Dentro del aparato de radio
El mundo está lleno de casualidades cósmicas. En el mismo momento en que tú pones las espinacas a remojo, alguien en la radio de la cocina hace una broma acerca de Popeye y tú dices: “¡Pero-bueno-pero-bueno!: ¿cómo es posible tanta casualidad? Esto sí que es una casualidad cósmica”.
El mundo está lleno de casualidades cósmicas. En el mismo momento en que tú pones las espinacas a remojo, alguien en la radio de la cocina hace una broma acerca de Popeye y tú dices: “¡Pero-bueno-pero-bueno!: ¿cómo es posible tanta casualidad? Esto sí que es una casualidad cósmica”.
En primer lugar, el hecho de que una casualidad sea cósmica no significa nada, aunque suene bien: todo es cósmico, o al menos todo lo que conocemos y todo aquello de lo que podemos hablar sin aventurarnos demasiado. Dado que la gente que habla en la radio en realidad no está allí dentro, en la radio, sino en un lugar bastante lejano, por lo general en una emisora, y dado que dentro de la radio no hay nada ni nadie, o mejor dicho, no hay otra cosa que cables y circuitos, tú piensas: ¿cómo es posible que sepan que en este mismo momento yo estoy remojando unas espinacas? Es en casos como este cuando nos gusta hablar de casualidades cósmicas. La idea de que a ellos, allí en la emisora, les traiga sin cuidado lo que hagamos nosotros en nuestra cocina es demasiado fina, compleja y delicada para nuestros imperfectos cerebros o máquinas de fabricar excusas y tomar decisiones equivocadas, y sin embargo merece ser estudiada. En nuestros cerebros –tal y como demostrarán los neurólogos del futuro– hay espacio para ideas y dudas de lo más disparatadas y contraproducentes –pensamientos autodestructivos y castradores que no nos ayudan en nada–, y sin embargo hay ciertas ideas que, por demasiado avanzadas, son incapaces de sobrevivir en condiciones normales, y una de esas ideas es: A NADIE LE IMPORTO UNA MIERDA.
Sin embargo, por medio de la acción del THC, y una vez atravesado el correspondiente círculo de humo y fuego, nuestro cerebro, que se compone de cables y circuitos como los de un transistor, comienza a reorganizarse y, sobre todo, a redistribuirse –aprovechar mejor el espacio–, y de pronto hay sitio para ideas fijas y móviles, antiguas y avanzadas, finas y gruesas, y una de esas ideas es: A NADIE LE IMPORTO UNA MIERDA PERO ESO NO TIENE NINGUNA IMPORTANCIA PARA MÍ.
Otra de esas ideas revolucionarias a las que solo podemos acceder después de atravesar el círculo de humo y fuego es: YO ESTOY EN TODAS LAS COSAS PORQUE TODAS LAS COSAS ESTÁN EN MÍ, lo cual incluye el aparato de radio que hay en tu cocina. Si resulta, entonces, que en esa radio se hacen bromas sobre Popeye y sobre su afición a comer espinacas en el mismo momento en que tú rehogas unas espinacas, tú ya no pensarás: “Oh, qué casualidad, justo ahora que yo hago esto, dicen esto otro en la radio. ¡Oh, soy tan importante, soy tan centro-del-mundo!”. Porque ahora que has atravesado el círculo de humo y fuego ese pensamiento deja de tener sentido. También la idea de casualidad cósmica o de cosa inexplicada dejará de tener sentido, dado que ahora TODO TIENE SENTIDO. Es lo más normal del mundo que coincidan los dos fenómenos –la alusión a Popeye y el remojado de las espinacas–, sobre todo si tenemos en cuenta que tú estás en todas las cosas, incluido ese transistor, con sus cables y circuitos, y que por tanto esa radio está en ti, de la misma manera que las espinacas están en ti y tú estás –y eres– esas mismas espinacas que rehogas mientras en la radio hacen una broma –glu, glu, glu– sobre el mismísimo Popeye.
Ilustración de Jorge Parras