La adicción no es una enfermedad
Nuevos enfoques anuncian un cambio de perspectiva en la visión llena de mitos que hasta ahora se tenía de la adicción. El paradigma hegemónico que entendía como enfermedad nuestras adicciones es cada vez más contestado por autores que aportan evidencias científicas y un conocimiento de primera mano de los fenómenos que tratan.
La palabra adicción proviene del latín addictio-onis, que significa literalmente ‘adjudicación por sentencia’. La RAE la define como dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio psíquico y, en una segunda acepción, como afición extrema a alguien o a algo.
Algunos estudiosos, como M.D. Griffiths, dicen que el término adicción es una construcción social, pues cualquier actividad reforzante puede ser considerada como potencialmente adictiva, aunque únicamente las actividades socialmente reprobadas por su riesgo son consideradas como adicciones, en lugar de simples hábitos. De hecho, con el tema de las adicciones se ha abierto una suerte de caja de Pandora y hoy se habla de adicción a la comida, a internet, a la pornografía, al teléfono móvil, al sexo, a las compras compulsivas o al juego, por citar unos pocos ejemplos.
Antiguamente, el consumo de lo que hoy denominamos drogas era legal y objeto de publicidad totalmente abierta. Cuando se empezó a retirar la cocaína de este contexto –no olvidemos que la Coca Cola eliminó la cocaína de la famosa bebida en 1904– surgió la heroína publicitada como un sucedáneo de la codeína y la morfina: “Teniendo la ventaja de no provocar estreñimiento ni causar hábito”, según su publicidad. No sería hasta 1920, tras los estudios de Freud que cuestionaban los posibles beneficios de la cocaína, cuando la ciencia empezó a ocuparse de la adicción considerándola como una enfermedad mental. Este enfoque más médico se vio estimulado por el descubrimiento de los receptores opioides. Finalmente, se empezó a entender la adicción como un problema de tipo multidimensional.
Dos novedosos enfoques sobre la adicción vienen ahora a cuestionar lo que ya sabíamos sobre el asunto. Uno de los investigadores que ha seguido esta nueva senda es el doctor en psicología Eduardo J. Pedrero-Pérez. Según él, a mediados de la década de los años ochenta convivían dos puntos de vista sobre la adicción: como enfermedad mental crónica y como comportamiento desadaptativo. A estos podríamos añadir la hipótesis de la automedicación del psicoanalista Khantzian, que David F. Duncan reformuló en términos conductuales, diciendo que la adicción es una conducta operante de evasión o escape reforzada por el consumo de drogas. Esta explicación permitía incluir adicciones no relacionadas con sustancias.
El considerar la adicción como problema médico lograba trasladar el peso de la culpa del paciente a la supuesta enfermedad del cerebro. Desde tiempo atrás se había considerado al adicto como una persona de poca moral y débil de voluntad. De hecho, para los adalides de la guerra contra las drogas, la adicción era el resultado final e inexorable de cualquier consumo de sustancias psicoactivas.
La nueva medicalización del problema de la adicción contó con el apoyo entusiasta de la industria farmacéutica, que vislumbró un mercado infinito en el que aumentar sus ventas y la posibilidad de crear nuevas y lucrativas adicciones. En 1997, el director del National Institute of Drug Abuse, dependiente del National Institutes of Health (NIH), Alan Leshner, publicaría un artículo en la revista Science que legitimaba la condición de enfermedad del cerebro en el caso de la adicción, afirmando: “Los avances científicos de los últimos veinte años han demostrado que la adicción a las drogas constituye una enfermedad crónica y recidivante provocada por los efectos de las drogas en el cerebro”.
Se intentó que los adictos fueran acreedores de algún trastorno clasificado en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM –manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales elaborado por la American Psychiatric Association y referencia hegemónica en el tratamiento de las enfermedades mentales–. Pero al tener los autores del DSM tantas relaciones, casi de corte mafioso, con la industria farmacéutica, algunas asociaciones profesionales de psicólogos y psiquiatras empezaron a poner en cuestión esta célebre Biblia del diagnóstico psiquiátrico. Lo que ha llevado a que el propio National Institute of Mental Health (NIMH) haya puesto en marcha una alternativa para la clasificación de patologías, el denominado Research Domain Criteria (RDoC), que en esta ocasión intentará basarse en dimensiones comportamentales y medidas neurobiológicas.
