“Dr. Feelgood” es uno de los dos apodos –el otro es “Miracle Max”– con que ha pasado a la historia el médico estadounidense Max Jacobson (1900-1979). Durante los años 50 y 60 del siglo pasado, el doctor Jacobson consiguió congregar en su consulta a una selecta clientela de pacientes, compuesta por un buen número de miembros de la alta sociedad y una larga lista de celebridades, entre las que se podían contar muchas estrellas de Hollywood, directores de cine, divas de la ópera, compositores, cantantes, escritores, deportistas, políticos, etcétera. La clave de su éxito: un inyectable con el que les devolvía el ánimo, provocaba una alargada euforia y proporcionaba una energía ilimitada. Un coctel secreto a base de anfetaminas, hormonas animales, médula ósea, enzimas, placenta humana, analgésicos, esteroides y multivitaminas.
A partir de entonces, el apelativo “Dr. Feelgood” se convirtió en un genérico que se ha aplicado más de un médico conocido por su complacencia y liberalidad a la hora de extender recetas prescribiendo tóxicos.
En España hubo un caso muy sonado en este sentido durante los años 20 y 30 de la pasada centuria, protagonizado por el doctor Emilio Casasempere Juan. Era natural de Alcoy (Alicante), donde se graduó en bachillerato. Ignoramos en qué facultad estudió Medicina, pero sabemos que después de acabar la carrera ingresó en el Instituto de Medicina Social y participó en el Congreso de Ciencias de Bilbao, celebrado en 1919, donde defendió un trabajo titulado “La tuberculosis y su tratamiento por el neumosán”. Tampoco conocemos el motivo por el que Casasempere se afilió al Colegio Oficial de Médicos de Baleares, del que fue expulsado en Junta general extraordinaria celebrada el 10 de julio de 1920, “por mal compañero y por haber faltado a su palabra de honor”. Después de este oscuro episodio acabó por establecerse en Madrid, en el número 5 de la calle de Núñez de Balboa.
Primer tropiezo con la ley
Pasado un tiempo en la capital empezó a ser muy conocido en los círculos de usuarios y usuarias de drogas. Pero su fama no tardó en llegar a oídos del comisario Maqueda, jefe de la Brigada de Investigación Criminal, quien encargó a un agente que hiciera las oportunas averiguaciones al respecto. El policía en cuestión interrogó a una “tanguista” de un céntrico cabaret, presumiblemente una confidente suya, quien delató al doctor Casasempere. El agente encargado del caso se presentó en la consulta del médico alcoyano fingiendo ser un adicto necesitado y consiguió que le extendiera una receta de un gramo de cloruro mórfico, mediante el pago de un duro, o sea, cinco pesetas, al tiempo que le indicaba que fuera a por el producto recetado a la farmacia del licenciado Luis Villegas, sita en la calle de Alcalá.
Tras estas gestiones preliminares, dos agentes de policía, acompañados por el presidente interino del Colegio de Médicos y el subdelegado provincial de Medicina se personaron en dicha farmacia donde se incautaron de unas trescientas cincuenta recetas de cocaína y morfina firmadas por el doctor Casasempere entre el mes de noviembre de 1926 y los primeros días de enero de 1927, para proceder posteriormente a la detención tanto del médico como del boticario, quienes un par de días después ingresaron en la cárcel. El magistrado José López Arbizu, designado juez instructor especial “para conocer de todos los procedimientos dimanantes de la ilegal venta y expendición de drogas tóxicas denominadas estupefacientes”, dictó auto decretando el procesamiento y prisión de Emilio Casasempere y señaló fianza en metálico para su libertad provisional “en cantidad considerable”. El mismo juez decretó la libertad de Villegas y de otro farmacéutico apellidado Ferreres que también habían sido detenidos en relación al caso.
En menos de dos semanas el doctor Casasempere consiguió reunir y depositar las 25.000 pesetas de fianza para recobrar la libertad provisional, una cantidad bastante onerosa, si tenemos en cuenta que los beneficios del médico alcoyano por las recetas de estupefacientes expedidas en poco más de dos meses podían rondar las 1.750 pesetas.
