Fue en los primeros setenta, a los 12 años, cuando cató su primer porro en lo alto de un gran edificio de Coronado, en el condado de San Diego. “Me lo fumé y miré alrededor, al horizonte, a México, al océano, y me sentí realmente bien, y supe que había encontrado lo que andaba buscando. Hoy, a sus 57 años, aquel adolescente californiano, tras consagrar su vida dedicada al cultivo y el activismo cannábicos, tiene una plantación de agricultura ecológica de dos hectáreas en Vancouver, en el estado de Washington, y se ha convertido en el primer cultivador de maría orgánica certificado por el gobierno federal en Estados Unidos, con el que hace tres años inició una insólita colaboración que ya ha dado sus frutos.
Lauerman es hoy una figura capital en la cultura del cannabis, popularísimo sobre todo en la costa oeste norteamericana. Pero mucho antes de serlo, e incluso de empezar con los cultivos, ya era surfero, y dice que fue cabalgando las olas como aprendió una lección que nunca ha dejado de aplicar. “Tienes que ser decidido, no dudar. En el surf, si dudas, te caes. Y eso vale para todo en la vida: no dudar y hacer las cosas con amor, con pasión”. Lauerman, popularizado como Farmer (Granjero) Tom, apelativo que se ha convertido en marca y en sinónimo de maría de alta calidad, atiende a Cáñamo arrellanado en uno de los sofás de la asociación Greenardó, el club de consumidores ubicado desde hace cinco años en el barrio del Guinardó de Barcelona, y que es quién le ha traído a España por primera vez, coincidiendo con la celebración de la Spannabis. Es su último día, tras dos intensas semanas, y se muestra encantado, también de su visita al Camp Nou, gol de Messi incluido. “Es la primera vez que he podido disfrutar del fútbol así, en el estadio. Es espectacular”, dice.
También es espectacular lo suyo, claro. La forma en que primero consiguió abrir y luego ha logrado mantener entornada la puerta que separaba a la administración norteamericana y a los cultivadores, hasta no hace tanto cerrada con llave y pestillo. La clave fue invitar a visitar su granja a los técnicos del Instituto Nacional de Salud y Seguridad Laboral (NIOSH), dependiente del Centro de Control de Enfermedades federal (CDC). Eso fue en el verano de 2015. Pero ya llegaremos. Antes, hubo un largo y pedregoso camino que recorrer.
Un hombre libre
La primera piedra, el primer arresto por llevar maría encima, fue en 1976, en un parking de Ocean’s Beach, en San Diego, a los 16 años, volviendo de hacer surf. Desde entonces, dice, es libre, porque “lo peor que te puede pasar relacionado con el cannabis es que te arresten, y cuando te arrestan, ya no vuelves a tener miedo, ¡ya eres un activista, ya eres libre!”, se exclama sonriente. Pero la fecha clave, sitúa Farmer Tom, es el 6 de julio de 1999. California había aprobado en 1996 la proposición 215, la ley que, impulsada por Dennis Peron, autorizaba el uso medicinal del cannabis, y Lauerman formaba parte de la primera asociación de usuarios que se montó en San Diego. “Teníamos 448 plantas de maría. Éramos una cooperativa privada y no estábamos abiertos al público, pero dio igual. La brigada antivicio entró a saco y nos detuvieron a todos, incluidos enfermos de SIDA, viejos con artritis y gente en silla de ruedas”.
Las detenciones quedaron en nada, a consecuencia de la mala prensa que tuvo la operación policial, según Lauerman. “Al final no nos imputaron nada, pero dejaron los cargos de posesión abiertos, porque si alguno reincidía, entonces sí lo podrían encarcelar en serio”. El caso es que de esa experiencia nacieron muchas cosas. De hecho, fue en aquella asociación donde Tom conoció a su esposa Paula, madre de su hija de 14 años y cómplice en todo lo que ha venido después. “Tras el asalto, me salvó la vida. Fue ella la que llamó a los medios, la que hizo ruido”, recuerda. “Hemos estado juntos desde entonces”.
“Paula está enferma, tiene hipersensibilidad mediambiental. Le afectan los perfumes, la gasolina, la polución... Necesitaba un ambiente limpio y comida sana”, alega. Y de ahí surgió la idea de vivir en un entorno rural y montar una granja. La apuesta por la marihuana ecológica es solo parte de un programa más amplio, “y eso es lo que desarrollamos”, explica. “Si te hinchas a coca cola y comes de cualquier manera, no puedes decir: ¿ves? estoy sano, porque fumo maría orgánica. No se trata de fumar cannabis limpio, sino de tener un estilo de vida limpio”.