Referencias
Dos libros fundamentales de Marc Lewis aún por traducir, “La biología del deseo: por qué la adicción no es una enfermedad” y “Memorias de un cerebro adicto”. Sobre estas líneas Neuropsicología de la adicción, de Ruiz Sánchez de León y Pedrero-Pérez.
Pese a todos estos esfuerzos, empezaron a surgir tímidas voces discrepantes, como la de Jeffrey A. Schaler con su polémico libro Addiction is a choice –“La adicción es una elección”–. Todavía más polémica fue la obra de Gene M. Heyman Addiction: A disorder of choice –“Adicción: un trastorno de la elección”–, que demostraba que no se podía explicar el consumo de sustancias psicoactivas como un trastorno cerebral, sino mediante los mecanismos de cualquier conducta operante.
En este sentido, en la década de los años setenta, Bruce K. Alexander publicó su revolucionario ensayo sobre Rat Park, artículo que le costó mucho que fuera aceptado por las principales revistas científicas y que demostraba que los animales convertidos en adictos a la morfina en una caja de Skinner dejaban de serlo en un ambiente en que, aunque la droga estuviera disponible, competía con otros muchos estímulos, como la comida, los juegos y la compañía de congéneres. La conclusión era contundente: la adicción desaparecía cuando el animal tenía la capacidad de elegir entre diversos estímulos. No solo en el caso de los opiáceos, sino de cualquier droga.
Esto arrojaba mucha luz sobre los estudios de veteranos del Vietnam dependientes de la heroína que abandonaban su adicción en un porcentaje altísimo a su vuelta a Estados Unidos. De hecho, se llegó a la conclusión de que la adicción era un “trastorno” del comportamiento cuyo curso más natural es la recuperación. El modelo de enfermedad no casaba con estas investigaciones.
Si la adicción se justifica por cuestiones genéticas que no varían en toda la vida, se suele hablar erróneamente de cronicidad e incurabilidad. Recordemos el típico dicho: “el adicto lo será siempre”: ¿cómo explicar entonces que la mayoría de los adictos dejen de serlo? Es difícil de justificar que un “enfermo cerebral” con sus circuitos dañados, en particular los de “toma de decisiones”, decida en un pispás dejar de ser un enfermo cerebral por su mera voluntad, como se ha comprobado que sucede en la mayoría de los casos (se habla de un ochenta por ciento de las personas).
Si la adicción es genética, ¿cómo explicar que la mayoría de los adictos dejen de serlo?
De hecho, los famosos circuitos cerebrales implicados en la adicción son los mismos que los del enamoramiento, y los del rechazo amoroso están muy relacionados con el anhelo de drogas, lo cual explicaría los casos de personas que se hacen adictas después de un abandono sentimental. Pero si la adicción como el amor no es un enfermedad, ¿por qué deberían tratarla los médicos y los psicólogos?, ¿por qué destinar fondos a un problema que puede resolverse sin intervención sanitaria?
En su interesante artículo “¿Qué es y qué no es la adicción? Evidencia científica disponible”, Eduardo J. Pedrero-Pérez se dedica a desmontar los mitos de la adicción afirmando que todos son completamente falsos. Resumiendo, estos mitos son: que en el momento actual no hay ninguna duda sobre el hecho de que la adicción es una enfermedad. No se puede considerar la curación, ya que la supuesta vulnerabilidad biológica siempre está presente y pueden ocurrir recaídas, que no son otra cosa que pruebas de la vulnerabilidad subyacente y la expresión crónica del trastorno. Esta enfermedad tiene una sólida base genética. La remisión parcial solo puede conseguirse a través de un tratamiento médico-farmacológico que module los efectos neurológicos provocados por la sustancia. La causa de esta enfermedad es la administración repetida de sustancias que provocan cambios (neuroadaptaciones) en la estructura y el funcionamiento cerebrales. Los cambios producidos por la adicción en la estructura y funcionamiento cerebral son irreversibles. Una vez alcanzada la abstinencia, cualquier contacto puntual con la sustancia que causó adicción desencadenará un retorno a la pauta adictiva de consumo. Con mucha frecuencia la “enfermedad de la adicción” se acompaña de otras “enfermedades mentales” independientes (patología dual). La consideración del adicto como enfermo aumenta sus posibilidades de acceder a tratamientos y reduce su estigma social.
