Probablemente, hijo de puta sea el peor insulto que podamos decirle a otra persona. Lo decimos del jefe malo que nos hace putadas en el trabajo; nos servimos de este calificativo para liberar la rabia que sentimos hacia una pareja que nos ha sido infiel. Incluso en una manifestación llamamos “hijos de puta” a los policías de una comisaría por la que pasamos sintiendo que así expresamos sin limitaciones ni censura lo que pensamos de ellos.
Precisamente, hace algunos años, en un momento de muchas movilizaciones callejeras de protesta, circuló por la red una foto de una mujer blandiendo un cartón en el que se podía leer escrito en rotulador bien gordo: “Las putas insistimos: políticos, banqueros y policías no son nuestros hijos”.
¿Por qué consideramos que tener una madre que se dedica al trabajo sexual es lo peor de lo peor?
Montse y su hijo
La trabajadora sexual, escritora y licenciada en Ciencias Políticas Montse es hija del Raval de principios de los sesenta, un barrio donde en esa época pobreza y miseria se peleaban por la popularidad. A los veintiún años, metida en un matrimonio frío y vacío y con un hijo muy pequeño, decidió salir de ese entorno y se separó. Trabajaba tantas horas que apenas veía a su hijo, y cuando lo hacía poca energía le quedaba para atenderle como ella quería. A los veintinueve se quedó sin ese empleo digno en el que la explotaban y le hacían el acoso sexual al que muchas mujeres se acostumbran o no denuncian por miedo al despido. Fue entonces cuando decidió optar por la prostitución. Este cambio, aunque al principio fue muy duro, le permitió salir de la miseria económica y sacar adelante a su hijo, a la vez que estaba más presente como madre. Y no solo eso, Montse estudió Ciencias Políticas y fue durante unos años un personaje importantísimo en la lucha por los derechos de las personas trabajadoras sexuales y la desestigmatización de la profesión1.
Para Montse, la prostitución significó salir de la violencia económica, sacar adelante a su hijo fuera de un matrimonio sin amor y sacarse la carrera de Ciencias Políticas
Lo más duro fue decírselo a su hijo. El chico la miró horrorizado y le dijo: “Mamá, eres una mala mujer”. Se tragó la saliva y las lágrimas y el amor propio, y todo aquello que pudiera tragarse, y le explicó a su hijo en qué consistía su trabajo, que ella no era una manipuladora de hombres, sino una trabajadora decente y profesional de su cuerpo. Que con ello no le hacía daño a nadie. De esa conversación saldría años más tarde el título para su libro autobiográfico Una mala mujer2.
Sara y Claudia
Sara y Claudia, madre e hija, discutían un día en el coche y Claudia llamó “hija de puta” a su madre. Esta se la quedó mirando y le respondió. “Eso es como si yo llamara a alguien ‘hija de estudiante”. Sara es prostituta y Claudia estudia Bachillerato3.
Hasta hace tres años, Sara trabajaba de camarera: muchas horas y poco dinero. Como además es madre soltera, tenía que hacer siempre malabarismos con su hija, a la que dejaba siempre con vecinas, amigas, etc. Cuenta que cuando acababa su jornada laboral estaba tan cansada que apenas tenía pilas para dedicarle a su hija. Sara decidió que quería ganar más dinero y trabajar menos, además de hacerlo para ella misma, y acudió a uno de los cursos de formación para personas que deciden ejercer la prostitución organizados desde la Asociación de Profesionales del Sexo (Aprosex).