Tom y Paula se trasladaron a Washington, donde el suelo es más barato, y donde, lejos del clima desértico californiano, hay agua, árboles y tierras bien nutridas en abundancia. El dinero, dice, “no fue un problema”. Eran los primeros años del siglo, antes de la crisis de 2008, cuando “aún era muy fácil que te dieran un préstamo”. La granja la inauguraron el 4 de abril de 2004, y desde entonces, maría aparte, no han parado de ganar premios de agricultura ecológica. “Mis sandías ganan alguno cada año”, presume. Desde entonces, Lauerman se ha dedicado, además de a sus cultivos, a normalizar la percepción del cannabis, no solo entre el gran público, también entre la administración.
Abriendo las puertas
En 2014, una televisión local de Washington pidió a Farmer Tom una demostración de cómo extraer aceite de cannabis con butano, el llamado BHO (butano hash oil), “a la manera antigua”, lo que llaman “de explosión abierta”, un procedimiento peligroso. “Por aquel entonces, en Washington había una explosión en una casa cada diez días porque estaban haciendo BHO ”, explica Lauerman. “Aquella gente no sabía nada de otros métodos seguros para extraer concentrado de cannabis, así que aproveché la oportunidad y además de la demostración llevé a un grupo de expertos y les dimos una clase de cuatro horas sobre otros sistemas de extracción, como el de Rick Simpson o el de CO2. Y el mensaje era muy claro: o esto se regula, o las explosiones seguirán, porque el método más peligroso es barato. ¿Verdad que ya no ves gente volando por los aires mientras destila whisky? No, porque ahora lo compran en la tienda. Pues es lo mismo”. Al año siguiente, el estado de Washington prohibió el uso de butano a los procesadores de cannabis medicinal y estableció que en caso de procesadores con licencia para tratarlo con usos recreativos, el proceso solo pueden efectuarlo personas autorizadas por el estado y en centros certificados por el mismo. “De una explosión cada diez días, hemos pasado a ninguna”, explica Lauerman.
"Yo quiero normalizar la situación del cannabis, y me preocupo por la reputación. Otros ganan mucho dinero hoy, pero no tienen el control de lo que pasará mañana".
En ese episodio radica el embrión de la colaboración con el gobierno federal, que en agosto y octubre de 2015 se tradujo en dos visitas de tres días de los agentes del Centro de Control de Enfermedades (CDC) a la granja para hacer un estudio sobre salud laboral en los centros de producción de marihuana. “Estuvimos dos meses y medio hablando por teléfono antes de que vinieran. Hablaba como con diez agentes del CDC a la vez. Cuando les pregunté cómo aprendían sobre la producción de cannabis, me dijeron que por Youtube, así que les dije que no sabían nada y que tenían que visitar una plantación. Les propuse hacer un tour por diferentes centros en Oregón y Washington y primero dijeron que sí, pero luego se echaron atrás”.
A lo que sí accedieron fue visitar su finca una vez comprobaran que era segura para los agentes. “Después de investigarnos y comprobar que estaba todo bien, vinieron y les educamos durante tres días. Les mostré las plantas, todas mis prácticas ecológicas, y aproveché y fumamos porros delante de ellos. Era mi momento para educar gratis al gobierno y ellos querían experimentar. Y era importante hacerlo, porque esos tipos eran científicos, personas muy inteligentes, y habia que mostrarles que estaban tratando con gente normal y sensata, con buena gente, no unos locos”. La palabra clave es “normalizar”. “Tenía una oportunidad para hacerlo y era responsabilidad mía”, dice.
De ahí surgió un estudio titulado Evaluación de riesgos potenciales durante la cosecha y el procesamiento de cannabis en una granja ecológica al aire libre, el primero y único hasta ahora de este tipo elaborado por una agencia federal en Estados Unidos, a la vez que una base a partir de la cual regular y estandarizar protocolos de actuación en el sector. Asimismo, el documento reconoce a Lauerman como “granjero de cannabis ecológico”. Y ese es el primer y único reconocimiento de este tipo por parte del gobierno norteamericano a un cultivador.
Transparencia y normalización
Farmer Tom lo luce como una medalla. ¿Pero qué puede hacer por el hecho de disponer de ese aval que no pueda hacer cualquier otro cultivador? “No lo sé, es una buena pregunta. Nada en concreto”, admite. Pero no se trata de obtener ventajas específicas, sino de aprovechar el reconocimiento para, de nuevo, “normalizar”, insiste. “Me da otra oportunidad para que vuelvan a visitar la granja, mostrarles nuevas tecnologías y contribuir a establecer procedimientos estandarizados para la industria del cannabis, para todo. Todo eso es bueno para mí, para el futuro y para que el del cannabis sea un negocio grande, sano, abierto y transparente. Mi ideal es, una vez que estás arriba, poder hacer cambios desde ahí, y mejorar las condiciones para los trabajadores, para los consumidores y para todo el mundo. Ese es mi objetivo”. Desde octubre pasado, explica, está en conversaciones para concretar una nueva visita.
