Pongamos que llueve. De acuerdo, pongamos que no llueve. Llover y no llover son la misma cosa, y lo vamos a comprobar enseguida. No llueve y nosotros hemos creado una espiral de humo a nuestro alrededor y hemos alumbrado el principio de una idea, una especie de larva intelectual que ahora estamos amasando y que de un momento a otro cristalizará en algo grande y definitivo, una supraidea que lo abarcará todo: el alfa y el omega.
Así que estamos a punto de comprender lo que no necesita ser comprendido, pero de pronto llueve. Cuando llueve –cuando cae agua de las nubes– todo lo demás desaparece, o se congela: pasan cosas, pero se convierten en un asunto menor: un partido de fútbol, unos oficinistas que corren hacia la boca de metro, una feroz batalla en un campo de barro o el beso de tornillo de un soldado de plomo y una muñeca de cristal. Todas esas cosas ocurren, pero ocurren veladas por un manto de lluvia. En las películas, cuando quieren acabar una escena y no saben cómo hacerlo, de repente llueve. ¡Llueve, pasemos a otra cosa! Y en la vida real, cuando de repente llueve, ah, dejamos lo que estamos haciendo –todas esas cosas verdaderamente importantes, nuestra presunta supraidea– y por un momento lo único que ocurre es que llueve, y nosotros también llovemos. Antes, en la vida real de las películas para el gran público, cuando los personajes no sabían qué hacer con las manos –qué hacer con su vida– se encendían un cigarrillo y por un instante no pasaba otra cosa que eso. Pst, fss, aaahhh. Hasta que sacaron los cigarrillos de las películas para el gran público y las cambiaron por cafés con leche en vasos de plástico, bocadillos o cosas por el estilo. Sin embargo, en cierto tipo de películas, cuando los personajes van a mantener una conversación profunda, se encienden un canuto –un canuto preexistente, que se ha liado a sí mismo– y se lo van pasando uno a otro y el que suelta la verdad más profunda suele ser el que tiene el canuto en la mano. Cuando en nuestra vida real de película nos encendemos un gran cañón de marihuana y estamos solos, durante un tiempo no pasa otra cosa que eso: nosotros, el cañón, los ruiditos y las verdades profundas. El mundo se cierra sobre nosotros y nosotros somos el mundo, lo constituimos. Sin embargo, a veces, de repente llueve, y entonces la lluvia se perfila como un problema. En Trainspotting decían que cuando estás enganchado sólo tienes una única y verdadera preocupación, colocarte, lo cual significa que el resto de tus problemas desaparecen. Hummm. ¿También desaparece la lluvia en tanto que problema? Por supuesto. Cuando no estás colocado, pero quieres –necesitas– estarlo, todo lo demás desaparece, y cuando estás colocado también, y si de pronto llueve, o te parece que llueve, es porque no estabas verdaderamente bien colocado. Lo cual demuestra que llover y no llover son la misma cosa y que cuando deja de llover en realidad no ocurre nada, y cuando llueve tampoco.