Claudia por aquel entonces ya tenía catorce años y ni un pelo de tonta. Al principio su madre le contó que empezaba en un bar nuevo en el que tenía que ir muy guapa porque les hacían fotos. Claudia cuenta entre risas que lo primero que pensó era que se había hecho estríper. “Esto no me lo habías dicho”, le reprocha Sara entre divertida y sorprendida. “Mamá, lo del bar que os hacían fotos no colaba ni para atrás”. Teniendo una relación muy sincera y abierta como tienen, Claudia en seguida sospechó que había gato encerrado. Poco tardó Sara en decirle la verdad. “Me sabía supermal estarla engañando cuando yo siempre la había criado en la sinceridad entre nosotras”. Y cuenta que no le extrañó y que ni siquiera le pareció mal. Ahora tiene a una madre con tiempo libre y energía, y además a una experta en sexo con la que puede hablar de cualquier tema sin tapujos. “Este cambio de profesión ha sido una de las mejores decisiones de mi vida –cuenta Sara–. Antes me maltrataba mucho el cuerpo y ahora he dejado de hacerlo”.
Claudia sabe que es una hija de puta y no le importa. Cuando alguien usa este calificativo para insultarla se ríe para sus adentros. De todas maneras, tiene claro que no se lo piensa decir a nadie más que a su mejor amiga, que ya lo sabe, y que no es una profesión en la que piense para ella.
Otras violencias
Pero no todas las historias tienen finales tan felices… Diana Zapata es psicóloga y lleva diez años atendiendo a trabajadoras sexuales en la Agència ABITS, el servicio municipal de atención a mujeres en el contexto de la prostitución de Barcelona. A su consulta acuden sobre todo prostitutas de calle, y es esta, por tanto, la realidad que mejor conoce. Con ella hablamos del ejercicio libre y voluntario de la prostitución y de las consecuencias que tiene esta profesión en la maternidad. “Un alto porcentaje de las prostitutas de calleiv que conozco de estos diez años atendiéndolas vienen de otras violencias: estructurales, maternidad en solitario, violencia económica, institucional y simbólica y de violencias intrafamiliares con muchas agresiones y violaciones en el entorno familiar (el padre, el hermano, la primera pareja…), y la decisión de ejercer la prostitución como alternativa laboral les supone una autonomía personal y económica que las empodera y les permite compaginar trabajo y maternidad. Les da la autonomía y libertad que todas queremos. Unas la hemos encontrado en otras áreas laborales y ellas en la prostitución. Así pues, la prostitución les permite salir de otras violencias. Aunque no es tan fácil. Muchas se relacionan con hombres de este entorno y recaen en relaciones sexoafectivas con violencia, perpetuando, como en todos los casos de personas que crecen en modelos familiares con violencia, un círculo de violencias que se genera desde la infancia. Pero no son todos los casos. Yo creo que la entrada en el ejercicio de la prostitución es un ejercicio de resiliencia de todas estas mujeres que han sufrido daños en la infancia debidos a situaciones de violencia que no han podido ser reparados. Se hacen autónomas, pueden trabajar, aprenden a poner límites, pueden atender y mantener a sus hijos”.
La mayoría de las trabajadoras sexuales vienen de otras violencias (familiares, económicas, maternidad en solitario…), y el ejercicio de la prostitución es un acto de resiliencia que les da la autonomía y la libertad que todas queremos
Son pues estas violencias, la carencia de formación, la situación económica precaria, el abandono de la familia, las bases que las hacen optar por esta alternativa laboral. Pero lo que más decanta la balanza es precisamente la maternidad en solitario: “Los padres las han abandonado o en su mayoría había violencia en el ámbito de la pareja”.
El otro gran número de mujeres que optan por el libre ejercicio de la prostitución, aclara Diana Zapata, “son las subversivas del sistema, las que en un mercado de oferta y demanda laboral que no les satisface, por la precariedad y explotación laboral, plantan cara al sistema. En conclusión, si no vienen de la violencia machista, otra motivación para elegir esta actividad económica es el reconocimiento que como artistas que son deciden sacar provecho al capital erótico y ponerlo a producir, aclarando en todo momento que hay que diferenciar trata con finalidad de explotación sexual y trabajo sexual”.
