1.
En el pasto del parque las oblicuas gotas de lluvia se deslizaban hacia abajo pero lo mismo hubiera significado que se deslizaran hacia arriba, el pasto y la tierra parecían hablar, no, hablar no, discutir, y sus palabras ininteligibles eran como telarañas cristalizadas o brevísimos vómitos cristalizados, un crujido apenas audible, como si Norton en lugar de té aquella tarde hubiera bebido una infusión de peyote.
Roberto Bolaño, 2666
Tras unos días disfrutando de la magia de Tepoztlán, pueblo localizado a menos de una hora en automóvil de la Ciudad de México, sentí la necesidad de sumergirme en algún tipo de viaje medicinal. Tras preguntar a varios conocidos, conseguí el contacto de Natalie. Nacida y crecida en Grecia, de padre libanés y madre mexicana, Natalie está instalada desde hace unos años en Tepoztlán, donde organiza retiros, talleres y ceremonias, y está construyendo el santuario del templo Las Liridas.
El hikuri, más conocido como peyote, es un cactus sagrado que nos permite cruzar las puertas de la percepción humana básica. El peyote es una planta sagrada, una cactácea que crece en el desierto de San Luis Potosí. Desde la antigüedad, se ha usado como medicina para curar accidentes, lesiones, emociones pasadas y para obtener respuestas claras para enfrentar nuestro presente.
Para los huicholes, el venado es un animal sagrado que habita su territorio, la Sierra Madre Occidental de México. En la mitología wixárika (así se llaman a sí mismos los huicholes), el venado a veces aparece como creador del maíz, otras es una presencia más bien elusiva aunque divina, y se relaciona también con la prosperidad y el sustento. El venado es presa, cazador y guía, y es, por encima de todo, quien introdujo a este pueblo en el hikuri o peyote.
Estuve en el desierto de Real de Catorce hace tres años, donde ingerí por primera vez peyote, en crudo. Al día siguiente al de una excursión a caballo por la montaña desde la que se ve toda la extensión del desierto potosino, conocí a Lucio, un joven huichol que me contó que en ese territorio nació la leyenda del venado que partió al océano en busca de unas buenas plumas. En su huida fue detenido, atado, pero se fugó con la ayuda de una rata, para volver donde hablábamos, al cerro del Quemado. “Caminando en chinga el venado hundió las patas y perdió los pelos. Donde dejó su alma crecieron los peyotes, que vienen siendo como su carne, su alma con el dibujo de las pezuñas”.
Recordé ese viaje increíble compartido con mi amigo y hermano Esteban mientras caminaba por las calles de Tepoztlán. Llegué a mi cita temprano, al final de la tarde, un domingo alegre y soleado. Tras los saludos de rigor a mis anfitriones, tuve tiempo de recorrer el espacio donde iba a suceder la ceremonia. Vi la puesta de sol desde la terraza del piso de arriba. Caminé por los dos niveles de jardín, localizados al pie de la montaña mágica. Durante mi exploración del entorno, reparé en el majestuoso árbol que ejercía de barrera ante la pedregosa montaña que nos protegía. Me contaron que es el árbol de amate y que de su tronco se saca la corteza con la que se obtiene un papel que se usa de papiro o pergamino. Hay distintos tipos de amates, amarillos, negros e incluso unos de tronco verdoso. Me quedé un buen rato observando las formas del amate. Me sentía a las puertas de un templo. Ningún edificio construido con ladrillos y matemáticas puede contener algún misterio. Pero estos árboles, estos bosques y espesuras, son verdaderas puertas hacia la divinidad. Sea lo que fuere lo que se oculta tras la apariencia ociosa de las cosas, allí donde hay arbustos y vegetación es donde más se presiente la existencia del misterio. O de la poesía. El amate se abraza a la piedra como si fuera su amante.
Me metí en la cocina en busca de un vaso de agua y conocí a Loredane, una artista que lleva a cabo happenings en el espacio público; a Julien, un carpintero que trabaja la madera con conciencia sistémica, y a Simon, un viajero que dejó sus obligaciones y se lanzó a los caminos. En el jardín fui presentado al resto del grupo, que podría ser visto desde fuera como un grupo variopinto unido por la curiosidad, el respeto a las plantas sagradas y la necesidad de profundizar en el autoconocimiento. O también como un grupo de “locos”, entendidos como aquellos que se reencontraron con lo divino y que entraron en la naturaleza. Para los mexicanos el “loco” está en lo verdadero, y lo verdadero, como la muerte, no los atemoriza.
Se hizo de noche y llegó Demián con su águila domesticada. Durante un rato no le vimos la cabeza, encapuchada con un artefacto que parecía salido de una sesión de sadomasoquismo. Demián nos contó que su águila se llama Remy, pero que esperaba volverla a bautizar después de esta noche. Remy tiene siete u ocho meses. Estuvo unos días con sus padres y se la entregaron.