La vocación pedagógica y de transparencia de Lauerman también se concreta en el curso sobre cannabis y salud que imparte en la universidad de Clark, en Vancouver, y en las visitas turísticas que organiza a su granja desde hace cuatro años. “Damos el primer tour de cannabis al aire libre del mundo”. ¿Quién acude a esas excursiones? “En 2014, cuando empezamos las visitas, la industria apenas estaba empezando [Washington legalizó la marihuana recreativa a finales de 2012], así que venía mucha gente que quería iniciarse en el negocio. También vienen empleados de grandes empresas instaladas en la zona, como Intel, o Nike, y hemos tenido visitantes rusos, colombianos y chinos, y algunos grupos que posiblemente eran de mafiosos”. No, no solo el gobierno toma nota de las prácticas de Farmer Tom.
Lauerman advierte precisamente de que hay que andarse con ojo con las malas compañías. “En América, cualquier tipo oscuro se acerca al cannabis. En este negocio, yo conozco a todo el mundo, pero no hago tratos con todo el mundo”. Porque de lo que se trata, siempre, es de cuidar la calidad y el prestigio. “Quiero que cuando alguien vea mi cara en el producto, se sienta cómodo y diga: Ok, conocemos a este tipo, podemos fiarnos de él y de que este es un buen producto. Mi meta es normalizar el cannabis en todo el mundo, y ponerle una cara amable”. La suya es casi beatífica. El viejo hippy surfero tiene ahora largas barbas blancas y un aspecto bonachón por el que algunos le llaman el Santa Claus del cannabis. Ríe cuando se le recuerda, pero se desmarca del apelativo, dice que no le gusta. “Es un personaje para niños, y usar ideas que relacionen niños y cannabis no es bueno, es buscar problemas”.
El negocio de Lauerman emplea ahora a “unas 15 personas”, cuenta. Hace un par de años, su posición económica no era precisamente boyante, hasta el punto de que llegó a correr el peligro de perder la granja, pero asegura que ha reconducido la situación. “En el mundo del cannabis, la mayoría de gente se mueve en el mercado gris y se preocupa por el dinero. Yo quiero normalizar la situación del cannabis, y me preocupo por la reputación. Si tengo una buena reputación, podré seguir más tiempo en este negocio, y construir algo al margen de los problemas del mercado gris. Trabajando con el gobierno federal, y teniendo su bendición, puedo hacerlo, pero es una apuesta a largo plazo. Otros ganan mucho dinero hoy, pero no tienen el control de lo que pasará mañana. Yo sí lo tengo. El informe que hizo el gobierno en mi granja no se paga con dinero, y nadie puede quitarme eso. Ahora, puedo enseñárselo a cualquier inversor y la confianza que da eso no la tiene nadie más. Es un camino distinto al de la mayoría, pero es el mío, y me va bien”, afirma satisfecho.
También le va bien el parece que imparable avance de la legalización en Estados Unidos. Con California, que la autorizó en enero, ya son ocho los estados en los que está legalizada la marihuana recreacional, y 29 los que han autorizado su uso con fines médicos. “Eso es bueno para todos, porque supone más industria, más redes de relaciones, más convenciones, más exposición pública y más educación”, celebra. Lauerman tiene presencia también en California y Nevada, y cada vez viaja más difundiendo sus ideas. Tras su visita a España, prevé participar en la convención sobre el negocio del cannabis en Berlín. Y, tras Europa, el tour se extenderá a latinoamérica: en mayo, estará en México, y en agosto, en Colombia, cuyo gobierno celebra que “parece que se está abriendo” tras la aprobación, en 2016, de la ley Galán, que autoriza la expedición de licencias de fabricación de cannabis con fines médicos y científicos.
Por lo que respecta a España, México o el resto de países en los que todavía no hay avances hacia la legalización, Farmer Tom también exhibe un optimismo que parece congénito. Para él, es una cuestión de tiempo. “Una vez que el gobierno empiece a cobrar impuestos, y lo pruebe, ya no habrá marcha atrás. Ese fue el plan en Washington. Le dijimos al gobierno estatal: Ok, ponle un 35% del precio como impuesto. Y primero todo era: no, no, no. Pero desde que lo aprobaron, ganan un millón de dólares al día en impuestos, y están encantados. Es demasiado dinero, y demasiado bueno para renunciar a ello”.