No sabemos si para redimirse o para reivindicarse, nada más salir de la cárcel el doctor Casasempere escribió y publicó un “interesante folleto” titulado Venenos y vicios sociales, sobre la historia de los estupefacientes y “los males que el uso de éstos acarrea”, que dedicó al presidente del Consejo de Ministros.
A los pocos meses, en la sección cuarta de la Audiencia de Madrid se celebró el juicio del médico alcoyano, para quien el fiscal solicitó una pena de cuatro meses de arresto mayor, frente a la absolución solicitada por su defensa.
El caso protagonizado por el doctor Casasempere motivó que a principios de 1927 se promulgara otra Real orden, en este caso dirigida al Presidente del Consejo del Poder Judicial y al Presidente del Tribunal Supremo, encaminada a “lograr el castigo de cuantas infracciones legales referentes a la circulación, venta y suministro de tóxicos estupefacientes sean sometidas al conocimiento de los Tribunales”, con el fin de “garantizar en lo posible que quienes tales infracciones cometen no han de disponer en lo sucesivo de medios para volver a incurrir en ellas”. Y en cumplimiento de esta Real orden, el Fiscal del Tribunal Supremo dirigió una circular a todos los Fiscales de las Audiencias con un único objetivo: “Dar sañuda batalla a una forma de criminalidad refinada en la que el más frío y despiadado egoísmo fomenta un vicio morboso, destructor de las energías de la raza, explotando una tendencia patológica de depauperados y degenerados, ante la que la conciencia pública experimenta viva alarma”.
Así, la dictadura establecida por el general Primo de Rivera trataba de reprimir sin contemplaciones “la circulación, venta y suministro de tóxicos estupefacientes, con infracción de las disposiciones legales que regulan aquellos actos... un delito de lesa humanidad y de lesa patria, productor de alarma en la conciencia pública”. Poco después el Gobierno insistía en los peligros que acarreaba el consumo de tóxicos “habitoformantes”: la proliferación de la “vesania” y la “predisposición a la criminalidad”, subrayando la necesidad de la profilaxis de las toxicomanías. A tal efecto, ordenó la creación de un “registro de toxicómanos”, con la finalidad de que la policía gubernativa pudiera ejercer “la debida vigilancia sobre estos enfermos”. Como cabía esperar, la medida fue saludada por la prensa en general.
Después de su primer tropiezo con la ley, el doctor Casasempere colaboró en un cuaderno de experiencias clínicas que se anunció en la revista profesional España Médica. Y no contento con esto, fundó el Real Sanatorio Narcopático, que estableció en el número 148 de la madrileña calle de Alcalá, para el tratamiento de la opiomanía, las alcaloidomanías y las farmacofilias, y que se encargó de publicitar en diarios como La Voz y ABC.
Un nuevo tropiezo con la ley
Sin embargo, a mediados de marzo de 1932, ya en plena Segunda República, volvió a ser detenido y puesto a disposición judicial. En efecto, habiendo tenido noticia la policía de que en un céntrico establecimiento, situado en la avenida del Conde de Peñalver, concurrían algunos clientes que, sin los requisitos legales, podían adquirir cocaína y morfina, decidió estrechar el cerco. Dos “mujeres de vida alegre” que frecuentaban cierto bar de la Gran Vía, identificadas como Maruja Ruiz y Dorín –o Lolín– de Málaga, identificaron al doctor Casasempere como el facilitador de las recetas. Y nuevamente los agentes recurrieron a entrapment, tan extendido en Estados Unidos tras la entrada en vigor de la ley Harrison (1914), para cazar al compasivo médico alcoyano. Así, “fingiéndose enfermos cocainómanos” dos policías se presentaron en su consulta manifestándole que estaban dispuestos a pagar lo que pidiera por unos gramos de cocaína, repitiéndose la misma escena que había tenido lugar cinco años atrás, sólo que en esta ocasión el “Dr. Feelgood” alcoyano no les cobró 5 sino 15 pesetas por una receta de un gramo del citado alcaloide. Esta vez, junto con el doctor Casasempere, fue detenida la propietaria de una farmacia de la plaza Mayor, que era quien expendía los psicofármacos recetados.
"Otros pensaban que era un médico humanista, capaz de compadecerse del sufrimiento experimentado por las personas toxicómanas"
Con el fin de preservar su reputación como médico, Emilio Casasempere envió un escrito a ABC para que rectificara la información ofrecida al respecto, pero la redacción del diario conservador confirmó dicha información y se ratificó en lo publicado.
