Un día –una noche– sueñas una cosa la mar de interesante y cuando despiertas te dices: “Muy bien, ¿pero dónde estaba yo?”. Si sueñas una historia, o parte de una historia, y resulta que tú no apareces por ninguna parte, lo que ha ocurrido es que has soñado en tercera persona. Cuando sueñas en tercera persona tú no eres el protagonista y tienes que estar preparado para ello. “Si ni siquiera puedo ser el protagonista de mis propios sueños –dirás–, ¿qué me queda?”. Queda mucho: sigue inhalando. Todo pasa por comprender que tu inexistencia como personaje, aunque sea un personaje secundario o incluso sin frase, te hace mucho más grande, tendente al infinito.
Tú no eres el centro del mundo, porque eres el mundo. Sin ti no habría historia, no habría sueño. No se puede contar una historia sin narrador, y no se puede soñar nada si no hay alguien que lo sueñe. Cuando el soñador sueña en primera persona todo es mucho más fácil: el soñador sueña que vuela y sueña que se practica sexo oral a sí mismo, sueña que mantiene conversaciones con los muertos y sueña que es atacado por miembros de alguna minoría racial (o de otra minoría racial). Es parte interesada y no es todo fiable: lo que nos cuenta es su visión del asunto.
Hablamos siempre de sueños cósmicos y abisales que lo llenan todo porque tienen vocación de absoluto, y no de ensoñaciones o meras fantasías. Sueño con un mundo mejor. ¡Pamplinas! Es decir: el sueño de una persona que duerme y renuncia a unas cuantas funciones cognitivas a cambio de ciertas atribuciones demiúrgicas. Renunciar es la clave. Para soñar en tercera persona se necesita un poco de grandeza. Muchas cosas maravillosas que ocurren en tu sueño no te ocurrirán a ti, aunque las sueñes tú. Ajá. Pero podrás soñar cosas horribles y pasarlo en grande, porque le pasarán a otro. Goza tu síntoma, goza tu pesadilla como si fuera la pesadilla de otro. ES LA PESADILLA DE OTRO, aunque también es tuya, porque la sueñas tú.
Entonces: ¿qué podemos hacer? Muy sencillo, basta con aniquilar el yo antes de quedarse dormido y traspasar el umbral de la realidad consciente en perfecto estado de ingravidez. Preparado, listo, yo: nos sumergimos en una nube de THC, chapoteamos en un charco de vapores cannábicos, acompasamos nuestra respiración al flujo de las cosas que fluyen y nos miramos los párpados durante una buena temporada y nos quedamos dormidos al fin y, entonces, abrimos los ojos y soñamos: vemos a toda esa gente que hormiguea por nuestro sueño y no nos vemos a nosotros y eso nos produce un placer desconocido. Soñamos que no estamos, aunque somos, y nos atraviesa una experiencia nueva, la de no experimentar nada de lo que soñamos o la de experimentarlo en la no experiencia. De todos modos, tampoco conviene fiarse del soñador en tercera persona. En el último pliegue del sueño –una mujer vuelve la cabeza, un hombre sale de entre las sombras– puede aparecer el soñador, y el desencanto. Resulta que existimos. ¡Todo ha sido un sueño!