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La derecha lisérgica en España

Durante décadas la derecha neoliberal se mantuvo unánime en torno a la política de drogas: rechazo, persecución, represión. La llegada al poder en EE UU de una nueva alianza entre los magnates de Silicon Valley y el electorado tradicional del partido republicano está removiendo las bases de este consenso conservador. Por primera vez las figuras más destacadas de la derecha norteamericana, empezando por el ministro de Sanidad Robert F. Kennedy, salen del armario y reconocen las bondades del consumo de sustancias psicodélicas. ¿Cuánto podrá tardar en llegar a Europa este trumpismo ácido?

En el número de marzo, Cáñamo publicaba un artículo de Bernardo Álvarez-Villar que llevaba por título “Trumpismo Ácido”. En sus páginas se presentaba una panorámica de la situación de los psicodélicos en el contexto de la segunda presidencia Trump. A punto de concluir, Álvarez-Villar planteaba, no sin motivo, la siguiente reflexión:

“Podemos pensar que en la vieja Europa esta batalla nos pilla lejos. Pero no deberíamos subestimar la falta de imaginación de nuestros ultraderechistas: no hay concepto o idea acuñado por los neoconservadores gringos que no termine deslumbrando a algún asesor de Abascal, Le Pen o Meloni, y acabarán colándolo en alguno de sus discursos”.

Su intuición no iba nada desencaminada. A la que se plantea el tema saltan las preguntas: ¿cuánto puede tardar en alcanzar el trumpismo ácido a nuestra derecha y ultraderecha, en Europa y en España? ¿Existen ya los mimbres para este cesto lisérgico? ¿Cuáles serían? ¿Cómo se podría plantear una forma de ser de derechas en ruptura con el conservadurismo de siempre? ¿Estamos preparados para una derecha que predique la desigualdad, el negacionismo climático, el odio al inmigrante, pero esté a favor del uso terapéutico y recreativo del MDMA, el LSD o la ayahuasca?

En contra de las apariencias, ya existen indicadores para que cristalice una derecha lisérgica así. Cierto es que para que esté operativa primero tendrá que librarse del lastre represivo de la Guerra contra las Drogas. No es fácil. El discurso represivo está muy arraigado en las derechas europeas y españolas. La sombra del franquismo es alargada. Basta con pensar en la campaña de delaciones en centros educativos de Ayuso para percatarse de la dificultad que enfrenta una eventual derecha ácida.

Con todo, a la que se conoce un mínimo la psicodelia española, también se observa que aquí siempre ha existido una derechización subterránea que ha acompañado la evolución política de la psicodelia autóctona; un underground que ha sabido mantener una relación más inteligente y libre de prejuicios con los psicotrópicos. Por más que su posición actual se vea comprometida por un complicado relevo generacional en sus referentes intelectuales, el valor de su acervo no es desdeñable.

Más allá del contexto global favorable, hay tres factores que ya están presentes y podrían ser determinantes en un futuro inmediato: el submundo ultraderechista ligado al tráfico de sustancias ilegalizadas (psicodélicos incluidos); la herencia intelectual de la era dorada de la psicodelia moderna; y, no menos importante, un perfil social ligado a la radicalización del neoliberalismo en crisis. De cómo se combinen estos y otros factores podría resultar la variante hispánica del trumpismo ácido.

Pastillas y esvásticas: el underground ultraderechista

En España existe hoy una resonancia inequívoca entre los argumentos sobre los hábitos de consumo que trae consigo el trumpismo ácido y un cierto votante joven, radicalizado en la cultura neoliberal y a menudo e ́l mismo usuario de psicodélicos.

En noviembre de 2023 un conductor era detenido en un control de tráfico en los Países Bajos. Para sorpresa de la policía, las mil pastillas de MDMA que le eran requisadas tenían la forma de un águila del III Reich. La sorpresa policial, no obstante, resultó menos sorprendente de lo que parecía. Hacía algún tiempo que venían siendo decomisadas cantidades significativas de psicodélicos con simbología nazi. Junto a estas pastillas del águila imperial, en 2019 se habían detectado otras con el anagrama de las SS; en 2022 otra incautación más, esta vez de LSD, venía en forma de esvásticas.