Todas estas afirmaciones son desmentidas por el doctor Pérez-Pedrero, demostrando su falsedad a la luz de las evidencias científicas. Al final del artículo nos previene diciendo: “Cuidado, hoy son los adictos, pero mañana podrá serlo cualquiera: por ejemplo, si usted tiene un cierto sobrepeso y un índice de masa corporal superior a treinta. Los mismos defensores del ‘modelo de enfermedad cerebral de la adicción’ ya defienden que ‘los obesos presentan las mismas alteraciones cerebrales que los adictos’, y que deben ser considerados como personas que sufren un trastorno cerebral. ¿Quiénes serán los siguientes?”.
El deseo y la adicción
Otro autor que está en la misma línea es el neurocientífico Marc Lewis, autor de dos magníficos libros. El primero, Memoirs of an addicted brain –“Memorias de un cerebro adicto”–, narra la época en que, mientras se formaba como neurocientífico, fue adicto a todas las drogas habidas y por haber. Su segunda obra, –“La biología del deseo: por qué la adicción no es una enfermedad”–, incide en temas semejantes a los que trata el doctor Pedrero.
Lewis nos recuerda que la adicción surge de los mismos sentimientos que vinculan a los amantes o los hijos a los padres. La adicción se forma a partir de los mismos mecanismos cognitivos que nos hacen valorar las ganancias a corto plazo sobre los beneficios a largo plazo; es sin duda destructiva, pero es también algo sorprendentemente normal: un rasgo inevitable del diseño del cerebro humano.
Lewis nos recuerda que la mayoría de los familiares de los adictos prefieren creer que la adicción es una enfermedad, lo que hace que, en cierto modo, el desgraciado comportamiento de sus seres queridos sea comprensible e incluso perdonable.
En su iluminadora obra llena de matices que ningún interesado en el tema debería dejar de leer, Lewis insiste en que el tipo de cambios cerebrales que apreciamos en la adicción aparecen también cuando la gente se sumerge en el deporte, se une a un movimiento político o se obsesiona con su pareja o sus hijos. De hecho, la adicción puede ser el sorprendente resultado del cerebro haciendo lo que le toca hacer. La adicción puede ser un terrible y devastador proceso de cambio en nuestros hábitos y nuestros patrones sinápticos. Pero ello no lo convierte en una enfermedad.
El cerebro que se autoorganiza naturalmente produce hábitos, el que sean buenos o malos es un asunto social, no una cuestión neuronal. El cerebro cambia con toda experiencia que conduce al aprendizaje y cambia más rápida y radicalmente en respuesta a experiencias con un alto impacto motivacional.
Lewis reconoce que el punto de entrada de muchos adictos es el trauma emocional temprano, que inicia la búsqueda de recompensas adictivas, que pueden proporcionar alivio y serenidad de forma transitoria, pero exigen posteriormente un peaje desagradable.
La biología del deseo no solo nos ayuda a entender la adicción; nos ayuda a comprender por qué la adicción no es una enfermedad. Por qué se trata más bien de un resultado desgraciado de mecanismos neuronales naturales que evolucionaron por ser útiles.
Marc Lewis tiene la creencia, basada en su propia experiencia de adicto, que superar la adicción es un proceso de desarrollo, de hecho, una continuación del proceso de desarrollo que trajo de entrada la adicción. El truco para superar las adicciones consiste en realinear el deseo, para que pase del objetivo del alivio inmediato a la meta de la plenitud a largo plazo.