Al mes siguiente el médico alcoyano tuvo que afrontar un nuevo juicio en la sección segunda de la Audiencia provincial de Madrid. El juicio mereció un extenso y detallado comentario publicado en el diario El Sol, pues entre la clientela del procesado figuraba Amparo Roca, conocida por ser amante del general Sanjurjo y por rumorearse que era la inspiradora del célebre pasodoble del mismo nombre, compuesto por el maestro Jaime Teixidor. Además de una doméstica de esta bailarina y canzonetista de music-hall, que adquiría recetas del doctor Casasempere al precio de 15 pesetas, también prestó declaración Eloy González Aguirre, un tipo de buena familia, muy elegante y muy golfo –a decir de su amigo el periodista César González-Ruano–, que tomaba cocaína y hacía de macarra de postín “por verdadera vocación”. El citado Eloy González, que en aquellos momentos se encontraba preso por un delito de estafa, manifestó bajo juramento que “fue un enfermo de cocaína y que, merced al tratamiento del hoy procesado, se ve ahora libre del mal”.
Más interesante todavía que el testimonio de González resultó la declaración del propio acusado, quien respondió “preciso, exacto, sin vacilaciones, con términos doctos”, propios de un especialista en toxicomanías, a las preguntas del fiscal y de la defensa. El médico alcoyano habló en todo momento de enfermedad –no de vicio, como era corriente en la época– y de cómo para combatirla utilizaba la misma droga que la provocaba, “poco a poco, en una homeopatía sabia, con dosis bien combinadas” con coadyuvantes y placebos como la antipirina, la quinina y el bicarbonato, sustancias con las cuales –a su juicio– se podía engañar a los pacientes. El doctor Casasempere se refirió también al “síndrome del cocainómano”, caracterizado por su “furor desatado en el caso de no verse surtido de droga”. Asimismo declaró haber sido víctima de agresiones por parte de los “hambrientos de droga”. Por lo demás, el procesado manifestó haber actuado en todo momento profilácticamente, al amparo de la ley y de su carrera:
–Yo suministro estupefacientes –viene a declarar– con recetas autorizadas y fichadas por las autoridades médicas, porque la ciencia no ha descubierto contra la droga heroica otra panacea que la droga misma...
–¿Como medio de cortar el mal? –inquiere la clara sonrisa del [fiscal] señor Fabié.
–No hay otro, señor presidente.
En consecuencia, el abogado defensor planteó su estrategia en la misma línea, reconociendo que el doctor Casasempere suministraba drogas heroicas, pero que lo hacía “legalmente”, porque “no existe [...] otro camino”, y poniendo de relieve que el médico alcoyano no era un “vulgar delincuente, con espíritu fenicio”, sino que, por el contrario, procuraba con sus conocimientos y experiencia clínica “librar a los enfermos del calvario de la toxicomanía”, por lo que no dudó en solicitar la libre absolución de su defendido.
Muchos debieron pensar que se trataba de un cínico redomado, que merecía un castigo mucho mayor que los ocho meses de reclusión, las 2.500 pesetas de multa y las costas que solicitó el fiscal para él. En cambio, otros lo tendrían conceptuado como un médico humanista, capaz de compadecerse del sufrimiento experimentado por las personas toxicómanas, aun a riesgo de poner en serios peligros tanto su carrera profesional como su economía y su libertad personal.
Multas para un médico contumaz e irreductible
Fuera como fuera, lo cierto es que el doctor Casasempere pasó a engrosar la lista negra de los profesionales –médicos y farmacéuticos– poco escrupulosos en el cumplimiento de la legislación en materia de estupefacientes. Así, sabemos que en marzo de 1933 fue multado con 10.000 pesetas. A finales del año siguiente fue declarado en rebeldía por la Dirección general de Sanidad, por no haber hecho efectiva la sanción impuesta. Y todavía en marzo de 1936 volvería a ser sancionado con 15.000 pesetas por el mismo motivo.
Con el estallido de la guerra civil unos meses después se pierden las pistas del polémico doctor Casasempere, sin que podamos saber qué fue de este curioso “Dr. Feelgood” español.