No parece que este fenómeno sea anterior a 2019. Esto nos situaría mediada la primera presidencia Trump. A nivel geográfico, este método propagandístico cubriría Europa entera: de Países Bajos a Suiza, de Islandia a Francia... y, por supuesto, también llegaría en España. Un ejemplo: allá por 2022, la banda de moteros neonazis alemanes, United Tribuns, era condenada en Mallorca por traficar con MDMA, ketamina, cocaína, anfetaminas y marihuana. Los vínculos entre ultras y el mercado negro no era novedoso. Sin embargo, fueran pastillas o paquetes, la iconografía nazi irrumpía con fuerza en escena.

La instrumentalización política que se pueda hacer de estas redes está todavía por ver. Pero resulta evidente que el consumo de sustancias con una identidad política tan dura es un salto cualitativo difícil de obviar. La explicación no es necesariamente complicada: lo propio de los contramovimientos reaccionarios siempre ha sido reapropiarse de las prácticas de sus adversarios. Antes que prohibir o denostar, han buscado impulso en imitar y readaptar las prácticas de sus antagonistas para reforzar las tendencias reaccionarias ya presentes en la sociedad.

Se comprende así que, si en su día habían circulado pastillas con el logo Antifa, la escena neonazi hiciese luego lo propio con esvásticas, águilas imperiales y toda la parafernalia fascista. Si, además, tenemos en cuenta que, al otro lado del Atlántico, el underground ultra ha crecido en alcance e influencia, los incentivos para explorar y reforzar una deriva estratégica a la manera del trumpismo ácido adquieren un interés indudable. Resta por ver, en todo caso, bajo que articulación podría llegar a darse este fenómeno en suelo europeo.

Tres psiconautas y una contrarrevolución

Luis Racionero, Antonio Escohotado y Fernando Sánchez Dragó.

Luis Racionero, Antonio Escohotado y Fernando Sánchez Dragó.

A pesar de las enormes diferencias con EE UU, en España y Europa se está fraguando ya un salto cualitativo hacia la derecha lisérgica. Y aunque su discurso aún venga lastrado por el punitivismo, no le faltan asideros con los que impulsarse. Aun así, la escena ultra no se basta por sí misma: su ideología carece de la transversalidad y amplitud precisa para generar un fenómeno de masas.

En el caso de España, la variante lisérgica de la derechización cuenta con notables referentes intelectualmente solventes. Nos referimos a nombres que evolucionaron desde la época hippie a nuestros días virando hacia la derecha. A modo de ejemplo, figuras públicas, con mayor o menor experiencia psicodélica y distintos grados de asimilación al cambio cultural hacia la derecha, podrían ser el sociólogo Carlos Moya, el filósofo Fernando Savater, los escritores Félix de Azúa y Andrés Trapiello, etc. Tres referentes intelectuales, no obstante, destacarían en este tránsito hacia una derecha lisérgica. Nos referimos, en concreto, a la troika lisérgica formada por Luis Racionero, Antonio Escohotado y Fernando Sánchez Dragó.

Los tres pertenecen a la generación que vio llegar el ácido a España, todos confirieron a los psicodélicos un lugar importante en sus vidas y sus trayectorias compartieron una relación en cierto modo similar respecto la evolución política de la sociedad. Desde sus orígenes en el bando ganador de la Guerra Civil, esta troika se desplazó hacia las militancias antifranquistas y/o comunistas. Desde ahí, sobre todo tras la Guerra Fría, se pasaron al neoliberalismo con mayor o menor grado de radicalización.

Luis Racionero (1940-2020) sería el más contenido de los tres. Vivió en estrecho contacto con la escena contracultural norteamericana los años más intensos de la psicodelia. De aquella experiencia surgió un texto clave: Filosofías del Underground. En 1982, recién acabada la Transición, encabezó las listas de ERC. Pero en su evolución se acabó incorporando a las filas del PP, donde llegó a ejercer de asesor y ser nombrado director de la Biblioteca Nacional. Defendió la experiencia psicodélica hasta el final de sus días. Al mismo tiempo fue haciendo el camino de vuelta a sus orígenes de clase en una sociedad donde ya nadie se asustaba de nada.

La figura de Antonio Escohotado (1941-2021) avanzó un paso más allá. De la empatía hacia los comunistas durante el antifranquismo pasó por la experiencia hippie ibizenca antes de acabar en la cárcel y escribir la Historia general de las drogas. En 1989 se presentó a las europeas como número 2 tras Fernando Savater en la lista antiprohibicionista apadrinada por el Partito Radicale Italiano. En años sucesivos su trayectoria derivó hacia las posiciones liberales que culminaron en Los enemigos del comercio. Su periplo ideológico trazó una trayectoria generacional que acabó en la apertura al diálogo con las derechas sobre la base común del miniarquismo y un anticomunismo de Guerra Fría.