La doble vida
Llamar prostituta a la madre de uno como insulto es seguramente consecuencia del hecho de que la prostitución sea el chivo expiatorio de todos esos problemas que como sociedad no hemos solucionado, y hemos cargado a estas mujeres con tres grandes mitos: que son grandes consumidoras de drogas, que tienen el índice más alto de enfermedades de transmisión sexual, que son malas madres. “En mi experiencia no es verdad. Las que son muy profesionales saben poner límites, no corren riesgos, se hacen controles y se lavan de forma periódica, además de atender a sus hijos como cualquier otra madre lo haría, con sus más y sus menos según la persona y no la profesión”.
Esta estigmatización hace que las madres prostitutas no hablen de su modus vivendi con sus familiares. Y eso es lo peor que les puede pasar. “El gran dolor y el gran trauma está en vivir la prostitución en solitario, en tener una doble vida, en que en la mayoría de los casos sus hijos y su familia no lo saben. Las que han decidido decirlo se han quedado solas. Así que la mayoría deciden mantener una doble vida para no quedarse solas y perder a los suyos, y esto es muy traumático. Por un lado piensan que no están haciendo nada malo, que no hacen daño a nadie, pero no pueden decirlo, no pueden compartirlo con la familia. Ven que atienden a su familia, la han sacado adelante. No poderlo compartir genera mucho dolor y enfermedad. La estigmatización es directamente proporcional al deterioro de la salud psicológica y física de estas mujeres. Si realmente nos hiciéramos cargo como sociedad de lo que implican el rechazo y el estigma de la prostitución y desaparecieran realmente, ellas trabajarían en otras condiciones”.
Sexo, dinero y lenguaje
La antropóloga Dolores Juliano señala que el problema está en cobrar. Vivimos en una época de aparente libertad sexual, y lo que hace cada cual con su sexualidad parece que no importa. Cómo se enriquece o empobrece la gente tampoco importa mucho. El problema es juntar las dos cosas: sexo y dinero. Y más en las mujeres. En ellas, libertad sexual y dinero suenan a aberración. Es el extremo más distante a la “buena mujer” (madre y/o esposa) que el sistema defiende (y necesita) como modelo deseable. La sociedad ha decidido que la mujer no puede emanciparse a través del trabajo sexual. Y si tiene hijos, menos. Según Juliano, que ha publicado un libro de referencia en el asunto titulado La prostitución: el espejo oscuro, al sistema no le interesa que la prostitución no sea mal vista, no sea que muchas decidieran mandar a la mierda el tedioso y poco reconocido rol de madres y esposas.
En nuestra sociedad se supone que hay libertad sexual y no importa mucho cómo se gane cada cual el dinero. Juntar las dos cosas crea un cortocircuito, generando un estigma social tan fuerte en las prostitutas que es precisamente este hecho el más dañino para su salud
Dejar de estigmatizar esta profesión podría pues mejorar diametralmente las condiciones de vida de las mujeres que ya la ejercen y favorecer que otras mujeres optaran libremente por esta vía para salir de situaciones de violencia económica y otras violencias.
Estrategias y terapias como la programación neurolingüística (PNL), el coaching, la autohipnosis y la terapia Gestalt trabajan sobre la base de que a través del lenguaje creamos nuestra realidad. Mientras consideremos que hijo de puta es el peor insulto posible, no habrá opción de cambio de una realidad que ahora mismo afecta a muchísimas mujeres y a sus hijos.
Y otros cambios legales
Eso es lo que podemos hacer en nuestra cotidianidad a favor de las personas trabajadoras sexuales. Además, serían necesarios unos cambios legales que favorecieran el libre ejercicio de esta profesión. Cambiar leyes y lenguaje son los pasos que hay que hacer para que las personas que deciden ejercer la prostitución como alternativa laboral lo puedan hacer en las mismas condiciones que el resto de las personas independientemente de su trabajo. El Colectivo Hetaira trabaja desde 1995 en defensa de los derechos de las personas trabajadoras del sexo. De su web copiamos los cambios legales que demandan: