar la ridiculización a la que somete a la prohibición de las drogas. Los traficantes que suele representar casan con el prototipo de “criminal de guante blanco”.
No nos podemos resistir a referirnos a otra viñeta, ésta de la autoría del polifacético Víctor Monigote, cantante del grupo Los Petersellers y nominado al Premio Goya como Mejor Director Artístico 2015 por la película Mortadelo y Filemón, en la que irreverencia y frivolidad se dan de la mano en una escena donde puede verse a un preadolescente colocado, con un montón de drogas desparramadas a los pies del árbol de Navidad, junto con otros regalos, mientras exclama ante sus epatados progenitores y su asombrada hermanita que también andan destapando sus obsequios: “Pero, ¿qué pasa?, yo pensé que los Reyes Magos tendrían mucho curro estas navidades y pedí mis “regalitos” a los camellos…"
No es el único chiste que circula por las redes sociales. Para muestra, un botón:
–¿Qué te han traído los Reyes?
–1 kilo de heroína, 2 kilos de cocaína y 2 sacos de marihuana.
–¿Pero a quién cojones le has enviado tú la carta?
–Directamente a los camellos, yo paso de la monarquía.
Una actividad del alto riesgo
Bromas aparte, si bien es cierto que los camellos cuentan con la connivencia de sus clientes, su actividad no está exenta de riesgo. Desde 1967 han tenido que sortear la acción de la Brigada Central de Estupefacientes y demás organismos policiales creados específicamente para reprimir el tráfico de drogas. Y ni siquiera algunos personajes famosos, como el mediático Jimmy Giménez-Arnau, se han librado de ser detenidos y verse acusados de traficar con drogas. Algunos incluso, como el actor Tony Isbert, han llegado a sufrir severas condenas de cárcel por dicho motivo.
La generalización de Internet y de dispositivos móviles, acompañada de la aparición de criptomonedas, ha revolucionado una actividad tan antigua como la propia prohibición
Pero la acción policial no es la única de la que han tenido que precaverse los camellos. Durante los llamados “años de plomo” (1980-1994), y alentada por sus incondicionales mediante pintadas, panfletos, carteles, pancartas, etcétera, ETA liquidó a casi treinta personas acusadas por la banda armada de haber estado intoxicando y, por tanto, desmovilizando a la juventud vasca. El asunto no deja de resultar harto paradójico, pues el periodista y escritor Roberto Saviano ha insistido hace poco en que el mayor traficante que ha habido en Euskadi ha sido la propia ETA, que se financiaba con la cocaína de los narcos colombianos, vendiéndosela a la Camorra napolitana (http://www.jotdown.es/2018/01/roberto-saviano-en-italia-con-la-cabina-la-mafia-puede-controlar-uno-por-uno-cada-voto/), algo que ya apuntó en el año 2000 el prestigioso Observatorio Geopolítico de Drogas (OGD) a través de su máximo responsable Alain Labrousse (http://www.elmundo.es/elmundo/2000/04/20/espana/956230507.html).
Con todo, ETA no ha sido el grupo armado que ha perseguido a los traficantes de drogas. También Terra Lliure en Cataluña y el Ejército Irlandés de Liberación Nacional y otras facciones partidarias de la Independencia de Irlanda del Norte se han mostrado implacables con los traficantes de drogas. De tal manera, no es extraño que en la actualidad colectivos de extrema izquierda vean en los camellos una de las expresiones más odiosas del capitalismo.
¿Cuestión de marketing?
No estaría de más que esas mentes críticas se preguntaran si la actividad de los traficantes de drogas tiene que ver con la dinámica capitalista, o más bien con el hecho de la prohibición. Porque, a pesar de su aparente impopularidad, los servicios de los camellos son requeridos por muchas personas. La fotografía de José Penalba, publicada en la prensa valenciana a principios de 2001, en la que podía contemplarse una larga cola de clientes en una acera de la calle Bello, en el distrito marítimo de Valencia, esperando turno para comprar hachís a un traficante conocido como “El Ciego” encendió todas las alarmas. ¡Ni ante las oficinas de empleo se congregaba tanta gente!
Por si esta imagen no hubiera sido suficiente motivo de escándalo, en abril de 2007 el diario El País reprodujo un curioso folleto que había estado repartiendo por el barrio de Sant Roc de Badalona un vecino de dicha localidad que no sólo se dedicaba al trapicheo de hachís, sino que además anunciaba su mercancía con absoluto descaro.
El folleto en cuestión, tan prolijo en detalles como en faltas de ortografía, permitía a cualquiera localizar el punto de venta de “costo del gueno”. El camello advertía que sólo vendía su mercancía “ha chabale rollao” y recomendaba “no venir lo menore”. Según sus instrucciones, el comprador debía “esperar al lao de la ventana” de detrás de su casa y en “lo banco de asentarse”. Eso sí, era necesario comportarse con discreción para evitar que la transacción acabase mal: “No llamar la atensíon o no su vendo na”, advertía escuetamente la hoja volante. El camello especificaba que el cliente podía “silvar o llamarme”. Era entonces cuando el hombre salía “po la bentana” y vendía el “costo de calidas”. “Vale 20 uros una barrita”, apuntaba el texto. “Ta bíen”, apostillaba el camello, mostrando así su satisfacción por la excelente relación entre el precio y la calidad de su producto. El curioso marketing del personaje en cuestión excluía números de teléfono móviles y direcciones de correo, aunque no omitía su nombre de pila: “Me llamo Marcos”. Había que ir personalmente. Para ello, el pie de página el autor añadía un plano de la localización en el que aparecían dibujados tres bloques de pisos. Una flecha indicaba el lugar de exacto del punto de venta. Para que no hubiera pérdida, el plano contenía hasta puntos de referencia con el fin de orientarse, como el “tituto” Enseñanza Secundaria Eugeni d’Ors.
Una subespecie: el inductor
Como cabía esperar el citado camello, de 32 años de edad y con antecedentes por robo, no tardó en ser detenido por agentes de los Mossos d’Esquadra. Pero es que, más allá del descaro con que acometía su negocio este sujeto plantea un matiz importante de la profesión: el que separa al dealer del pusher, o sea, al simple expendedor del inductor, es decir, al tipo que se limita a vender drogas del que se dedica a ofrecerlas, pregonando sus excelencias a los cuatro vientos.
Según opinión generalizada entre los drogabusólogos, las personas adictas a la heroína tienden al proselitismo, además de ser muy sensibles al contagio. El subgénero de ficción conocido como exploitation, caracterizado por la presencia de temas relacionados con el comportamiento sexual, la violencia, las drogas y otros elementos que resaltan los intereses lascivos de la naturaleza humana, inundó el inconsciente colectivo con estos personajes a través de novelas como The pusher (1956) y The junk pusher (1958). Pero si ampliamos el campo de acción más allá de en los opiáceos es posible que el título de mayor pusher de la historia de las drogas corresponda al apóstol del ácido lisérgico, el psicólogo y psiconauta Timothy Leary, aunque en su caso no obrara impulsado por motivos económicos.
Camellos 2.0
Hay quien piensa que el camello común es una especie en vías de extinción. Y en verdad la generalización de Internet y de dispositivos móviles, acompañada de la aparición de cripto-monedas, ha revolucionado una actividad tan antigua como la propia prohibición. Una buena muestra de esto que decimos se puede apreciar con la lectura de la entrevista “Lo que he aprendido como traficante de drogas en Internet” (https://motherboard.vice.com/es/article/ae7wk8/lo-que-he-aprendido-siendo-traficante-de-drogas-en-internet). En consecuencia, es previsible que en un futuro no muy lejano el entramado prohibicionista se vea afectado por la proliferación de tele-camellos, darknetmarkets y bitcoins. Lo cual no ha impedido que Ross William Ulbricht, creador de Silk Road, fuera condenado en 2015 a cadena perpetua, sin posibilidad de libertad bajo fianza, por blanqueo de capitales, hackeo de ordenadores y conspiración por tráfico de drogas.
Pero los cambios en el mercado y, por tanto, en los propios camellos y en su actividad ya se están notando. El nivel de competencia y la sofisticación en los contactos y en los envíos se ha elevado hasta límites insospechados y muchos se esmeran en pulir sus técnicas de marketing. No emiten spots memorables por televisión ni jingles pegadizos por la radio, porque las leyes no lo permiten, pero confeccionan envoltorios con diseños atractivos o venden “kits de supervivencia”, que incluyen no sólo productos psicoactivos, sino información y objetos (turulos, boquillas, bolsitas adicionales para fraccionar las dosis, caramelos de menta, tapones para los oídos, etcétera) para consumirlas reduciendo los riesgos y daños, o hacen promociones 2 x 1 para fin de semana, etcétera.
Porque lo que nadie podrá negar a estas alturas es que, gracias a la prohibición, nunca ha existido un mercado tan accesible a tan variada gama de sustancias psicoactivas, con unos niveles de pureza impensables hace unos años, y a unos precios muy competitivos y bastante asequibles.