Por último, Fernando Sánchez Dragó (1936-2023) fue quien más se aproximó a lo que podría ser un referente del trumpismo ácido. Comunista en su juventud acabó sus días en el entorno de Vox. También hijo de una familia acomodada durante el franquismo, pudo estudiar y desarrollar una prolífica vida intelectual. Su evolución fue la más extrema de la troika lisérgica. Llegó a proponer a Santiago Abascal el nombre de Ramón Tamames como candidato en la moción de censura contra Pedro Sánchez.

Depresión, odio y psicodélicos para la masculinidad frágil

La derecha lisérgica en España

El tercer factor necesario pero no suficiente para la irrupción de la derecha lisérgica sería un grupo destinatario que se vea interpelado por el discurso psicodélico. A día de hoy PP, Vox y, bien que, a su manera, el partido de Alvise (SALF), no se han planteado otra política que el punitivismo. En su momento Ciudadanos fue la sola fuerza neoliberal que apostó por la legalización del cannabis. Pero con su salida del parlamento ha desaparecido el único referente institucional.

Cierto es que desde los ámbitos ideológicos del pensamiento neoliberal persisten voces individuales (Juan Ramón Rallo, Carlos Rodríguez Braun, Luis Garicano) e incluso organizaciones (Instituto Juan de Mariana, Partido Libertario) que pregonan el derecho individual al consumo de drogas y desde ahí la legalización. Pero incluso considerando estas excepciones, las derechas permanecen ancladas de forma muy mayoritaria en el marco punitivista.

A pesar de este panorama, en España existe hoy una resonancia inequívoca entre los argumentos sobre los hábitos de consumo que trae consigo el trumpismo ácido y un cierto votante joven, radicalizado en la cultura neoliberal y a menudo él mismo usuario de psicodélicos. Este perfil generacional ha sido bien estudiado e identificado como un objetivo electoral bajo otros prismas (por ejemplo, bajo una óptica sexo-afectiva como fenómeno incel). Pero a día de hoy aún no ha sido interpelado en términos políticos sobre la libertad de sus consumos privados. 

Ahora, el escenario global de la segunda presidencia de Trump bien podría dar al traste con el conservadurismo de las derechas. Tanto más si el actual gobierno progresista desatiende una auténtica política y cultura antiprohibicionista que vaya mucho más allá de una tímida legalización el cannabis medicinal. De insistir en no prestar atención a la batalla cultural que se organiza en torno a la psicodelia, pronto será demasiado tarde.

Y es cierto que, por ahora, el trumpismo ácido aún no ha ganado su batalla particular en EE UU frente al punitivismo de la Era Reagan. Pero ya ha adelantado y consolidado de facto importantes posiciones con las salidas del armario psicodélico de magnates tecnológicos como Musk, Thiel, etc. A día de hoy no cabe esperar ya de los republicanos una campaña como el Just say no que Nancy Reagan impulsó en los ochenta.

Entramos así en una época de turbulencias en la derecha americana que, de ganar la tendencia psicodélica, podría tener un impacto inesperado sobre las derechas europeas y españolas. El avance del marco psicodélico podría intensificarse en EE UU, dejando atrás la Guerra contra las Drogas. No sería extraño observar entonces el surgimiento de nuevas orientaciones derechistas muy marcadas por una doble moral habitual de las élites: flexibilización de la ley para ricos, endurecimiento penal para pobres.

Una cosa no quitaría la otra, todo depende de la institucionalidad que articule los consumos: ¿retiros psicoterapéuticos contextualizados en el discurso del Renacimiento Psicodélico o usos personales, experimentales, recreativos? ¿Protocolos legales en clínicas o navegación por cuenta propia? En los próximos años viviremos tiempos convulsos y decisivos, pero no por fuerza más progresistas. Robert F. Kennedy Jr dispondrá de margen para desregular y podría con ello generar un referente global. Pero esto no significará mayor libertad. Elaborar leyes menos precisas también puede debilitar las garantías para las personas y minorías más frágiles.

El escenario en todo caso está hoy más abierto que nunca. Y si este modelo triunfa, no sería de extrañar su pronta exportación a este lado del Atlántico. Buena parte de los mimbres para el cesto lisérgico ya se dan. Pero mientras que en otros países europeos los gobiernos progresistas han avanzado políticas ambiciosas, en España persiste un preocupante bloqueo ante un mundo donde la Guerra contra las Drogas apunta a su fin.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #329

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