Dejé las frutas y dulces que traje para el altar y acomodé mis cosas en un rincón del círculo alrededor de la hoguera. Tuve suerte que me tocó al lado de Julien, que además de carpintero es terapeuta. Julien hizo más cómoda la velada prestándome uno de los dos colchones que acarreaba y una imprescindible manta. Finalmente, íbamos a estar toda la noche a la intemperie. Antes de empezar, Julien me contó sobre sus sesiones terapéuticas con microdosis. Julien tiene amplia experiencia en ceremonias de hikuri. Según su opinión, dependen mucho de la personalidad del marakame. Julien ya vivió ceremonias con marakames que cuentan historias, hacen bromas, están sociales, pero luego se ponen muy serios cuando cantan. A veces no puedes ni sostenerte en pie, estás viajando muy duro, me dijo. El marakame burlón versus el marakame serio. Hay de todo.
2.
Antes que nada yo busco, y no como un lince sino más bien como un molusco, alguien que en Ciudad de México me diga cuántos pares son tres cuartitos en materia de peyote.
Esteban Feune de Colombi, Creo en la historia de mis pasos
La ceremonia consiste en una velada de toda una noche. La estructura la marcan los cantos del marakame. Durante los primeros cuatro cantos nos recomiendan que pidamos al fuego, que vaciemos los corazones en el fuego, que le hablemos al fuego en voz alta. Entre cada canto somos invitados a compartir una canción o un rezo con el grupo. Mientras el marakame canta es importante tratar de estar derechos, despiertos y concentrados, porque sus cantos ayudan a que la medicina llegue a nuestros corazones, a nuestra conciencia. Natalie nos recomendó tomarlo con paciencia, dejar a la medicina hacer su trabajo. Es importante estar en el círculo la mayor parte del tiempo. Nos indicó dónde están los baños secos. “¿Todo el mundo sabe usar un baño seco?” Parecía que sí. Nos señaló los rincones donde vomitar, si hiciera falta, pero recalca la necesidad de regresar al círculo.
La ceremonia se inició con una breve caminata en círculo alrededor del fuego. Se recomendaba entrar y salir por un mismo lugar, para así respetar el vórtice de energía y su circulación. El marakame que trabaja con Natalie se llama Antonio Carrillo López y es un huichol que vive en la sierra Nayarit, al norte de México. A medida que avanzó la noche descubrí que era del tipo serio. Las bromas y la extroversión las dejaba para Natalie, que era quien en realidad guiaba la sesión. Antonio se limitaba a cantar cada tanto y a la limpieza ritual que nos dedicaba a cada uno. Ni se inmutó cuando el alemán se declaró a su novia y le pidió en matrimonio. Ni pestañeó ante los graznidos del águila ni reaccionó a los alaridos al vomitar del vendedor de tarjetas de crédito, un personaje curioso que llegó el último pero que parecía sentirlo todo intensamente.
Natalie fue pasando uno por uno con un ovillo de lana. Nos pedía que escogiéramos un trozo en función de con cuántas personas habíamos tenido intimidad sexual desde la última ceremonia. La idea era hacer un nudo por cada persona. Más adelante ese hilo nudoso iba a ser entregado al fuego, para limpiarnos de todas esas energías de otras personas, las buenas y las malas. Si bien es lógico y entendible la dieta alimenticia, siempre me ha sorprendido esta insistencia en hacer dieta sexual los días antes y después de una ceremonia. Dicen los que saben que es una manera de que el cuerpo llegue más relajado, de que no tenga presencias externas que incomoden el trabajo de la medicina.
En apariencia, fue una ceremonia tranquila. Fue bello transitar toda la noche con la medicina trabajando. A ratos me entró sueño, a otros frío, y en momentos la música me hizo viajar por mi interior, que era también el exterior, esta montaña cuyo espíritu por momentos se metía en mis andamios interiores. Cierto es que sentí que la medicina fue escasa o quizás que hubo demasiadas distracciones. Tomé medicina un par de veces y podría haber repetido más, pero no encontré la fuerza o el momento adecuado. Quizás es que necesito ambientes más reducidos o íntimos para conectar profundamente conmigo mismo. Había demasiado ruido, demasiada charla intrascendente, demasiada voluntad de protagonismo de algunos de los participantes en la ceremonia. Quizás esta ceremonia está más pensada para occidentales primerizos. Sin considerarme un experto, siento que mi alma vieja ya vivió lo suyo y entiende cómo funcionan estas medicinas.
En cualquier caso, fue una experiencia digna de ser vivida. Estoy cada día más convencido, siguiendo a Antonin Artaud, de que la cultura no está en los libros, ni en las pinturas, ni en las estatuas, ni en la danza; está en los nervios y en la fluidez de los nervios, en la fluidez de los órganos sensibles. Y ceremonias de este tipo sirven para atestiguarlo. Los huicholes no separan la cultura del conocimiento personal integrado al organismo. Es en sus órganos y en sus sentidos donde aprendieron a llevar la cultura, y esta es una enseñanza que me llevo cada vez que entro en contacto con esta sabiduría ancestral.